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LUNES II   TO

LUNES II TO

VICTOR MANUELVICTOR MANUEL

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COMENTARIO DIARIO A LA PALABRA DE DIOS

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In today's reading, Samuel asks Saul if sacrificing is as pleasing to the Lord as obeying His voice. The obedience and docility are worth more than sacrifice. In the Gospel, Jesus explains that fasting is not necessary while He is present, using the analogy of new wine in new wineskins. We should not live in the past but also learn from it to avoid repeating mistakes. We need to reflect on how we used to live our faith and community and adapt to the changing society. The Church has provided us with the firm foundation of Christ, but our way of living our faith needs to evolve. We should be obedient to God's revelation and respond to the needs of the people with the Gospel, without falling into nostalgia or restorationism. Let us embrace the truth, celebrate the sacraments, and allow the Holy Spirit to guide us in bringing the light of Christ to the world. Let's not hold onto old ways but embrace the new wine of Christ. The Franciscan brothers from Toledo Palabra de vida hoy, lunes segundo del tiempo ordinario, día quince de enero, al pan por la palabra. Del primer libro de Samuel, Samuel gritó a Saúl, ¿le complacen al Señor los sacrificios y holocaustos tanto como obedecer a su voz? La obediencia y la docilidad valen más que el sacrificio. Del Evangelio según San Marcos, ¿como los discípulos de Juan el Bautista y los fariseos estaban ayunando, vinieron unos y le preguntaron a Jesús, los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan, ¿por qué los tuyos no? Jesús les contesta, ¿es que pueden ayunar los amigos del esposo mientras el esposo está con ellos? No se echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino revienta los odres y se pierden el vino y los odres. A vino nuevo, odres nuevos. Nadie puede ni debe vivir con un ojo fijo en el pasado porque perdería la vista panorámica de lo porvenir y más pronto que tarde se destrellaría contra la primera farola que se cruzara en su camino. Si bien esto es cierto, como decía también McLuhan, el hombre que no mira el retrovisor de su pasado, se condena a sí mismo a repetir pertinazmente sus errores. Echemos un vistazo a ese retrovisor, en lo que en cada uno puede hacer memoria, y fijémonos en cómo vivíamos nuestra fe y hacíamos comunidad en nuestras parroquias hace 10, 20, 30 o más años. En el último siglo, las categorías con las que el ser humano vive y la sociedad han cambiado más de lo que lo habían hecho desde los tiempos de Moisés. Entre el ejercicio de memoria del primer párrafo y lo expuesto hasta aquí en el segundo, podremos atribuar con presteza cómo hemos evolucionado infinitamente menos como cristianos que como miembros activos de la sociedad. Si el planeta girara mil veces más deprisa de cómo lo hace, a semejanza de cómo cambia la sociedad, necesitaríamos vivir aferrados al tronco de algún gran árbol que nos permitiera encontrar firmeza y estabilidad para no ser arrollados por la inercia de los giros. En estas últimas décadas la Iglesia nos ha facilitado aferrarnos al fuerte árbol que es Cristo, para que la claridad del magisterio nos condujera a más fácilmente poder comprender y asegurar en nosotros la verdad que no gira ni cambia, por mucho que sí cambie su forma de ser expresada. Lo que no ha cambiado apenas, y posiblemente debería haberlo hecho mucho más, es nuestra forma de vivir esa fe, que tratamos de explicar con nuevas formas y modernas categorías, mientras la expresamos con nuestros actos de formas con una fecha de caducidad que está ya muy superada. Los pocos pero valiosísimos cristianos comprometidos en el mundo de la mujer, de la política, de la pastoral obrera o de la economía, han tomado sobre sí el subrayado que hacen las lecturas de hoy. Según sea la medida de la docilidad y la obediencia a la revelación en la que Dios se nos manifiesta en Su palabra y en el magisterio de la Iglesia, podremos discernir en los signos de los tiempos el modo justo de salir al paso de las preguntas y crisis de la gente con respuestas evangélicas, que por ello resultarán siempre actuales y fecundas, sin caer nunca en la tentación de la nostalgia ni del restauracionismo. Comencemos por acerrarnos a la verdad, celebrando en comunidad con pasión por Dios los sacramentos, llorando juntos también con pasión por el hombre, para poder discernir y no aferrarnos a nada más, de modo que permitamos al Espíritu Santo sacarnos de nuestras costumbres y rutinas para arrojarnos al mundo como luz de Cristo, como respuestas de Dios por las que tantas personas encontrarán el sendero de una vida mejor en la paz, la justicia y la fraternidad. No pongamos naftalina a nuestra fe y abramos el arcón de nuestro vivir al vino nuevo de Cristo. Con ansia de renovación, de permanente conversión y de discernir en los signos de los tiempos lo que Dios espera de nosotros, vuestros hermanos franciscanos desde Toledo os saludan con afecto y calidez con la paz y el bien.

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