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The speaker discusses the importance of knowing and growing in knowledge of God. They explain that just like how humans get to know each other through time and shared experiences, we can also get to know God through spending time with Him and sharing experiences with Him, even though we can't physically see or touch Him. The speaker emphasizes the need to know God's heart and how He reacts in different circumstances. They compare it to knowing someone intimately in both good and bad times. Knowing God intimately involves understanding His personality and how He reacts to our actions. que todos estén muy bien. Gracias por la alabanza, mis hermanos. Les invito a abrir la Biblia en Efesios capítulo 1. Efesios 1, 16. La importancia del conocimiento y también el domingo tuvimos la oportunidad de escuchar al pastor Albert hablarnos acerca de la paternidad de Dios y hoy me gustaría que pudiésemos seguir desarrollando estos temas. Vamos a leer este versículo. Acosta el Pablo hablando a los de Efesios, y él dice, no ceso de dar gracias por vosotros haciendo memoria de vosotros en mis oraciones. Siguiente. Siguiente versículo, por favor. Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación, ¿en qué cosa? En el conocimiento de él. Amén. Siguiente. Alumbrando los ojos de vuestro entendimiento para que sepáis cuál es la esperanza a que él os haya amado y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos. Amén. El apóstol Pablo oraba para que los Efesios, y en este caso la iglesia en general, tuviese un crecimiento en el conocimiento de Dios. Amén. Cuán importante es que nosotros vamos a crecer en el conocimiento de Dios. Y mis hermanos, nosotros los seres humanos hemos sido diseñados para poder, con la capacidad de poder relacionarnos con otras personas y de conocerlos. Por ejemplo, si yo hablo con mi hermana Carmen, la voy conociendo poco a poco. Esa es una capacidad que tenemos nosotros como seres humanos, poder conocer a otras personas. Y es parte importante. De hecho, cuando Dios creó, hizo toda la creación, cuando hizo al hombre, él había dicho, todo lo que había creado, él dijo, esto es bueno. Hizo la luz, hizo el mar, los cielos, los animales, él dijo, todo es bueno. Pero sólo hubo una cosa que no era buena. ¿Y cuál era? Que el hombre estuviese solo. Él dijo, no es bueno que el hombre esté solo. Entonces creó a la mujer. Y ahí empezó las relaciones entre personas. Porque antes estaba solamente Adán. Estaba con Dios. Pero a partir del momento en que Dios crea también a Eva, ahora hay una conexión entre personas. ¿Sí? Y ahí entonces, ¿qué dice? Adán conoció a su mujer. A partir de entonces, el ser humano ha sido un ser relacional, que se relaciona con otros y nos conocemos los unos a los otros. Dicen los expertos en psicología que para conocer a otra persona hay algunos factores claves. Uno de ellos es el tiempo. ¿Sí? Es necesario tiempo para poder conocer a otra persona. Algunos dicen que en promedio, cuando pasamos unas 200 horas con una persona, podemos decir que la conocemos más o menos bien. También hay otro factor clave y es el vivir experiencias y momentos juntos. Y eso es muy importante porque, no sé cómo ha sido el caso de ustedes, pero por ejemplo, yo me he dado cuenta que cuando conozco mejor a otra persona es cuando puedo vivir experiencias con esa otra persona en diferentes ámbitos. Por ejemplo, ¿qué pasa? Cuando estamos en la universidad, un ejemplo, las chicas que estudian en el instituto o en la universidad o en el trabajo, muchas veces nos toca trabajar con otras personas. ¿Sí? Y nos ponen a hacer un trabajo grupal o algo por el estilo. Y el hecho de tener algo en común, que en este caso es un trabajo, con esa otra persona y poder hacerlo juntos y, mira, vamos a quedar en mi casa tal día para poder trabajar en esto y vamos a reunirnos tal otro día. Eso ya son experiencias que te llevan inevitablemente a conocer a la otra persona. Aunque tú de repente no tienes interés en conocer a esa persona, pero el hecho de que ahora comparten algo en común y han tenido que hacer el trabajo juntos, inevitablemente has conocido una parte de esa persona. Las cosas que tú conozcas de una persona dependerán también del ámbito en el que estén compartiendo. Por ejemplo, si es un ámbito como el que mencioné de la universidad, ¿qué vas a conocer de la otra persona? Su responsabilidad, por ejemplo, su puntualidad, su compromiso con el trabajo, su dedicación, ese tipo de características. Ahora, si deciden un día quedar y dicen, mira, demasiado trabajo, ¿qué tal si vamos el fin de semana y vamos al parque de atracciones? Ahí conoces otras cosas de esa persona, conoces, no sé, si le da miedo subirse a la montaña rusa, cómo grita, conoces cómo come, ah, mira, tengo mucha hambre, me compró tres hot dogs, wow, tú sí comes, cosas de ese tipo, ¿no? Entonces, dependiendo de la experiencia que tú vayas teniendo con esa persona, la vas conociendo. Ahora, ¿por qué explico todo esto como introducción? Porque el conocer a Dios no se distancia mucho de este tipo de cosas. ¿Por qué? Porque a veces nosotros cuando nos hablan de conocer a Dios, pensamos que, bueno, como es algo en el espíritu y tal, debe ser otra cosa diferente, no sé, algo místico. Pero realmente Dios se relaciona con nosotros de maneras muy parecidas, a lo que nosotros podamos relacionarnos con otras personas, ¿sí? Y lo vemos en el ejemplo de Jesús, cuando él estaba en la tierra, él se relacionaba con sus discípulos y tenían contacto físico entre ellos de abrazo, hablaban, conversaban, comían juntos, hacían actividades juntos, ¿cómo se relaciona? Cualquier ser humano. Dios desea que nosotros podamos conocerle. Y una de las formas, según lo que hemos conversado ahora, la forma en que nosotros podemos crecer en ese conocimiento es compartiendo experiencias con Dios. Y tú dirás, ¿cómo se hace eso? Porque, claro, Dios es espíritu y nosotros no podemos verlo como vemos a otra persona, y no podemos tocarlo como tocamos a otra persona, no podemos comer con él, tomarnos un café. Es cierto, pero aún así puedes compartir experiencias con él. Puedes pasar tiempo con Dios. Por ejemplo, cuando tú decides orar, sacar un tiempo para orar y estar con él, estás compartiendo tiempo con él. Ahora, me gustaría que lo vieses de esa manera. Cuando estás orando, solamente dedicas el tiempo a hablar tú y hablar y hablar, o también te dedicas a escuchar. Porque, como decíamos, es un tiempo que compartes con Dios, él también quiere hablar a tu corazón. Y entonces Pablo nos decía que podáis ser llenos de espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, en el conocimiento de Dios. Cuán importante es que podamos conocerle a él. Necesitamos compartir experiencias con Dios. Ahora, Dios es espíritu. Por tanto, necesitamos relacionarnos con él desde esa vida del espíritu que él nos ha dado en Cristo. No es algo que se queda solo en un plano emocional, aunque sí es verdad que Dios puede afectar nuestras emociones, no se queda allí. Dios es más profundo que lo que yo siento. Yo puedo a veces orando y no sentir nada. Y pudiera decir, bueno, como no siento, Dios no está. Y no es así, Dios está. Porque Dios va más allá de lo que tú puedas sentir. ¿Amén? Ahora, cuán importante es conocerle a él. Vamos a leer Lucas 9, versículos 54 a 56. Lucas 9. Fíjate, ¿por qué es importante que nosotros podamos conocer a Dios? Conocerlo a él es conocer su corazón, conocer su personalidad. ¿Cómo es Dios? ¿Alguna vez te lo has preguntado? ¿Cómo es él? ¿Cómo son sus expresiones? ¿Cuándo él me ve? ¿De qué manera me ve? Cuando yo hago algo, ¿cómo reacciona él? Cuando hago cosas buenas, ¿cómo reacciona? Y cuando hago cosas que me equivoco, ¿cómo reacciona? Yo no sé si te lo has preguntado, pero yo muchas veces me lo pregunté y me lo he preguntado y llegué a un punto en mi vida en el que yo sentía que no sabía cómo era Dios. Yo me sentía confundido porque yo decía, bueno, por un lado está, sí, creo que Dios me ama, pero por otro lado, a veces creo que se enoja conmigo y a veces siento que lo decepciono. ¿Cómo es realmente Dios? ¿Cómo reacciona él? Y recuerda lo que estamos hablando, cuando conoces a una persona, la conoces en sus diferentes facetas. Lo conoces, si es una persona que es íntima contigo, lo conoces en momentos de alegría, pero también llegas a conocer a esa persona en momentos difíciles y conoces cómo reacciona cuando está enojado, ¿verdad? De repente, de repente hay personas en tu vida que no has conocido tan íntimamente, solamente las has conocido en espacios, en espacios tranquilos, ¿sí? Nos tomamos un café, nunca ha pasado nada, nunca ha habido un roce, nunca ha habido nada, pero de repente hay otras personas que cuando intentas intimar más con esas personas, te encuentras con circunstancias en las que, bueno, tuvieron alguna discusión, alguna diferencia, alguna discrepancia. En esos momentos, ¿cómo reaccionas a otra persona? Quizás te sorprendas y digas, wow, o sea, toda la vida creí que conocía a esta persona hasta que hizo esto y me di cuenta que no lo conocía. Porque quizás tus experiencias con esa persona nunca habían estado en un ámbito en el que esa persona tuviera que reaccionar de esa manera y tú creías que conocías todo de esa persona, pero solo conocías una parte. Las personas que más conocemos, las conocemos en las buenas y en las malas. Por ejemplo, nuestros hermanos, por ejemplo, Sara y Amada deben de conocerse en las buenas y en las malas. Cuando discuten, cuando se ríen, cuando juegan, los padres con los hijos, los esposos también se conocen en las buenas y en las malas. De repente los demás los vemos igual, son una pareja feliz, siempre están sonriendo, siempre... cómo se aman. Pero ellos saben que han tenido que atravesar circunstancias difíciles y conocen cómo reacciona al otro en esos momentos. Pues lo mismo tiene que ser con Dios. Si tú y yo queremos conocer a Dios más íntimo, necesitamos saber cómo reacciona Dios en las diferentes circunstancias. No solamente cuando estás bien, porque nosotros siempre, cuando se trata de Dios, como queremos ponernos una máscara de todo está bien, ¿sí? Y cuando nos imaginamos las cosas que no están tan bien como que nos hacemos los locos. Pero no, necesitamos conocer a Dios en todo. Cuando yo puedo estar delante de él y sentirme, aquí estoy señor, estoy súper bien, me siento bien, qué buena semana he tenido, todo me ha salido perfecto, he leído tu palabra, está orando, wow, me siento fortalecido. Y también en esas semanas en las que no te ha ido tan bien, en las que no sacaste el tiempo que sentías que necesitabas para orar, de repente no expresaste los frutos del espíritu como querías, no fuiste tan amoroso con tu pareja, con tus hijos, con tus compañeros de trabajo, se te salieron algunas palabras que no debías decir, discutiste, se te fue la olla, como dicen por ahí. O quizás hiciste algo peor, mucho peor, algo que tú dices, no sé quién soy, no me reconozco. Bueno, en esos momentos, ¿cómo crees que Dios reacciona contigo? ¿Cómo crees que Dios te ve? ¿Te imaginas un Dios enojado, un Dios decepcionado de ti? Todas esas preguntas te las hago para que tú puedas reflexionar y pensar, ¿qué imagen de Dios tengo yo? Y vamos a leer esta historia en Lucas, para que entiendas a lo que me refiero. Estaban Jacobo, Juan y Jesús, ¿vale? Este es el escenario, Jacobo, Juan y Jesús, y ellos necesitaban pasar por un lugar, que ya no recuerdo, pero debe estar en los versículos anteriores a este, necesitaban atravesar una región y tenían que pedir permiso para pasar. Y las personas que estaban ahí, vamos a leer el anterior, vamos a leer desde el 52, por favor. Dice, Jesús envió mensajeros delante de él, los cuales fueron y entraron en una aldea de los samaritanos para hacerle preparativo, para que él pudiera pasar, mas no le recibieron, porque su aspecto era como de ir a Jerusalén, o sea, Jesús quería pasar por ahí y no lo recibieron, lo rechazaron, ¿vale? Ese es el escenario, a Jesús lo rechazaron. Entonces, viendo esto, sus discípulos Jacobo y Juan dijeron, Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo como hizo Elías y los consuma? Claro, porque ellos se enojaron, ellos dicen, o sea, Jesús es el Hijo de Dios, ¿cómo lo van a rechazar de esta manera? Y eso a ellos les dio tanta rabia, dijeron, Señor, así como Elías, que era un profeta, un profeta de esos que todos admiramos, él oró para que descendiera del cielo y consumió a todos esos profetas debagados, limpios. ¿Quieres que oremos y hagamos lo mismo? Entonces, volviéndose Jesús, los reprendió diciendo, vosotros no sabéis de qué espíritu sois. ¡Wow! Y fíjense, yo busqué esa palabra, sabéis, y viene de la raíz del griego, eido, así es la palabra en griego, eido, que significa, perdón, eido, eido, eido no, eido. Ese verbo que dice, no sabéis, esa palabra sabéis, no saben, viene del griego eido, que significa propiamente, ver, ver con ojos físicos, y se utiliza metafóricamente como diciendo ver con la mente, percibir con el entendimiento. Básicamente Jesús le está diciendo, ustedes no han percibido, no han visto de qué espíritu son, no conocen, no perciben el espíritu de Dios, el corazón de Dios, porque, siguiente, siguiente versículo, porque el hijo del hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas, y se fueron a otra aldea. La enseñanza de Jacobo y Juan, tenían una imagen de Dios distinta a la que realmente era. Ellos imaginaban un Dios que cuando, en ese momento, rechazaron a Jesús, Dios decía, yo quiero enviar mi fuego, y solamente estoy esperando que oren para yo enviarlo. Necesito que oren para yo enviarlo. Entonces Jacobo y Juan dijeron, Dios, nosotros somos los propios, vamos a orar para que descienda el fuego. Pero no, Dios no era así. Jesús dijo, no, yo no he venido para que se pierdan las almas, sino para salvarlos. Entonces Jacobo y Juan tenían un entendimiento distorsionado de quién era Dios en ese momento. No lo conocían realmente como era. Entonces, eso mismo, mis hermanos, nos puede pasar a nosotros. Puede que nosotros tampoco tengamos la imagen clara y precisa de cómo es Dios, y muchas veces pensamos estas mismas cosas. Y lo peor es que a veces no lo pensamos hacia los demás, sino a nosotros mismos. Guau, fallé. Dios, lo más probable es que tú ahora mismo quieras enviarme fuego del cielo. ¿Por qué? Porque Jacobo y Juan decían eso en ese momento contra los que habían rechazado a Jesús. Pero si esa era su imagen de Dios, lo más probable es que el momento en que fueran ellos los que fallaran, sintieran que ese mismo Dios que había consumido a los otros, los iba a consumir a ellos. ¿O no? Entonces, mis hermanos, por eso la importancia de entender cómo es realmente Dios. Conocer el corazón de Dios. Ahora, no olvidemos lo que decía el apóstol Pablo. Yo oro para que ustedes reciban espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él. Y esa debe ser nuestra oración cada día. Señor, muéstrame, dame entendimiento, dame revelación en el conocimiento de ti, de quién eres tú. Quiero conocerte. Quiero conocer tu personalidad. Quiero conocer tu forma de actuar, tu forma de expresarte. No quiero que mi imagen de ti sea una construcción intelectual de mis ideas, de mis propias ideas. Porque puede ser que yo he construido en mi mente una imagen de ti, basada en las experiencias que yo he tenido. De repente, y esto lo he hablado algunos otros domingos, la imagen de un padre puede ser muy negativa a la hora de construir tu idea acerca de Dios. Tú puedes asociar a Dios con cómo fue tu padre cuando eras niño, por ejemplo. De repente tenías un padre o una madre maltratadores, entonces en tu mente tú dices, bueno, si la autoridad, los que están sobre mí, las personas que se supone que debían amarme, me han tratado así, Dios también puede ser. Y de repente no lo dices, pero en tu inconsciente, tu subconsciente lo piensas. Entonces nuestra oración debe ser, Dios ayúdame a conocerte, no basado en mis ideas, no basado en mi intelecto, no basado en mis pensamientos, sino basado en la realidad de lo que tú eres, en la realidad que tu espíritu me revela. Señor, muéstrame, muéstrame por medio de tu espíritu, del entendimiento de tu palabra, alumbra los ojos de mi entendimiento para que yo pueda ver, para que yo pueda ver cómo eres tú. Y mis hermanos, yo te digo una cosa, el Señor es fiel, el Señor es fiel. Si el Señor ve el anhelo de tu corazón de conocerle, Él se va a revelar a tu vida, amén. Créelo porque es así. Vamos a leer Juan 16, Juan 16 versículo 13, del 13 al 15. Fíjate, Dios ya tenía planeado mostrarte en tu corazón las cosas que habían en el Suyo, amén. Juan 16, 13, mira lo que dice, Jesús dijo, pero cuando venga el Espíritu de verdad, Él os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Siguiente, Él me glorificará porque tomará de lo mío y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío, por eso dije que tomará de lo mío y os lo hará saber, amén. El Espíritu Santo conoce lo que hay en el corazón de Dios, Él conoce lo que hay en el corazón del Padre, y Él te lo quiere enseñar, amén. Es como como dice, creo que es Primera de Corintios, aquí está, vamos a leerlo, Primera de Corintios 2, del 9 al 11. Primera de Corintios 2, del 9 al 11. Dice, antes bien, como está escrito, cosas que ojo no vio, ni oído yo, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu, porque el Espíritu todo lo escudriña, aún lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el Espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios, amén. El Espíritu Santo conoce todo lo que hay en el corazón de Dios. El Espíritu Santo sabe cómo es el Padre, conoce su personalidad, conoce todo, y dice que Él nos lo revela, amén, por su gracia. Él toma lo que es del Padre, lo que es del Hijo, y nos lo da a nosotros por su gracia. Si Él ve el anhelo de tu corazón, Señor, quiero conocerte, anhelo conocerte. O sea, pudiese pedirte miles de cosas, pero yo en este momento lo único que te pido es quiero conocer más de ti, porque yo sé que si yo puedo conocerte, ahí está mi seguridad. Sé quién es mi Padre, sé quién es aquel que me abraza aún en mis debilidades, sé quién es el que cuida de mí, el que es mi proveedor, el que no me dejará solo, aunque las circunstancias se muestren adversas, Él nunca me dejará. Yo sé cómo es mi Padre, amén. El Espíritu Santo es quien te muestra el corazón del Padre. Entonces, hoy esta noche, mi deseo es animarte a que esa pueda ser parte de tu oración, cada día conocer más de Él. Mis hermanos, una imagen distorsionada de Dios, lo único que genera es una vida frustrante, una vida en la que nos estancamos y no crecemos, una vida en la que no somos fructíferos, una vida en la que no podemos expresar a otros el amor de Dios con totalidad, porque nosotros mismos no entendemos el amor de Dios. Si alguien viene a decirnos algo y no somos capaces de asimilarlo porque no entendemos el amor de Dios por nosotros, no expresaremos nosotros tampoco amor por esa persona. Hoy no nos vamos a extender demasiado, de hecho vamos a ir poco a poco cerrando. Me gustaría concluir con una historia que la hemos leído muchísimas veces pero que está tan llena de cosas maravillosas, es la historia del Hijo Pródigo, la parábola del Hijo Pródigo, Lucas capítulo 15. Me gustaría que leyésemos un poco esa historia para poder desarrollar mejor lo que hemos hablado. Fíjense, la historia del Hijo Pródigo. Bueno, antes de leer la parábola, me gustaría que leyésemos en ese mismo capítulo, Lucas 15, el versículo 1 y el versículo 2. ¿Por qué Jesús contó la parábola del Hijo Pródigo? La respuesta está en el versículo 1 y el 2, dice así. ¿Se acercaban a Jesús quiénes? Todos los publicanos y pecadores, o sea, la gente de pésima reputación. ¿Para qué? Para oírle. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo, este a los pecadores recibe y con ellos come. A Jesús se le acercaba la gente que era despreciada por la sociedad. Y entonces los fariseos, que se consideraban la élite religiosa de aquella época, los juzgaban porque se juntaba con ellos y decía, Él los recibe y hasta come con ellos. ¿Por qué hace eso? ¿Por qué? Si estas personas no son dignas, no merecen nada, son pecadores. Esa es la evidencia de un corazón que no conoce el corazón de Dios, porque Jesucristo vino para salvar a los que se habían perdido. Entonces Jesús, como vio que ellos no conocían ni entendían el corazón del Padre, les habló por parábolas. Y en eso habló, vamos al versículo 11, la parábola del hijo pródigo. También dijo, un hombre tenía dos hijos, fíjense, son dos hijos, ¿vale? Hablaremos de los dos. El menor de ellos dijo a su padre, Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde, y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia y comenzó a faltarle. Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Vale, vamos a dejarlo por ahí hasta ahora, fíjense, estamos con un joven que prácticamente lo primero que hace es despreciar a su padre, ¿por qué? Porque él le dijo, dame mi herencia. En otras palabras, le dijo, bueno, me da mucho fastidio esperar hasta que te mueras, así que dame mis cosas ya y yo me quiero ir lejos, quiero probar otras cosas, quiero llegar a otros horizontes, me siento atrapado aquí. Obviamente, este chico no valoraba todo lo que su padre había hecho por él, porque él lo único que quería era salir de ese lugar y conocer otras cosas. Su padre no le puso mucha resistencia, simplemente le dio lo que le correspondía. Y al poco tiempo, él se fue a una ciudad muy lejana y empezó a probar todas las cosas que él quería. Dijo, bueno, siempre estuve en casa con papá, nunca pude probar el alcohol, venga, alcohol por todos lados. También se fue por la parte de la lujuria, el desastre, sí, vivió perdidamente, o sea, todo lo que no hizo hasta ahora en su vida, lo hizo. Quería probarlo y lo hizo. Desperdició todo su dinero y llegó a un punto muy, muy bajo. Imagínense, llegar a cuidar cerdos, para nosotros cerdos normales, pero para un judío, el cerdo era un animal inmundo. O sea, que estar cuidando cerdos era como que, wow, lo peor, sí, era lo peor. Y yo me imagino que él llegaba ahí, imagínate, o sea, estaba tan mal que él deseaba comer lo que le daban a los cerdos. Y aún así, nadie le daba. O sea, llegó a un punto muy, muy, muy bajo. Si nosotros llegásemos a un punto como este, y seguramente en algún momento te habrás sentido como este chico, tienes dos opciones. Uno, si crees que Dios es capaz de amarte y que su gracia es capaz de alcanzarte aún hasta los lugares más bajos, tú correrás a Él nuevamente. ¿Amén? Si no crees que Él es capaz de amarte, posiblemente tu destino será seguir perdiéndote cada vez más abajo. Y por eso les hablo de la importancia de conocer a Dios. Porque, mis hermanos, nosotros no tenemos otro lugar al que correr sino a sus brazos. Si nosotros no creemos que Él nos pueda recibir, ¿a dónde vamos a ir? Vamos a leer el 17, versículo 17. Entonces Él estaba allí, nadie le daba de comer. Y volviendo en sí, Él dijo, ¿Cuántos jornaleros en casa de mi Padre tienen abundancia de pan y yo aquí perezco de hambre? Me levantaré e iré a mi Padre y le diré, Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Hazme como a uno de tus jornaleros. Entonces, Él decidió volver a su Padre. Pero en su corazón, Él no creía que su Padre podía volver a aceptarlo como hijo. Él dijo, bueno, puede ser que Él me acepte en la casa, pero no creo que Él me vaya a aceptar como hijo. Imposible, después de todo lo que hice. O sea, le pedí toda mi herencia, la malgasté, la desperdicié, ya no tengo nada, ya no me queda nada. O sea, cuando mi Padre se muera, yo no tendré nada, porque ya me dio todo. Desperdicié todo lo que Él había ganado en su vida por mí. Pero aún así decidió volver. Él dijo, bueno, al menos me recibirá como a un trabajador. Y vamos a ver qué pasó. Versículo 20. Pero, aquí está la cuestión. Él pensaba que su padre le diría, Hijo, sí, hiciste muchos desastres, pero tranquilo. Aquí trabajarás como jornalero, te ganarás el pan dignamente, todo lo que desperdiciaste lo recuperarás trabajando. Pero no, el Padre le dijo a sus siervos, Sacad el mejor vestido y vestidle. Poned un anillo en su mano y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo. Y comamos y hagamos fiesta. Porque este mi Hijo, no le dijo jornalero, le dijo, Hijo, muerto era y ha revivido. Se había perdido y es hallado. Y comenzaron a regocijarse. Guau, cuán diferente era el Padre de lo que él pensaba, ¿no? Él dijo, bueno, a duras penas me recibirá como un trabajador. Pero su Padre lo sorprendió. Él encontró niveles de gracia que nunca había experimentado. Y en eso me gustaría que te llevaras ese pensamiento. Este fue un Hijo que siempre estuvo ahí, se sentía atrapado, Quiso conocer el mundo y llegó a lugares que nunca había llegado. Y estando en ese punto muy bajo, se encontró con niveles de gracia y de amor que jamás creyó que fueran posibles. Su Padre lo abrazó, lo restituyó. Muchas veces, en nuestros peores momentos, es ahí donde podemos conocer a Dios cosas que nunca habíamos conocido de Él, ¿sí? Porque de repente, tú llegas a una situación y tú dices, nunca he estado aquí. Y te llenan incertidumbres, dices, no sé, ¿qué pensará Dios de mí? Y de repente, Dios te abraza con su gracia. Y te das cuenta de que su gracia es más grande de lo que tú hasta ahora conocías. ¿Amén? Pero la historia no queda allí. Eso fue el Hijo menor. Él conoció esos niveles de gracia de su Padre, que lo abrazó, lo recibió. Pero, ¿qué pasó con el Hijo mayor? Fíjate. El Hijo mayor estaba en el campo, trabajando como siempre, era muy trabajador. Y cuando vino y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas. Y llamando a uno de los criados, le preguntó, ¿qué era aquello? El criado le dijo, tu hermano ha venido y tu padre ha hecho matar el becerro gordo por haberle recibido bueno y sano. Entonces se enojó. En lugar de alegrarse que su hermano había regresado, se enojó. Y no quería entrar en la casa. Salió, por tanto, su padre y le rogaba que entrase. Mas él, respondiendo, dijo al padre, he aquí tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, siempre me he portado bien. Y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Ah, pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. Él entonces le dijo, hijo, tú siempre estás conmigo y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto y ha revivido. Se había perdido y he ensayado. Amén. Fíjense el caso del hermano mayor. Él era el típico chico bueno que siempre hace todo bien. Yo trabajo, me esfuerzo, obedezco todo lo que mi padre me dice, ahí estoy, al momento, en primera línea y lo hago. No me puedo equivocar. Tengo que obedecer a mi padre. Eso está bien, la obediencia está bien, pero qué pasa, que esa actitud de él no le había permitido conocer la gracia de Dios. Él estaba tan enfocado en que él era perfecto y debía ser perfecto, que en su mente no encajaba qué pasaba cuando no eras perfecto. Y su hermano, que fue todo lo contrario a él, no le encajaba en su mente que su padre pudiese amarlo a él como lo amaba a él. Le decían, no, pero ¿por qué? Yo hago todo bien. Él destruyó todo. ¿Por qué lo recibes? Su mentalidad era una mentalidad de desempeño. Para él, el amor de Dios estaba basado en su forma de actuar. Si él actuaba bien, Dios lo amaba bien. Si él actuaba mal, Dios ya no lo amaba igual. Es una mentalidad de desempeño. Es lo que normalmente nosotros desarrollamos en un mundo donde todo se basa en lo que tú haces. Si estás en el colegio y no haces las tareas, sabes que te van a regañar, te van a castigar, te van a poner más deberes, te van a poner malas notas, pero si haces todo bien y haces tus deberes, te ponen la estrellita, te ponen una carita feliz, te ponen un A, llaman a tu madre, a tus padres, le dicen que has sido bueno. Entonces es esa mentalidad de desempeño que vamos desarrollando. Si en mi trabajo lo hago todo mal, pues me echan. Si lo hago todo bien, aquí estoy, me dan un ascenso, me dan un aumento. Y este hombre tenía esa mentalidad con Dios. Él pensaba que Dios era igual, que Dios aceptaba a la gente por sus desempeños. Pero Dios no era así. La imagen que él tenía de Dios estaba distorsionada. Por tanto, él no lo conocía realmente. Necesitaba que Dios alumbrase los ojos de su entendimiento y le mostrara cómo era su corazón. Entonces, el hijo menor hizo un desmadre, como dicen, pero él conoció algo que el hijo mayor no conocía, y era la gracia. Aunque el hijo mayor siempre estaba ahí haciendo todo bien, el hijo menor, que lo hizo mal, se equivocó, pero pudo conocer el abrazo de su padre. Mientras que el hijo mayor ni siquiera sabía que tenía derecho a tener un corazón. El hijo mayor ni siquiera sabía que tenía derecho a tener un cabrito. ¿Sí, mi hermano? Cuando le dices que tu madre le mandó un buen anillo para tu hijo, le recuerdas cómo era. La gente la cree también que sigue siendo igual. Estás bien, disculpa, mira. Tienes mi palabra y mi apoyo para... Sigue siendo parte de esta familia. Amén. Entonces, mis hermanos, para concluir, no seamos como el hijo mayor. Hacía todo bien, pero no conocía al padre. O sea, que no caigamos en eso de que todo lo que hagamos sí lo hacemos bien. Vamos a la iglesia, servimos, tratamos bien a todos lo más que podemos, hacemos todos nuestros deberes lo más que podemos, pero no conocemos a Dios. Y es como que Dios dice, vale, haces todo al pie de la letra, pero no me conoces a mí. No tienes esa cercanía conmigo. Por eso cuando alguien que se equivoca se acerca a ti, no sabes cómo expresarle amor ni misericordia. Eres rudo con los demás porque no entiendes cómo yo te abrazo cuando no das la talla. Mis hermanos, eso era lo que quería compartirles esta noche. Conocer a Dios es de las cosas más importantes. Que va a ser toda tu vida. Que vamos a ser toda nuestra vida. De hecho, Jesús cuando está orando por sus discípulos en Juan 17, Él dice, Padre, que te conozcan a ti, porque esta es la vida eterna, que te conozcan a ti. Y conocerle no es solamente haberlo recibido en nuestras vidas, es conocer su persona, conocer su corazón, que ese sea nuestro día a día. Padre, yo quiero conocerte. Que la circunstancia que estés atravesando hoy en día, sea cual sea, no tienes trabajo o tienes un trabajo que es muy pesado, sea lo que sea, que sea una situación que te lleve a conocer más a Dios. Que puedas experimentar esos niveles de gracia, de amor, que hay en Él en medio de tu situación. Me gustaría que pudiésemos orar para terminar, y le invito a los hermanos de la ofrenda que se vayan preparando. Vamos a orar. Señor Dios, te damos gracias por este tiempo. Gracias, Padre, por permitirnos recibir tu palabra en este día. Gracias, Señor, porque tú anhelas darte conocer a nosotros. Te pedimos que alumbres los ojos de nuestro entendimiento, para que podamos conocerte cada día más. Queremos conocer tu corazón, queremos conocer tu persona. No queremos ser cristianos que vivan un cristianismo en el que ni siquiera conozcamos al dador de la vida, aquel que nos ha dado la vida. Queremos conocer aquel que nos ha impartido su vida. Queremos conocer tu corazón, Señor. Espíritu Santo, te pedimos que cada día nos muestres más el corazón del Padre. Que nos muestres más de lo que hay en el Padre y en el Hijo. Que nos los des a conocer, Señor. Gracias te damos por tu gracia, por tu amor. Gracias, Señor, porque tú cada día trabajas en nosotros. Cada día te muestras más a nosotros. Y que el conocerte nos ayude a poder expresarte de una forma más exacta aquellos que nos rodean. Gracias te doy por cada uno de mis hermanos, Señor. En el nombre de nuestro amado Jesús, amén.