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EL SEÑOR DE LAS SANDÍAS

EL SEÑOR DE LAS SANDÍAS

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Las sandías de Don Augusto y los tomates de Doña Florencia competían fielmente y a viva voz en el mercado. La venta de sandías era fabulosa, al igual que la venta de tomates. Por lo tanto, ninguno de los dos podía quejarse que las ventas desmedraban su propio negocio. Ambos tenían sus propios clientes, por lo tanto era normal que en ciertos días un porcentaje mayor recibiera uno más que el otro. Esto era una lucha descomunal, pues apenas podían irse uno al otro a través de infinidad de técnicas comerciales, más se incrementaban las odiosidades, no tan solo del dueño de las sandías, sino también de la señora de los tomates, como ya eran identificados los dos. El dueño de las sandías destacaba por no calarlas, es decir, no partirlas para ver su interior, y ya varias quejas se hacían correr en medio de todos los puestos que ahí disponían sus frutas de diferentes orígenes, a diferencia de la señora de los tomates que ella permitía que los eligieran, cosa que no era habitual tampoco, pues habitualmente la técnica es no dejar que el cliente elija, para ellos poner en las bosas correspondientes aquellos que de menor calidad puedan salir más rápido, pero al igual que la señora de los tomates, el señor de las sandías tenía también su propia técnica de poder ir conservando las mejores sandías al mejor postor y deshacerse los más rápidos de las de menor calidad. Como no dejaba calarlas, indudablemente justificaba el hecho de que si lo hacía, es decir, partirlas para que se pudiera ver su interior, disminuía la calidad de ésta y a la vez también aumentaba la cantidad de pepas en su interior. Algo ridículo, pero que el grueso de la gente la escudía al mercado, sin mayor problema era gente crédula y le ponía bastante atención por ese tipo de tonteras. Era habitual verlos pelear a ambos y estaban uno al lado del otro, que era lo más terrible, y todos aquellos otros dueños de puestos del mercado y de la feria, ya sabían todo lo que sucedía entre ellos, que era una lucha pero prácticamente a muerte, con tal de destruir el otro puesto, además que eran los más antiguos del mercado, por lo tanto al conseguir una patente, una licencia, un permiso municipal para estar ahí, realmente ya era muy difícil y ambos ya mayores de edad, adultos mayores por así decirlo, dejarían realmente un buen trozo de espacio para poner uno o dos puestos en los que, en el metraje que ellos ocupaban. Por lo tanto todo el mundo estaba atento a lo que uno y otro hacía. Un día el señor de las sandías no llegó y el espacio fue ocupado por los típicos coleros, es decir, aquellas personas que se meten a la mala a vender productos desechables, sin permiso, sin licencia, sin haber pagado impuestos previos. Todo el mundo quedó preocupado ese día, pues jamás había faltado. Luego en días siguientes la ausencia fue reiterativa y ahí empezó la preocupación. ¿Qué había pasado con el señor de las sandías? Los más cercanos no tenían mayores detalles y decidieron un día ubicar su residencia. Indagando por todas partes, conversando con todas las personas que por ahí transitaban y con sus más asiduos los clientes llegaron al lugar donde vivía el señor de las sandías. Fue algo espectacular e increíble. No lo podían creer cuando llegaron a ese lugar. El lugar era desprovisto de toda vivienda. No había nada, solamente un montón de hierba, heca, pasto y era el espacio suficiente como para construir una hermosa casa. Era el único espacio vacío. Enrededor buenas y hermosas casas se levantaban y ese sitio estaba totalmente desprotegido. Incluso lo habían estado, al parecer, utilizando como basurero, un vertebrero público, pues aún se encontraban trozos de distintos tipos de basura y de desechos y escombros. Indagando entre los vecinos descubrieron que sí, ahí había vivido el señor que vendía sandías, pero de un día a otro se había ido. ¿Pero y cómo vivía ahí? Le preguntaron. Es que él vivía en su camión. Él estacionaba su camión y cada día partía a vender sus productos y al atardecer regresaba nuevamente y de madrugada partía nuevamente, cargaba sandías y partía al mercado a venderlas. Era una rutina diaria, pero la temporada ya comenzaba a terminar. El verano comenzaba a alejarse y el otoño se aproximaba y la venta de sandías realmente comenzaba a declinar. Por lo tanto era de suponer que el señor de las sandías otra actividad comercial debiera comenzar. Y ahí se comenzó a indagar respecto a lo que hacía el señor de las sandías, pues a partir de esos días jamás regresó al mercado. A diferencia de la señora de los tomates, que siempre estaba ahí, pues los tomates indudablemente están presentes prácticamente todo el año. Desde ese día jamás se supo algo del señor de las sandías. Fue extraño, pues siempre todos sabían que existía esta disputa entre ese señor y la señora de los tomates y tenían memoria de que eso era así, pero ¿había sido solo por ese verano o había sido siempre? Esa fue la gran pregunta que comenzaron a hacerse aquellos que se interesaron en el tema. Lo cierto es que no se indagó más y el año transcurrió como de costumbre. Ríos, lluvias, neblina, buen y mal tiempo para todos aquellos que trabajaban en ese mercado. Lentamente se aproximó el buen tiempo, empezaron las brisas cálidas y la temperatura comenzó a subir y llegó el tiempo magnífico de las frutas y como suele suceder, llegaron las sandías. Pero ya no era el señor de las sandías quien estaba ahí, era otra gente más joven. Tal vez menos interesaba en la venta ni en el comercio, pero estaban obligados por alguna razón, pues no atendían muy bien al público. Y sí, daban caladas las sandías, pero no eran de buena calidad, eran muy malas. Y a los pocos días de haberse instalado, la clientela prácticamente los había desechado y todo el mundo extrañaba al señor de las sandías, pues aunque tenía esa maña de no calarlas, eran sí de buena calidad. Y ahí quedó el mito de las sandías. ¿Realmente si se partían bajaban la calidad y aumentaban las pepas? Eso no lo sabremos nunca. Según él, esa era la razón de por qué no las calaba, no las partía, pues al hacerlo generaba una interacción interna de acuerdo a sus palabras y las mismas semillas primigenias que al interior de estas se encontraban, inmediatamente con el oxígeno que entraba abruptamente, estas reaccionaban y se transformaban en semillas, las pepas, como las conocemos todos. ¿Será verdad todo eso? La verdad es que la cantidad de las sandías bajó notoriamente en ese mercado y nadie pudo suplir su ausencia ni la calidad de ese producto. Fue todo muy extraño, demasiado extraño. Y hay quienes dicen que hay veces que se le ve transitar con su camión como que va a ese mercado y posiblemente puede ser así, pero pasa tal vez por ese lugar, por esa calle o esa avenida de algunos de sus clientes más asiduos, pero no va al de ellos sino que va a otro. No faltaron quienes buscaron mercados o ferias en otros lugares, en otros días de la semana por los alrededores de aquella comuna, de aquel sector encontrando varias ferias, pero quienes vendían sandía no lo conocían ni tampoco era la persona esperada quien los atendiera. Por lo tanto desconocemos el paradero del señor de las sandías, de don Augusto, como se hacía llamar. ¿Habrá sido verdad? ¿Su nombre sería ese? No lo sabemos, pero el bonito recuerdo del señor de las sandías aún es reflejo de un mito prácticamente en aquel mercado y todos quienes aún tienen edad lo recuerdan con bastante cariño y recuerdos gratos por su buen producto, las sandías. Este fue un relato de Malmus Razzava.

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