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The chapter 27 of the book "A Course in Miracles" discusses the concept of healing and the crucifixion. It suggests that the desire to be treated unfairly is an attempt to combine attack and innocence. It emphasizes that suffering and injustice are not necessary for salvation, and that we should not see ourselves or others as guilty. Instead, we should focus on forgiveness and the recognition of our shared innocence. The chapter also explores the idea that the body has no real purpose and that our true purpose lies in remembering our eternal nature. It concludes by suggesting that we can transform the body into a symbol of life and redemption by letting go of past beliefs and allowing it to serve the purpose of healing and proclaiming the truth. Lectura del capítulo 27 del libro Un Curso de Milagros La curación del sueño El cuadro de la crucifixión El deseo de ser tratado injustamente es un intento de querer transigir combinando el ataque con la inocencia. ¿Quién podría combinar lo que es totalmente incompatible y formar una unidad de lo que jamás puede unirse? Si recorres el camino de la bondad, no tendrás miedo del mal ni de las sombras de la noche. Más no pongas símbolos de terror en tu senda, pues de lo contrario tejerás una corona de espinas de la que ni tu hermano ni tú os podréis escapar. No puedes crucificarte solo a ti mismo, y si eres tratado injustamente, tu hermana no puede sino pagar por la injusticia que tú percibes. No puedes sacrificarte solo a ti mismo, pues el sacrificio es total. Si de alguna manera el sacrificio fuese posible, incluirías a toda la creación de Dios, y al Padre junto con su Hijo bien amado. En tu liberación del sacrificio se pone de manifiesto la de tu hermano, haciéndose así evidente que tu liberación es la suya. Mas cada vez que sufres ves en ello la prueba de que Él es culpable por haberte atacado. De esta manera te conviertes en la prueba de que Él ha perdido su inocencia, y de que solo necesita contemplarte para darse cuenta de que has sido condenado. Mas la justicia se encargará de que Él pague por todas las injusticias cometidas contra ti. La injusta venganza por la que tú estás pagando ahora, es Él quien debería pagar por ella, y cuando recaigas sobre Él, tú te liberarás. No desees hacer de ti mismo un símbolo viviente de su culpabilidad, pues no te podrás escapar de la sentencia de muerte a la que lo condenes. Mas en su inocencia hallarás la tuya. Siempre que consientes sufrir, sentir privación, ser tratado injustamente, o tener cualquier tipo de necesidad, no haces sino acusar a tu hermano de haber atacado al Hijo de Dios. Presentas ante sus ojos el cuadro de tu crucifixión, para que Él pueda ver que sus pecados están escritos en el cielo con tu sangre y con tu muerte, y que van delante de Él cerrándole el paso a la puerta celestial y condenándolo al infierno. Mas esto solo está escrito así en el infierno, no en el cielo, donde te encuentras a salvo del ataque y eres prueba de su inocencia. La imagen que de ti le ofreces, te la muestras a ti mismo y le impartes toda tu fe. El Espíritu Santo, en cambio, te ofrece una imagen de ti mismo en la que no hay dolor ni reproche alguno, para que se la ofrezcas a tu hermano, y aquello de lo que se hizo un mártir para que diese testimonio de su culpabilidad, se convierte ahora en el perfecto testigo de su inocencia. El poder de un testigo trasciende toda creencia debido a la convicción que trae consigo. Se le cree porque apunta más allá de sí mismo hacia lo que representa. Tu sufrimiento y tus enfermedades no reflejan otra cosa que la culpabilidad de tu hermano, y son los testigos que le presentas, no sea que se olvide del daño que te ocasionó, del que juras jamás escapará. Aceptas esta lamentable y enfermiza imagen siempre que sirva para castigarlo. Los enfermos no sienten compasión por nadie e intentan matar por contagio. La muerte les parece un precio razonable si con ello pueden decir, mírame hermano, por tu culpa muero. Pues la enfermedad da testimonio de la culpabilidad de su hermano, y la muerte probaría que sus errores fueron realmente pecados. La enfermedad no es sino una leve forma de muerte, una forma de venganza que todavía no es total. No obstante, habla con certeza en nombre de lo que representa. La amarga y desolada imagen que le has presentado a tu hermano, tú la has contemplado con pesar, y has creído todo lo que dicha imagen le mostró porque daba testimonio de su culpabilidad, la cual tú percibiste y amaste. Ahora, el Espíritu Santo deposita en las manos que mediante su contacto con él se han vuelto mansas, una imagen de ti muy diferente. Sigue siendo la imagen de un cuerpo, pues lo que realmente eres no se puede ver ni imaginar. No obstante, esta imagen no se ha usado para atacar, y por lo tanto jamás ha experimentado sufrimiento alguno. Da testimonio de la eterna verdad de que nada te puede herir, y apunta más allá de sí misma hacia tu inocencia y la de tu hermano. Muéstrale esto, y él se dará cuenta de que toda herida ha sanado, y de que todas las lágrimas han sido enjugadas felizmente y con amor. Y tu hermano contemplará su propio perdón allí, y con ojos que han sanado mirará más allá de la imagen hacia la inocencia que ve en ti. He aquí la prueba de que nunca pecó, de que nada de lo que su locura le ordenó hacer jamás ocurrió ni tuvo efectos de ninguna clase, de que ningún reproche que haya albergado en su corazón estuvo jamás justificado, de que ningún ataque podrá jamás hacerle sentir el venenoso e inexorable aguijón del temor. Sé un testigo de su inocencia y no de su culpabilidad. Tu corazón es consuelo y su salud porque demuestra que las ilusiones no son reales. El factor motivante de este mundo no es la voluntad de vivir, sino el deseo de morir. El único propósito que tiene es probar que la culpabilidad es real. Ningún pensamiento, acto o sentimiento mundano tiene otra motivación que esa. Estos son los testigos que se convocan para que se creen ellos y para que corroboren el sistema que representan en favor del cual hablan. Y cada uno de ellos tiene muchas voces y os hablan a ti y a tu hermano en diferentes lenguas. Sin embargo, el mensaje que os dan a ambos es el mismo. Engananar al cuerpo es una forma de mostrar cuán hermosos son los testigos de su culpabilidad. Preocuparte por el cuerpo demuestra cuán frágil y vulnerable es tu vida, cuán fácilmente puede quedar destruido lo que amas. La depresión habla de muerte y la vanidad de tener un gran interés por lo que no es nada. La enfermedad, no importa en qué forma se manifieste, es el testigo más convincente de la futilidad y el que refuerza a todos los demás y les ayuda a pintar un cuadro en el que el pecado está justificado. Los enfermos creen que todas sus extrañas necesidades y todos sus deseos antinaturales están justificados. Pues, ¿quién podría amar una vida que queda truncada tan pronto y no atribuirle el valor a los gozos pasajeros? ¿Qué placer hay que sea duradero? ¿No tienen los débiles el derecho de creer que cada migaja de placer robado constituye su justa retribución por la brevedad de sus vidas? Pues pagarán con su muerte por todos sus placeres, tanto si disfrutan de ellos como si no. A la vida siempre le llega su final, sea cual sea la forma en que ésta se viva. Por lo tanto, se deleitan con los pasajeros y con los efímeros. Nada de esto es un pecado, sino un testigo de la absurda creencia de que el pecado y la muerte son reales y de que tanto la inocencia como el pecado acabarán igualmente en la tumba. Si esto fuese cierto, tendrías ciertamente motivos para contentarte e ir en pos de gozos pasajeros y disfrutar de cada pequeño placer siempre que tuvieses la oportunidad. No obstante, en este cuadro no se percibe al cuerpo como algo neutral y desprovisto de un objetivo intrínseco, pues se convierte en el símbolo del reproche y en la prueba de la culpabilidad, cuyas consecuencias aún están ahí a la vista, de modo que la causa jamás se pueda negar. Tu función consiste en mostrarle a tu hermano que el pecado carece de causa. Cuán frutil tiene que ser verte a ti mismo como la prueba fehaciente de que lo que es tu función es jamás tendrá lugar. La imagen que te ofrece el Espíritu Santo no convierte al cuerpo en algo que éste no es. Lo único que hace es purificarlo de todo vestigio de acusación y de reproche. Al representársele como algo carente de propósito, no se le puede considerar ni enfermo ni saludable, ni bueno ni malo. No da lugar a que se le pueda juzgar de modo alguno. No tiene vida, pero tampoco está muerto. Cualquier experiencia de amor o de miedo le es ajena, pues ahora no da testimonio de nada, al no tener ningún propósito y al encontrarse la mente libre otra vez para determinar cuál debe ser su propósito. Ahora el cuerpo no está condenado sino en espera de que se le confiera un propósito de modo que pueda llevar a cabo la función que se le encomiende. En este espacio vacío del que el objetivo del pecado ha sido erradicado, se puede recordar el cielo. La esperanza de su paz puede descender hasta aquí y la perfecta curación reemplazar a la muerte. El cuerpo puede convertirse en un símbolo de vida, como una promesa de redención y en un hálito de inmortalidad para aquellos que estén cansados de respirar el fétido hedor de la muerte. Deja que su propósito sea sanar, de esta manera pregonará el mensaje que recibió y mediante su salud y belleza proclamará la verdad y el valor de lo que representa. Deja que reciba el poder de representar la vida eterna por siempre a salvo del ataque y deja que su mensaje para tu hermano sea, contemplame hermano, gracias a ti vivo. La manera más fácil de dejar que esto se logre es simplemente esta, no permitas que el cuerpo tenga ningún propósito procedente del pasado cuando estabas seguro de que sabías que su propósito era fomentar la culpabilidad. Pues esto afirma tu imagen enfermiza, es un símbolo duradero de lo que el cuerpo representa y ello impide que se le pueda conferir una perspectiva diferente, un propósito distinto. Tú no sabes cuál es tu propósito, lo hiciste sino darle la ilusión de un propósito a una cosa que concebiste para ocultar de ti mismo tu función. Esta cosa sin propósito no puede ocultar la función que el Espíritu Santo le encomendó. Deja pues que el propósito del cuerpo y tu función se reconcilien finalmente y se consideren la misma cosa. Subtítulos realizados por la comunidad de Amara.org