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Aprovechando bien el tiempo Dom 27 de Agosto 2023

Aprovechando bien el tiempo Dom 27 de Agosto 2023

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Olivo Verde is a community focused on the systematic and respectful study of the Word of God. They emphasize the importance of prioritizing the Word and not mixing it with other philosophies or thoughts. The speaker warns against becoming too self-reliant and prioritizing our own desires over God's will. They mention the story of King David as an example of someone who prioritized his own desires over God's Word. They also discuss the importance of serving and seeing it as a privilege rather than a burden. They reference the story of Nehemiah as an example of someone who served God's people with dedication and integrity. Olivo Verde es una comunidad enfocada en el estudio sistemático y respetuoso de la Palabra de Dios. El contenido de su producción se basa en el trabajo verso a verso del texto bíblico. La Iglesia, aparte de celebrar y gozarse y agradecer, tiene desafíos por delante. Muchos, muchos. Yo quisiera enfocarme en cuatro, y los vamos a ver rápidamente. El primero, ya lo he mencionado otras veces, es darle el lugar a la Palabra de Dios, priorizar la Palabra. O sea, ¿qué quiero decir? Esto está por encima de cualquier cosa. Y usted me dice, uy esta señora, y usted siempre dice lo mismo, siempre dice lo mismo. No, hermano, es que yo no tengo nada nuevo que decir. Es que aprendemos cosas nuevas todos los días, si nos disponemos. Pero la Palabra del Señor está establecida, y no hay nada nuevo que decir. Salvo reafirmar y aprender lo que ya está establecido. Esto es como los niños, los bebés, cuando ven la pibe, son pequeños, y empieza a llover, y los sacamos a que vean la lluvia. Ellos se asombran, y ellos no consiguen cómo cae agua de arriba y demás. Es la primera vez para ellos, están aprendiendo algo nuevo, pero eso no quiere decir que la lluvia es la primera vez que caiga. Ahí está, no ha cambiado de color, no ha cambiado la forma en que cae, no ha cambiado nada. Así es la Palabra del Señor, no ha cambiado, es la esencia es la misma, la Palabra se mantiene. Paula advierte y dice, ojo, cuidado cuando alguien llegue con algo nuevo, porque hay cosas nuevas. Hay nuevo aprendizaje, porque yo no conozco todo y tengo que aprender. Pero la Palabra es la misma, se mantiene, porque esa es la voluntad del Señor. Que trascienda tiempos y épocas en perfecto orden, en perfecta conservación. Ahora, cuando yo le digo, llegó el tiempo de darle a la Palabra la prioridad, que sea lo principal, que sea lo que marque nuestra vida, yo quiero una vez más decirle, hermanos, llegó el tiempo de dejar de hacer mezclas. No podemos seguir haciendo las mezclas que tanto nos gustan, que tanto seducen. Pensamiento positivo, pensamientos de superación personal, filosofías de moda. No más, hermanos, no podemos seguir dándole chance a hacer esas mezclas, esas fusiones. No son sanas, no son correctas. Y usted me dice, Giselle, pero son bonitas. Sí, son bonitas, son interesantes, son pensamientos interesantísimos, agradables. Y usted puede decir, y hasta lo llenan a uno de fuerza y de todo. Y yo le digo, sí. Entonces, ¿dónde está lo malo? ¿Cuál es el problema? Yo le voy a decir cuál es el problema. El problema radica, hermanos y hermanas, en que cuando usted y yo empezamos a darle cabida a ese tipo de pensamientos, cuando empezamos a familiarizarnos con ese tipo de pensamientos, usted y yo cada vez nos sentimos probablemente más seguros, más firmes, pero menos necesitados de Dios. Empezamos a alejarnos y empezamos a sentirnos que estamos muy bien capacitados nosotros para vivir la vida, que estamos muy bien afianzados. Y entonces empezamos a necesitar menos a Dios. Entonces llega un punto donde usted y yo nos volvemos la ley. Y usted y yo nos volvemos prioridad. Y usted y yo empezamos a probar ciertas cosas y a desaprobar ciertas cosas en función de nuestros intereses, de nuestras necesidades. Y eso es muy peligroso, hermano, eso es muy peligroso. Y esa no es la voluntad del Señor. Entonces llegó el tiempo de dejar de hacer mezcla. Llegó el tiempo de abrazar la Palabra pura tal cual y vivir a través de ella. ¿Sabe quién cayó en este problema en un momento en su vida? El Rey David. En el libro de segunda de Samuel se nos cuenta la historia, que ya la hemos analizado otras veces, y esta va a ser una vez más, donde el Rey David cae en pecado con Bezabé. Cuando pasa, todos conocemos, yo creo que la mayoría conocemos la historia, cuando viene Natán y confronta al Rey David le dice, lo llama y lo expone, le expone todo lo que ha hecho y le dice, así dice el Señor, ¿Por qué tuviste en poco la Palabra de Jehová para hacer lo que a mí no me agrada? Nunca el Señor le dijo a David, ¿Por qué no creíste? Él creía. ¿Por qué no la tomaste en cuenta? La tomó en cuenta. Pero cuando llegó el momento de escoger qué era lo que iba a marcar pauta, él escogió por él. Él escogió por saciar su deseo, por cumplir lo que él quería. Estuvo él. Él encarnó la ley. Él se hizo la ley. Él aprobó lo que él quería aprobar para sí. Fue el error del Rey David. La puso, la puso a la misma línea de la Palabra. Y ese es el problema con este tipo de pensamientos. Los pone a la altura de la Palabra. Los validamos. Hoy posteamos. Yo no uso redes sociales, pero algunas veces veo, uso WhatsApp, y algunas veces veo que la gente, en grupos en los que estoy incluida, postea un día pasajes bíblicos y al otro día pensamientos de diferentes pensadores. La ponemos a la misma altura. La emparejamos. Y la Palabra de Dios está por sobre cualquier cosa, por encima de cualquier cosa. El Rey David tomó en cuenta. Él creía en la Palabra. Él creía. Era un hombre que conocía la Biblia. Conocía la ley de Dios. Y la tomaba en cuenta. Cuando el gran problema de David fue que él se asumió ser él la ley y se puso por encima de la Palabra. Él sabía que era Rey y que tenía derecho a hacer prácticamente lo que le daba la gana. Él sabía que él no se le negaba a nada, en buena teoría. Y entonces David decidió ser él la ley y aprobar lo que iba a suplir y a saciar su deseo. Y cuando le digo que él conocía la ley, conocía la ley, hermano. Él sabía que él podía casarse con una viuda, pero no con una mujer que tuviese marido. ¿Qué hizo entonces? A partir de que él conocía la ley, mató al marido. Vaya solución le dio. Él fue la ley. Él no solo, él se hizo la ley a sí mismo. Él no solo tomó la mujer de un hombre, sino que tomó la vida del hombre. Imagínense el nivel de confianza en sí mismo que tenía David de llegar al punto de no solo tomar una mujer ajena, sino de matar al marido para poder con libertad tener la mujer de aquel hombre. Eso es lo que pasa, hermanos. Cuando nosotros empezamos a hacer mezcla, ¡Uy, pero uno no llega tan lejos, qué barbaridad! No, no llegamos tan lejos, hermanos. Pero empezamos a creernos a nosotros mismos y a asumir la vida como si fuera nuestra. Y entonces, ya la prioridad somos nosotros. Ya Dios no es prioridad, ya Dios puede esperar. Ya la familia puede esperar, ya mi esposa y mi esposo pueden esperar, y mis hijos también pueden esperar. Tengo cosas que hacer, tengo sueños que cumplir, tengo metas que alcanzar. ¿Está mal? No, no está mal. No está mal siempre y cuando yo tenga muy en claro que nunca nada ni nadie va a estar por encima de la Palabra del Señor, que ya va a marcar mi vida, va a marcar la pauta, y que es innegociable, innegociable. El segundo desafío que tenemos es el del servicio, hermanos. Es el del servicio. Dieciocho años de estar en Olivo Verde para muchos de ustedes, qué bendición. Y dieciocho años de servir, hermano, es la pregunta. Cada quien tendrá la respuesta. El punto, hermano, el punto real en esto es hasta que yo tenga claro, hasta que usted tenga claro, hasta que entendamos que servir es un privilegio, lo vamos a ver, como un contratiempo y como una carga. Hasta el día que usted y yo entendamos que Dios usa a quien quiera usar, pero servirle sólo al pueblo de Dios, sólo a sus hijos. Servir en el contexto que Dios quiere, con la trascendencia y el impacto que Dios quiere, eso sólo lo hace el pueblo de Dios. Eso está. Eso es un privilegio, hermano, para el pueblo de Dios, para sus hijos. Y hasta el día que usted y yo tengamos claro eso, vamos a seguir dejando pasar las oportunidades que a diario el Señor nos da y nos pone adelante para servirle. Enseñar a otros, aconsejar a muchos, acompañar a otros, involucrarnos en diferentes cosas. Es tiempo, hermano, es tiempo que usted y yo entendamos que servir es el honor más grande que tiene un hijo y una hija de Dios. Ser parte de la obra de Dios, entender que a mí Dios me capacitó y a usted y a cada hijo suyo, porque lo dice Primera de Pedro, el apóstol Pedro lo enseña, entender que Él nos dio dones, que Él puso dones en cada uno de nosotros con el fin único, entiéndame, único, hermano y hermana, de que usted me bendiga a mí y yo lo bendiga a usted. Ese es el único fin. No es que usted se compare con el otro y piense que lo que usted hace es mejor o más valioso, que estar aquí es más importante que servir allá. No. Es con la idea, Dios lo dota y lo pone a usted y a mí, nos da dones, para que nosotros entendamos que la única razón por la que eso está puesto en su vida y en mi vida es para bendecirnos mutuamente y que el nombre del Señor sea glorificado. Si logramos entender eso, hermanos, nuestra vida va a tener sentido. Nehemiah, el libro de Nehemiah es un libro interesantísimo, interesantísimo. Nos habla de lo que es la solidaridad, nos habla también de compañía, nos habla de compromiso, nos habla de un montón de cosas. Nos muestra un hombre con un sentido de compromiso y una entrega al servicio del pueblo de Dios y de la obra de Dios maravillosa. Nehemiah era un hombre que había sido llevado cautivo a Babilonia. Cuando Babilonia invade Jerusalén, la saquea, se lleva dentro de las cosas que se llevan como copas y cosas valiosas del templo, se lleva mucha gente, en su mayoría muchachos muy jóvenes, muy jóvenes, para usarlos en las cortes y al servicio del pueblo al cual eran cautivos. Nehemiah era uno de esos muchachos, era joven cuando sale. Y Nehemiah va a servir como copero del rey. El copero del rey era el hombre que servía el vino en la copa, lo probaba antes y después se lo daba al rey. Por aquello que estuviera envenenado, el que se iba en la tira era el copero. Pero no era un puesto cualquiera, era un puesto de privilegio, de altísimo honor, porque era escogido una persona íntegra, con un nivel de integridad increíble, porque podía ser sobornado para envenenar al rey. La integridad era increíble, aún dicen los comentaristas que la apariencia era agradable, no podía ser una persona no atractiva físicamente, aún eso cuidaban. Era un hombre joven, de buen aspecto, muy educado, tenía condiciones específicas. Y Nehemiah había llegado jovencito a Babilonia y empieza a servir. Ahí Nehemiah tenía un puesto, le digo, de privilegio, de mucho honor en la corte. Tenía la confianza absoluta del rey. Pocas personas estaban en presencia del rey tan constantemente como el copero. La esposa no, ni aún la esposa. La esposa venía si ella lo pedía o si el rey la pedía, y si era ella la que pedía visitar al rey, él se daba el lujo o de rechazar la petición o de aceptarla. Pero el copero estaba siempre delante del rey, siempre se mantenía cerca del rey, tenía su confianza. Y en ese contexto de privilegios, de muchas ventajas, está Nehemiah. Y a él le llega el aviso y pregunta que cómo estaba el pueblo de Jerusalén. Estaban, dice, las puertas caídas, los muros destruidos. Y eso no sólo los exponía a que fuesen atacados por los enemigos, sino que representaba una vergüenza extrema para el pueblo. Hablaba de desprotección, hablaba de que estaban expuestos de su vulnerabilidad. Y cuando Jeremíah se escucha la condición del pueblo, dice que se entristece profundamente, tanto que el rey mira a su rostro y le dice, ¿qué es lo que te tiene tan triste? Él le cuenta la historia, pide el permiso y Nehemiah se va, junto con otros, a reconstruir los muros de Jerusalén. ¿Qué le quiero decir con esto, hermanos? Que Jeremíah no escatimó su posición, no vio que se iba a incomodar, no vio que tenía que viajar mil kilómetros, estaban a mil kilómetros de distancia. Y ahora en ese momento usted agarra un vuelo, pero imagínese en ese momento cómo sería, cuánto tardaría, cómo sería aquel viaje para este hombre. Jeremíah no escatimó, él dijo, voy a servir, tengo un propósito y tengo muy claro, muy definido, que mi vida está en función del servicio a Dios y a su pueblo. Eso se llama tener claro el concepto del servicio. No se midió, no lo detuvo, ni la comodidad que tenía, ni las ventajas y los privilegios que tenía. No le importó incomodarse, repito, no le importó poner ciertas condiciones que tenía, con tal de servirle al Señor y de servir al pueblo de Dios. Servir, repito, es un privilegio, hermano. Servir es el honor más grande que un hijo y una hija de Dios puede tener. Y hasta el día que usted y yo entendamos eso, vamos a seguir, repito, como dije antes, desperdiciando oportunidades para servirle. Como tercer punto. En Efesios 5.6, le dice el apóstol Pablo a la iglesia de Éfeso, aprovechen bien el tiempo, dice, nadie los engaña con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia. Por tanto, no seáis insensatos si no entendidos de cuál sea la voluntad del Señor. El apóstol Pablo le dice a la iglesia de Éfeso, Miren, llegó el momento, les dice. En el 5.16 dice, aprovechen cada oportunidad que tengan de hacer el bien, porque estamos viviendo tiempos muy malos. No sean tontos si no tratan de averiguar qué es lo que Dios quiere que hagan. Aprovechando bien el tiempo, dice la versión de la reina Valera, porque los días son malos. Usted y yo tenemos un tercer desafío, hermano, y es entender los tiempos que vivimos. Vivimos tiempos sin precedentes, y nosotros muchas veces nos vemos viviendo como si tuviésemos mil años por delante, como si todo lo tuviésemos seguro, como si nada importara. Distraídos, hermanos, muchas veces en cosas que son pasajeras, que no trascienden y que no están valiosas para Dios. ¿Son malos? No. ¿Hacer planes de qué estoy hablando yo, de que el mundo se va a acabar? No, yo no estoy diciendo eso. Yo no estoy diciendo ni que esto se nos va a acabar, ni que nos quedan cinco días. Yo no estoy diciendo nada semejante. Yo estoy diciendo, hermano, que los tiempos que vivimos son sin precedentes, son tiempos malos, muy malos, muy complejos, muy confusos, de mucha inestabilidad social, de mucha inestabilidad política, de mucha inestabilidad en el área de salud, de mucha inestabilidad económica. Es inestable, hay una vulnerabilidad absoluta. Son tiempos malos y los días se acortan. Y tenemos el desafío de entender las épocas, los tiempos que estamos viviendo, porque si no, vamos a seguir distrayéndonos pensando que tenemos mil años por delante, que nada precisa, que podemos dar tiempo, que no importa que después, que más adelante me involucro. Pero no estamos conscientes muchas veces, hermanos, de la fragilidad de la vida. No estamos conscientes de lo fugaz que es esto. Hace poco más de tres meses, nosotros pasamos por una situación muy compleja con mi esposo. Se enfermó feo, muy grave. Y le damos gracias a la iglesia porque ha estado y nos ha apoyado en oración. No tenemos con qué agradecerles. No nos daban esperanza, hubo un momento en que no nos daban esperanza. Nos volvimos al Señor y Él nos escuchó, y escuchó al pueblo de Dios y en su misericordia, y todavía está aquí con nosotros. Por su misericordia, por su amor, por su gracia. Pero, hermanos, la vida es fugaz, es inestable. No hay garantías de nada, hermano. Aquí dice Pedro, entiendan, el apóstol Pedro llama a la iglesia y le dice, por favor entiendan que aquí vamos como peregrinos y extranjeros. Que aquí vamos de paso tan solo. No se aferren. No echen anclas aquí. Porque su fin y el mío son eternos. No están aquí. Nos engañamos muchas veces y nos dejamos seducir por el ronron y por las tantas cosas que nos agobian y que se agolpan contra nosotros. Pero, hermano, esto es fugaz, esto es pasajero. Un forastero, el apóstol Pedro usa dos palabras, dos adjetivos. Forasteros y peregrinos. Ninguno de los dos tiene nada de sí. Un forastero no tiene lugar, nada le pertenece. Y un peregrino es igual. No tiene nada suyo. No tiene por qué anclarse ni por qué aferrarse. Porque no tiene patria, no tiene casa, no tiene nada. Y el apóstol Pedro le dice, entiendan por favor. Entiendan. En su carta le dice, entiendan por favor que nosotros somos peregrinos y somos extranjeros. Que la vida es fugaz. Que hoy estamos y mañana no. Y si yo no tengo claro esa fugacidad y ese transitorio tan corto, voy a vivir como si yo tuviese mil años por delante. Sin aprovechar los tiempos. Porque los días son malos y los tiempos son cortos. Se me va a ir el tiempo, hermanos. Se me va a ir el tiempo. Y cuando yo me dé cuenta, van a haber pasado mil oportunidades para servir. Mil oportunidades para alabar al Señor. Mil oportunidades para el último y cuarto desafío que voy a mencionar en esta mañana. Para marcarle la vida y marcar nuestro entorno. Y marcarle la vida a las generaciones que vienen detrás de nosotros. Ese es el cuarto desafío que tiene la Iglesia del Señor. Cuando yo meditaba en esto, estamos siendo desafiados. No solo sostenernos nosotros. No solo hacerlo bien nosotros. Estamos siendo desafiados a marcarle la vida a las generaciones que vienen detrás de nosotros. Cuando yo meditaba en este punto, me acordé y me fui a Génesis 49. Es un capítulo hermosísimo. Está allá Jacob, anciano, muy anciano, muy viejito. Y llama a sus doce hijos. Les dice que se arrimen, que se acerquen. Y Él les dice, los voy a bendecir. Y les voy a decir, voy a hablar sobre el futuro de cada uno de ustedes. Y los reúne y empieza a bendecir a cada uno de sus hijos. A partir de su individualidad. Porque ninguno era igual al otro. Era completamente diferente uno del otro. Como sabemos todos los que tenemos más de un hijo, no hay uno igual al otro. Y empieza Jacob a bendecir a esos hombres, eran hombres. Y empieza a bendecirlos. Repito, a partir de la individualidad de cada uno. Y los bendice y habla sobre sus futuros. Y habla sobre lo que va a pasar a tiempo venidero. Y es hermosísimo, es hermosísimo. Es capítulo 49 de Génesis. Él marcó, dice la Biblia, que dicho, bendecido, habiendo bendecido a sus hijos. Dice que da las instrucciones, porque dice, ya yo estoy listo. Da las instrucciones de cómo lo entierren y dónde lo entierren y ahí mismo muere. Y uno dice, qué cosa más linda, qué pasaje más bonito, más interesante. Marcó la vida de esa gente. Lo que aquel hombre dijo y bendijo, las palabras que usó, marcó la vida de aquellos hombres. Y yo creo que usted y yo tenemos un enorme desafío. Algunos tenemos hijos ya adultos, igual les seguimos marcando la vida. Nunca se termina, hermano. Algunos tenemos nietos, que son la cosa más espectacular que alguien puede imaginar. Algunos tal vez no tendrán hijos, pero tienen sobrinos. Algunos ni hijos ni sobrinos, pero tienen amiguitos, amigos, amigas. Hermano, el punto es que usted y yo estamos puestos aquí para trascender, para marcar, para impactar nuestro entorno. David, ahora la historia que mencionaba al inicio, David también marcó la pauta en su familia. Cuando Natán lo confronta y le dice, qué has hecho, qué has hecho. Tuviste en poco la palabra del Señor, hiciste lo malo delante de Él. Y le dice, uf, esa parte de ese, es interesante, la historia es dramática. Yo no sé si usted la ha leído completa, pero es impresionante. Y uno se queda, y yo la leo y la releo, y yo, uf, qué terrible. Natán lo confronta y le dice, por cuanto esto hiciste, le dice, nunca, es un absoluto, dos absolutos, nunca, jamás, le dice, se apartará el mal de tu casa. Esos son dos absolutos. Le dice, nunca jamás se apartará el mal de tu casa. De aquí en más, le dice, antes se levantaba el mal desde afuera, ahora se va a levantar dentro de los tuyos. Va a haber espada siempre, va a haber muerte siempre. Es dramático, hermano, lo que el Señor le dice a David. Antes el mal se levantaba de afuera, ahora se va a levantar dentro de tu familia, dentro de los tuyos. Lo que hiciste en secreto, en oscuro, yo voy a permitir que se haga la luz del día y que todo el mundo lo vea. Y entonces sufra las consecuencias. David también marcó el entorno, también marcó pauta en sus generaciones. De ahí en adelante, si usted sigue leyendo las historias, si usted sigue en una línea de tiempo, la vida de David es una tragedia, hermano. David también marcó, porque hermano, tenemos que tener claro algo. Usted y yo vamos a marcar nuestro entorno, vamos a marcar nuestras generaciones, las que vienen detrás. ¿Cómo la marquemos? Porque siempre, siempre vamos a dar lo que tenemos. La pregunta del millón es, ¿qué tenemos para dar? ¿Qué tengo yo para dar? ¿Qué tengo yo para heredar? Porque sólo lo propio se hereda. Nadie hereda nada ajeno, hermano. Eso es un principio. Usted no puede heredar lo ajeno, usted sólo hereda lo propio. Por más que usted quiera, por más que a usted le impacte, por más que usted quiera que se parezca, no, se van a parecer a lo que usted y yo modelamos, hermano. Esa es una verdad absoluta. Heredamos lo que tenemos, no otra cosa. David heredó tragedia, drama, violencia, vergüenza, a partir de su error, de su pecado. No fue un error, fue un pecado lo de David. Ojalá que el Señor nos dé la sabiduría, la valentía, la decisión, la disposición para marcar la vida de los que vienen detrás de nosotros. Eso es un privilegio, hermano, poder modelarle a nuestros hijos, a nuestros nietos, que Dios nos ayude y nos haga entender que marcamos la vida de los que están. Que eso es un privilegio y una enorme responsabilidad. Recapitulo cuatro desafíos que tenemos. Priorizar la palabra y darle el lugar que merece. Es lo máximo, nada está por encima de ella. Servimos, porque entendemos que servir es el privilegio más grande que tiene un hijo de Dios. Y aprovechamos los tiempos porque los días son malos, entonces yo aprovecho y entiendo los tiempos que vivimos. Y por último me dispongo, dispongo mi vida para marcar mi entorno, las generaciones que vienen detrás mío. ¿Amé? ¿Qué le parece si inclina su cabeza y oramos?

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