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Servidores de Dios  (1 Corintios 41-4)

Servidores de Dios (1 Corintios 41-4)

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The transcript is a sermon discussing the role and responsibilities of ministers and servants of Christ. It emphasizes the importance of being faithful and not judging others. The speaker highlights that serving the Lord and spreading the Gospel should be the focus, rather than seeking personal recognition or criticizing others. The transcript encourages maintaining a clear vision and mission, relying on God's judgment, and avoiding premature judgment of others. It emphasizes the need for sincerity and pure intentions in serving the Lord. ¡Ténganos, ténganos los hombres por servidores de Cristo y por administradores de los misterios de Dios! ¡Qué lindo, qué hermoso! El versículo 2 dice, ahora bien, se requiere de los administradores que cada uno sea hallado fiel. ¡Aleluya! Dice, yo en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros o por algún tribunal humano, ni aún yo me juzgo a mí mismo. Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado. Pero el que me juzga es el Señor. ¡Wow! El que me juzga es el Señor. Así que no juzguéis nada antes de tiempo hasta que venga el Señor. El cual aclarará también lo oculto de las tinieblas. Manifestará las intenciones de los corazones. Y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios. ¡Wow! ¡Qué palabra, qué porción tan rica la que nos da el Señor a través de este capítulo 4! Bendito sea el nombre del Señor. Aquí el apóstol, como decíamos antes, se está refiriendo a los que ministran, se está refiriendo a los que llevan la delantera, a los que rigen en el nombre de Jesús con la ayuda de la Santa Palabra de Dios y del Espíritu Santo, a esos que ministran, que presiden la Rey del Señor. ¡Aleluya! Y Él le está diciendo, le está haciendo una exhortación interesantísima. Dios en su Santa Palabra a través del apóstol Pablo quiere que los que nos ven como ministros de su Palabra, como administradores de sus negocios, el Señor a través del apóstol nos está exhortando a que nuestra conducta, nuestras actitudes y aptitudes nos den a conocer. ¡Aleluya! Como servidores de Cristo, como administradores de los misterios de Dios. ¡Aleluya! Es un gran reto, es un gran reto el que tienen los hombres y las mujeres, que Dios ha marcado, que Dios ha escogido para presidir la Rey del Señor. Es un gran reto, porque la misma Palabra de Dios establece, dice que Dios ha escogido lo más vil, lo menospreciado, en otras palabras, tal vez lo bueno para nada, lo descalificado para muchas cosas. ¡Aleluya! Dios los ha escogido, los ha marcado, Dios los ha llamado con una misión especial en la tierra, de llevar las buenas nuevas de salvación a las almas perdidas, de ser servidores del Reino de Dios. Es un alto privilegio. A veces los que tienen la oportunidad de servir al Estado y tienen una posición en la casa de gobierno, alabados al nombre del Señor, se sienten ser la Coca-Cola en el desierto. Pero si hay un privilegio grande, si hay un honor grande, es el de ser llamado, ser marcado, ser escogido para ser administradores de los negocios del Señor, alabados sea el nombre del Señor, para ser administradores de los misterios de Dios, para ser servidores de Cristo. Y es que, cuando servimos a la gente, estamos sirviendo al Reino de Dios, estamos sirviendo a Jesucristo, el Hijo de Dios. El apóstol está exhortando a esos servidores, ¡aleluya!, a esos hombres y a esas mujeres, el apóstol le está exhortando para que los de afuera te vean, puedan entender que tienes una misión clara, que tienes una visión clara de para qué Dios te ha llamado. Y esa misión, esa visión, podemos percibirla a través del estudio de su santa y bendita Palabra. Esa misión, esa visión, ese compromiso, podemos percibirlo a través de nuestra intimidad diaria con el Señor, a través de ese tiempo en privado con Dios. De lo contrario, de repente podríamos confundirnos en cuál es nuestra misión, cuál es nuestro papel, como servidores de Cristo y de Su Reino. Podríamos pensar que Dios nos ha puesto en un lugar estratégico para que la gente nos sirva, ¡aleluya!, bendito sea el nombre del Señor. Podríamos pensar que Dios nos ha puesto en autoridad para que nos hagamos un nombre, y eso sería tener una visión extraviada del plan y del propósito del Señor. Cuando en lugar de proyectar a Cristo, en lugar de predicar un mensaje cristocéntrico, nos tratamos de proyectar nosotros, ¡aleluya!, bendito sea el nombre del Señor. Y a veces se da, a veces se da gente que Dios los ha llamado con un propósito especial, con una misión poderosa, y a veces cuando han escalado posiciones altas en Dios, que vienen a ser de bendición para la sociedad, de bendición para la ciudad, para la nación y para el mundo. Es triste cuando a veces perdemos el norte, el norte, ¡aleluya!, de presentarle a las almas perdidas las buenas nuevas de salvación, de presentarle a las almas perdidas a Jesucristo como el único camino para llegar a Dios, de presentarle a las almas perdidas que nuestra fe puesta en nuestro Señor y Salvador Jesucristo nos otorga por gracia la salvación. Cuando decidimos poner, establecer otro fundamento en el Evangelio que no es Jesucristo, muchas veces estamos buscando un nombre, buscando una posición, y es triste porque a veces hacemos que aun los que creen nuestro anuncio, ¡aleluya!, pierdan su norte. ¡Qué triste! Por eso el apóstol, Dios a través del apóstol nos exhorta que aquellos que nos oyen, que nos ven, que nos siguen, que ellos nos tengan por servidores de Cristo y administradores de los ministerios de Dios, de los misterios de Dios, la salvación por fe, ¡aleluya!, de nuestro Señor y Salvador Jesucristo por la gracia de Dios. Es un misterio que muchos no logran comprender, por eso muchos quieren atribuir las obras, por eso muchos quieren atribuir incluso cosas que podemos leer la Biblia de Génesis hasta Apocalipsis y no la encontramos en ningún lugar porque se nos olvida, nos alejamos de nuestra misión y de nuestra visión. Dice, se requiere de los administradores de los misterios de Dios que cada uno sea hallado fiel. ¿Por qué lo dice el apóstol Pablo? Porque sabía que Dios nos dota de capacidad, de habilidades, de destreza, de la unción, de su gracia sobre gracia para que podamos alcanzar a muchos para el reino, para que podamos alcanzar naciones para el reino, y de repente podríamos confundir nuestro papel y usar lo que Dios nos ha dado para hacernos un hombre, para lograr una posición social, ¡qué triste!, con una causa tan noble y tan digna como la que el Señor nos ha trazado. Es la voluntad de Dios que seamos hallados fiel, y dice el versículo 3, yo en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros o por tribunal humano, ni aún yo me juzgo a mí mismo, porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado, pero el que me juzga es el Señor. Y es que nosotros no somos justificados por nuestras obras, por lo que hagamos, hacemos o dejemos de hacer, sino que somos justificados cuando el Padre nos ve a través de Cristo. Amén, que por este sacrificio que Cristo hizo en la cruz del Calvario, de tomar nuestro lugar para librarnos de ir al infierno, debemos vivir en humillación, dispuesto a servirle con todo lo que somos, con todo lo que tenemos. Y Él dice, así que no juzguéis nada hasta que venga el Señor. ¿Cuántas veces andamos por ahí juzgando y señalando a los demás? Y no sólo a los demás, sino a veces también las actividades que otros organizan. Y muchas veces podríamos estar desparramando donde Dios está armando. Aleluya, no juzguéis nada hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas. Y recuerdo en una ocasión cuando el Señor ministraba mi vida, y había un líder que sus ojos siempre estaban atentos a los demás ministerios y a los demás ministros. Siempre él estaba, y no estoy haciendo un juicio, sino que mis oídos y mis ojos lo veían, cómo comentaba, cómo criticaba a las demás denominaciones, los demás miembros de otras denominaciones, de otras iglesias. Y recuerdo que Dios le daba una palabra poderosa y le decía, mientras tus ojos estén enfocados en el ministerio de los demás, tu ministerio no crecerá. Mientras tu tiempo esté enfocado a atacar a los demás ministerios, a atacar a las demás denominaciones, a las demás iglesias, tu ministerio no crecerá. Era una palabra dura, pero Dios le daba esta palabra. Y qué triste, después de algunos meses, esa persona murió y luego ese ministerio floreció como nunca antes, alabado sea el nombre del Señor. Y es que no es la voluntad de Dios que juzguemos a los demás. Incluso el apóstol Pablo dice, tú por qué juzgas al criado ajeno. Para el Señor sirve, para el Señor trabaja. Deja que sea Dios que lo juzgue. Y le decía más, le decía el Señor en esa ocasión a este ministro, le decía, tú lo ves que son así, así, así, así. O sea, tú los ves que tienen defectos, pero son mis pequeños. Son mis amados. Y no he venido para los sanos, sino para los enfermos. No he venido a traer medicina para los sanos, sino para los enfermos. En otra palabra le estaba diciendo, yo los recibo. Aleluya. Bendito sea el nombre de Cristo para siempre. Aleluya. Son mis pequeños, son mis ungidos, déjalos que yo los corrijo. Yo los trabajo, yo los preparo, yo los medico. Qué triste que a veces perdamos nuestra función como discípulos del Señor. Nuestra misión, nuestra función de llevar a otros las buenas nuevas de salvación. De adorar a Dios en todo lo que hacemos, decimos o pensamos. Pero a veces tomamos el papel del Espíritu Santo. Aleluya. Y en lugar de ser adoradores nos convertimos en jueces. Qué triste. Así que no juzgues nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas y manifestará las intenciones de los corazones. ¿Cuál es tu intención al servir al Señor? ¿Cuál es tu intención al señalar a los demás? A veces nuestra intención al señalar a los demás es exhibir nuestro alto grado de honorabilidad, de santidad. Qué triste. A veces nuestra intención es hacernos un hombre. Y el tiempo de llevar las buenas nuevas a los perdidos, y el tiempo de adorar a nuestro Dios, a veces lo estamos tomando para juzgar a los demás y para hablar en detrimento de su ministerio. Aleluya. Él manifestará las intenciones de los corazones. Para Dios vale mucho la intención con la que sus hijos, sus discípulos hacen las cosas. ¿Cuál es nuestra intención de llevar una vida de santidad? ¿Es gloriarnos? ¿Es que los demás no vean? De ninguna manera. Nuestra intención al llevar una vida de santidad debe ser llevar gloria y honra y adoración y gratitud a nuestro Padre Celestial. Dios dice, en el capítulo 4 de Corintios, de 1 Corintios, juzga las intenciones. Bendito sea el nombre del Señor. Juzga las intenciones de los corazones. Y entonces cada uno recibirá, según, cada uno recibirá su alabanza de Dios. Oh, que el Dios Todopoderoso nos ayude. Creo que sí debemos predicar las buenas nuevas de salvación, enseñar a otros todo lo que Jesús hizo y enseñó, pero no con nuestro dedo acusador y amenazador, sino con una palabra llena de fe, llena de amor. Bendito sea el nombre del Señor, porque la fe que obra la justicia de Dios se predica en paz y en amor. Que el Señor nos ayude, que el Señor nos capacite cada día a servirle, como dice su santa y bendita palabra, en espíritu y en verdad.

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