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Historias Frente a la Hogera Educación (Edicíon de Audio)

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Reciban todos un cordial saludo. Este podcast es realizado con un proyecto de los estudiantes de grado décimo de la Joraja de la Tarde, de la institución educativa Ana Josefa Morrea de Tucumán, de Santander de Quilchamac. Mi nombre es Francisco Sampos. Soy docente de tecnología y informática de la institución educativa Ana Josefa Morrea de Tucumán. Historias Frente a los Veras es un proyecto para recuperar esa antigua tradición de las familias colombianas, de contar historias frente al fuego de un fogón, en épocas donde los medios de comunicación y las tecnologías no eran parte de la vida cotidiana de muchos. No hay una temática especial en el contenido de estos audios, solo historias contadas por parte de los estudiantes, esperamos que sean de su agrado. No habiendo dicho más, empecemos. Historias Frente a los Veras. Hey, buenas, aquí vuestro presentador favorito, el mismísimo Juan Sebastián Viera Valencia, en una nueva programación de Historias Frente a la Hoguera. El día de hoy, junto con mi equipo de grabación, venimos a traer los tres mitos y leyendas de figuras icónicas del mundo del terror, que estoy seguro que conocen, pero no la historia que tienen de fondo. Así que id preparando las palomitas y el refresco, tomad asiento y acompáñenme a escuchar estas terribles y tétricas historias. ¡Comenzamos! Soy Alejandra Castaño Valencia, y hoy os vengo a contar el mito de los espantapájaros. El campo de cultivo del viejo granjero William ha sido arrasado por los cuervos. Con ojos inyectados de ira, observa la parvada volar después de atrangastarse con los frutos de su cosecha. Entre granidos secos y venosos se alejan volando, asemejan burla y risas en sus cracitares. El plumaje de las aves pinta la tarde de negro. Algunas plumas caen sobre la humanidad del anciano. Observa cómo su esfuerzo fue devorado por una pandilla de cuervos, dejando como recuerdo un triste desastre en sus sembradíos. La vena de su frente se salta, demostrando cólera. William da la media vuelta y entra a casa pensando en la solución más básica, un espantapájaro. Viste una cruz de madera con ropas viejas de su armario. Utiliza guantes de trabajo para coserlas en los puños y botas industriales para formar sus pies. Para su cabeza utiliza un saco de yute. Lo hace rellenar con bolsas de plástico y faja sobre la superficie de la tela. Empieza a cortar los que serán las cavidades oculares, así como la boca, que imita una sonrisa volteada, mostrando una mueca triste que luce perturbadora. William sale esa misma tarde con su creación al campo. En su andar observa el rostro del muñeco. Fija su mirada en los oscuros huecos recortados de sus ojos mientras oye los sillidos lejanos de los cuervos. Coloca su creación en la mitad del campo de cultivo. Aprecia por última vez su obra y se aleja con una sonrisa victoriosa, abriéndose paso entre el verde del sembradío. Levanta la mirada y observa a los cuervos volar por encima de él, yendo en dirección del espantapájaro. Voltea su rostro y ve a los cuervos parados sobre los brazos extendidos del muñeco, mientras las aves más jóvenes devoran el resto de su sembradío. Con espavientos y lamentos devuelve su andar para espantar a los devoradores de su cosecha. —¡Largo! —gritaba el viejo. William defraudado regresa a casa con su muñeco bajo el brazo. Los cuervos picotearon el rostro del espantapájaro, deshilachando las lechuras que daban forma a su cabeza. El granjero remueve la testa del cuerpo del espantapájaro. Pensando sufrirla, recuerda la calabaza recién recolectada. Con un cuchillo y suma delicadeza, recorta finos triángulos para dotar de ojos al fruto, así como una larga y dentada sonrisa. Coloca la cabeza entre los hombros del muñeco y se aleja un par de pasos para apreciar su invención. Se siente aterrado de ver al espantapájaro. Esa misma noche se da a la tarea de clavar al muñeco en medio del campo de cultivo. Devuelve sus pasos de entre los sembradíos sintiéndose temeroso, siente que el muñeco cobra vida y sigue sus pisadas. Gira rápidamente alumbrando con una linterna al espantapájaro. La figura sigue en su lugar, íngrima, con su alargado gesto. Solo el frío viento de la noche mecía las telas desgarradas de su vestimenta. William durmió mal esa noche. Pesadillas abrumaban su descanso. Un enorme espantapájaro le perseguía por entre los campos de cosecha. Garras afiladas salían de sus guantes clavándolo sobre la humanidad del granjero, devorándolo de un solo bocado. El anciano despierta ante un granido de un cuervo, recuerda su nueva obra para espantar aves y salta de la cama para observar desde su ventana. Abre las cortinas y la luz cegadora del día rompe la oscuridad del cuarto. Acostumbra a su vista al reflejo matutino y puede focalizar a su espantapájaro, su cabeza destrozada de calabaza es el desayuno de un grupo de cuervos. Con el pico raspan la pulpa delgada de las paredes interiores de la cáscara. William sale corriendo a toda prisa, tropezando con los muebles viejos de su casa, gritando ¡Largo, largo, malditos pajarracos, largo! El viejo, entre sollozos y lágrimas de impotencia, resuelve otra solución para su espantapájaro. Él mismo creería su cabeza con barro. Sus manos moldeaban un cráneo hueco y deforme, perforaba dos orificios enormes que simulaban ser unos ojos profundos y vacíos. Su boca estirada no demostraba ninguna emoción, mostraba apenas estar entreabierta. En la parte alta de la cabeza dejaba un hueco que le daba al aspecto de ser un jarrón mal hecho con rostro desfigurado. El granjero colocaba la testa terminada sobre su mesa de comedor, acercó una silla y permaneció varios minutos observando el rostro monstruoso de su creación. Se perdían las oscuras cavidades oculares de su espantapájaro, imaginaba ruidos que provenían de su boca larga y semiabierta. A la tarde siguiente, William salía de su casa al patio con su espantapájaro de expresión fría y siniestra. Se adentraba en los campos de cosecha, su andar es observado por los cuerpos de las ramas de sus árboles y cables de luz. Siente como si las aves hablaran entre ellas, como si conspiraran y susurraban a espaldas del viejo. William clava al mozo en la tierra y le coloca un sombrero de paja. Regresaba con pasos pesados después de culminar su tarea. Cruzaba miradas con los cuervos, sentía mofa en sus ojos, les gritaba y ordenaba largarse. Los cuervos no se acercaban a los sembradíos, permanecían inmóviles desde sus posiciones. William estaba feliz con su obra y a la vez aterrado de observarlo. Era incapaz de voltear la mirada hacia su espantapájaro. Una torrencial lluvia con rayos atormentaba la revelada de William. La silueta de su espantapájaro se dibujaba en los campos de cultivo cada vez que un relámpago iluminaba la noche. Un horror se apoderaba del viejo quien se asomaba temeroso a vigilar su creación. No tomara vida. Su muñeco no solo espantaba a cuervos, también lo asustaba a él. En la mañana siguiente, después de mal dormir a causa de sus pesadillas, el anciano observaba desde la ventana al espantapájaro, advirtiendo que ha cumplido con su trabajo. Las aves se mantienen a raya de la criatura, incapaces de acercarse al aliento por el miedo que les produce el nuevo guardián. William está satisfecho. Él sale triunfador ante los cuervos. Cuando la tarde cae, el viejo prende su radio de alta frecuencia. Se dispone a escuchar la transmisión de béisbol. Quiere olvidarse del horror que le infringe su obra. Se acomoda en un sucio sofá de la sala y sintoniza la estación. Un eco lejano retumba por encima de la narración deportiva. Largo. Oía. William se levantaba como un resorte de su mueble viejo. Estaba seguro de no haber imaginado ese sonido. Hacía silencio total. No escuchaba nada. El anciano desiste de escuchar algo y sigue buscando la señal del partido cuando la voz se pronuncia con horror. Largo. Esta vez sabe que es real. Apaga su radio y se dirige hacia la puerta de entrada. En el camino toma un bate que se encontraba colgado en la pared de su sala. Lo empuña con fuerza mientras agudiza su oído. Al abrir la puerta lo único que Will observa es el espantapájaros en medio del campo. Su horrible mirada se posa en él y creyendo que está en una de sus pesadillas lo escucha hablar y decir. Largo. El granjero se impresiona demasiado. La piel de su nuca se eriza y un sudor frío recorre sus sienes. Se acerca con pasos temerosos hacia el muñeco, incrédulo ante el repentino cobro de vida de la criatura. Un ahogado. Largo. Vuelve a sonar, preveniente del espantapájaros. William entra a los cultivos quitándose las hojas húmedas de los sembradillos sobre su rostro. La figura tréptica se hace más grande a cada paso que da hasta que por fin pudo llegar enfrente del espantapájaros. Lo examinaba, veía su deforme rostro con asco, reparó en un extraño brillo en las cavidades oculares del muñeco y este exclamó un cadernoso maldito. Will al escuchar lo que pronunciaba la criatura asestó un batazo sobre la cabeza de su creación. El barro macizo vuela a pedazos por el impacto infringido de Will. Para su sorpresa tres cuervos salen del interior de la cabeza despedazada del muñeco, rasnidos y crocites. Aturden el anciano, las aves atacan el rostro del campesino cayendo al suelo, cubriéndose de los picotazos de las aves. Las negruzcas aves atacan al sentirse amenazadas, devuelven la ofensiva del... Entre aleteos y gritos rasgan la arrugada piel del granjero. Sus picos se hunden en los ojos de Will, desprendiendo los globos oculares de su rostro. La sangre excita a las demás aves que permanecían distantes. Su instinto carnívoro es saciado con el cuervo viejo de William. Decenas de cuervos se encargan de asesinar al hombre que se entrega a los brazos de la muerte. El festín de sangre es presenciado por muchos pares de ojos más, testigos emplumados sobre las ramas de árboles y cables de luz, que gracias a sus ojos se encuentran en el interior de la cabeza. El festín de sangre es presentado por muchos pares de ojos más, testigos emplumados sobre las ramas de árboles y cables de luz, que graznan que gritan, largo maldito pajarraco. Hola, soy Sara Nicole Alegría Lemus y hoy os vengo a contar la leyenda del Wendigo. El Wendigo es un animal que vive en el sur de Estados Unidos y el suroeste de Canadá. Ha nacido del canibalismo puro y su hambre nunca se ha satisfecho. Hay un montón de historias que rodean la misteriosa 13 Mayr Wood de New Hapsae. He oído historias de cacerías por ahí y sobre canibalismo. No se sabe lo que pasa. Esta historia me la contó mi abuelo, que se reunió con una de las personas involucradas. Su nombre era Arnold Watson. Le encantaba cazar y amaba aún más hacer viajes largos de caza en el bosque. Por supuesto, nunca fue solo. Tenía un par de viejos amigos que siempre le acompañaban, Andy Johnson y Darrell Tenbrough. No los había visto en años, así que todos decidimos ir en un viaje de caza de semana largo. Recogieron todas sus cosas, rifles de caza, mantas, tiendas de campaña, municiones, alimentos de semana. Los tres se subieron al Chevy de Arnold. El viaja a través de los sinuosos caminos de tierra, fuego largo y llenos de OH. Estaban profundamente en el bosque ahora. A continuación, el motor comenzó a hacer clics y ruidos de pulverización. Como se estaba viniendo abajo, se desaceleró y se paró. —Maldita sea, Arnold dijo mientras pateaba la rueda. —¿Lo llenaste antes de irnos? —preguntó Andy. —Debo haber olvidado, Arnold dijo mientras suspiraba y se recostó en su asiento. Podría ser un campamento cerca de aquí, pero yo no quiero estar demasiado lejos de la camioneta. Así que se aventuraron en el bosque un poco y encontraron un pequeño claro cerca de un río donde podrían instalarse sus tiendas de campaña. Ya estaba oscureciendo, por lo que provocó una fogata. Tenía un poco de algo para comer y se fue a la cama. Dormían con sus armas a su lado de la cama, por si acaso. Todos ellos dormían a pierna suelta toda la noche. Arnold fue el primero en despertar. Se puso de pie y se estiró, dejando escapar un largo bosque. Salió de la tienda y se frotó los ojos. No podía creer lo que estaba viendo. Un oso había llegado y estaba comiendo casi toda su comida. Arnold corrió a su tienda, cogió su fusil y apuntó al oso. Pero el oso ya se había asustado y había salido corriendo antes de que Arnold pudiera conseguir un tiro claro. —Andy, Darrell, levantaos. Un maldito oso se ha comido nuestra comida. Andy y Darrell se levantaron de golpe. —¿Qué demonios? Darrell miró con la boca abierta en los restos que quedaban de la comida. La mayoría de los cartuchos de escopeta habían sido arrojados al río y solo unos pocos eran utilizables. —Mierda, ¿qué vamos a hacer ahora? ¿Sin alimento? ¿Sin emulsión? —No, fue cortado por Andy. Solo manté la calma, Darrell. —Creo que hay más munición en el camión. —decayó. —¿Ustedes recuerdan el camino de regreso a la camioneta? Arnold preguntó nerviosamente. —Creo que es de esta manera. —¿O no? —De esta manera. —Bueno, podría haber sido de esta manera. —dijo Andy. Darrell se golpeó la mano en la cara. —No tienes una maldita idea de lo que estás hablando. Darrell y Andy ambos se lanzaron el uno al otro y comenzaron la lucha libre. Maldiciendo entre respiraciones. —¡Ey, ey, ey, ey! Deja de hacer eso. Arnold apartó a Darrell de Andy. —Tenemos que llevarnos bien. Estamos en una situación de supervivencia ahora. —No es ninguna diversión y juegos. Podríamos morir fácilmente aquí y nadie nunca nos encontrará. —Nuestra mejor apuesta sería la de seguir el río. —Tal vez podríamos encontrar una ciudad o un puesto comercial o algo así. Darrell despertó. —¿Una ciudad? ¿Aquí afuera? —Ni de coña. Estamos solos aquí. Nunca esnotaremos nuestro camino. Pasearon por las orillas del río un poco, con frío y hambre. Llegó la noche, pero no se detuvieron. Sonidos empezaron a llegar desde el bosque al lado del río, como ramitas rompiéndose y hojas crujiendo. Andy se animó enseguida. —¿Qué demonios fue eso? Susurró nerviosamente. —Probablemente solo un conigo cobarde. Darrell espetó. —No seas tan preocupante. Un par de minutos pasaron y Andy se sentaron a descansar. —Voy a parar un minuto. Seguid sin mí. Adiós. —¿Seguro? Preguntó Arnold. —Sí. Yo no voy a estar mucho tiempo, aseguró Andy. Así continuaron. Un grito espeluznante llenó el aire de segundos más tarde. —¡Darrell! ¡Ayúdame! El grito cortó rápidamente los sonidos. Arnold y Darrell corrieron de regreso a lo largo del arroyo, gritando el nombre de Andy. Oyeron un gruñido y vieron la silueta de una figura alta y delgada, con hocico, con algo que goteaba de su boca. Les gruñó en voz alta y su eco recorrió todo el bosque. —¿Qué demonios fue eso? Preguntó Darrell. —¿Cómo se supone que lo voy a saber? Enciendo una cerilla para que podamos encontrar a Andy. Darrell encendió la cerilla y miró con horror. Restos destrozados de Andy yacían en el suelo. Su rostro fue devorado a mitad, con su cráneo al descubierto. Sangre y carne cubrían la cara. Una sesión entera fue arrancada de su pecho. Sus costillas fueron limpiadas. Sus entrañas estaban fuera y en parte comidas. Sus muslos estaban devastados. Habían partes donde sus huesos estaban mostrando la pierna. Lo peor de todo, una expresión horrible fue vivida en su rostro, como si estuviera congelado en el tiempo. Tan pronto como vio a la criatura. —Oh, Dios mío. Darrell comenzó el galimatías murmurando. Se hizo un huillo y se meció lentamente. —¿Por qué él? ¿Por qué? Tarta muteaba. Arnold trató de consolarlo, pero él estaba histérico. —Tenemos que seguir adelante, amigo. —¿Cómo puedes decir eso? Actúas como si ni siquiera te preocuparas por él. Yo lo quería como un hermano. —Ni siquiera importa. Ni siquiera importa. Bastante egoísta. Darrell se abalanzó sobre el cuello de Arnold. Se agarró con fuerza contra el suelo. Arnold luchó por salir de su agarre. Él le dio un rodillo hacia el estómago y Darrell cayó al suelo. Arnold comenzó a golpear en la cara. Darrell era impotente. Arnold lo levantó y echó la cabeza contra un árbol. Darrell se desplomó en el suelo, dejando un grueso hilo de sangre carmesí coteando el árbol. Sus ojos se volvieron negros y estaba loco de sed y sangre. Arnold comenzó a masticar el brazo izquierdo de Darrell, pero luego lo dejó. —¿Qué? ¿Qué he hecho? Miró sus manos llenas de sangre. Se quedó allí con los cuerpos. No dormía, sentado, con una expresión en blanco, pensando en lo que había hecho. Finalmente, Arnold se dio cuenta que era su deber volver a una ciudad y decirle a la gente lo que había sucedido. Se levantó y empezó a caminar. Caminó durante horas. Entonces, el chasquido de las ramitas regresó, y las hojas crujiendo. Sintió un cálido aliento en la nuca. Se dio la vuelta lentamente, y sobre él estaba la bestia. Brillantes ojos amarillos, astas y un cuerpo que parecía medio podrido. La caja toráxica se expuso, con carne podrida alrededor de ella, la sangre y la carne coteo de su boca. Su rostro cubierto de músculo crudo y cortes profundos. Tenía la espalda y los hombros con parches de piel de color marrón claro. Uno de sus brazos estaba completamente descompuesto al hueso. Arnold gritó y corrió, pero saltó y lo derribó. Grumio en su cara y le mordió un trozo de pierna. Arnold gritó en agonía, tratando de escapar, y se retorció y pateó. Esto solo le enfureció más. Se abalanzó sobre él de nuevo, pero esta vez Arnold se trasladó fuera del camino y la bestia cayó al río. Arnold dio su oportunidad. Él hizo todo lo posible cogiéndose al río, donde se estaba recuperando de la caída, a pesar del dolor insoportable. Abordó a la bestia y empujó con todo su peso sobre su cabeza, tratando de ahogarlo. Bruñó bajo el agua, y agitó sus brazos y piernas, pero Arnold mantuvo su agarre. Poco a poco se hizo más y más débil, hasta que se silenció por completo. Arnold suspiró de alivio y cayó de espaldas a la orilla del río. Descansó un rato y trató de seguir adelante. Él corrió por el bosque hasta la mañana, y se encontró un camino. Gracias a Dios, pensó. Arnold estaba en el camino por un corto tiempo. Antes de que un camión llegara, se detuvo y el hombre salió a toda prisa del asiento del conductor y ayudó a Arnold. Jesús, hombre, ¿qué pasó? Arnold respondió cansadamente. Voy a explicar pronto. Un paseo, por favor. El hombre miró confundido. Por supuesto, por supuesto, deja que te ayude en el camión. Arnold subió y tomó un gran trago largo de agua de la botella del hombre. Le contó al hombre lo sucedido. Ese hombre era mi abuelo. Arnold fue llevado al hospital, pero murió debido a una infección en la herida de su pierna. De vez en cuando, los cazadores cuentan historias que escuchan en voz alta, gritos desgarradores, historias similares de veces a niveles. Si son ciertas o no, hay algo que está al acecho en la 13 Mile Woods. Si alguna vez decides hacer un viaje allí y te encuentras con un viejo camión o un campamento abandonado, da marcha atrás. Por el amor de Dios, da marcha atrás. Y si no lo haces, Dios te ayude. Hola, soy Daryl Mayerle Prado y hoy les vengo a contar la historia de El Jinete Sin Cabeza. Y el silencio crepúsculo se arrebujaba entre la dulce meditación en que la llanura solía estaciarse. Las aves herían con su alegre sinfonía la inquietud majestuosa de la tarde. Lejos donde el sol parece arder entre el candente pebetero de la lejanía, un grupo de darsos van copiando sus imponidas plumajes en los colores maravillosos de los exóticos paisajes, en cuyos celajes hay tintes de presagio de penas melancólicas. Todo el ambiente parece guardar instantes de santa meditación, y en las copas floridas de los centenarios árboles, el viento arrecuesta sus erizados cabellos. Es verano y toda la llanura está reseca y solitaria. Con aquella triste melancolía, ha sido un atardecer maravilloso, y pronto sus poéticas bellezas devorarán la noche que pronto llegará. Allá en el corredor de la hacienda, el viejo patrón lee con devota atención el periódico del día, volando de cuando en cuando bocadanas de humo de pipa. Son pasadas las seis de la tarde. Este busca tomar un poco de aire fresco. En los corrales del ganado espera entrar en reposo, y de cuando en cuando, oyéndose los últimos gritos de los sabaneros que arrean una punta de ganado de ordeño. La peona se da concentrado en la cocina, y sentados al contorno de una mesa tosca y ennegrecida, saborean con apetito la merienda del día. Los congos con sus notas de órgano no cesan de cantar el alegro grandioso. Todo el llano se puebla de sombras, y en los corredores de la inmensa casona de la hacienda, los candiles lanzan su luz cobrisa. Patricia, la hija mayor del patrón, se da acercado hasta su lado un poco nerviosa, pues rociando, uno de los sabaneros acaba de contar una terrorífica narración, de las que suelen contarle cuando terminan el tajín. ¿Qué te pasa, hija mía?, preguntó aquel viejo, apartando un rato su pipa de su boca, con aquellas heridas de hombre respetable. Vieras, papá, que rociando estaba contando en la cocina que aquí asustan, que llega tosias las noches hasta el corredor un jinete sin cabeza. Una sonrisa picaresca dejó escaparse de entre su tupido bigote. No temas, hijita, son supersticiones, son leyendas que estos hombres suelen contarse en sus ratos de ocio, para pasar el tiempo. Pero papá, dijo la chiquilla, ¿a qué viene esto? Yo te lo contaré, escúchame. Siendo yo bastante joven, me contaba mi abuela, que en aquellos dorados tiempos, cuando la hacienda contaba con todas las comodidades del caso, se celebraba con gran pompa la fiesta del nacimiento del niño Dios. Por supuesto que era una fiesta preparada, donde nadie de la numerosa concurrencia se iba con el estómago vacío. Pues bien, Luciano, muchacho de buenos sentimientos, hijo del patrón de la hacienda, tenía una novia, la cual quería mucho, por la cual estaba haciendo preparativos para la boda, cuya fecha fijada sería el 25 de diciembre, en que se casaría con Carmelita, una preciosa chiquilla, la flor del llano, que habría entregado la fragancia de su perfume a un corazón enamorado. José Sabanero, dotado de malos sentimientos, que trabajaba en una de las haciendas cercanas a esta, estando también enamorado de Carmelita, y lleno de celos, al saber que ésta pronto se casaría con Luciano, decidió una tarde irlo a espiar, al cruce del camino de la plazoleta, y así saciar su criminal y cruel instinto. En efecto, Luciano, sin saber nada de lo que ocurría, volvía alegremente a la hacienda, cuando al pasar por el lugar, José, sin masticar palabra alguna, se lanzó encima del desafortunado muchacho, descargando su arma criminal y cortándole la cabeza. El criminal se dio a la fuga y no se volvió a saber más de su paradero. Por eso, hija mía, cuando en las noches de la luna y calma, y el llano duerme entre misterios o secretos, se escucha trotar lejano un caballo que viene acercándose a la hacienda. Luego se oye que desmonta a alguien, entra al corredor después de pasearse largo rato, vuelve a montar y se aleja por el llano. Cuentan los que han visto que es un jinete sin cabeza. Es el mismo que en otro tiempo fue víctima de aquella tragedia falsionaria. Es el alma de Luciano que busca entre el misterio de la muerte y la realidad de la vida, la linda mujer de sus sueños perdida en vísperas de su boda. Ya ves, hijita, esa es la leyenda de Rociando. Quiso contarles a sus compañeros. Ahora, ande tranquila a dormir, que yo te seguiré. Y olvida esa superstición y que Dios te acompañe. Patricia, después de oír aquel relato, dio un beso a su padre y pasó a paso su vida entre un profundo silencio. Fue en busca del descanso. En el subguancillero, un sabanero al compás de una vieja guitarra rumía sus penas en las dolientes notas de una canción. Triste y sentimental, canción que lleva y vuela en la fría brisa de Luciano al ser pasada en las copas flotecidas de los árboles centenarios. Canción que hace llegar hasta el blando lecho donde duerme la amada mujer de sus sueños. Bueno, bueno, bueno. Esas fueron las historias del día de hoy. Gracias por haber estado con nosotros y haber estado escuchando estas historias tan atentamente. Nos veremos en la próxima programación con muchas más historias interesantes. Hasta luego audiencia y que tengan un feliz día. Adiós.

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