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MARTES III   TO

MARTES III TO

VICTOR MANUELVICTOR MANUEL

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David brings the ark of the Lord to his tent and offers sacrifices. He blesses the people and distributes food. In the Gospel, Jesus says his true family are those who do God's will. The reading reminds us of the importance of the word of God. Christians inherit the reverence for sacred texts. The Church nourishes itself with the word and the Eucharist. The word of God gives hope and strength. We must approach the Eucharist with reverence for the word. It is not enough to participate in the Eucharist without recognizing Jesus as Lord and obeying his teachings. We must live as Christ in our daily lives. Palabra de vida hoy, martes tercero del tiempo ordinario, día veintitrés de enero, al pan por la palabra. Del segundo libro de Samuel, trajeron el arca del Señor y la instalaron en su lugar en medio de la tienda que había desplegado David. David ofreció ante el Señor holocaustos y sacrificios de comunión. Cuando acabó de ofrecerlos bendijo al pueblo en nombre del Señor del Universo. Repartió a todo el pueblo, a la muchedumbre de Israel, hombres y mujeres, una torta de pan, un pastel de dátiles y un pastel de uvas pasas. Del Evangelio según San Marcos. Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan. Jesús les pregunta, ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice, estos son mi madre y mis hermanos. El que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi madre y mi hermana. Releamos la primera lectura, a ver si dice algo en lo que nos podamos identificar o al menos reconocer algo nuestro, muy nuestro, como cristianos. Veamos, una arca sagrada instalada en lugar preeminente, ofrendas y sacrificios que buscan la comunión, bendición y un banquete suculento que se ofrece a todos. Nos resulta familiar, ¿verdad? Pues si alargamos la lectura más allá del fragmento que recoge la liturgia hoy, veremos que en este falta un elemento primordial del que todo lo demás nunca estaba desvinculado. La lectura de la palabra de Dios desde los libros de la ley y los profetas. Es muy interpelante para nosotros en esta sociedad poscristiana y secularizada de la que somos miembros y receptores sufrientes de su influjo, observar cómo veneraban nuestros hermanos mayores en la fe los libros sagrados, hasta casi la adoración, cómo identificaban la presencia de Yahvé en su palabra, tanto como la reconocían en el arca de la alianza. Los cristianos hemos heredado esto del pueblo elegido, pues la iglesia, el pueblo elegido de la nueva y definitiva alianza en quien son elegidos todos los pueblos de la tierra, se nutre por igual de la mesa de la palabra como de la mesa de la Eucaristía. Estas son las dos partes que componen cada celebración de la misa, las dos partes en la que Jesucristo se nos entrega como luz y guía en su palabra, para que entremos en comunión con Él por la actitud creyente y obediente ante esa palabra de Dios, de modo que podemos alcanzar la plena comunión con Él acto seguido, al participar de la comunión del pan consagrado sobre el altar, la fuerza que es Dios para que encarnemos la luz de Su palabra y la vivamos. La palabra revelada era la fuerza y la esperanza de Israel, porque el hecho de que el Dios del cielo manifestara su cercanía y su interés hacia ellos por dirigirles la palabra, les llevaba a creer en sí mismos, a valorar su identidad como pueblo de la alianza y a tratar de perseverar en la fidelidad a la misma. Esta es la lección fraterna que hoy se nos da desde nuestra historia sagrada. Si queremos que la Eucaristía dé la forma de ser de Cristo en nuestra vida, acudamos al pan desde la veneración a la palabra, pues si no comulgamos con Cristo por reconocerle como Señor y Maestro, al dedicarle un escucho obediencial a lo que nos dice, no comulgaremos jamás dignamente ni con fruto de su mesa eucarística, aunque nos comamos el copón entero. Paz y bien, con afecto, con cercanía, de parte de vuestros hermanos menores desde Toledo.

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