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The passage is about the concept of retribution in the Jewish faith and how it relates to the idea of grace and mercy in Christianity. It discusses how in ancient times, people believed that misfortune or lack of success was a sign of hidden sin, and how this belief still lingers today. The passage emphasizes that no one deserves God's mercy and grace, as Jesus already earned it for everyone. It calls for humility and gratitude in response to God's gifts, and urges believers to share those gifts with others. The passage concludes with a message of peace and goodwill from Toledo. Palabra de vida hoy domingo, quinto del tiempo ordinario, día 4 de febrero, al pan por la palabra. Del libro de Job. Mis días corren más que la lanzadera y se consumen sin esperanza. Recuerda que mi vida es un soplo y que mis ojos no verán más la dicha. Siglos antes de la primera revelación sobre la resurrección y la vida después de la muerte, en los libros de los Macabeos, siglo II a.C., el autor inspirado del libro de Job escribió una historia sobre un personaje ficticio que a pesar de su virtud irreprochable y de su vida de piedad para con Dios, ve cómo se le priva del pago en esta vida que la espiritualidad judía de aquel entonces establecía como signo de una vida en la justicia. A pesar de la moral de la retribución de los israelitas de aquel entonces, la desgracia o la falta de éxito en los negocios eran signo de un pecado oculto, porque Yahvé pagaba la virtud o la iniquidad de los creyentes con prosperidad o penuria material. Aunque han pasado tantos siglos y disfrutamos de dos mil años de profundización y experiencia de la revelación sumaria que es Jesucristo, seguimos aferrándonos a no poco de esa moral de la retribución de los antiguos hijos de Israel. Porque a mí, que he hecho yo para merecer esto, son frases que ponen de manifiesto el tipo de fe de los que las pronuncian. No hay que ganarse el cielo porque nadie podría llegar tan alto más que Cristo, que bajó del cielo para ponerlo a nuestro alcance. Nadie se merece la misericordia y la gracia de Dios, ni falta que hace porque el hombre de Nazaret, Jesús, las mereció por todos, con tal que permanezcamos en una relación de comunión con Él. Los justos prosperan y los inícuos penan, es una retusta frase que consuela falazmente a quienes buscan la recompensa de Dios por ser buenos, mientras esperan al menos la venganza del cielo sobre los malvados. Cabría ahora preguntarnos si hemos entendido algo del Evangelio, de que Jesucristo se encarna y da la vida por todos, que los que no son buenos también son amados de Dios. ¿Dónde se nos quedó aquello de no necesitan del médico los sanos sino los enfermos? ¿Cómo no nos llenamos de vergüenza al seguir teniéndonos a nosotros mismos por buenos, justos y santos? El entusiasmo evangelizador que ha puesto siempre a los hijos de la Iglesia en la vanguardia del humanismo más allá de los límites de la civilización, así como ese mismo humanismo al cuidado de los más vulnerables en retaguardia, se debe a la experiencia de cada uno de haber sido abrazado por Jesucristo y la indignidad de su pecado y de su escasa correspondencia con el amor de Dios. La experiencia de haber sido abrazado, sanado y puesto de nuevo en pie para tener una vida mejor por pura gracia y con una misericordia tan inmerecida como inmerecible. Del Salmo responsorial, alabada al Señor que sana los corazones destrozados, y del Evangelio según San Marcos, Jesús se acercó, le cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Gratuidad y gratitud. Estas dos palabras enmarcan el don de Dios y la respuesta del que lo recibe. Gratuidad y gratitud deben ser los sentimientos que proveemos ante todo lo bueno que podamos poner por obra y por todo lo que podemos hacer por corresponder un poquito más cada vez al don de la misericordia y de la gracia que nos han sido dadas para convertirnos nosotros en un don universal, en restitución a Dios en los demás. De la primera carta de los Corintios El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo, no tengo más remedio y hay de mí si no anuncio el Evangelio. ¿Que cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio anunciándolo de balde. Con estos deseos de daros gratuitamente lo que nosotros antes hemos recibido gratuitamente, os abrazamos con sumo afecto desde Toledo, franciscanamente, con la paz y el bien.