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DOMINGO XXX   TO

DOMINGO XXX TO

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COMENTARIO DIARIO A LA PALABRA DE DIOS

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In today's reading, God reminds us not to oppress or exploit foreigners, widows, or orphans. The Gospel of Matthew tells us that the greatest commandment is to love God with all our heart, soul, and being, and the second is to love our neighbor as ourselves. Jesus reveals that these two commandments are inseparable and complementary, and that we cannot truly love God without loving our neighbor. Our love for God should be the source and center of all our human love. Jesus fulfills the law of the old covenant by uniting divinity and humanity in himself. Love is the way we live out our faith, and faith is the source of pure and free love. We cannot separate worship from loving and serving others. Our faith should be measured by our love, and our love should lead us wherever we go. Jesus shows us the faces of both the Father and our brothers and sisters. We should strive to see the face of God in every person, even those we may Palabra de vida hoy, domingo trigésimo del tiempo ordinario, al pan por la Palabra, del libro del éxodo. Así dice el Señor, no oprimirás ni vejarás al forastero porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto. No explotarás a viudas ni a huérfanos porque si los explotas y ellos gritan a mí, yo los escucharé, se encenderá mi ira y os haré morir. El Evangelio según San Mateo Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley? Él le dijo, amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero, el segundo es semejante a él, amarás a tu prójimo como a ti mismo. El Evangelio de hoy nos recuerda que toda la ley divina se resume en el amor a Dios y al prójimo, lo cual ya era algo presente en los profetas y libros sapienciales de la antigua alianza. La novedad de Jesús consiste precisamente en poner juntos estos dos mandamientos, el amor a Dios y el amor al prójimo, revelando que son inseparables y complementarios, son las dos caras de una misma moneda. No se puede amar a Dios sin amar al prójimo y no se puede amar al prójimo sin amar a Dios. En efecto, el signo visible que el cristiano puede mostrar para testimoniar al mundo la fe y su amor a Dios es el amor a los hermanos. El mandamiento del amor a Dios es el primero no porque esté a la cima de la lista de los mandamientos sino porque es el centro, porque es el corazón, la fuente desde donde todo amor humano debe partir y al cual debe regresar y hacer referencia. Así, por amor a Dios, el amor al prójimo puede mantenerse libre de pretensiones, expectativas o exigencias. Puede mantenerse puro por ser sencillo, por ser sencillamente un amor de entrega y donación como es el amor de Dios, sin intereses. En el Antiguo Testamento, la exigencia de ser santos a imagen de Dios que es santo comprendía también el deber de hacerse cargo de las personas más débiles. Jesús conduce hacia su máxima realización esta ley de la antigua alianza. Él une en sí mismo, en su carne, la divinidad y la humanidad en un único misterio de amor. Ahora, a la luz de esta palabra de Jesús, vemos cómo el amor es la forma de vivir de la fe, y la fe es el manantial del amor libre y puro. Ya no podremos separar la vida de culto o la vida de piedad del trato amoroso, respetuoso y servicial a los hermanos, aquellos hermanos concretos que encontramos cada día en cualquier situación o lugar. No podemos ya separar en recipientes distintos la oración y el trabajo, el encuentro con Dios en los sacramentos y la escucha de los demás, la intimidad de la comunión con el Señor de la proximidad a las personas que me rodean, a lo concreto de su vida, especialmente a sus heridas. Si el amor es la medida de la fe, ¿cuánto amo yo? ¿Cómo es mi fe? Mi fe ha de ser tanta como yo ame, porque el amor es la vida de la fe, y el amor, cuando es de Dios, me lleva a donde quiera que voy. En medio de la maraña de preceptos y prescripciones, los legalismos de ayer y de hoy, Jesús abre una brecha que permite distinguir dos rostros, el rostro del Padre y el rostro del hermano. Jesús no nos entrega dos fórmulas o dos preceptos, nos entrega dos rostros, es más, un solo rostro, el de Dios, que se refleja en muchos otros, porque en el rostro de cada hermano, especialmente en el más pequeño, frágil, indefenso y necesitado, está presente la imagen misma de Dios manifestándose. Deberíamos preguntarnos si somos capaces de reconocer en cada uno de los demás el rostro de Dios, también en quien no nos es grato o incluso en aquellos que no nos hacen el bien, ¿somos capaces de hacer esto? Si no lo somos, o buscamos las causas que hacen pagana y carnal nuestra mirada para superarlas, o seguiremos echando en saco roto la gracia que Dios nos da, y de nada nos servirá ni aumentar la frecuencia del culto ni rezar diez horas al día, porque todo en la vida de un hijo de Dios ha de apuntar a la experiencia orante de encuentro con el Dios Amor para encarnarlo por los sacramentos y vivirlo a cada paso, entregando amor, respeto, escucha, servicilidad, justicia y solidaridad a todos y por doquier, pues somos hijos de Dios, y honra merece quien a lo suyo se parece. Pregamos por parecernos a Él un poquito más cada día, e incendiemos el mundo con un amor cotidiano, noble, auténtico, un amor de Dios. Un abrazo lleno de paz y bien de parte de vuestros hermanos franciscanos desde Toledo. Subtítulos realizados por la comunidad de Amara.org

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