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Bogotá's Santa Inés neighborhood was once a prestigious area, but its fate changed in 1957 when the church was demolished, leading to the rise of crime and drug activity. The area became known as "El Cartucho," a hub of violence and drug consumption. In 1998, Mayor Enrique Peñalosa intervened, implementing urban renewal and social programs to rescue the trapped population. However, the residents of El Cartucho relocated to another area called "El Bronx." After 18 years, Mayor Peñalosa intervened again in 2016, forcing the residents to leave. El Bronx was described as a place of horrors, filled with drugs and criminal activity. The residents dispersed throughout Bogotá, settling in areas like Candelaria, Mártires, Santa Fe, and San Bernardo. Despite interventions, the cycle of drug addiction and homelessness persists. En las entrañas de la imponente cordillera de los Andes, donde los susurros del pasado se entrelazan con el bullicio del presente, se levanta una ciudad que lleva en sus cimientos los secretos de los siglos pasados, Bogotá. La Bogotá de antaño es un liencio donde se entretejen las narrativas de conquista y resistencia, de esplendor y de cadencia, donde cada adoquín lleva impreso el peso de las generaciones que lo han pisado. En los albores del siglo XX florecía un barrio de renombre, Santa Inés. Aquí familias como los Turbay, los Rima y los Salem construyeron sus hogares, marcando el territorio como bastión de la clase media alta de la época. El origen del nombre Santa Inés se remonta a una iglesia colonial herejida en honor a la santa italiana Inés de Montepulciano. Esta devoción llegó a Bogotá en el siglo XIX, acompañada por la construcción del templo donde reposaban los restos del ilustre botánico José Celestino Mutis. Ubicado estratégicamente cerca de las instituciones de poder en Colombia y la casa de Nariño, residencia presidencial, Santa Inés fue testigo de los avatares de la historia. Sin embargo, su destino cambió drásticamente en 1957, cuando el alcalde Fernando Mazuera ordenó la demolición de la iglesia para dar paso a la modernización de la ciudad. Con la desaparición del templo, el barrio quedó dividido e aislado, facilitando la entrada de bandas delictivas y el aumento de puntos de drogas conocidos como ollas. Lugares emblemáticos como el castillo, una joya arquitectónica, se convirtió en un siniestro refugio para el consumo de drogas. A medida que el siglo avanzaba, el envejecimiento se volvía más evidente. Los habitantes de calle y el crimen organizado se apoderaron de las calles, transformando el antiguo mercado de Santa Inés en un bastión del desorden urbano, al que se le denominó el cartucho. Se llamaba así porque las dos calles que le dieron su origen forman una figura parecida a la de la flor del cartucho. El surgimiento del cartucho fue el resultado de una serie de factores complejos. La clausura del botadero de basuras y el cortijo desplazó la actividad del reciclaje hacia ese sector, mientras que los carteles de la marihuana y la cocaína encontraron refugio en las antiguas mansiones de Santa Inés. Transformadas en inclinatos ideales para el comercio de drogas. Allí cientos de vidas se perdieron en un torbellino de violencia y desesperación, en un rincón olvidado por las autoridades y la sociedad. Niños, mujeres y ancianos se vieron atrapados en un ciclo interminable de consumo de drogas. Violencia y abandono, como lo mencionan estos habitantes de calle. Apenas a tres cuadras del Palacio de Nariño y rodeado de instituciones del Estado, el cartucho se convirtió en un símbolo del abandono institucional. Los refuerzos de las autoridades parecían desvanecerse frente a la magnitud del problema. Mientras tanto, el tráfico de drogas, la reventa de basura y la indigencia se entrelazaban en un tejido social corroído por la miseria y la impunidad. Miles de personas con hogar se sumieron en las drogas y el vicio de la mala vida, o lo que algunos llaman la buena vida, ya que muchos venían buscando alivio a los problemas que la vida pone. Poco a poco estas personas ya no volvían a sus casas, preferían deambular en las noches, ya que esta es la hora en donde no dan tanta papaya, y así lo que empezó como algo esporádico se volvió un permanente, una vida en la calle. En este espacio inhóspito la vida se reducía a la supervivencia diaria. El arriendo de una habitación se pagaba al día, la comida era escasa y la droga estaba al alcance de la mano. Mientras tanto, el tráfico ilegal de armas y documentos falsos prosperaba en las sombras. En 1998 el alcalde Enrique Peñalosa tomó la decisión de intervenir el cartucho. Su objetivo era rescatar a las miles de personas atrapadas en ese infierno urbano, y erradicar el crimen y el tráfico de drogas que lo consumían. Fue una tarea titánica, marcada por el escepticismo y las amenazas de los grupos ilegales. La intervención se llevó a cabo en dos frentes, la renovación urbana y la intervención social. Se construyó el Parque Tercer Milenio en lugar de las ruinas del cartucho, mientras que se implementaron programas sociales para ayudar a la población vulnerable a reintegrarse a la sociedad. Pero, ¿dónde fueron a parar los 10.000 habitantes de calle del Cartucho de Bogotá? Los casi 10.000 habitantes del cartucho cruzaron la avenida Caracas y se asentaron en lo que se le denominó el Bronx. Detrás del viejo batallón de reclutamiento donde se montó el mayor punto de venta y compra de drogas del país, que paradójicamente quedaba a sólo dos cuadras del comando de policía más importante de la capital. Lo que parecía una buena idea terminó siendo una pesadilla, en lo que muchos llaman el infierno en la tierra, pero en 18 años, en donde lo que se suponía iba a ser el fin de un sector lleno de drogas, crímenes, abusos y precariedad, se convirtió precisamente en todo lo contrario y multiplicado, ya que no era sólo un sector donde entraban criminales o coloquialmente llamados ñeros. Allí estuvieron hasta que de nuevo Enrique Peñalosa en 2016, en su segunda alcaldía, se vino el lugar y los habitantes de calle cogieron sus cobijas y tuvieron que salir del Bronx. Este lugar era como una pequeña feria, pero no precisamente diversión, como una plaza de mercado, pero no de comida, y como un lugar de fiesta, pero no de las anas. Lo que las autoridades encontraron en este lugar no se alcanza a dimensionar ni con la peor película de terror. Este lugar era conocido como Las Vegas de Colombia, pues había de todo lo que usted se pudiera imaginar, desde discotecas hasta hoteles, y como en todos los grandes negocios, siempre debe haber un grupo que mande la parada y esté al tanto de lo que pasa y hasta de lo que no pasa. Y como si esto fuera poco, y al estilo de la ostentosidad de los ya conocidos capos del narcotráfico de Colombia, había un cocodrilo, sí, un cocodrilo, llamado Pepe, en pleno centro de Bogotá. Tras el operativo y sin un punto fijo para comprar sus drogas, los habitantes de calle emigraron hacia varios lugares de Bogotá. A donde más se vio la llegada de esta población vulnerable fueron las localidades Candelaria, Mártires y especialmente a los barrios Santa Fe y San Bernardo. Cerca a la calle Sexta con Carrera Décima, donde muchos de ellos se establecieron, porque la mayoría de las casas de allí eran expendio de drogas, hasta que Peñalosa también dejó firmada la intervención de este barrio, que ya está en ruinas y donde van a levantar una ciudadela de viviendas. Unos 3.000 habitantes de calle aceptaron la ayuda social que les ofreció el equipo de Los Ángeles Azules, de la Alcaldía de la Secretaría de Integración Social. Los otros 7.000 empezaron a emigrar a lugares abandonados y a llenar los parques de diferentes barrios, principalmente del sur de Bogotá, donde es más fácil acceder a las drogas. Muchos de ellos terminaron ocupando otras ollas, conocidas como Cinco Huecos en el centro y María Paz en la localidad de Kennedy. Cerca a Corabastos, en el barrio San Cristóbal, Diana Turbay y así como en las proximidades de Palo Quemado. Desafortunadamente, ninguna intervención, demolición o allanamiento ha podido acabar con la cruel pero real condición de muchas personas que viven en la calle. Y la mayoría de ellas, gracias a lo que calles como el Cartucho o el Bronx ofrecían. Drogas, sexo y entre comillas, libertad, que a lo único que los llevó fue a ser presos de un vicio. Y ahora no son más que testigos del concreto.

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