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Las guerras macabeas y las construcciones identitarias en las guerras y conflictos
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Las guerras macabeas y las construcciones identitarias en las guerras y conflictos
The podcast episode discusses the ancient conflict between the Seleucid Empire and the Jewish resistance in Syria-Palestine from 175 to 163 BC. It focuses on the revolt led by Judas Maccabeus against the Seleucid Empire and the subsequent purification of the temple in Jerusalem. The episode also explores the different perspectives presented in the books of the Maccabees and the historian Flavius Josephus. It examines the construction of ethnic identities and the causes of the Jewish wars in the Greco-Roman world. The region is referred to as Syria-Palestine and Judea, highlighting the ideological and political implications of naming. The episode concludes by discussing the explanations given for war in ancient times and how the first book of the Maccabees and Josephus explain the causes of the Maccabean war. Os doy la bienvenida al podcast Guerra y Conflicto en el Mundo Antiguo. Comenzamos este primer episodio por un conflicto de una zona geoestratégica que a día de hoy aún sigue de penosa actualidad. Se trata de la guerra que se desarrolló entre los años 175 al 163 a.C. y que tuvo lugar en la zona de Siria-Palestina entre el imperialismo de la monarquía seléucida y la resistencia judía de la dinastía de los salmoneos. Estamos en el año 165 a.C. Judas, apodado Macabeo, que traducido sería Martillo, fue quien protagonizó la revuelta contra el imperio seléucida, los hecederos en Siria del imperio griego de Alejandro Magno. Estos hechos son narrados en los libros de época helenística que conocemos como primero y segundo de los Macabeos. El rey antiguo IV, autodenominado Epífanes Zeus, que significa manifestación de Zeus, impuso a sangre y fuego la cultura griega y profanó el templo con un altar a Zeus. Así que Judas Macabeo, tras recuperar Jerusalén, purificó el templo para conservarlo nuevamente para el culto al Dios de Israel. El 25 de diciembre del año 164 a.C. En esa fecha desde entonces se celebra la fiesta judía de la Dedicación Ojanucá. Posteriormente su hermano Simón conseguiría la derrota y la independencia del imperio helenístico en el año 142 a.C. El gobierno de los Macabeos asegura un reinado independiente hasta que un poder imperialista volviera a entrar en Jerusalén. Será el poder de la República Romana al frente de Pompeyo en el año 63 a.C. Además de los libros primero y segundo de los Macabeos, el historiador judeo-romano Flavio Josefo nos narró estos acontecimientos a la inición de su obra La guerra de los judíos. Josefo escribe en un momento posterior a los hechos narrados, aproximadamente los años 75-79 d.C. Los dos libros de los Macabeos no cuentan una historia sucesiva de los acontecimientos, sino que son dos textos que tratan la misma secuencia narrativa, aunque no temporal, de los hechos. Por tanto nos centramos en el primer libro de los Macabeos. La comparación entre estos textos es interesante porque nos ofrecen dos perspectivas distintas de los mismos acontecimientos. Por un lado tenemos la mirada judía de aquellos que son sometidos por el poder del imperio de Seleucida, los Macabeos. Por otro lado tenemos aquella representada por el poder de otro imperio, el romano, que encarna Flavio Josefo. Sin embargo, como recordatorio de que las narrativas maniqueas de los conflictos y las guerras no tienen una fácil correspondencia con la realidad histórica, Flavio Josefo no era un romano al uso, sino un judío que acabaría adoptando la identidad romana y la fidelidad al imperio romano como propias, aunque nunca abandonara su herencia cultural y étnica judía. Aquí se superponen en estos textos mundos de significado distintos que nos permiten también comprender cómo se construyen socialmente las identidades étnicas en situaciones de conflicto y nos estimulan a reflexionar sobre cómo se comprendieron las causas de las guerras judías en el mundo grecorromano. Nuestro enfoque, por tanto, auna una consideración historiográfica más tradicional dentro de historia política que se pregunta por las causas de las guerras tal y como las percibieron los autores e historiadores que las narraron en sus obras, con una aproximación cualitativa que se centra en el análisis de cómo la cultura y las construcciones sociales identitarias influyen en el desarrollo de los conflictos y las guerras. Como se verá, no distinguimos entre causas políticas y causas religiosas, ya que lo religioso no tiene una realidad institucional o social diferenciada en el mundo antiguo ni en sus fuentes. La religión forma parte de la red básica de significados del mundo social en las sociedades antiguas que configura su espacio político. Desde el inicio nos topamos con problemas que parecen irresolubles. Desde el mismísimo momento en que necesitamos elegir una denominación para delimitar la zona geopolítica en la que se desarrolla este conflicto nos encontramos en una zona de minas ideológica. ¿Cómo referirnos a ella? ¿Como Israel, Judá, Judea, Palestina? No hay ninguna designación que cubra toda el área geográfica y política de manera constante y homogénea durante un largo periodo de tiempo. En innumerables ocasiones la elección de una categoría u otra responde a una intencionalidad ideológica que tiene repercusiones políticas actuales. Si nos atenemos a la edición grecorromana encontramos menciones de Palestina en Heródoto pero ¿a qué área geográfica se refiere? Heródoto hace referencia a Siria-Palestina o a los sirios-palestinos de una manera genérica en su libro segundo, fragmentos 104-106, en esta zona sin especificar sus límites. Cuando intenta ser más preciso, Heródoto habla que desde Persia hasta Fenicia hay una amplia extensión de terreno y menciona expresamente Fenicia que se encuentra en las costas de Siria-Palestina. Heródoto vuelve a referirse a los sirios de Palestina junto a los fenicios en su libro séptimo, fragmento 89, establecido en las costas de Siria que se extiende hasta Egipto y que según Heródoto recibe el nombre de Palestina. La cuestión estaría si Heródoto se refiere sólo a la franja costera al sur de Fenicia o a una amplitud mayor. Finalmente, Heródoto menciona una provincia que se extiende desde la frontera sur de Filicia y el comienzo de Siria hasta llegar a Egipto, en la que se incluyen Fenicia y la Siria que se llama Palestina, dicho esto en el libro tercero, fragmento 91. Por lo tanto a ojos griegos parece plausible que se denominará a la región entre Siria y Egipto como Siria-Palestina, distinguiéndola de Fenicia. Esto continuará posteriormente cuando después de la revuelta judía contra el Imperio Romano en el año 135 d.C., gobernando el emperador Adriano, se acabará imponiendo el nombre de Palestina de Siria a toda la región. Desde el punto de vista judío, sólo existió un reino unificado denominado Israel durante los reinados de David y Salomón el siglo X a.C. A la muerte de este último, el reino se divide en dos, Israel al norte y Judá al sur. El reino del norte desaparecerá tras la invasión a Siria en el año 722 a.C., mientras que el reino del sur tendrá una pervivencia hasta el siglo VI a.C., cuando caerá en manos del Imperio Babilónico en el año 587 a.C. Durante el dominio persa en el año 538 a.C., el reino del sur Judá recuperará una cierta autonomía hasta la llegada del Imperio Griego y las monarquías helenísticas de Ptolomeos y Seleucidas. Tras la independencia ganada por sus macabeos, que se prolongará desde el año 142 a.C. la región estará bajo la administración romana y se conocerá por el nombre latino de Judea. Por tanto usamos la designación griega Siria-Palestina como una referencia geográfica abarcadora para toda la región, mientras que seguimos a Josefo cuando se refiere a la región más específicamente como Judea y usaremos los calificativos de judíos e israelitas que encontramos en nuestras fuentes para referirnos a sus grupos étnicos sociales. El historiador griego Heródoto nos decía que nadie es tan estúpido que prefiera la guerra a la paz, porque en la paz los hijos sepultan a sus padres, mientras que en la guerra son los padres los que sepultan a sus hijos, y además añadió en un juicio con conclusivo, la guerra es peor que la paz. Por eso Heródoto, según el historiador momiriano, será el primero en preguntarse por las causas de la guerra. Por tanto, si la guerra no es algo deseable, es un fenómeno que requiere de explicación y de legitimación para que pueda llevarse a cabo. Pero más allá de cualquier esfuerzo de racionalización, la guerra es entendida en el mundo antiguo como algo inevitable y que responde a fuerzas más allá de la acción humana. En este sentido Heródoto expresaba como su propia opinión, que la guerra era fruto del castigo de los dioses debido a las grandes faltas de los seres humanos. Otro historiador griego, posterior, Tucídides, a finales del siglo V a.C., distinguió entre causas verdaderas y motivos inmediatos como manera de explicar la guerra. En este sentido señaló que la causa verdadera, aunque no confesable, que motivó la guerra entre atenienses y espartanos, y la guerra del Peroponeso, fue el miedo que los espartanos tuvieron frente al expansionismo imperialista ateniense. Y cuando Polibio, historiador griego del siglo II a.C., se pregunta por las causas de las guerras púnicas, se propone determinar cómo, cuándo y por qué el mundo conocido ha caído sobre la dominación romana. En este sentido cabe preguntarse cómo el primer libro de los Macabeos y Josefo explican las causas de la guerra macabea. El texto de los Macabeos comienza retorturalléndose hasta Alejandro Magno, que después de derrotar al rey persa Darío consiguió conquistar hasta el confín del mundo, es decir, hasta la India, que en el imaginario cultural helenístico representaba el fin conocido del mundo habitado. Expresamente se dice que el corazón de Alejandro se ensoberveció y se llenó de orgullo. Al morir Alejandro le suceden sus generales y fueron coronados como reyes iniciándose unas monarquías hereditarias helenísticas que según el texto Macabeo fueron causantes de las desgracias del mundo. Como epítome de estas desgracias emerge un vástago perverso, así califica el texto de los Macabeos a Antíoco IV Epífanes. Desde la perspectiva judía el imperialismo helenístico es causante de los males que debían afrontar como pueblo, pero eso constituiría sólo causas externas. El autor de los Macabeos también tiene en cuenta unas causas internas. Entre las élites dirigentes judías hubo partidarios de esta fuerza helenizadora y enviaron una embajada diplomática frente al rey Antíoco. De aquí se derivaron una serie de medidas que se interpretan como una infidelidad al pacto con el dios de Israel que configuraba las tradiciones judías, lo que sería la causa de los males que deberían afrontar aquella parte del pueblo judío que quería seguir prestando lealtad a su fe y a sus costumbres ancestrales. No obstante esta aculturación helenística no evitó las desgracias para el pueblo judío produciéndose el saqueo del templo y la instalación de un destacamento permanente en Jerusalén. A partir de entonces se promulgó un decreto real con una serie de medidas que tenían como objeto la helenización forzosa del pueblo israelita, obligándoles a abandonar su identidad judía y fidelidad al pacto con el dios de Israel. Por su parte Josefo, en el proemio de su obra, nos explica que va a narrar los acontecimientos contemporáneos a él, de los que él ha sido testigo, pero que hará un breve repaso a los acontecimientos inmediatamente anteriores sin necesidad de remontarse muy atrás la historia de los judíos que por otra parte ya ha relatado en otra de sus obras. Estos acontecimientos anteriores a la guerra de los judíos contra los romanos se corresponde con la narración del primer libro de los Macabeos. Josefo se disculpa por no seguir las normas de la historiografía al dejarse llevar por las lamentaciones de las desgracias de su pueblo. Entre las causas de esas desgracias, Josefo destaca, para explicar la guerra de los judíos contra los romanos, la existencia de una lucha interna entre las élites judías calificadas de tiranos y bandidos. Recordamos que la palabra tirano tenía una connotación política en el mundo grecorromano, que hacía referencia a la concentración personal del poder por contraposición a gobiernos de representación, mientras que la palabra bandido no hacía referencia a un delincuente común sino a revolucionarios contra el poder instituido. Obviamente todo ello exoneraba de responsabilidad a los romanos que poco más que tuvieron que poner orden en aquella situación creada por los mismos judíos. Esa es la base de la argumentación de Josefo. Ahora bien, ¿qué causas menciona expresamente Josefo por la toma de Jerusalén a manos de Antíoco IV? El autor judeorromano destaca los enfrentamientos entre las élites judías. Por un lado tenemos a Onías IV, sumo sacerdote y partidario de la resistencia judía, que expulsó de Jerusalén a Tobías, quien era partidario de la monarquía helenística. Ejemplo de una actitud adaptativa a la cultura griega. Entre ellos había una hostilidad abierta por el poder. Los hijos de Tobías recurren a Antíoco IV y se ofrecieron para ayudarle en una posible invasión de Judea, que se encontraba bajo la dominación tolomea. Antíoco IV no solo aceptó sino que tomó la ciudad de Jerusalén y profanó el templo y prohibió las costumbres judías. El autor del primer libro de los Macabeos coincide con Josefo en la apreciación de las causas que posibilitaron la invasión seléucida debido a las luchas internas judías. El primer libro de los Macabeos, capítulo 1, versículo 11, califica de israelitas renegados a estos que convencieron a muchos para realizar aquella misión diplomática al rey Antíoco IV. Sin embargo, mientras Josefo trata por igual a los dos bandos judíos prohelenísticos y antielenísticos, y se distancia de ambos en su relato a favor de la legitimación romana, pues el primer relato de los Macabeos toma partido en contra de los partidarios prohelenísticos y a favor de las élites antielenísticas. Como ejemplo paradigmático de la construcción social de las identidades que derivan en lealtades políticas tenemos el caso del propio Flavio Josefo, en el se aunan lo judío y lo romano en una especie de supervivencia personal y política. Hablando en el contexto de la guerra judía contra los romanos en los años 66-70 d.C., Josefo afirma que lo que más les impulsó a los rebeldes judíos fue la esperanza mesiánica de un rey judío que gobernaría el mundo. Sin embargo, Josefo no tiene problemas en atribuir esa condición mesiánica a Vespasiano, quien fue proclamado emperador en Judea. Esto resulta interesante porque el mesianismo es un mecanismo legitimador muy potente de lealtades políticas. En Josefo se produce una relativización de lealtad mesiánica judía y se transfiere sin pudor al emperador romano. De hecho, mucho más significativamente aún, podemos constatar que tanto Tácito como Suetonio, historiadores romanos, se apropian de las esperanzas mesiánicas judías reformuladas de una manera vaga y superficial. Ambos llegan a afirmar que, según había sido transmitido por los escritos judíos, del oriente surgirían hombres que saltean de Judea y que dominarían el mundo. No obstante, al final se pondría de manifiesto que realmente era algo referido al emperador romano. La diferencia entre ellos es que mientras Tácito lo atribuyó a Vespasiano y a Tito, Suetonio lo afirma de una manera más imprecisa a un emperador romano. Por tanto, la posición de Josefo no es otra que la visión, o mejor dicho, la adoptación romana del mesianismo judío. El Evangelio de Juan nos narra cómo, ante el intento de Poncio Pilato de soltar a Jesús, los dirigentes judíos llegan a su condición mesiánica diciéndole que si lo suelta es enemigo de César, y le recuerdan que todo aquel que se autoproclama rey se opone a César. Ante la insistencia de Pilato y la pregunta de si ha de crucificar a su rey, los dirigentes judíos le responden de manera paradigmática que no tiene más rey que César. Una vez más, vemos cómo la relativización del mesianismo judío resulta en favor de la lealtad al emperador romano. Un hilo de nuestra argumentación nos introduciría en el análisis de cómo los imperialismos produjeron cambios sociológicos en el mundo antiguo, pero esto excede las posibilidades de este espacio de divulgación. Sólo hay que mencionar que en el contexto del enfrentamiento entre el imperialismo seléucida y la resistencia judía, esto es muy claro. A un intento de colonización cultural que resulta más opresora que la que deriva de las consecuencias inmediatas de la guerra y de la institucionalización política de la violencia. Aquellos sectores de la sociedad judía del periodo helenístico que tuvieron una adaptación cultural cedieron en su lealtad política, mientras que aquellos sectores resistentes frente a ese imperialismo cultural se mostraron irreductibles en la cesión de sus lealtades políticas. Como también hemos podido comprobar, hay una apropiación por parte del imperialismo romano del mundo cultural judío. En su esperanza mesiánica que no es otra cosa que el resultado de la violencia estructural de su fuerza imperial, pero también que los procesos de contaminación cultural tienen una doble dirección y no es unidireccional. Por último, las guerras y los conflictos se nutren y se legitiman de las fronteras geográficas y sociales. El enemigo se deshumaniza y se despersonaliza para que pueda ser susceptible de eliminación. Sin embargo, en nuestros análisis previos hemos podido constatar que, en las situaciones de guerra o de conflicto, la frontera entre la identidad y la literidad entre lo judío y lo griego, entre lo judío y lo romano o lo que significa ser judío en un mundo helenizado es mucho más porosa de lo que cabría pensar. La construcción de relatos maniqueos de buenos y malos generalmente son falsos y la realidad siempre está llena de matices y perspectivas diferentes y, por tanto, la aprobación, el control y la distorsión de la narración de la guerra resulta fundamental para las legitimaciones políticas. Pensamos que todo ello nos proporciona un recordatorio necesario y algunas claves interpretativas para reflexionar dentro de la misma zona geoestratégica sobre el actual conflicto palestino-israelí que tan sometido a polarización se encuentra.