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The apostle Paul is addressing a situation in the Corinthian church where believers are taking their disputes to secular courts instead of resolving them within the church. He expresses surprise and disappointment at this, reminding them that as saints, they are called to judge the world and even angels. He warns that the unrighteous will not inherit the kingdom of God and reminds them that they were once among those who engaged in sinful behavior. However, they have been washed and sanctified by the precious blood of Christ. Paul urges them to bear with one another and not to seek revenge, but to bring their grievances to the Lord. He encourages them to manifest the character of Christ, which is love, joy, peace, and patience, and to live in unity and peace with one another. He concludes by reminding them that it is shameful for believers to have disputes among themselves and encourages them to seek reconciliation rather than taking their grievances to secular courts. ¿Osa alguno de vosotros, cuando tiene algo contra otro, ir a juicio delante de los injustos y no delante de los santos? ¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo? ¡Aleluya! ¿Y si el mundo ha de ser juzgado por vosotros, sois indignos de juzgar cosas muy pequeñas? ¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles, cuánto más las cosas de esta vida? Si pues tenéis juicios sobre cosas de esta vida, ¿ponéis para juzgar a los que son de menos estima en la iglesia? Para avergonzaros lo digo, pues que no hay entre vosotros sabios, ni aun uno que pueda juzgar entre sus hermanos, sino que el hermano con el hermano pleitea en juicio, y esto ante los incrédulos. Así que, por cierto, es ya una falta en vosotros, que tengáis pleitos entre vosotros, entre vosotros mismos. ¿Por qué no sufrís más bien el agravio? ¿Por qué no sufrís más bien el ser defraudado? Pero vosotros cometéis el agravio, y defraudáis en esto a los hermanos. ¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No es rey, ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes. ¡Ay, Señor, cuánta gente maldiciente! Pero aquí dice, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto eráis algunos. Terrible, ¿no?, le está diciendo, algunos de ustedes eran ladrones, algunos de ustedes eran maldicientes, algunos de ustedes eran afeminados, estafadores. Ninguno de estos heredarán el reino de Dios. Y esto eráis algunos. Más, habéis sido lavados. ¿Con qué hemos sido lavados? Con la preciosa sangre de Cristo. Más, habéis sido lavados, y habéis sido santificados. Ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús y por el Espíritu de nuestro Dios. Vaya gloria a Dios. ¡Qué porción más hermosa nos trae hoy el apóstol Pablo! Y es que, hermanos y amigos, damos gracias a Dios por esta santa palabra tan clara, tan veraz, tan contundente. ¡Aleluya! El apóstol Pablo está aludiendo a esa situación difícil que confrontaba la iglesia de Corintios, bendito sea el nombre del Señor, donde había cierta contienda entre algunos de los creyentes, había ciertas distensiones, cierta dificultad para estar de acuerdo. Y es que, cada persona tiene su propio carácter. En verdad, Dios nos ha llamado a manifestar el carácter de Cristo, y el carácter de Cristo está contenido en el fruto del Espíritu. Amor, gozo, paz, fe, bondad, mansegumbre, templanza, que es fuerza retenida, paciencia, fe. ¡Aleluya! Realmente estamos llamados a manifestar el carácter de Cristo en nuestras vidas, pero a veces el proceso, a veces se hace en la vida cristiana un largo proceso de transformación. El apóstol da instrucciones claras y fidedignas, alabado sea el nombre del Señor, que son para el uso eterno, para el uso permanente de la Iglesia, que no sólo era para ser tomada en la Iglesia de Corintios, sino que hoy también, en las congregaciones de hoy, es necesario hacer un alto en nuestro camino y atender a la consejería, a la exhortación que da el apóstol Pablo a la Iglesia de Corintios. ¿Cuál es su interrogante? ¿Cuál es su exhortación? ¿Cuál es la inquietud del apóstol Pablo en este capítulo seis? Y es que su pregunta, la pregunta del apóstol Pablo, expresa una sorpresa desmesurada. Sí, él le dice, ¿Osa alguno de vosotros cuando tiene algo contra otro ir a juicio delante de los injustos? Al apóstol le sorprende que necesitemos en la Rey de Dios, que haya la necesidad de que la Rey de Dios, que es el Cuerpo de Cristo, se vea, se vea compelido, o afronte la necesidad de tener que llevar a uno de sus hermanos de la Rey a los juicios terrenales. Le sorprende que tenga que ir a la justicia que imparten los injustos, aquellos que no conocen la verdad de Dios, a jueces o magistrados inconversos. Y es como si el apóstol expresara un profundo dolor al saber que hay creyentes que para dilucidar un asunto necesitan acudir a los jueces terrenales. Y él, con su retórica, con sus interrogantes, los está cuestionando, tratando de hacerlo pensar en el exabruto que están cometiendo. Bendito sea el nombre del Señor. ¿Por qué? Porque el que conoce a Dios, el que conoce la Palabra de Dios, el que ha decidido buscar el carácter de Cristo y manifestar el carácter de Cristo en su vida, ese conoce la verdadera rectitud. Y es absurdo que teniendo la verdad en nuestras manos, en la mente y en el corazón, y siendo declarados justos por Cristo, tengamos que afrontar circunstancias difíciles donde sea necesario acudir a los jueces terrenales que muchos no conocen la justicia. Bendito sea el nombre del Señor. Y él le sigue instruyendo, ¿o no sabéis que los santos han de buscar al mundo? En el reinado de Cristo en la tierra, los redimidos, los salvados, han de buscar al mundo. Y si es que hoy es necesario acudir a los jueces terrenales, estaríamos poniendo de manifiesto que una de las dos partes o las dos partes del litigio no ha nacido de nuevo. No ha muerto a su yo, no ha muerto a su ego, y su conocimiento de la Palabra de Dios es débil. Bendito sea el nombre del Señor. Dice el cuatro, sí, pues tenéis juicio sobre cosas de esta vida. ¿Ponéis para juzgar a los que son de menos estima en la iglesia? Dice, para avergonzarlo lo digo, pues que no hay entre vosotros algún sabio, ni aun uno, que pueda juzgar entre sus hermanos, sino que el hermano con el hermano pleitea en juicio. Y eso es vergonzoso. Y de verdad, a veces la iglesia ha tenido que acudir a los jueces terrenales, y para eso están puestos, para distribuir justicia. Pero al apóstol le sorprende que siendo que Cristo mora en nuestros corazones, y que conocemos la Palabra de Dios, la verdad, tengamos que vernos en necesidad de acudir a los jueces y a los magistrados de la tierra, contando nosotros con un Dios justo y verdadero. Aleluya. Dice, sino que el hermano con el hermano pleitea en juicio. Y esto, ante los incrédulos, el apóstol le está diciendo, es la vergüenza de la iglesia, que tengamos que contender el uno contra el otro. Y no es que no se hagan análisis, razonamientos para llevar convicción a algunos, pero que no sea necesario llegar al litigio, a la contienda, al pleito, sino que con la sabiduría de Cristo, con Su paz, con Su amor, con la tolerancia del fruto del Espíritu, con la templanza que es fuerza retenida, podamos conciliar nuestras diferencias y vivir en paz unos con otros. Y me gusta mucho el versículo 7. Así que, por cierto, es ya una falta en vosotros que tengáis pleitos entre vosotros mismos. ¿Por qué no suprimas bien el agravio? ¿Sabe qué significa sufrir el agravio? Es cuando alguien te lastima, alguien que también ya confesó a Jesús, pero que a veces, a veces somos ligeros al hablar, y a veces no pensamos con qué cosa podemos agredir al hermano o a la hermana. Y el apóstol pregunta, ¿no es mejor sufrir el agravio? ¿Qué significa sufrir el agravio? Es cuando tú, a pesar de que te agredieron verbalmente, puedes llevar tu dolor al altar del Señor. Y como dice la palabra, mía es la venganza, yo pelearé. Y en muchas circunstancias, el Todopoderoso me ha permitido poder colocar el agravio en el altar. Hacer como hizo uno de los reyes en una ocasión, que se le envió una carta diciendo palabras duras contra su Dios y contra su ciudad, contra su nación, y convocándolo para una guerra. Y este tomó las cartas que le habían sido enviadas y las colocó en el altar. Y una de las palabras que recuerdo de la carta, acusaba a este rey de que su Dios era un Dios de los montes. Y él fue al altar y allí puso las cartas encima del altar y le dijo, mira Señor, todo lo que están diciendo de tu hijo, mira todo lo que están diciendo de tu pueblo. Pelea tú, alabado sea el nombre del Señor. Y Dios se levantó, y como dice mi hijo pequeño cuando ministra, se arremangó las mangas, aleluya, bendito sea el nombre del Señor. Y le dio una gran victoria a ese pueblo. Entonces la palabra dice, ¿por qué no sufrir el agravio? Duele, ¿no? A veces duele, pero es de sabios decidir sufrir el agravio, ir al altar y poner la carta en el altar. Y mejor decide al Señor, Señor ten misericordia de esta persona que me ofendió, ten misericordia de esta persona que me agredió, ten misericordia de esta persona que me hace la guerra. Pero también puedes decirle, Señor, ponle un estos a esto, y Dios también sabrá poner un estos. Pero te digo que Dios sabe pelear y defender a los suyos. Jehová dice en su palabra, mía es la venganza, yo pelearé. Pero Dios pelea cuando nosotros le dejamos a Él, cuando nosotros decidimos sufrir el agravio en lugar de agredir al que nos ha agredido. Porque si agredimos al que nos ha agredido, entonces sencillamente estamos cambiando de posición. Ahora no soy yo la agredida, sino que yo me convierto en la agresora. Es mejor sufrir el agravio e ir al altar del Señor. Que linda esta palabra. Yo espero que haya ministrado a tu vida, y a la mía también. Amén. Y que el Señor nos dé esa gracia y esa capacidad de poder sufrir el agravio, pero sí llevarlo al altar del Señor, que es quien pelea nuestras batallas.