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Lo que no le perdonan a Semilla

Lo que no le perdonan a Semilla

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Van 3 meses de persecución del Ministerio Público contra Semilla. Es fácil normalizar lo antidemocrático, quizá porque suelen gobernarnos mandamases autoritarios. Pero eso no explica, apenas describe. ¿Por qué tanta insistencia en que Semilla no gobierne y en que, si lo consigue, lo haga en las peores condiciones? Aún sin estorbo Semilla apenas podrá hacer lo que se propone.

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Van 3 meses de persecución del Ministerio Público contra Semilla. Es fácil normalizar lo antidemocrático, quizá porque suelen gobernarnos mandamases autoritarios. Pero eso no explica, apenas describe. ¿Por qué tanta insistencia en que Semilla no gobierne y en que, si lo consigue, lo haga en las peores condiciones? Aún sin estorbo Semilla apenas podrá hacer lo que se propone. Arévalo no tiene la imaginación arbitraria de Bukele, la sevicia de Ortega o las huestes disciplinadas de Maduro. Le sería más fácil arrear gatos que alinear a sus correligionarios y simpatizantes. Y de Giammattei recibe una administración pública arruinada. Lo que el poder no perdona a Semilla es su proyecto de Estado de clase media. Lo inexcusable es no reproducir el Estado oligárquico de 1871, con una clase media subordinada. La subversión a castigar —no importa cuán débil sea quien la postule— es suponer que la riqueza no es fuente de razón, sino apenas parte del equilibrio democrático. Valga un símil: la familia discute si pintar la pared de verde o amarillo; pero el más pequeño cuestiona si la pared debiera estar allí. Aunque incapaz de derribar la pared y tampoco ayuda con la brocha, papá, mamá y la hermana igual callan su impertinencia, porque siembra una idea subversiva: la pared sobra. A partir de 1944 Arbenz, otro Arévalo y sus correligionarios hicieron eso: sugirieron un Estado para todos, así empezaran como obreros, profesionales o soldados. No quitaron el piso indígena y campesino de la economía guatemalteca, pero al postular un Estado de clase media invocaron un torbellino que podía arrancarle el techo elitista. Esa idea, peligrosa para el statu quo, explica la reacción de 1954. Hoy actores diversos se alinean para que tal impertinencia no se cuele jamás en nuestra práctica política. Podemos entender que una élite con raíces en la riqueza persistente de los pocos rechace a Semilla, pues proponer un capitalismo dependiente pero moderno equivale a destronar el poder oligárquico. Pero también lo odian los exoficiales genocidas, enfrentados a la atrocidad que —serviciales pero excluidos de la élite— perpetraron para sostener al Estado oligárquico. Odia a Semilla la clase política tradicional del pacto de corruptos, porque en un Estado clasemediero tendría la trabajosa tarea de representar ciudadanos, en vez del lucrativo rol de mediadora útil. Y esto delata su traición de clase. Ejemplar es Jimmy Morales, incompetente clasemediero servil. Aquí están los burócratas corruptos, como Rafael Curruchiche, quien para ser el «hombre del momento» debe entregarse al autoodio. Aquí terminan —¿evitaré ser execrado?— amigos que, arrastrando la intolerancia de nuestra historia elitista, actúan como aliados de sus contrincantes y de los enemigos de Semilla, exigiendo un Arévalo más papista que el papa, que ni se acerque a quienes consideran una élite apestada. Y allí está el liderazgo indígena y campesino, que con razón desconfía de Semilla. La historia enseña que los ladinos (núcleo duro clasemediero y también de Semilla), puestos a escoger entre aliarse con los de abajo o servir a la élite, persistentemente nos decantamos por los de arriba. Excepto entre 1944 y 1954. Conducir el cambio será tarea inescapable para Semilla y sus líderes. Arévalo puede sentarse con la más rancia, pero deberá exigir que quienes dicen ser élites modernizantes entiendan que pueden ser ricos sin ser los únicos poderosos. Su experiencia en asuntos militares obligará a neutralizar a los veteranos contumaces que —por razones psicológicas antes que históricas— son irredimibles. Y deberá rescatar a los oficiales en servicio: como burócratas y clasemedieros necesitan escapar de la corrupción que los somete a la oligarquía. Necesitan Arévalo y Semilla enorgullecer a la clase media urbana ladina y politizarla eficazmente. Deberán profundizar las raíces que hoy apenas producen manifestaciones como flores de un día. Más aún, deberán enseñarle a los liberales clasemedieros —apenas comienzan a mostrar independencia— que cualquier proyecto clasemediero, hasta de derecha liberal o conservadora, necesita confrontar al poder tradicional. El temple de los jóvenes políticos de derecha que quieran competir con Semilla se probará cuando consigan financiamiento sin entregarse a la oligarquía. Tocará a Arévalo, no simplemente perseguir la corrupción, sino desactivarla como trayectoria de ascenso social. No puede ser opción, no solo por su inmoralidad, sino por algo más banal: es la tentación que somete al clasemediero a la voluntad de la oligarquía. Finalmente, necesitarán Arévalo y Semilla tender puentes entre indígenas y ladinos clasemedieros, persuadirlos del proyecto de Estado democrático. Convencerlos de que hay más en común entre clasemediero indígena y clasemediero ladino, que entre ladino clasemediero y élite oligárquica.

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