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Lo único que nos pertenece

Lo único que nos pertenece

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Experimentamos la realidad a través de nuestros sentidos y nuestro cerebro, que crean nuestra conciencia. Los conflictos en Israel y los problemas de inmigración en Europa y el conflicto en Guatemala tiene que ver con quién es el dueño de la tierra. Pero las ideas de propiedad, pertenencia y enemistad son sólo pensamientos en nuestra cabeza y no hechos objetivos. Cambiar nuestras ideas es el primer paso hacia la creación de una sociedad más justa y pacífica.

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The main ideas in this information are: - We experience reality through our senses and brain, which create our consciousness. - The conflicts in Israel and the immigration issues in Europe and the US are rooted in the idea of ownership and territory. - The ongoing conflict in Guatemala is also about who owns the land. - Ideas of ownership, belonging, and enmity are only thoughts in our heads and not objective facts. - The only thing that truly belongs to us is our thoughts and the ability to change them. - Changing our ideas is the first step towards creating a more just and peaceful society. Lo único que nos pertenece. Mi nombre es Félix Alvarado, y esta es mi columna, sin excusas, del 24 de enero de 2024, en plaza pública. Vivimos atrapados en nuestra cabeza. Todo lo que vemos, oímos, olemos y tocamos, necesariamente es recibido primero por los sentidos, transmitido por los nervios, y procesado por el cerebro. Sólo a partir de allí experimentamos la realidad, en esta misteriosa construcción, nuestra conciencia, que filósofos y neurocientíficos no terminan de descifrar. El color de un amanecer, y la caricia de quien amamos, pero también la infelicidad ante las limitaciones materiales, y el desprecio al otro, que nace del prejuicio, sólo se hacen ciertos para cada quien, dentro de la caja dura y oscura del cráneo, en el litro y pico de masa gelatinosa del cerebro. Mientras escribo, el Estado de Israel conduce una feroz campaña de destrucción de gente y propiedad en la Franja de Gaza. Un ataque artero de Hamas desencadenó la más reciente ronda de violencia, y ahora aquel se venga brutalmente sobre la población civil palestina. Ambos, militantes islamistas y gobierno israelí, han convencido a su gente de que a un mismo territorio les pertenece entero, perpetuamente, en exclusividad y de forma natural, hasta por razones divinas. Un poco más cerca, muchos en Europa y en los Estados Unidos se restriegan las manos ansiosos, o peor aún, vituperan con odio, porque botes llenos de gente de piel morena llegan hasta sus costas, badean ríos o caminan asustados entre bosques o desiertos, procurando de noche colarse en sus estados de incomparable opulencia. Todo porque no nacieron allí, como si nacer en un sitio fuera mérito propio y culpa ajena. Y aquí, en nuestra atropellada patria, sucede otro tanto desde hace tanto, la historia constante de odio y desconfianza entre europeos e indígenas, criollos e indígenas, ladinos e indígenas, sigue siendo la historia acerca de a quién pertenece el territorio. Tanto que, mientras superficialmente la guerra sin cuartel contra Arevalo y Semilla se perfila como lucha de una canalla corrupta que no quiere perder su acceso a la riqueza del Estado, en el fondo hay una narrativa más antigua. Es un cuento que excusa pintar a Arevalo y Semilla de rojo comunista, porque el temor atávico es que ellos quiten a unos el control de la tierra y se lo den a otros. Y sin embargo, todas esas ideas de propiedad, pertenencia, tierra, enemistad, invasión, resistencia, comunismo, heredad divina y más, no son sino eso, ideas. Existen exclusivamente dentro de las cabezas de quienes las conciben, se reproducen por textos y voces que lo único que hacen es ponerlas dentro de los cráneos y los cerebros de quienes las aprenden. Siempre y sólo allí nunca existen como hechos autónomos en la realidad material. John Locke construyó un universo filosófico que sirvió bien a la empresa colonial y nos estorba a todos desde entonces, diciendo que nos apropiamos de la tierra cuando mezclamos nuestro trabajo con ella. Pero aparte de la obviedad de que la mayoría de personas que trabajan la tierra no son dueños de ella, decir que la tierra nos pertenece, así se trate de cualquier fragmento del territorio o de la totalidad del globo, es tan fapo como pensar que nos apropiamos del alba al mezclar nuestro gozo con la vista del sol en la mañana. Lo único que nos pertenece es lo que está dentro de nuestra cabeza. Para el caso, la idea de que la tierra, o la tierra con mayúscula, es nuestra. Lo único propio es la intención de convencer con palabras a otros, o la intención de forzarlos con violencia a hacer lo que pensamos. Como idea podremos decir que la tierra es nuestra al trabajarla, o que la tierra, con mayúscula, es nuestra por herencia divina. Pero como hecho objetivo, no queda más remedio que confesar. Nosotros pertenecemos a la tierra, igual que los perros y los gatos, los árboles y el aire. Mucho después de que dejemos de existir cada uno o la humanidad entera, ella seguirá allí. Lo bueno de reconocer esa verdad, tantas veces olvidada, está en lo que implica, mientras que modificar el orden de los astros y la riqueza de la tierra es prácticamente imposible, cambiar nuestras ideas sobre ellos es más que posible. Es lo único que realmente podemos hacer. Los antañones odios y rencores, tanto como las antiguas solidaridades, son nuestra única propiedad. Sólo ellos existen dentro de nuestras cabezas. El único cambio que realmente controlamos es la opción de rechazar unas ideas por malas y adoptar otras mejores. Parece poco, pero aquí está el punto de partida para procurar una sociedad más justa y en paz.

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