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MARTES IV  TO

MARTES IV TO

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The Gospel passage from Mark presents two individuals who find new life through their encounter with Jesus. The first is a young girl who is healed by Jesus after being at death's door. The second is a woman who had been suffering from a hemorrhage for twelve years. Her illness had made her an outcast in her community, seen as impure and deserving of her condition. However, Jesus offers her healing and a chance for a new life. This story reminds us that only through encountering Jesus can we find true healing and restoration. It also challenges us to examine how we treat those who are struggling or marginalized in our society, whether we extend compassion and mercy or judge and isolate them. We are called to be people of mercy, just as God is merciful towards us. Palabra de vida hoy, martes cuarto del tiempo ordinario, día treinta de enero. Al pan por la palabra. Del Evangelio según San Marcos. Mi niña está en las últimas, ven, pon las manos sobre ella para que se cure y viva. La niña tenía doce años. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Las dos personas que encuentran en Jesús la vida nueva en el Evangelio de hoy se nos presentan a modo de un díptico con el que se nos ofrece un mensaje. La vida de la gracia, la esperanza y el gozo de vivir se pueden perder de modos muy diversos, repentinamente por una tragedia o un grave pecado, o con esa lenta y constante hemorragia de la tibieza y la mediocridad no combatidas. En cualquier caso, sólo el encuentro con Jesús puede devolvernos aquello que ningún médico o psicólogo es capaz de tratar. Centrémonos ahora en la hemorroisa. Su enfermedad le hizo estar señalada en el pueblo donde vivía como una mujer impura, que padecía las consecuencias de algún supuesto pecado, no visible a los ojos de los vecinos, previdente por, entre comillas, el castigo divino de su enfermedad. Por un mal que le sobrevino, con mayor, menor o ninguna responsabilidad por su parte, su situación, lejos de generar compasión y solidaridad, le ganó un cordón sanitario, con el que sus hermanos de religión agravaron su mal hasta hacerlo inhumano. Dispulsada de la sinagoga, sin poder acercarse a los demás por su impureza, vivir sumida en los ecos de los cuchicheos como objeto de críticas y juicios constantes, hicieron que esta mujer perdiera su hogar. Quedó sola, sin raíces, sin un respaldo humano, sin apoyos, quedó aislada con su dolor, y éste se multiplicaba exponencialmente cada día, hasta que Jesús pasó cerca de ella, y le brindó la ocasión de estar más cerca de él, hasta poder trabar contacto y mirarle cara a cara, para afrontar la verdad, y desde la verdad, hallar sanación y una nueva vida. Cuando pensemos que la hemorroisa es, en lugar de una persona enferma, alguien, varón o mujer, que ha sufrido un fracaso matrimonial, una separación o incluso un divorcio, alguien que ha padecido una tragedia, fruto de la cual vive en una situación irregular. Con este nuevo planteamiento del personaje, releamos lo escrito anteriormente, e identifiquemos dónde estamos nosotros frente a esa persona, si somos de los que tejen el cordón sanitario, murmulando y señalando, o si por el contrario somos de esa clase de personas que acogen a cada uno según la medida de su dolor, para tratar de confortarlo mientras le acompañamos al encuentro con Jesús. No sé dónde estaremos cada uno, pero sí dónde querríamos estar, si nos atreviéramos a recordar con frecuencia versículos como, misericordia quiero y no sacrificios, o particularmente, el juicio será sin misericordia para quien no practicó la misericordia, arrepentidos quiere Dios, arrepintámonos y que se note.

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