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MIERCOLES XXVII  TO

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COMENTARIO DIARIO A LA PALABRA DE DIOS

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Palabra de vida hoy, miércoles vigésimo séptimo del tiempo ordinario, al pan por la palabra del libro de Conax. Respondióle el Señor, tú te lamentas por el recino que no cultivaste con tu trabajo, que brota una noche y perece la otra. Y yo, no voy a sentir la suerte de Nínive, la gran ciudad, que habitan más de ciento veinte mil hombres que no distinguen la derecha de la izquierda, del Salmo responsorial. Porque tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan. Señor, escucha mi oración, atienda la voz de mi súplica. Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor, bendecirán tu nombre. Del Evangelio según San Lucas. Señor, enséñanos a orar. Es innegable que a cada uno le duele su propio dolor, pero de igual modo es indiscutible que resulte un poco pueril, además de neurótico, centrar la mirada en el propio ombligo dolorido absolutizando nuestro lamento personal, sin considerarlo dentro del contexto de la vida de los demás y de los dolores que padecen tantos a nuestro alrededor y en el mundo entero. No solamente en la bonanza para poder compartir nuestros bienes y ser justos, sino también en el dolor, hemos de ser solidarios con el dolor de los demás y sabernos unidos a ellos en comunión por esas consecuencias de nuestros límites y de la injusticia que se nos impone a menudo. Levantar la mirada más allá de uno mismo y considerar el dolor de los demás relativiza el propio sufrimiento y nos hace incluso capaces de auxiliar a quienes sufren como nosotros sufrimos. Desde aquí podemos aprender de Jesús a orar, para dejar de hacerlo como niños que no paran de pedir para sí mismos, como si no hubiera un mañana ni nadie más. Para empezar, sin embargo, ahora a hacerlo según la espiritualidad del Salmo, sintiéndonos parte de ese pueblo al que pertenecemos, desde esa familia que es la entera humanidad y para quien nosotros, cada uno, puede ser un don a pesar de los propios dolores, sufrimientos y dificultades. Solo tenemos que seguir acudiendo a los brazos de Dios como niños pequeños y quejosos, pero considerando que ninguno de nosotros es hijo único de Dios, sino parte de una familia mucho más grande, que en cierta medida también depende de mí. Porque mi personal humanidad, o acrece y pinta del color de la esperanza a la entera humanidad, o la encanija y la tiñe de sombríos matices. Con deseos de mejorar el mundo por el mero hecho de mejorar la vida de alguien, vuestros hermanos franciscanos os saludan con ilusión, buscando para todos la paz y el bien. Subtítulos realizados por la comunidad de Amara.org Subtítulos realizados por la comunidad de Amara.org

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