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Todo mundo a cubierta

Todo mundo a cubierta

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El fallido golpe de Estado en Guatemala ha dejado importantes lecciones. Mientras que la élite se resiste al cambio, la clase media está cambiando. Pero en ella algunos están dispuestos a traicionar sus orígenes para beneficio personal. Los pueblos indígenas desempeñaron un papel clave en el llamado a la unidad y la resistencia. Y la crisis demostró que Guatemala todavía está bajo la influencia de Estados Unidos, que intervino a regañadientes.

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The failed coup in Guatemala has left important lessons. The elite is resistant to change, while the middle class is changing and some are willing to betray their origins for personal gain. Indigenous people played a key role in calling for unity and resistance. The crisis showed that Guatemala is still under the influence of the US, which reluctantly intervened. The upcoming change in government presents an opportunity to implement new policies and fight corruption. However, citizen participation is crucial for democracy to succeed. People need to get involved in politics and support decent political organizations in their communities. ==== Todo mundo a cubierta. Mi nombre es Félix Alvarado y esta es mi columna sin excusas del 10 de enero de 2023. El golpe de Estado en Guatemala fracasó dramáticamente. Quizá. Tras medio año de caos, la transmisión de mando ocurrirá en 4 días. Confiemos. En todo caso, la intentona leguleya y las respuestas que provocó dejaron lecciones que conviene aprender. Sobre la élite nacional, demostró que la valentía para liderar el cambio no le viene fácil. Su segmento reaccionario se resiste a perder privilegios, así deba mandar las formas republicanas y democráticas al infierno y aliarse con gente ruin. Y su segmento progresista quiere reformas económicas y políticas, pero sufre un apocamiento paralizante frente a la intimidación de sus congéneres retrógrados. Los hechos mostraron que la clase media está cambiando. Hay un conjunto preocupantemente grande de gente —incluyendo profesionales y especialmente abogados— dispuestos, ante la poca movilidad social, a traicionar su origen de clase y vender la patria, si le llegan al precio. Pero la transformación demográfica implica que una proporción creciente de la clase media es urbana (que no es decir capitalina), indígena y goza de relativa autonomía gracias a las remesas de sus familiares migrantes. La crisis, particularmente en su resolución, subrayó que la reserva moral y operativa para el cambio político está entre los pueblos indígenas. Su liderazgo marcó los límites de lo que la sociedad tolera al poder del Estado; desde allí se llamó a la unidad nacional y también allí se activaron la resistencia y la protesta. Finalmente, quedó claro que Guatemala sigue siendo un Estado tutelado. La crisis mostró que los EE. UU. ejercen con reticencia esa tutela, tanto que dejaron que la situación aquí se deteriorara al punto en que de todas formas debieron usar las medidas drásticas que postergaban. Fueron sus acciones de política exterior, más que nuestra voluntad mayoritaria, las que consiguieron finalmente someter a la élite y a los políticos a los resultados electorales. Esto tiene enorme —y ominosa— importancia ante la posibilidad de que a la Casa Blanca vuelvan un presidente y un partido republicano sin intenciones democráticas. Con todo, ahora pasamos la página. En 4 días —es la voluntad mayoritaria— asumirán Bernardo Arévalo y Karin Herrera el poder del Ejecutivo. Y con ellos también una colección de diputados y alcaldes, que aunque incluye un número considerable de operadores corruptos, también contiene gente limpia, o al menos nueva. Esos funcionarios —Arévalo y Herrera los primeros— tendrán que actuar deliberadamente de forma muy distinta a sus predecesores: implementar políticas, adoptar conductas y comunicarse para dejar claro que en Guatemala no hay futuro para élites reaccionarias y que la cobardía tampoco es virtud. Crear espacio a las clases medias más jóvenes e indígenas y luchar para que la corrupción deje de ser incentivo para los más inescrupulosos que buscan ascender. Reconocer la legitimidad del poder de los pueblos indígenas, no como posibles invitados, sino como centro de gravedad en torno al que se deberá reconfigurar el Estado guatemalteco en sus más importantes decisiones políticas, económicas y sociales. Garantizar la ciudadanía política y económica de los migrantes, no solo verlos como sujetos de servicios consulares o víctimas que necesitan protección ante crueles barreras al tránsito humano. Y relacionarse con los EE. UU. para afianzar las garantías democráticas que apoyó en 2023, pero que también podría amenazar con el espectro de su propia reversión democrática. Sin embargo, todo eso no bastará. Lo que demostró el 2023 es que la democracia no es solo votar, sino que es también, principalmente, lo que sucede antes y después de las elecciones. La democracia es la acción permanente de la ciudadanía. El 14 de enero comienza nuestra mejor, quizá nuestra última oportunidad de revertir la vorágine de corrupción vivida al menos desde 2018. Pero también arranca el gobierno más débil, con la administración pública más frágil, que podríamos tener para enfrentar esa tarea. Y con los enemigos más desvergonzados en contra, unidos por el empeño de impedir que tenga éxito. Se lo digo con claridad, así haya votado por Arévalo por convicción o apenas porque lo vio como la opción posible en un escenario catastrófico: si tiene capacidad, hoy le toca acercarse a la administración pública nacional o municipal e involucrarse. Si los meses de protesta le mostraron la importancia del activismo, entienda que hoy no puede respirar aliviado y volver a su vida de siempre. Por el contrario, debe apoyar con trabajo y dinero la organización política, no solo partidaria, pero decente, en su hogar, su barrio y su comunidad. Esto apenas empieza y solo con intensa participación ciudadana terminará bien.

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