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contaremos Satanás, una Novela negra o thriller psicológico, escrito por Mario Mendoza Zambrano y publicado en 2002 por la editorial Seix Barral, esta obra ganó el Premio Biblioteca Breve el mismo año de su publicación, su historia se encuentra redactada en 304 páginas llenas de ficciones y realidades.

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Sebastian Alarcon, Oscar Arfila, Carlos Ballesteros, and Cristian Barragan are welcoming listeners to their podcast called "Behind the Pages," where they discuss the novel "Satanas" by Mario Mendoza Zambrano. They provide background information about the author and the book, including its setting in Bogota and its exploration of dark themes. They also mention the main characters and their interconnected stories. The podcast serves as evidence of their completion of the school's reading program. The novel delves into the social issues and violence of Colombian society in the 1980s, with references to events such as the drug war and natural disasters. Desde la institución educativa Nuestra Señora de Dolores de Manari, ubicada en Villanueva, Cazanare, Sebastián Alarcón, Óscar Arfila, Carlos Ballesteros, Cristian Barragán, estudiantes del grado 11.4, les damos la bienvenida a este podcast titulado Detrás de las Páginas, donde les contaremos Satanás. Es una novela negra o thriller psicológica y escrita por Mario Mendoza Zambrano y publicado en 2002 por la editorial Sage Barral. Esta obra ganó el premio Biblioteca Paredes el mismo año de su publicación. Su historia se encuentra redactada en 304 páginas, llenas de ficciones y realidades. Durante dos periodos en el área de lengua castellana, estuvimos leyendo y analizando esta obra, con el apoyo y dirección del licenciado Anderson Montañez, para posteriormente lograr la publicación del podcast como evidencia de finalización al plan lector institucional. Mario Mendoza nació en Bogotá el 10 de enero de 1964, descendiente por parte paterna del libanés Simón Tepcherani, un libanés cristiano que llegó a Colombia huyendo de la persecución que había en el Libano. Al llegar, encontró que en el país se libraba la violencia bipartidista. Con temor de ser perseguido, Simón cambiaría su apellido por Mendoza, apellido que daría el escritor. Después de terminar el colegio Refous, ingresó en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, donde realizó sus estudios superiores y luego obtuvo la maestría en literatura latinoamericana. Fue profesor del departamento de literatura de su alma mater, aunque siempre ha estado profundamente vinculado a su ciudad natal. Mario Mendoza fue a Toledo para asistir en los concursos de literatura hispanoamericana de la Fundación Oterga Gasset. Luego de licenciarse en literatura y trabajar como pedagogo, Mendoza publicó en 1992 su primera novela, La ciudad de los umbrales. Tan solo tres años más tarde, fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura de Colombia por la travesía del vidente. Mario ha combinado su carrera literaria con la docencia y la colaboración en diversos medios culturales como diarios y revistas, entre otros, la revista Bacánica y El Tiempo. Gracias a su novela, Satanás, obtuvo el premio Biblioteca Breve de la editorial Seitz Barral en 2002. La prosa ágil y la concisa de Mendoza deviene uno de los principales sellos de su propio universo narrativo, un universo en el que es posible encontrar la belleza en el feo y lo repugnante. Sin pretender encubrirlo con cartarsis facilistas, Mario Mendoza le vive tomando el pulso a la ciudad. Es un vocero literario de la Bogotá en los últimos 20 años. En su novela se puede rastrear los barrios, los puentes, los colegios, las calles, las universidades, los parques y los cambios que ha ido experimentando la capital colombiana en estas décadas. Así pues, el autor bogotano se destaca por su interés en crear resistencia, en no formar un premio de fanáticos de su obra literaria, sino aparentemente en formar activistas que luchen por él a través de sus escritos. Con el tiempo, la obra de Mendoza va camino a ser reconocida como un trabajo valioso relacionando la literatura urbana colombiana, en especial en lo que se refiere a la representación de la ciudad de Bogotá dentro de las letras colombianas. En este libro se nos cuentan las historias de cuatro personajes principales, que de una u otra forma sus destinos se entrelazan para brindarnos la fantástica historia de Satanás. Dentro de esos tenemos a Campolías Delgado, quien es el antagonista de la novela, el soldado de la guerra de Vietnam, lo que le causa un resentimiento social que sumado a otros sucesos como el enamoramiento hacia su estudiante, la decepción amorosa, el materialismo, traumas anteriores, el rechazo social y la adrenalina de sus vivencias pasadas se asquea de su vida. Y se cree justiciero, por ende da muerte a varias personas en la masacre de Poceto. También tenemos a María, una joven mujer que roba a dos ejecutivos de Bogotá. Es huérfana debido al asesinato de su madre por la guerrilla, la desaparición de su padre y su hermana. Es por esto que notamos que María posee una tendencia hacia el hecho de estar acompañada siempre y que a pesar de todas las cosas malas que ha hecho en su vida, es creyente del perdón divino. El tercer protagonista es Andrés, un joven pintor bogotano que es habitado por fuerzas oscuras, por lo que pinta eventos de la vida real que aún no suceden. Este posee tendencias hacia el actuar impulsado por sus emociones sin pararse a medir las consecuencias. Andrés es sobrino del padre Ernesto y lastimosamente víctima en la masacre de Poceto. Y el último protagonista es exactamente el tío de Andrés, Ernesto, un sacerdote honesto, sencillo y muy dedicado a su oficio. Es un sacerdote no tan tradicionalista, siendo un poco más realista y no tan religioso a pesar de su profesión. Este abandona el sacerdocio para pasar el resto de su vida con Irene, su enamorada y asistente personal. Es también Ernesto, víctima de la masacre. Tenemos también a personajes secundarios como Sandra, quien es la vecina de María, esa misma que termina convirtiéndose en su pareja después de conocerla. A Irene, la asistente personal del padre Ernesto, que se enamora de él y mueren juntos en la masacre. Encontramos a Pablo, quien es un ladrón, amigo de María. Este le ayuda a cumplir su venganza. Y a Alberto, compañero de Pablo, más inteligente y con muchas más influencias. A la madre de Campolías, quien a pesar de que lo ama, siente odio hacia él por su vida fracasada. Y él la odia también, culpándola del suicidio de su padre. Ella muere asesinada por su hijo. A Maribel, la alumna de Campolías, quien está enamorado de ella. Es una joven inteligente y rica. Lastimosamente termina violada y asesinada por Campolías. En la vida real, su nombre era Claudia. Tenemos a Matilde, madre de Maribel, quien también es asesinada por Campolías. Incluso al adolescente poseída que seduce al sacerdote Ernesto. Esta asesina a su madre y a empleada. Su destino es incierto, pero otro personaje de los que me parece relevantes en la historia es Angélica. La expareja de Andrés, la cual tuvo amargos momentos a causa de su separación y quien fue diagnosticada con SIDA. Personajes con historias separadas que se unen en la mente y páginas de esta sorprendente novela colombiana. El relato se centra en María, una mujer cuya belleza le ha traído tanto ventajas como problemas. Trabaja vendiendo tintos en la calle y soporta constantemente comentarios obscenos. Un día dos hombres, Pablo y Alberto, le ofrecen un trabajo lucrativo que consiste en drogar con escopolamina a hombres ricos en bares para robarles. Aunque María inicialmente duda por miedo a causar la muerte de alguien. Finalmente acepta el trabajo tras ser convencida de que no es peligroso participar en estos actos introduciendo la droga en la bebida de sus víctimas. Quienes serán llevadas al paseo de la muerte. Y al día siguiente se repartían entre ellos tres las ganancias de su plan. El artista Andrés, otro personaje clave, recibe la visita de su tío Manuel, quien le pide un retrato. Durante el proceso, Andrés experimenta visiones perturbadoras que se reflejan en su pintura, como deformaciones en la garganta de su tío. Poco después, Manuel le confirma que tiene cáncer de garganta, lo que lleva a Andrés a dejar de pintar retratos, pues siente que con ellos le trae la mala suerte y la desgracia a sus clientes. Sin embargo, tras recibir una petición de su exnovia Angélica, la cual fue muy insistente, Andrés accede a pintar de nuevo y experimenta sensaciones y visiones extrañas mientras trabaja. No las puede controlar e inconscientemente las retrasa, descubriéndolo luego que Angélica tiene una grave enfermedad de la piel. Y tras una charla con ella acerca del por qué la había pintado así, descubre que también está enferma de sida, tras haber tenido relaciones sexuales con desconocidos sin protección. El sacerdote Ernesto enfrenta un caso desesperado en su confesionario. Un hombre anónimo le confiesa sus pensamientos homicidas hacia su familia debido a problemas económicos. Ernesto le ofrece consuelo y lo invita a la misa, solo para enterarse después que el hombre planeaba suicidarse tras cometer los asesinatos confesados. Este incidente provocó una crisis interna en Ernesto, quien lucha con sus propios pecados y tentaciones. A medida que la historia avanza, María acepta misiones de Pablo y Alberto para robar a un ejecutivo, llevándola a recordar su doloroso pasado. María y su hermana fueron separadas tras la muerte de su madre durante un enfrentamiento en su pueblo natal. Después de escapar de una guarnición militar, María sobrevivió en las calles hasta que el padre Ernesto la ayudó a ingresar a una institución de caridad. Sin embargo, su vida sigue siendo una lucha, llevándola a involucrarse en actividades criminales para sobrevivir y lamentablemente es violada por unos criminales a quien tiempo después mataría. Finalmente, conocemos a Campo Elías, un excombatiente de Vietnam, con traumas profundos, incapaz de adaptarse a la vida civil, ansia a la violencia de la guerra. Su vida se cruza con la del padre Ernesto en la iglesia, donde busca desesperadamente una salida a su tormento interno y quien relata en muchos pasajes del libro sus ansias por exterminar el mal del mundo. La década de los años 80 en Colombia estuvo marcada por la guerra contra el narcotráfico y la corrupción administrativa. Esto se evidenció en eventos como el fallido proceso de paz con las FARC y el M-19, las catástrofes naturales, el genocidio de la Unión Patriótica y el asesinato de periodistas, jueces, funcionarios del gobierno y candidatos presidenciales. En 1985 ocurrió la tragedia de Armero, una de las catástrofes más significativas en la historia del país. A pesar de las advertencias sobre la actividad volcánica, no se evacuó el pueblo debido a las pérdidas económicas que implicaba. Como resultado, el nevado del Ruiz se desbordó inundando y sepultando a Armero bajo el lodo, dejando 25.000 víctimas mortales. Este episodio marcó profundamente a Colombia, pues dejó miles de huérfanos y el caso trágico de Omaira, una niña de 13 años que pasó tres días atrapada en el barro sin poder ser rescatada. En 1986 se intentó una tregua con las FARC y el M-19, pero estos sucesos se vieron trancados por la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19 en un intento por denunciar el incumplimiento del cese al fuego acordado. Este hecho dejó 94 muertos y 12 desaparecidos. Crímenes por los que el Estado colombiano fue condenado años después por la Corte Interamericana de Derechos Humanos. En este contexto de violencia, la Unión Patriótica, UP, surgió como una alternativa política, pero sus líderes, como Jaime Pardo Leal, fueron asesinados sistemáticamente. Asimismo, periodistas como Raúl Echevería y Guillermo Cano fueron víctimas de la ola de violencia. También en los años 80 miramos la masacre de Poceto, perpetrada por Campolías Delgado. Esto fue ocurrido en 1986, y de acuerdo con el libro de Mario Mendoza, los hechos fueron los siguientes. Un hombre llamado Campolías Delgado asesinó a una joven de 15 años y a su madre durante la mañana del 4 de diciembre. Después, Delgado acudió al apartamento donde vivía con su propia madre, a quien también mató e incineró. Cuando abandonó el edificio, alertó a los vecinos sobre un incendio. Lamentablemente, los seis vecinos que tuvieron la mala suerte de abrir sus puertas recibieron disparos fatales. Incluso después de estas atrocidades, Delgado tuvo la sangre fría de ir a un restaurante y comer tranquilamente un plato de espagueti, antes de volver a disparar contra los comensales. La masacre de Poceto se convirtió en uno de los hechos más impactantes y representativos de la violencia que marcó la década de los 80 en el país. Y las acciones del narcotráfico, que incluyeron atentados y asesinatos, marcaron profundamente esta época. Volverse millonario, llamada por teléfono de manera ecopulsiva, agredía a los vecinos sin circunstancias. Siente lo que decía o hacía, y a Angélica le había contado cómo una ocasión había llegado incluso a viajar hasta las estribaciones del Amazonas en busca de los tesoros del Dorado. La fase maníaca era una pesadilla para los parientes y conocidos que no sabían cómo controlarlo y vigilarlo, pero era el periodo positivo para él, el turno para la irreverencia y la alegría, para los sueños en grande y las ganas de vivir. El problema era que después venía la fase depresiva, semanas enteras en que no quería bañarse ni abrir las cortinas ni salir de la habitación, un hundimiento central en los mecanismos cerebrales que hacía ver la realidad como algo insulso y desagradable. Una tristeza agonizante, demoledora, una permanente sensación de fracaso que lo mantenía cabezbajo, silencioso, aplastado por un peso interior misterioso e incomprensible. Para los psiquiatras y los familiares era un periodo de tranquilidad, de descanso poco tensionante y fácil, pero para el paciente era el peor estado, un infierno inerrable que lo acercaba peligrosamente a la idea del suicidio y de la muerte. Lo increíble de la ciclotimia del viejo Antonio era que el amor formidable que sentía por su hija se mantenía intacto, bien fuera en una fase o en la otra, como le sucedía a otros pacientes de la misma enfermedad. Los afectos podían volverse adversiones e incluso odios que se expresaban en frases y gestos agresivos. Por eso herían a quienes más amaban, pero en este caso no, Angélica era siempre una niña contentía, la chiquita mimada que le daba ánimos para seguir luchando contra una violencia oscura e insoldable. Andrés sigue recordando que durante su relación con ella el viejo la había tratado con afecto y simpatía, conservaban, iban a la finca juntos y compartían su inclinación por el arte y la literatura. En pocos meses Andrés se había dado cuenta de que era imposible creer a Angélica sin creer a su padre. Estaban tan unidos que eran indivisibles, no eran dos personas separadas sino una energía en común, un campo magnético bien cerrado y compacto. Una tarde ella le había dicho, ven, acompáñame, ¿a dónde vamos? A visitar a mi padre a la clínica. Cogieron un taxi que los dejó en la entrada de un edificio de ladrillo rodeado por una reja metálica y por muchos arbuzos que impedían observar desde afuera las dependencias interiores. En la sala de espera, sentados con la cabeza hundida en el pecho o caminando nerviosamente de un lado a otro, habían varios pacientes aguardando su llamada por la consulta. Venían acompañados por un pariente cercano o un amigo íntimo. Tenían siempre una demanda que los delataba, un tic, una mueca que repetían contra su voluntad, un temblor en las piernas y en las manos que los hacía moverse como muñecos acartonados. Hubo unos pasitos cortos y tembleques que eran el efecto palpable de las drogas psiquiátricas recetadas por los doctores. Dos enfermeros vestidos de blanco les indicaron que ya podían entrar, dejaron un documento de identidad e ingresaron al pabellón de maníacos depresivos. El espectáculo no pudo ser más escalofriante. Aquí y allá, hombres y mujeres retorcian contra las paredes, hablando solos. Babeaban, se reían a carcajadas o sencillamente se quedaban contra los muros como si fueran momias petrificadas, sin mover ningún músculo del cuerpo. Con los parpados caídos y casi sin respirar, el viejo Antonio estaba en un rincón contemplando el vacío. Angélica la abrazó con fuerza y lo colmó de besos. El viejo permaneció impasible, respirando con la boca abierta, con los brazos caídos y la mirada extraviada. Sabía que estaba haciendo un gran esfuerzo por recuperar el control de sí mismo. Al fin pudo albucear. Déjame solo con Andrés. Ella sintió y se retiró, llorando con unos cuantos pasos. Él se acercó al viejo, sentados ambos hombro a hombro, tartamudeando y con la voz gangosa, le dijo, llévatela, no quiero que me vea así. Iba a responderle algo cuando el viejo remató, esta es la última vez. No fue capaz de contradecirlo. Le cogió la mano y le dijo, sí señor. Luego se puso de pie, caminó hasta donde estaba Angélica, la agarró del antebrazo y le dijo, tenemos que irnos, pero si acabamos de llegar, no quiero que lo molestemos. Ella se negaba a retirarse. Preguntó, ¿qué te dio? Que lo dejáramos solo, ¿pero por qué? No lo sé, voy a despedirme. Él la retuvo con decisión, Angélica, por favor, déjalo tranquilo. Es mi padre. Gimió ella, secándose las lágrimas con la manga del saco. Quiere estar solo, tiene derecho. Ella se quedó un segundo, observando la figura estática del viejo. Se llevó la vuelta en medio de un nuevo ataque de llanto y salió sin mirar atrás. Esa misma noche, Angélica recibió una llamada de la clínica psiquiátrica, anunciándole que su padre había muerto de un paro cardíaco mientras dormía. Andrés va hasta la cocina y se prepara un café. Sí, piensa con nostalgia. ¿Cuánta falta de estar haciéndole ahora el amor a su padre? Regresa al estudio y saca de la biblioteca un volumen grueso con reproducciones de Carvaglio. Busca el cuadro titulado La Crucifixión de San Pedro y se asombra del parecido que hay entre el apóstol de la pintura y su padre, y el padre de Angélica. El pintor no representó una crucificación heroica valiente, sino una ejecución nocturna en la cual tres hombres desalineados y mal vestidos se ensañan contra el abuelo indefenso. Pero Pedro no parece aquí sacrificando por sus creencias, como un apóstol que da demostración de fe y de firmeza. No, el enfoque es más bien el de un vil asesinato en el que el discípulo de Jesús, ya canoso y con el rostro lleno de arrugas, no puede luchar por su vida, y con temor se da cuenta de que una muerte indigna y muy poco intrepide. Sin ningún tipo de hazañas o proezas, está próxima a cumplirse. Además, los tres esbirros van a crucificarlo con los pies en alto, y el rostro de Pedro indica la impotencia de no poder rebelarse ante el semejante castigo. Los clavos ya lo tenía unido a la cruz y no hay nada que hacer. Andrés observa la lámina de cera y de lejos y llega a observar una hipótesis sobre la hora. Más que pintar la muerte específica, la del apóstol Pedro, Carpaguin mortalizó en ese lienzo la imposibilidad de defendernos de un final que nos coge por sorpresa y nos recuerda en nuestros últimos días la vejeza de nuestra infortunada condición humana. Cierra el libro, lo devuelve a la biblioteca y llegan a su memoria, inesperadamente las palabras que cruzó. Angélica, el día del entierro del viejo Antonio, cuando ya se habían cumplido los oficios religiosos y el ataduda había quedado bajo tierra, tú sabías que él se iba a morir, le dijo ella caminando por el cementerio, solo, caminando por el cementerio solos, pues Angélica se había negado de irse con los demás familiares. ¿De dónde sacas eso? Él te dijo algo en la clínica, que quería estar solo, nada más, él nunca había actuado de esa manera, tal vez lo intuyó Angélica, es normal, mucha gente adivina que la muerte está cerca, si eso fuese así, él tenía todo el derecho de quedarte solo y que no lo hubieras en ese estado, sin poder combatir, sin ganar, ya de luchar, vencido por la enfermedad, ella reflexionó unos minutos, luego giró la cabeza y afirmó, tengo que decirte una cosa, que necesito estar contigo hoy, le dejó a ella voz baja, abrazándolo, pegándose a él con movimientos insinuantes y descaradas, él la besó en la boca, le agarró las caderas para traerla junto a sí y alcanzó a pensar, necesitaba sentirse día y afirmar su presencia en este mundo, María ve al hombre con la cabeza entre las manos confundido abrumado por él. Satanás es parte de una rica tradición literaria colombiana que incluye figuras como Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis y Laura Restrepo, Gabriel García Márquez es conocido por el realismo mágico, Mario Mendoza se aleja del estilo para adentrarse en el realismo urbano, abordando temas oscuros y contemporáneos, esta obra se sitúa en la línea de la literatura que busca reflejar las problemáticas urbanas y sociales de Colombia de manera cruda y directa, la novela de Mendoza está marcada por el realismo y el naturalismo, movimientos literarios que buscan representar la vida tal como es sin idealizaciones, Satanás aborda de manera cruda y explícita la violencia, la desesperanza y la corrupción moral, la narrativa de Mendoza refleja una realidad sin filtros, presentando a los personajes en situaciones extremas y explorando sus motivos más profundos, la obra de Mendoza está influenciada por la filosofía existencialista que se centra en temas como la libertad, la angustia y la búsqueda de un sentido en un mundo caótico, las personas de Satanás enfrentan crisis personales y morales, cuestionando el propósito de sus vidas y sus decisiones en un contexto de violencia y desesperanza, esta influencia filosófica añade una capa de profundidad a la narrativa invitando a los lectores a reflexionar sobre la naturaleza humana y el mal, Satanás retrata de manera vivida la vida urbana en Bogotá con sus contrastes y complejidades, la cultura urbana con sus bares, discotecas y calles peligrosas, es el escenario donde se desarrollan las historias de los personajes, Mendoza capta la esencia de la ciudad explorando tanto sus aspectos más luminosos como sus sombras, además la novela toca elementos de la subcultura como el mundo del crimen y la marginidad que son parte integral de la trama, la novela representa múltiples perspectivas a través de varios personajes cuyas vidas se entrelazan, esta narrativa pelifónica permite a Mendoza explorar diferentes aspectos de la sociedad y diferentes puntos de vista sobre temas como la violencia, la moralidad y la desesperación, este enfoque multiperspectivo es una técnica narrativa que enriquece la complejidad de la obra y permite una visión más amplia de la realidad descrita, Satanás fue adaptada en el cine en 2007 por el director colombiano Andy Baez, esta adaptación cinematográfica subraya la capacidad de la novela para trascender su formato original y resonar en otros medios artísticos, la película mantuvo la esencia oscura y perturbadora de la novela alcanzando un público más amplio y destacó el impacto cultural de la obra, la novela está inspirada en hechos reales específicamente en la masacre de Poseto perpetrada por Campo Elías Delgado en 1986, esta conexión con eventos históricos reales no solo ancla la novela en un contexto específico sino que también resalta la capacidad de ficción para explorar y reflejar la realidad histórica y social, Mendoza utiliza estos eventos como punto de partida para la reflexión más amplia de la violencia y la moralidad. Ya somos dos, ¿dos? Somos millones, se queda en suspenso dándose cuenta de que no sabe el nombre de su nueva amiga, María, ¿no me habías dicho tu nombre? No, no sé por qué, te venía diciendo que somos millones María, sigue hablando Sandra con entusiasmo, todas estamos hasta la coronilla de la inmadurez y la altanería de sus fulanos, es que no los necesitamos ni siquiera para tener hijos, vamos a un banco de semen y elegimos la altura, el color de la piel, el coeficiente intelectual, todo, que se vayan a la mierda con sus poses de superioridad y sus gestos de macho trasnochado, tienes toda la razón, nuestras abuelas y nuestras mamás los aguantaron porque en ese tiempo las mujeres no estudiaban ni podían trabajar y los necesitaban para sostener la familia, pero la historia ya cambió, nosotras no tenemos por qué sufrir las mismas humillaciones, las esclavas se rebelaron hace rato, que se jodan, Sandra se levanta y se acerca al equipo de sonido, la voz de Caetano Veloso inunda de pronto el aire y alegra el ambiente con sus melodías pausadas y los acordes rítmicos de su guitarra, la música hace la atmósfera más acogedora, más íntima, como si alguien hubiera encendido el fuego de una chimenea y salir al frío del exterior fuera una situación angustiante y enojosa, ¿y tú María? ¿tienes novio? No, ¿qué va? ¿y eso? me ha ido muy mal, me pasa lo mismo que a ti, desconfío de ellos, recelo, es como si fueran enemigos, traicionan, mienten, agreden, son una mierda completa, he sufrido mucho con ellos, nosotras somos más leales, más ingenuas, nos entregamos de verdad y no agredimos como ellos, además, aquí entre mujeres podemos decirnos la verdad, sexualmente son un desastre, sueltan una carcajada y chocan las copas con alegría, María se divierte viendo el desparpajo y la irreverencia juguetona de Sandra, quien remata diciendo, si no son impotentes son eyaculadores precoces, se sirven el último trago de vino y se miran a los ojos felices, radiantes, como dos viejas amigas que acabaran de encontrarse después de muchos años de estar alejadas e incomunicadas, María pregunta, ¿sabes que me disgusta? ¿qué? su brusquedad, sus apretones ordinarios y de mal gusto, son animales, María, no tienen finura ni delicadeza, nosotras somos más sensibles que ellos, solo quieren poseer, tener, agarrar, dan asco, no tienen ni idea de lo que es una mujer, del placer que nos causa una frase dulce, son bestias copulando en un corral, ¿por qué no podrán ser tiernos? ¿y qué tal cuando ya terminan y se repuestan en la cama, cansados, pensando en su propio placer y en su propia satisfacción, son mezquinos, ególatras, no les importa si nosotras disfrutamos o no, si la pasamos bien, no se preguntan cómo nos estamos sintiendo, creen que ya cumplieron con su deber de machos, son incapaces de un abrazo, de un beso o de un gesto de cariño, leí en una revista que hay mujeres casadas que nunca han sentido un orgasmo, eso es más común de lo que pensamos, increíble, ¿qué vida es esa? la que llevan millones de mujeres en el mundo, humilladas, sometidas, amenazadas, Sandra se levanta, va hasta la cocina y abre la nevera de par en par, levanta la voz para que María alcance a escuchar lo que dice, nos toca tomar cerveza, no tengo más, rico, grita María, a manera de respuesta, Sandra regresa a la sala con dos latas de cerveza, esta vez beben más rápido, apresurándose, como si quisieran borrar de sus cabezas las imágenes de estos hombres, malvados, ignorantes y pésimos amantes, ¿cuántos años tienes? pregunta Sandra, 19, ¿y tú? 20, somos casi de la misma edad, ¿me vas a dejar tu teléfono y tu dirección? pues claro, ¿y vas a venir a verme menudo? obvio, no tengo más amigas, afirma María con sinceridad, ¿no? solo tú, Sandra vuelve a la cocina y trae dos cervezas, propone con ojos traviesos e inquietos, tomémonos esta de una sola vez, sin pausas, dame la mía, dice María, poniéndose de pie y aceptando el ofrecimiento, en pocos segundos terminan las dos cervezas y se ríen con pequeñas manchas de espuma escurriéndoles por las comisuras de los labios, en un momento dado, sin previo aviso, Sandra la abraza, le paso la mano por la cabeza acariciándole el cabello y la besa en la boca con suavidad, introduciéndole la lengua de una manera casi imperceptible, en un principio, María siente miedo, ganas de salir corriendo, pero es más fuerte el deseo que le inspira a su nueva amiga, las ganas de estar a su lado compartiendo su soledad y su desamparo, caen al tapete y las caricias de Sandra se multiplican y se hacen más intensas, pero siempre sin violentarla, rozándola y besándola, como si sus manos y su boca estuvieran hechas de humo, María gime excitada y agradece para sus adentros la forma vaporosa y evanescente como esos dedos la desnudan y la tocan sin maltratarla, la miman sin agredirla, la consienten sin abalanzarse sobre ella ni asaltarla, siente su cuerpo calentarse desde adentro como si lo estuvieran llenando de un líquido hirviendo que lentamente empezará a irrigar sus venas y sus arterias, que linda eres María, no puede más si estalla en una convulsión eléctrica que arranca desde el clítoris y le atraviesa la columna vertebral hasta la nuca y la cabeza, poco después su cuerpo flota en el aire como una brisna de polvo que se negará a aceptar las leyes de la gravedad, y lo mejor de todo es que no se siente culpable ni pecaminosa, no siente que haya cometido una falta grave o una infracción, piensa que la dulzura de Sandra no puede ser un descuido, una deficiencia o un defecto, lo contrario, es un don, un regalo, una edad diva que se le ha sido enviada desde el cielo con los ojos cerrados, todavía María se abraza a ella con fuerza y respira el aroma de su cuerpo atlético y juvenil como si temiera perderla, como si estuviera a punto de caerse en un abismo y ella fuera la única posibilidad de mantenerse en equilibrio y con vida. Si hablamos de los temas que abarca esta novela, encontramos que son amplios, pero nos centraremos en los que son más notorios o en los que para nosotros llaman más la atención en la obra. La violencia definitivamente es un tema omnipresente en Satanás, pues la novela retrata diferentes formas de violencia, desde la violencia física y el crimen, hasta la violencia psicológica y emocional, en donde los personajes viven en un entorno de violencia constante, lo que genera un sentimiento de desesperanza y fatalismo, siendo la masacre de Poseto un reflejo notorio y muy extremo de esta violencia. La obra explora también la moralidad en un contexto donde las normas éticas parecen desmoronarse. Constantemente, los personajes se enfrentan a dilemas morales y toman decisiones cuestionables, reflejando la corrupción moral que permea la sociedad. La historia de María, que se ve obligada a drogar a hombres ricos para robarles, es un ejemplo de cómo la necesidad económica puede llevar a la gente a cometer actos inmorales. Para nosotros, el existencialismo es un tema central en esta novela. Si te das cuenta, los personajes luchan con preguntas sobre el sentido de la vida y su propósito en un mundo caótico y sin sentido. Este tema va de la mano con la angustia existencial y la búsqueda de significado, los cuales son muy recurrentes en los protagonistas, especialmente en personajes como Andrés, quien se enfrenta a una crisis artística y personal, o en el caso del sacerdote Ernesto, quien lucha contra su fe y vocación. Satanás explora muy de cerca la dualidad del bien y el mal, mostrando cómo los límites entre estos conceptos pueden ser borrosos. Los personajes muestran comportamientos que pueden considerarse tanto buenos como malos, y la novela sugiere que el mal puede estar presente en todos, incluso en aquellos que parecen buenos en la superficie. La posición demoníaca que sufre una de las chicas y la lucha interna del sacerdote Ernesto son ejemplos de esta dualidad. Los personajes en Satanás a menudo enfrentan crisis de identidad, luchando por encontrar su lugar en el mundo. María, por ejemplo, lucha con su identidad y su paso mientras intenta sobrevivir en un entorno hostil. Andrés enfrenta una crisis artística que pone en duda su identidad como pintor. Estas crisis reflejan la búsqueda de los personajes por un sentido de pertenencia y propósito. La fe y la religión son otros aspectos importantes en la novela, especialmente a través de los personajes de Ernesto, quien explora la crisis de fe y los dilemas morales a los que se enfrenta, cuestionando la efectividad de la religión en un mundo lleno de maldad y sufrimiento. La posición demoníaca y los exorcismos también reflejan la lucha entre lo sagrado y lo profano. La novela aborda cómo las condiciones sociales y económicas determinan el destino de los personajes. María, por ejemplo, se ve obligada a participar en actividades criminales debido a su pobreza y falta de oportunidades, sugiriendo que las circunstancias sociales y económicas pueden empujar a las personas hacia la criminalidad y la desesperación. Una cosa bastante peculiar de Satanás es que ofrece una profunda exploración de la psicología del crimen, analizando las motivaciones y los estados mentales de los criminales. La historia de Campolías Delgado proporciona una mirada detallada a la muerte de un asesino en masa, explorando sus traumas y su incapacidad de adaptarse a la vida civil después de la guerra, donde el pasado de los personajes tiene una fuerte influencia en sus acciones presentes. Los traumas y las experiencias pasadas de personajes como María y Campolías afectan profundamente sus comportamientos y decisiones. La novela muestra cómo el pasado puede restringir a los individuos y moldear sus futuros, temas que son la base fundamental de la trama de Mendoza en esta novela y que nos hacen a los lectores sumergirnos en múltiples emociones. En la segunda mitad del libro, María se encuentra en un estado de estrés y confusión después de haber sido víctima de violación. Decide hacerse exámenes para determinar si está embarazada o tiene alguna enfermedad de transmisión sexual. Sus amigos la acompañan y le sugieren que vea a un psicólogo, pero ella se siente incomprendida y rechaza la idea. Diciendo que solo se sentiría mejor si viera muertos a sus agresores. Con el apoyo de Pablo comienza una búsqueda para localizar a los violadores, logrando encontrarlos y contratando a tres hombres para matarlos. María insiste en presenciar la ejecución, donde los agresores son disparados en los brazos, piernas y genitales. A pesar de sus súplicas de piedad, este acto de venganza es la manera en que María intenta lidiar con su dolor y trauma. El padre Ernesto regresa a su estudio, donde reflexiona sobre la muerte de su hija y esposa, causada por un hombre que mató en defensa propia. Habla con el padre Enrique sobre su deseo de abandonar el sacerdocio, sintiendo en una profunda desilusión con la vida clerical y el mal en el mundo. Encuentra consuelo en textos antiguos que describen la existencia de impostores religiosos y el reinado de Satanás, lo que refuerza su percepción del triunfo del mal. Finalmente Ernesto toma la decisión de dejar el sacerdocio, buscando una vida normal, casarse y tener una familia. Andrés, afectado por sus celos y sospechas de infidelidad de su novia Angélica, la lleva a un motel y decide tener relaciones sexuales sin protección a pesar del riesgo de contraer VIH. Durante el acto, se siente invadido por imágenes perturbadoras y reflexiona sobre su identidad y acciones. Se siente como si estuviera perdiendo el control de sí mismo y su vida, sintiéndose suicida. Paralelamente, Ernesto tiene un encuentro con el padre de Brigard, donde evita tomar una postura sobre un caso de posesión demoníaca y finalmente anuncia su decisión de abandonar el sacerdocio. Campoelías Delgado, un excombatiente de Vietnam que ahora trabaja como profesor de inglés. El capítulo explora su obsesión con la novela El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson. Campoelías no lee la novela por entretenimiento, sino que busca febrilmente confirmación de su destino como un ángel exterminador. Quiere encontrar en las palabras del libro una prueba irrefutable de los hechos aterradores que está destinado a llevar a cabo. Elías está convencido de que debe convertirse en un héroe trágico, que cumple con un decreto divino y cruel, ejecutando su misión con sangre fría y determinación. Su estado mental es de gran ansiedad y expectación, y cada página que lee incrementa su certeza de cumplir con este destino sombrío, terminando como el masacrador de Poceto. Luego abre la puerta y sale a la calle sin mirar hacia atrás. Los últimos rayos de sol han desaparecido y la ciudad es ahora un juego de sombras y claroscuros que invade las paredes de las casas. De los edificios, de los largos andenes y las oscuras avenidas. Consulta su reloj. Son las seis y cincuenta. Palpa en el bolsillo trasero del pantalón la cartera abultada con todos sus ahorros adentro. Se dice mentalmente, tengo derecho a una última cena. Luego el ángel anunciará el apocalipsis. Sube por la calle setenta hasta la carrera séptima y camina hacia el norte dos cuadras más. En la calle setenta y dos entra en el restaurante Poceto. Elige una de las mesas cercanas al baño y ordena media botella de vino rojo y un plato de espagueti con salsa boloñesa. Come despacio, en silencio, disfrutando del sabor del tomate y de los pequeños trocitos de carne molida. Termina la pasta y el vino. Llama al mesero y ordena un vaso pequeño de Coca-Cola, un flan de caramelo y, para cerrar, un vodka con jugo de naranja. El restaurante está lleno, no hay mesas vacías y dos parejas esperan en la barra un lugar para sentarse a comer. El soldado echa una ojeada y revisa que no haya guardaespaldas o francotiradores dentro del recinto. Satisfecho con la comprobación, ingiere la última cucharada de postre y agarra el vaso y bebe el último sorbo de vodka. Después se dirige al baño. Extrae las balas del cinturón y las deposita en el bolsillo izquierdo del saco, a la mano. Deja el tambor del revólver cargado con seis proyectiles y revisa que el cuchillo esté libre y fácil de desenvainar. Por si acaso, por si las cosas se ponen feas y hay que abrirles el cuello, piensa. Se mira en el espejo y dice en voz alta, llegó el fin del mundo, sargento. Sale del baño, toma posición y empieza a dispararle a los clientes que tienen más cerca. Son disparos certeros, a la cabeza, bien calculados. La gente grita, se arroja al suelo y pide ayuda. Algunos, los más arrojados, intentan arrastrarse hasta la puerta para escapar. El estratega cierra el ángulo de tiro e impide la salida de los sobrevivientes. Continuamente y con agilidad asombrosa recarga el tambor de su revólver. Las personas de las 26 mesas van quedando acorraladas y sin una posible línea de fuga. El veterano de Vietnam salta por entre los asientos caídos. Las botellas y los vasos rotos, los pedazos de platos con rastros de salsas y comidas bien sazonadas, los metales arrojados y manchados, y le dispara al enemigo, siempre en la cabeza o en la nuca. Su puntería es impecable. Detrás de él va quedando una larga lista de caráveres, moribundos y heridos de gravedad. De repente, el soldado se retiene y reconoce dos rostros que le son familiares. Son dos hombres, un adulto y otro muy joven. Están acompañados de dos mujeres jóvenes, bien vestidas, que los abrazan para protegerse de la masacre, como si ellos fueran dos escudos humanos que pudieran, en algún momento, salvarlas de la muerte segura que les espera. Campoelías recuerda los rostros del pintor y del sacerdote. Niega con la cabeza, se sonríe y dice, bienvenidos al infierno. Los mata primero a ellos y luego a sus dos acompañantes. En su mente hay una extraña confusión. Escucha ruidos de insectos en los cuatro rincones del recinto, pitidos, zumbidos, susurros que le obligan a llevarse las manos al oído. Cierra los ojos y ve nubes de moscardones viajando por el aire a gran velocidad, abejas suspendidas entre aleatos, fantasmagóricos, avispas, páneles atiborrados de obreras, trabajadoras y laboriosas, carcúmedes de peces multicolores nadando entre las aguas cristalinas, ballenas, ratas desplazándose camufladas en la séptida oscuridad de las alcantarillas. Manadas de elefantes caminando con pesadez en medio de terribles sequías y angustiosas hambronas, rebaños de cabras saltando entre precipicios y afilados de espinaderos, tiaras de cerdo revolcándose entre grandes charcos de lodo, atos de reces pasando en potreros gigantescos, bandadas de pájaros surcando atardeceres magníficos, organismos microcelulares entre líquidos irreconocibles, bacterias, virus, infinitas cadenas de ácido dexosirribonucleico multiplicándose vertiginosamente. Se acerca el cuerpo del padre Ernesto, cambia el revólver de manos, unta su dedo índice en la sangre quemada de la cabeza del religioso y escribe en el suelo, Yo soy legión. Varios policías ingresan atropelladamente en el establecimiento y comienzan a disparar en desorden, sin un objetivo determinado. El soldado se pone de pie y abre los brazos en cruz, sin defenderse, sino poner resistencia. Los agentes nudan en el blanco. Entonces el verdugo, Campolías, en un último movimiento ritual y ceremonioso, se lleva el revólver a la sien y se vuela la cabeza. Al día siguiente de la mataza de Poseto, ningún lector se percató de que en las páginas finales de los diarios, en rincones de poca importancia, aparecía una noticia que hablaba de una niña poseída por el demonio. Una niña que había asesinado en el barrio La Candelaria a su madre y a una empleada de servicio doméstico. La poseza había escrito en las paredes con la sangre de las víctimas, Yo soy legión. La policía no había podido dar con ella y los periodistas suponían que seguramente estaría vagando de calle en calle. Confundida entre la multitud de indigentes y alucinados que recorren la ciudad durante horas interminables y que suelen pernoctar en potreros baldíos, en caserones abandonados, en parques poco concurridos o debajo de los puentes, en guaridas improvisadas y malolientes. Bogotá, junio del año 2001. Satanás es una novela que no deja indiferente. Su inmersión en el infierno urbano colombiano genera controversia, pero también invita a la reflexión sobre temas sociales cruciales. Su valor reside en su capacidad para retratar una realidad oculta y dolorosa, generando un debate necesario sobre la violencia, la marginalidad y la falta de oportunidades en Colombia, a pesar de las críticas por su crudeza, Satanás se consolida como una obra representativa de la literatura colombiana contemporánea, marcando un hito en la narrativa urbana y social del país. Su crudeza narrativa, la temática socialmente incisiva y su retrato descarnado de la Bogotá marginal de los ochentas han generado una serie de valoraciones críticas que abarcan tanto sus aspectos positivos como los negativos. Dentro de los positivos, tenemos que la novela es elogiada por su realismo urbano, que retrata sin tapujos la violencia, la pobreza, la desigualdad y la marginalidad que caracterizan a ciertos sectores de la sociedad colombiana. Mendoza no suaviza la realidad, sino que la muestra con toda su crudeza, logrando impactar e incomodar al lector. Satanás funciona como una denuncia social de los problemas que aquejan a Colombia, la violencia, la falta de oportunidades. La corrupción y la desigualdad son temas centrales que la novela expone para generar una reflexión crítica en el lector. El estilo narrativo, directivo y coloquial de Mendoza logra captar la forma de hablar de las clases populares colombianas. Esto contribuye a la verosimilitud de la historia y permite una conexión más cercana con los personajes, y que a pesar de la crudeza de la historia, la novela logra desarrollar una profundidad psicológica en algunos personajes. El lector puede comprender sus motivaciones, sus conflictos internos y su lucha por sobrevivir en un entorno hostil. Algunos críticos consideran que la novela recurre a una crudeza excesiva en la violencia y el lenguaje, lo que puede resultar gratuito o incluso pornográfico para algunos lectores. La atmósfera oscura y la ausencia de un final esperanzador pueden generar una sensación de desolación y desesperación. También se argumenta que algunos personajes pueden caer en estereotipos de la delincuencia juvenil urbana, sin ofrecer una mayor complejidad psicológica. La temática violenta y escabrosa de la novela ha llevado a algunos críticos a tacharla de sensacionalista, buscando impactarle al lector sin una mayor profundidad reflexiva. Pero la obra de Mendoza no es una obra de terror, es una lectura que se recomienda a quienes buscan una experiencia literaria fuerte e impactante. Siempre y cuando se tenga tolerancia para la violencia explícita y la falta de esperanza, Mendoza retrata la violencia y la miseria que azotan las calles de Bogotá, de forma descarnada, sin adornos. Esto genera una fuerte impresión en el lector y lo sumerge en la realidad que se describe. Al contrario de lo que muchos creerían, son exactamente estas crudezas las que enganchan al lector y lo mantienen expectante de la historia, la cual mezcla perfectamente el realismo mágico con los acontecimientos históricos de una Colombia cruda. Sencillamente fascinante. Sus protagonistas no cometen actos cuestionables, lo que invita a la reflexión sobre la naturaleza del mundo. Sus protagonistas no cometen actos cuestionables, lo que invita a la reflexión sobre la naturaleza del mal y la condición humana, poniendo así en duda el creer popular de que el hombre es capaz de mantenerse bueno en una sociedad mala. Mario Mendoza en su obra nos abre los ojos con respecto a los estereotipos con los que juzgábamos a los seres humanos, siendo así que nadie es ni totalmente bueno ni totalmente malo. La prosa de Mendoza es limpia y directa. Sin rodeos, la historia avanza a buen ritmo, manteniendo al lector en vilo para descubrir cómo se entrelazan las vidas de los personajes. Durante la lectura de la obra nos damos cuenta que la novela subraya la marginalidad, la desigualdad y la falta de oportunidades que empujan a muchos hacia la delincuencia y la desesperación. Siendo esta obra una crítica a la sociedad colombiana, no sólo de los años 90, sino también de la actualidad. Satanás es una novela que nos sumerge en las tinieblas de la sociedad colombiana, pero que también nos deja entrever un atisbo de esperanza, mostrándonos que incluso en los momentos más oscuros, la humanidad siempre tiene la capacidad de cambiar y construir un futuro mejor. La novela invita a la reflexión sobre temas cruciales como la violencia, la marginalidad, la falta de oportunidades y la construcción de una sociedad más justa. Mendoza nos impulsa a cuestionar el momento actual y a buscar soluciones a los problemas que aquejan a Colombia. Esto no es una obra para todos los gustos, porque su crudeza y la falta de esperanza en algunos personajes pueden generar incomodidad e incluso hasta rechazo en algunos de lectores. Sin embargo, es innegable que la obra ha dejado una huella imborrable en la literatura colombiana y ha generado un debate necesario sobre las realidades más complejas del país. Si te encanta la combinación entre realidades y ficciones, esta es la obra perfecta. Lasimosamente ya hemos llegado al final de este podcast, detrás de las páginas. Esperamos que les haya gustado y nos encontraremos en otras páginas y en diferentes historias. Hasta la próxima.

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