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Meditacion Mirada Limpia

Meditacion Mirada Limpia

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Meditación sobre tener una mirada limpia sobre los demás como Jesús

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En aquel tiempo una escriba se acercó a Jesús y le preguntó, ¿qué mandamiento es el primero de todos? Respondió Jesús, el primero es, escuche Israel, el Señor, nuestro Dios es el único Señor, amás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser, el segundo es este, amás al próximo como a ti mismo, no hay mandamiento mayor que éste. Y de entrada nuestra oración la podemos introducir así, recordando que lo importante de nuestra vida es este mandamiento, que en eso se resume, es todo, la actitud que hemos de tener con las demás personas, la actitud que hemos de tener con Dios. Claro, esto pues es todo y nada, o sea, si lo dejamos así, no hay que a quien puede sacar una consecuencia de esto, pero mi vida es una vida de amor, en lo que hago, en lo que llevo, en lo que estoy enamorado de mi vida, por decirlo así, y del Señor, de la vida que he elegido, de la que me da, pero vamos a, yo te propongo meditar esta mañana sobre esa, un aspecto de esa vida de amor que es precisamente la amor a las demás personas. Y una manera de examinarnos es cómo vemos a las demás personas, cómo nos vemos. No me refiero solamente al sentido de la vista, obviamente, sino a qué concepción, qué concepto, qué afecto tengo hacia las demás personas. Por lo general tendemos a tener al principio una, existen los prejuicios y todo, pero por lo general así, si una persona la conoces de cero, pues por lo general no tiene actitud abierta, por lo general. Si llega una persona ahorita y te dice, mira, te quiero presentar a esta persona, y tú ni idea de quién es, ni de dónde viene, pero te la presenta a alguien conocido, pues tiene pensada como que tenemos todos una apertura, ¿no? A lo mejor no, eh. Cada quien lo examine, pero inmediatamente nos hacemos un concepto, eso es verdad, o sea, inmediatamente yo percibo a alguien y ya estoy, pues, haciéndome una idea de esa persona, ¿no? Podríamos decir, ya estoy gustando, pero no en el mal sentido, ¿no? Sino, es lógico, ¿no? A ver, pues, de dónde viene, de quién es amiga, qué hace, cómo se nota su porte, cómo habla, mil cosas, ¿no? Y luego, pues, poquito a poco esa mirada, va perfilando más, para las cosas buenas y para las cosas no tan buenas, ¿no? Y lo digo porque también eso mismo podemos tratar de revisar con la gente que ya conozco, desde aquí de la casa, desde el labor, mis compañeras, de trabajo, de familia, a revisar si en esa mirada, pues, en esa concepción, en esa percepción de la persona, pues, ¿qué hay? Si ya hay una cierta tendencia hacia algo negativo, hacia algo positivo. Yo creo que, ¿te acuerdas que lo hemos ya dicho varias veces? Lo podemos volver a meditar brevemente aquel cuadro, ¿no? Ya no me acuerdo el autor, pero de esa persona de espaldas, parece ser una especie de gentleman inglés, ¿no? Observando un cuadro de arte bastante abstracto, moderno o postmoderno, ya no sé. Y que siempre es un contaste, ¿no? ¿Qué estará pensando esta persona de ese cuadro? Una persona que se ve súper conservadora, ¿qué idea estará teniendo de eso que ve? Y a mí cuando me explicaron ese, bueno, no me lo explicaron, sino me daban ejemplo de ese cuadro, que para poder apreciar el arte, uno tiene que tener una mirada limpia, vamos a llamarle así. Una mirada sin prejuicio, porque si uno se acerca a un cuadro de estos modernos con el prejuicio de, claro, es que el arte moderno está fatal, porque los niños de cinco años hacen cosas parecidas, pues no voy a poder acceder a ese cuadro, porque ya llego con esa preconcepción. Es muy normal, ¿no? Y que también me decían, ¿sabes? Uno cuando llega con esa preconcepción, en el fondo está queriendo dominar al cuadro, está queriendo juzgar desde una perspectiva superior. Claro, yo, mi concepción del arte es la importante y la verdadera, por lo tanto, este cuadro yo tengo la capacidad de decir, qué basura, ¿no? O qué bien está, ¿no? Y lo mismo nos puede pasar con la gente. Que sin darnos cuenta, queremos dominar nuestra concepción de las demás personas. Y eso hace que sea muy difícil, ¿verdad? Porque, insisto, es imposible no juzgar. El problema es que nuestro juicio tenemos que recordar que siempre es parte, que nunca es total. El único que puede juzgar plenamente eres tú, Señor, porque tú sí ves el corazón más que nosotros mismos. Incluso nos puedes juzgar mejor, o sea, ni siquiera yo me puedo juzgar como tú me puedes juzgar. No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores a la penitencia, dice Jesús. Jesús cuando nos ve, habría que pensar, ¿qué concepción tendrá Jesús de mí? Si sabes preguntárselo, ¿cómo me ves? ¿Cómo me ves? Porque habrá que descubrir ahí una mirada limpia. Yo no sé, ya cada quien le preguntará al Señor, pero yo creo que Jesús nos ve con muchísima ternura. Yo creo que Jesús nos juzga de un modo muchísimo más, no indulgente porque esa palabra se puede interpretar de un modo u otro. Jesús nos juzga con la verdad y en la verdad es que en cada uno de nosotros hay belleza y hay bondad y hay todo. También habrá cosas malas, sí. Pero así como a veces nosotros en una mirada podemos llenjarnos llevar por esa visión negativa, yo creo que Jesús es lo contrario y esa es la idea, Señor, que nos ayudes a ver con tus ojos, con ese amor incondicional, con ese amor que no depende de lo que haga y sobre todo con ese amor que nos quiere como somos. Por supuesto que quiere que seas mejor, quiere que seas feliz, quiere que seas santo. Mirada limpia. Una mirada que mira que Jesús sabe todo de ti y de mí. Incluso te digo cosas que a lo mejor tú ya ni te acuerdas, para bien y para mal. Pero creo que es porque Jesús renuncia a dominarnos. Por eso en el Evangelio siempre su actitud es de invitar al joven rico, no es de obligar, no es de someter, sino el Evangelio hubiera acabado muy distinto, ni siquiera hubiera hablado Jesús que lo crucificaron probablemente. Y los apóstoles, cómo los va transformando con su trato, con su cariño. Por eso a mí me sorprende mucho que Jesús nos llame pecadores, porque no pretende que seamos otra cosa, eso es lo que somos, nos ve como somos. Y cuando dice fulanita, tú eres pecadora, no te está diciendo un juicio negativo, te está haciendo un juicio de lo que eres. Pero creo que, no lo sé, si otra persona te llama pecadora probablemente te enojarías mucho. ¿Qué le pasa? ¿Quién se cree? Oye fulanita, tú eres bien pecador, la verdad. Pero es verdad. Pero claro, si Jesús me lo dice, yo sé que me lo dice con ternura, con cariño, con amor, que me está diciendo la verdad. No me está animando. Él es pecador, qué bueno, échale, sigue le pegando, pero no, creo que no. Me lo dice para recordarme la necesidad que tengo, para recordarme que, o quizá eso, para recordarme que aún así me ama. Y que eso es increíble. Porque tú misma te puedes dar cuenta cuando la verdad suena, no sé, como lo que te decía a veces el profesor Barco. Jesús no es solamente indulgente, no es ingenuo. Si nosotros pudiéramos decir, ay Jesús, si supieras cómo es fulanita, tú la quieres, ya sé, pero no. Y si supieras cómo es de verdad, yo creo que no la querría. No, claro que sí. O yo mismo. Porque hay una mirada, así. Yo estoy convencido, también lo hemos dicho muchas veces, de que en el corazón de las personas solo hay belleza. Porque eso lo hizo Dios. Y Dios lo hace todo bien. Luego los pecados y las cosas malas que tenemos están en otro nivel, pero ahí en el fondo, en el profundo, siempre hay una cosa maravillosa. Pero no solo la mía, sino la de los demás. Y te recuerdo esta cita que me gusta mucho, del poeta Rilke. Las obras de arte viven en medio de una soledad infinita y a nada son menos accesibles como a la crítica. Solo el amor alcanza a comprenderlas y hacerlas suyas. Solo él puede ser justo para con ellas. Soledad infinita. Porque, dice, a nada son accesibles como a la crítica. Me recuerda el corazón esto a mí. El corazón también vive en una soledad. Porque solamente Dios puede acceder a él, ni siquiera nosotros. Y solo él se alcanza con amor. Solo puedo acceder al corazón de las personas, un día al mío, con amor. Por eso también es importante el amor propio. No en el sentido que por ahí se maneja ahora, no, tú eres suficiente, tú puedes, tú no. También sabes eso. Con el amor de saber lo que soy, pecador, pero, ya cada quien lo diga, pero con ganas, a menos con ganas de santidad, de identificarme con el Señor, de hacer suya mi vida, de darme, de entregarme. Todas esas cosas también están en las demás personas. Hay algo ahí, ya sabes, pues en la naturaleza humana, que ayer estaba en la presentación del libro donde estaba discutiendo el valor de la universalidad de los derechos humanos, lo que significa esa palabra. Claro, en el fondo, pues yo decía, obviamente, sí entiendo que para los abogados no se puede hablar de esto, pero se llama naturaleza humana. Pero ese concepto está perdido ahorita. Solo el amor alcanza a comprenderlas. Por eso, por eso el Señor nos ama, porque sólo así nos puede conocer. Y por eso, Señor, ayúdame a amar a las demás personas, para poder llegar al corazón. Quizá no como tú lo harías, pero algo, para poder llegar a esa soledad de los corazones. Y yo creo que te darás cuenta que cuando la gente se siente sola, en el fondo es que no, es que quizá su corazón es el que está solo, porque puede estar acompañada, puede estar rodeada de mucha gente, pero aún así, se siente sola, y a lo mejor te puede pasar a ti. Quizá es porque primero nosotros no hemos abierto nuestro corazón. Y otra vez, sólo Dios lo puede abrir. Pero para ti y para los demás, por eso están tan relacionados ese mandamento del amor a Dios y del amor al prójimo. Los corazones son obras de arte hechas por Dios, que luego nosotros pues podemos afear, que podemos maltratar un poco, sí, pero que siguen teniendo su esencia ahí, y que si yo quiero llegar a ellos, no puedo llegar juzgando, dominando. ¿Por qué? Porque sé que muchas veces lo queremos para bien, y por eso a veces se nos sale el juicio de las demás personas, hacia las demás personas, porque quiero dominar, con la mejor intención posible, que la gente haga lo que yo digo, porque creo que es lo mejor. Para ellas, para mí, para el mundo. Pero no puedo hacer eso. A los demás no se les puede mejorar criticándolos. Sólo comprendiendo. Por eso aquello de la caridad más que dar es en comprender, pues tiene mucho sentido. Comprender, comprender. Si has pensado en estos misterios de la vida de Dios, seguro sí, de Jesús, cómo trata al buen ladrón, a la mujer pecadora en casa de Simón, con el publicano y el fariseo, el hijo pródigo, con la mujer adúltera. Es que somos así, nos cuesta, nos cuesta. A mí me da risa que es una teoría, pero el episodio de la mujer adúltera en algunos manuscritos muy antiguos no aparecía. Y la teoría era que a lo mejor se les hacía demasiado fácil ese ejemplo. Como si la gente fuera a tener miedo, es que si la gente lee esto, le va a entrar al adulterio, total, Jesús termina no lapidando a nadie. Y como que eso hacía que, pues no en todos lados fuera muy aceptada esta parte del Evangelio. Pero está clarísimo que es parte del Evangelio. Pero habría que ver, ¿yo cómo reaccionaría ante una mujer adúltera, ante un buen ladrón, que el buen ladrón en sí está demasiado romantizado, no? Un tipo que era un criminal. Una mujer pecadora que se acerca a casa de Simón, arrastrándose. ¿Qué le pasa? ¿Quién se cree? Es que esas palabras de Simón, si éste fuera profeta, sabría con certeza quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es una pecadora. Es que esta frase de Simón, ¿cuántas veces nos la podemos aplicar? Es el juicio. Ah, si éste no sé qué... Está muy claro el ejemplo, ¿no? Si éste fuera profeta, no se dejaría tocar por esa mujer. Si éste fuera profeta, no se dejaría tocar por esa mujer. Esta vez yo, dominando. Si éste fuera mejor profeta, si no se dejara tocar por esa mujer. Y no por nada ese pasaje está ligado al perdón de los pecados, a la misericordia de Jesús. Otra vez, ¿cómo vería Jesús a esa mujer? Que se acerca a pedir perdón, o ya estaba perdonado. Que se acerca a lavarle los pies. Porque ama. Y a lo mejor también la hemos romantizado mucho, ¿no? ¿Qué será que era una mujer pecadora? Pues, de todo saber. Podría ser de la cosa más sencilla, o de la cosa más fea. Pero Jesús era eso. A sanar, a salvar. Con esa mirada de misericordia, con esa ternura que también hemos dicho. Porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. Estas palabras de Jesús también podríamos hacer las nuestras. No he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. ¿Y cómo vamos a salvar al mundo? ¿Y cómo vamos a salvar al mundo? Bueno, pues, amando precisamente, queriendo a la gente. Sí, también es verdad que querer a la gente implica exigir, por supuesto. Pero una exigencia que tiene que ir acompañada de esa mirada. Si no, es muy fácil que termine mal aquello. Y yo creo, no sé, se me ocurre que a las personas les podemos exigir tanto como les amenos. De verdad. Porque creo que pasa con uno mismo. Una persona a la que tú sabes que te quiere muchísimo y que te exige alguna cosa. Es difícil que uno se enoje ante eso. Es difícil. No puede ser. ¿Por qué? Porque sabemos que esa persona nos ama. Por eso creo que a veces en la corrección fraterna, que es buenísimo y que sí lo entiendo, que nuestro Padre nos diga que es un termómetro de la caridad, pero creo que tendríamos que hacer mucho énfasis en que es de la caridad. O sea, que la corrección fraterna sin caridad, que se puede hacer, es muy difícil que sirva. Uno podría decir, bueno, pues visión sobrenatural, que es Dios quien me lo dice. Sí, pero hijo, caray. ¿Cuántas veces no te ha pasado por la cabeza? A mí sí. Que alguien me hace una corrección fraterna, claro, sabes que es tan... o sea, porque está envidioso, porque quiere fastidiar. O porque está imponiendo su forma de hacer. Y gracias a Dios también en eso últimamente me parece que ha habido mejores instrucciones, de que sean cosas profundas, que sean cosas no de una vez, que sean cosas que realmente puedan, y siempre con la idea de puede ser, nunca se sabe. No sé si, perdón, voy aquí a mentir las cosas, pero pues no pasa nada. Una vez me hizo una corrección fraterna de que pronunciaba mal una letra, o rara, pronunciaba rara una letra. ¿Qué es esto? ¿Perdón? Digo, obviamente, gracias a Dios, estoy aquí confesando, me la hizo una persona que, pues claro, una persona que dice que me quería, que... más joven, y veto saber qué pasó por su cabeza o qué le hayan dicho, y no pasa nada, no me enojen, no sé, pues muchas gracias, pero pues, al menos rezo por mí, eso es bueno. Pero es raro, hay otras que sí, ahí sí ya no voy. Cosas más difíciles, más duras, pero que vienen de una persona que sabes que quiere tu bien, que te quiere, que tiene mucho cariño, y dices, pues sí, se aceptan porque hay, porque uno sabe, uno puede percibir esa mirada, es decir, esa concepción de esa persona. Y lo mismo, o sea, si Jesús me hiciera una corrección fraterna, no sería fraterna, bueno, quizás sí, no sé. Pues yo creo que es un ser humano, bueno, quizás sí, no sé. Pues yo creo que sería muy fácil, ¿no? O sea, directamente, ¿no? Pues ahí sí, el Señor perdón, tiene todas las razones, pero es la verdad, ¿no? Y tú haces la cruz, y viste todo por mí, me tratas con cariño, con benevolencia, me bendices aun cuando no lo merezco, no sé qué, claro que sí. Bueno, pues ojalá nosotros, Señor, podamos tener, porque estamos llamados a vivir tu vida, que podamos tener esa actitud, esa mirada limpia, de no querer cambiar a la gente, sino más bien quererla. Ayer me decía una persona, una chica bastante joven, y digo, bueno, pues se ve que hay cosas que a veces la gente, por el Espíritu Santo, no sé, no da cuenta que el hombre todo lo hacemos a fin de cuentas para ser amado, yo digo, ah, verdad antropológica profunda que esta niña descubrió, pero sí, es verdad, es indispensable, no se puede vivir sin haberse amado en esta vida. Y por eso también, que la gente sea mejor no puede sino pasar por ahí. Y dice, esa mirada limpia nos llevará a la comprensión, que también era un tema de la meditación que quería hablar, pero bueno. La caridad cristiana no se limita a socorrer al necesitado bienes económicos, se dirige antes que nada a respetar y comprender a cada individuo en cuanto tal, en su intrínseca dignidad de hombre y de hijo del Creador. Porque la visión moderna tiende a unificar humanamente, y es cierto. Vemos las diferencias como un problema, y no vemos la diversidad, la pluralidad, como una riqueza. Y por eso se quieren subsanar las diferencias, con privilegios, con hándicap. Porque hay que lograrle igualdad, es que si tú eres negro te damos una ayuda, porque es que si tú eres mujer te damos una educación, mujer te damos una educación, es que si tú eres no sé qué, te damos una ayuda. No es que esté mal eso, lo que está mal es querer pretender esa igualdad, esa uniformidad. Una uniformidad con respecto al que manda, más bien le cuento. Nuestra única uniformidad es Cristo, y Cristo vive en cada persona de un modo diverso, universal. Qué bonito eso del numerador diversísimo y del numerador común, pues en nuestro caso además de la obra, del espíritu de la obra, en todos los cristianos y en todas las personas hay un denominador común que es Jesús. Pero el numerador es diversísimo. Y se logran las combinaciones más locas que te puedes imaginar, porque es una maravilla. Pero que nosotros, Señor, ayudamos a verlo. A ver siempre esa, a tener esa mirada limpia para poder llegar al corazón. Para que no se nos vaya empañando, que eso hay que luchar con eso siempre, de preconcepciones, de visiones torcidas, dominantes, tergiversadas. Ayúdanos a ver con tus ojos, con una mirada de ternura, de misericordia, de paciencia. Como tú nos dijiste en esa parábola, Señor, déjala también este año hasta que acabes alrededor, por si produce un fruto y si no ya la cortarás, pero todos los años hace lo mismo, pues que nosotros también no nos cansamos nunca de esa paciencia y esa comprensión. María, Madre y Misericordia, muéstranos a Jesús, ayúdanos a descubrir esa misericordia en nuestra vida, muéstranos la tuya también, para que nos ayude, nos ayudes a poder ver siempre con esa mirada limpia de comprensión.

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