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Daniel always had an excuse for being late to class. One day he brought a mysterious thing in a shoebox and said he wanted to study it scientifically. The class was interrupted by a violent earthquake, causing chaos and everyone to evacuate. The next day, the classroom was a mess and no one knew what happened to the mysterious thing. The story ends with a humorous twist about someone possibly defecating during the earthquake. Nadie sabe cómo llegó la cosa misteriosa, pero el relato es súper sencillo, simple y hasta ridículo. Daniel llegó con la caja de zapatos a la sala de clase. Eran las 8.30 de la mañana. Ya venía atrasado, pero la excusa fue que se distrajo en el camino porque se había encontrado una cosa. El profesor, sin indagar mayormente cuál era esa cosa, le hizo pasar y el joven estudiante entró, se ubicó en su respectivo puesto ante la mirada atónita de todos sus compañeros, pues habitualmente él hacía lo mismo. Siempre tenía una excusa. Un día la explicación fue que el perro le había roto uno de los zapatos y había tenido que salir persiguiéndolo por el patio para quitárselo, y la muestra era que tenía efectivamente el zapato izquierdo totalmente roto, por morirá del canto. Después de cierto tiempo también llegó tarde, casi a las 9 de la mañana, lo que causó la ira indudablemente del profesor, pero la excusa también fue admisible. Según él, mientras caminaba hacia el colegio, una banda de malhechores le quitó el bolso. Donde él traía justamente la tarea de prueba, trajo su bolso rasgado en uno de sus costados y el cuaderno totalmente sucio, como si lo hubieran resfregado en el suelo. Fue creíble la prueba, nadie dudó de lo que él había contado. Luego, en otra oportunidad, llegó como a las 10 de la mañana, totalmente mojado en transpiración, y la excusa fue que la noche anterior se había quedado jugando juegos de video hasta muy tarde, y al amanecer sus padres se fueron a trabajar, confiados que él ya se había ido mucho más temprano de ellos. La verdad es que despertó muy sonoliento, cansado, a las 9, y se dio el tiempo de desayunar y luego caminar al colegio. Y la prueba estaba ahí, venía trasfechado, cansado, y no tenía mayor excusa que sus palabras, no podía demostrar algo así. Por lo tanto le valió una anotación en su hoja de vida. Pero en esta vez era la cosa, y venía con una caja de zapatos, y en el interior traía la cosa. El profesor esperó a que el joven estudiante tomara ciento, y una vez que éste ya estuvo ahí acomodado, lo vio dejar la caja de zapatos a sus pies. Entonces fue donde él le preguntó, explíqueme ahora cuál es la razón de su atraso. Entonces el estudiante le dijo, mire profesor, la verdad es que venía temprano, como siempre. Sin embargo, encontré una cosa, y me llamó mucho la atención. La quedé mirando, apliqué todos mis conceptos de observación científica, la observé, la miré, la oí, traté de medirla, pesarla, no podía pesarla, no tenía ningún instrumento que resistara el peso, y decidí traerla, para que nosotros, en clases de ciencias, podamos poner en práctica el método científico, y poder entonces hacer una evaluación precisa de lo que es esta cosa. Interesante, interesante. Me llama la atención su manera exacta de precisar su interés por aquella cosa. ¿Está ahí en la caja? Sí, claro, aquí la tengo. Bueno, en este momento estamos en matemática. Después del recreo, procederemos a analizar la cosa. Me parece perfecto. Muy bien, profesor. Y así transcurrió el resto de la hora de clase. Todos los compañeros se miraban unos a otros, ponían en duda todo lo que el joven amigo de curso les estaba diciendo. El recreo transcurrió sin mayor interés. El profesor rápidamente hizo desalojar la sala, todos se fueron, cerró la sala con llaves y se fue a tomar su desayuno con sus otros colegas, mientras todos en el patio conversaban y discutían sobre… la cosa. Terminó el recreo y el profesor regresa a la sala de clases. Era la hora de ciencias y todos quedaron expectantes. Apenas sonó la campana para reingresar, todos rápidamente subieron corriendo la escalera al segundo piso, pues ahí estaba la sala. Entonces el primero en ingresar fue el profesor, hizo entrarlos uno a uno para que no desordenaran y cuando ya estaban todos en silencio decidió ponerse de pie para trasladarse caminando a la sala de ciencias. Ahí iban a revisar de manera experimental y científica aquella cosa que el compañero había traído. Una vez que estuvieron todos sentados expectantes en sus respectivos pupitres, el profesor invitó a Daniel a que rápidamente pusiera sobre la mesa aquella cosa, el objeto que iba a ser realmente estudiado, tanto por él como por todos los estudiantes ahí presentes. Daniel se puso de pie y caminó lentamente con la caja de zapatos, la sostenía con gran cuidado y también su mirada denotaba algo de preocupación. El profesor combinó a que dejara la caja sobre el mesón, pidió que se diera vuelta para de frente mirar a sus compañeros y poder destapar la caja y poner la cosa sobre la mesa de trabajo. Daniel muy ceremoniosamente se trasladó lentamente en torno al mesón y el profesor, atento, retrocedió unos pasos, previendo cualquier cosa extraña que desde el interior de aquella caja saliera. En ese instante todos quienes se llevaban más alejados de la mesa comenzaron a ponerse de pie para ver por sobre la cabeza de sus compañeros que estaban delante de ellos y los que estaban ahí enfrente al mesón comenzaron a encarnarse hacia atrás como espantados, pues aquello, lo que estaba en la caja, la cosa comenzó a moverse. Nadie veía nada, pero lo que estaba ahí se movía. El profesor entonces retrocedió. Daniel dio un paso atrás y en ese momento, en ese momento expectante ocurrió lo increíble, lo inimaginable, lo que nunca nadie había pensado que podría ocurrir en una sala de clases. Un ruido subterráneo espantoso comenzó a sacudir el mesón y luego todas las mesitas de la sala de clases. El ruido fue tremendo y todo comenzó a vibrar. Los vidrios comenzaron a despedazarse, atizarse, los rieles de las cortinas saltaban y comenzaron a caer junto con ellas. Las puertas que daban hacia el pasillo principal comenzaron a bambolear hacia adentro y hacia afuera. Las mesas y sellas saltaban. Era un terremoto, un terremoto inimaginable. Y rápidamente, de acuerdo a las normativas de seguridad, todos salieron en tropel, encabezados por el profesor, a la zona de seguridad. Fue realmente terrible y en el patio todos juntándose y conversando, tratando de llamar por teléfono a sus parientes, a sus amigos, enviando whatsapp, dando aviso que se encontraba bien o recibiendo llamadas y textos solicitando cómo estaban. En fin, fue terrible. Habrán pasado 20, 30, 40 minutos después de aquel fatídico momento y todos resolvieron retirarse del colegio, pues venían las réplicas. En todas partes del mundo se sabe que después de un cataclismo de esa envergadura vienen las réplicas y eso es inevitable. Por lo tanto la clase de ciencias quedó totalmente olvidada y más todavía la cosa. Y de eso no se supo más. Al día siguiente todo estaba desordenado. Los pupitres tirados por el suelo, las sillas dispersas por todas partes y en medio de la sala un montón de mierda, seguramente de algún estudiante o del profesor, que por el espantoso ruido y por el inimaginable terremoto que habían vivido se había cagado. Eso nunca se sabrá. La cosa fue el gran misterio de esa jornada que terminó con esta culminante historia para recordar y para poner más atención en los días de experimentaciones. Hasta pronto. Este fue un relato de Malmus Razak.