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Corazón salvaje:  Otra versión de la historias - Capítulo 108

Corazón salvaje: Otra versión de la historias - Capítulo 108

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audiolibro de corazón salvaje

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Juan entered the bedroom and saw his wife standing motionless in front of the French window that led to the balcony overlooking the sea. The storm outside was accompanied by strong winds. Juan approached her and warned her about the risk of getting sick from the wind. She murmured under her breath, expressing her belief that he didn't care about her. Juan sighed, feeling guilty for what happened. He couldn't bear to see his wife lying down because it reminded him of the incident with the burning stable. He reassured her that he did care about her safety. They discussed their concerns and fears, and Juan assured her that she was the woman he loved. They shared a passionate moment, and Juan reassured her of his desire for her. They discussed the incident in the stable, and Juan expressed his worry and admiration for his wife's bravery. They embraced, kissed, and continued their intimate moment. Juan admired his wife's beauty and felt grateful for her presence in his life. Juan entró al dormitorio y la vio inmóvil frente a la ventana francesa que daba al balcón hacia el mar, el viento que soplaba con fuerza acompañado a la tormenta que azotaba desde esa mañana. Agitó su camisón haciéndolo adherir como una segunda piel al esplendor cuerpo de su esposa. Sacudió la cabeza, el viento no era nada cálido, pero no parecía notar nada. —Apártate del viento, o corres el riesgo de enfermarte, dijo acercándose a ella. —Como si te importara, la escuchó murmurar por lo bajo sin darse la vuelta. Juan suspiró. Claro que era su culpa, pero había sido más fuerte que él. No podía verla acostada porque cada vez la veía acostada afuera del establo en llamas mientras Lucifer levantaba sus cascos sobre ella. No sirvió de nada recordar que el caballo en realidad estaba apagando el dobladillo de su esposa que se había incendiado cuando entró al establo en llamas para salvarlo a él y a Estrella. La sola idea de que había arriesgado su vida para salvar a los caballos le hacía hervir la sangre de rabia. —¿Cómo podía haber sido tan imprudente como para entrar en el establo en llamas? —Por supuesto que me importa, respondió un poco seco. Solo para que no digan que no puedes cuidar a tu esposa, no porque te preocupes por mí. —¿De verdad crees que no me importa tu seguridad? preguntó al llegar a ella. Mónica se volvió lentamente hacia él y con voz un poco temblorosa le dijo. —Ya fue suficiente para que te alejaras de mí por unos días. —Sabes que no podría hacer otra cosa, trató de defenderse. No digo que no debiste haber ido, es tu trabajo. Siempre supe que eres un hombre de mar. Solo digo que desde que regresaste te comportas de otra manera. ¿Has conocido a alguna de tus mujeres? —No, respondió con decisión casi gritando. ¿Cómo podía pensar que él había engañado con cualquier mujer que conoció en el puerto? Ella pensaba tan mal de él. ¿Desde cuándo? ¿Desde el principio? ¿Cómo puede pensar? Tal vez por el hecho de que he estado durmiendo sola durante una semana a pesar de que estás en casa, contestó Mónica impidiendo que se defendiera. Juan tomó aire antes de responder. —No encontré ninguna mujer durante el viaje, crees que no fuera posible. Pero como ya te he dicho varias veces, eres la mujer que quiero y este viaje fue una confirmación más de eso. No de eso, que lo necesitaba. Eres todo lo que siempre he deseado en una mujer. Dulzura, pasión, coraje y audacia. Solo al verte con la ropa en llamas y con los cascos de mi caballo junto a tu cuerpo, decía que fueras mucho menos atrevida. Creo que nunca me había asustado tanto como en ese momento. Cerró los ojos sacudiendo la cabeza, como para ahuyentar la imagen que acababa de evocar. Luego los abrió y se dio cuenta de que Mónica había vuelto a llevar su mirada hacia el horizonte donde destellos de luz se encontraban con el agua del mar iluminándolo con casi destellos siniestros. —Entonces, es para castigarme por no dormir conmigo, la escuchó preguntar suavemente. —No te estoy castigando. Es solo que se interrumpió indeciso sin confesar su tormento. Oh, pero la opción dejó las cosas como estaban, y sinceramente estaba cansado de dormir solo en la biblioteca. Es que te diste cuenta de que no soy tan buena como para complacerte. No soy Aimee. —No puedes complacerme. Es eso lo que tú crees. Juan hizo algo que nunca antes había hecho. Tomó su mano y la llevó hasta la entrepierna de sus pantalones. Te escucho. Si realmente no me agradara, ¿te desearía tanto? Mónica se sonrojó al instante. Juan sonrió para sus adentros, esperando esa reacción. Salvó esa hazaña durante su luna de miel su esposa casi nunca lo había tocado íntimamente, a pesar de que ya no era la virgen tímida con la que se había casado. Nunca he dejado de desearte, pero cada vez que te veo recostada también veo los cascos de Lucifer sobre ti y vuelve el miedo que sentí ese día. Trató de explicar al ver la mirada aún distante de Mónica. —Podrías apagar la lámpara para que no me vieras, comentó entonces su esposa en voz baja. Juan sonrió, luego apoyó su frente con la de ella, y mirándola a los ojos susurró. Pero quiero verte. Quiero ver brillar tus ojos mientras te hago mía y quiero que veas quién te está amando. —¿Todavía tienes duda? Mónica preguntó entonces. —No. —No, pero prefiero no correr riesgos. No soy como todos esos hombres que conocimos en la capital. —Menos mal que no lo eres, comentó con una leve sonrisa. Andrés es uno de ellos, Juan respondió y luego continuó manteniendo su mano presionada contra su virilidad. —Lo sé, y la Mónica fuera del convento hubiera estado más que feliz de casarse con él. Pero esta Mónica no. Esta Mónica se moriría de aburrimiento con uno de ellos, respondió Mónica soltando su mano para luego colocarla sobre su hombro. —Pero esta Mónica se está haciendo morir de preocupación, murmuró besando la punta de su nariz. —¿Por qué entraste al establo? ¿No viste venir a mis hombres? Mónica negó con la cabeza. —No, solo vi a alguien reteniendo a Carlos que quería entrar y al mismo tiempo escuché a Lucifer relinchar desesperado. Pensé que se había enredado con la brida que Florindo había querido ponerle para sacarlo. Por eso entré. Pensé que era un trabajo sencillo. —¿Y en cambio? —Juan la incitó a estas alturas. Ella quería saber qué había pasado realmente. —Pero tu caballo no salía porque Estrella había entrado en pánico y en lugar de salir del establo se había currucado en un rincón mientras las llamas los alcanzaban. Juan cerró los ojos preocupados. Trató de borrar la imagen que se vio formada en su mente. —¿Entonces qué hiciste? —preguntó mientras imaginaba la continuación. Llegué a Estrella y me monté sobre ella guiándola por la melena. Traté de hacerla avanzar hacia la salida. Sabía que si lo lograba Lucifer me seguiría sin necesidad de ser guiado. Y así fue. Aunque las llamas se estaban acercando y el dobladillo de mi vestido se incendió, pero solo me di cuenta cuando vi a Lucifer patear mi vestido. —Cuando perdí diez años de mi vida —comentó Juan abrazándola. Inclinó el rostro buscando sus labios para el beso que quería darle, ya que la había traído a casa con el vestido chamucado y el rostro cubierto de humo. Besó que inflamaba sus sentidos. Adoraba sus labios y su boca que se abría bajo el empuje de su lengua, que la acogía respondiendo a su propia pasión. No sabía qué brujería le había hecho, pero no podía mirar a ninguna otra mujer como antes. Ninguna tenía su gracia, su belleza, su sonrisa, y todo en ella lo atraía y fascinaba. Sintió las manos de ella sabiendo por sus brazos y sus dedos entrelazados en su cabello justo por encima de la oreja. Un gesto que siempre le había acelerado la sangre en las penas, desde la primera vez que lo había hecho. —¿Esta camisa es particularmente querida para ti? —esperaba que ella sacudiera la cabeza. Entonces ella tomó los bordes del escote y los jaló rascando la tela hasta sus pies. Sintió que su respiración se detenía por un momento y luego una risita nerviosa. Bajó la mirada y su respiración paró. Debajo de su camisa no vestía nada y su desnudez siempre lo dejaba sin aliento. Su piel blanca brillaba contra la oscuridad de la noche y se sentía como un idiota por mantener la distancia esa semana. Lentamente se deslizó sus manos por sus brazos hasta que capturaron su rostro y lo acercaron a él. —Eres muy hermosa —le murmuró antes de capturar su boca en un beso tan apasionado que ambos jadearon. Juan murmuró Mónica contra sus labios, pero no parecía tener nada más que decirle y él entendió exactamente cómo se sentía. Incluso su mente estaba nublada. Se sentía como la primera vez que le había hecho el amor en el Satán, la misma sensación de estar en otro mundo, la que le había hecho olvidar cada uno de sus planes, cada pensamiento suyo que no poseía la mujer que tenía delante. Se inclinó levemente y pasando sus brazos por debajo de sus rodillas, la levantó y la colocó sobre su pecho. Con pasos decididos se acercó a la cama y casi con reverencia la acostó sobre la cama. Con el cabello extendido sobre la almohada, parecía una sirena, una de esas criaturas que abundan en los cuentos de marineros, cuentos que él se tragaba como oráculos hasta que don Noel explicó que ciertas criaturas no existían en la realidad. Pero cada vez que miraba a su esposa ya no estaba seguro de que don Noel tuviera razón. Su esposa seguramente era una sirena y también una bruja porque seguramente le había puesto un hechizo para mantenerlo tan atado a ella. Incluso en los pocos días que había estado en el mar, su único pensamiento había sido llegar a casa con ella lo antes posible. Se arrodilló en el suelo y acarició su cuerpo con la mirada, piel de alabastro interrumpida sólo por esas pequeñas cerezas rosadas y esos chulitos rubios que protegían su feminidad. Reemplazó la mirada con la yema de los dedos y comenzó una ligera exploración por los valles y los cerros de su cuerpo. Resintió recuperar el aliento y no pudo evitar una sonrisa de suficiencia. A pesar de lo que le dijo, ella adoraba su inocencia porque no era inventada, fingida. Su santo estaba tan dentro y aún después de perder la inocencia física, la del alma permaneció. Nunca vio el mal en otras personas. Recibió a toda su gente con los brazos abiertos, incluyendo a Azucena que había sido una espina en el costado para ambos. Inclinó el rostro y comenzó a besarla. Sus fosas nasales inmediatamente se llenaron del perfume de ella. Ese perfume que había reproducido en aquel aceite de baño, sin embargo, no había podido reproducir. Ese perfume que le hacía cosquillas en las fosas nasales. Esta era Mónica y solo Mónica. Estaba seguro de que si alguien más usaba ese perfume, el resultado no sería el mismo. Pasó sus labios por su mandíbula. Luego le hizo cosquillas en el cuello y descendió hacia aquellas colinas cuyas cumbres lo atraían como faros en la noche. Dejando un rastro húmedo, se acercó a esas cumbres y tomó una entre sus labios, rozándola con los labios, pescándolo suavemente con los dientes y luego acariciándolo con la punta de la lengua. La escuchó suspirar bajo sus besos y sonrió moviéndose hacia la otra colina a la que le reservaba el mismo trato. Mientras tanto, mientras su boca se ocupaba de su cuerpo, con sus manos había comenzado a desnudarse, maldiciendo el momento en que no lo hizo. Lo había hecho tan pronto como entró en la habitación, pero no estaba seguro de qué tipo de recepción recibiría después de abandonar su cama durante una semana. Sintió sus manos en su cabello y se regocijó en su interior. Terminó de besar el otro seno también, y luego comenzó a bajar por el esternón, besando el hueco de su vientre, jugueteando con su obligo hasta llegar a su meta. Ese triángulo rubio que cubría la fuente de su deseo. Tocó el cabello con la punta de su nariz, buscando ese pequeño capullo escondido, y lo tomó entre sus labios. Sintió las manos de ella apretándose en su cabello y sonrió complacido. Ahora sabía lo que escondía ese gesto, no como la primera vez que creyó que ella quería detenerlo. No, no era un gesto de rechazo, era un gesto de placer. La misma tensión sexual que hacía que su cuerpo se tensara como una cuerda de guitarra hacía que sus puños se apretaran, y muchas veces esos puños estaban dentro de su cabello, pero sería calva mientras siguiera siendo su mujer. Continuó jugueteando con ese capullo, provocando gemidos y suspiros en ella, hasta que ella con el cuerpo sacudido por los escalofríos gritó su nombre. Antes de desplomarse sin vida sobre la almohada, respirando con dificultad, levantó la vista para ver su rostro, los ojos cerrados, la boca entreabierta y las mejillas enrojadas, y su hombría lista para poseerla. Tuvo otra sacudida. Se levantó del suelo al mismo tiempo que se deshacía de su pantalón y ropa interior. Sin dejar de acariciar su cuerpo, se tumbó encima de ella, haciendo espacio entre sus piernas y entrando en ella de un solo empujón. Y esta vez fue el que injadió. Cada vez era como si la poseyera por primera vez. Su cuerpo lo envolvía como un guante, como si hubiera sido creado especialmente para él. Se inclinó para encontrar su boca antes de comenzar a moverse elevadamente dentro de ella. A pesar de que su cuerpo estaba en llamas, quería saborear la sensación de estar unido a ella. No quería apresurar al concluir. Incluso si contuvo la respiración cuando sintió que sus pequeñas manos subían lentamente por su espalda para luego detenerse sobre sus hombros y sus uñas se clavaban en su piel. Luego volvían a subir y comenzaban a acariciar su cabello, entrelazando los dedos con sus mechones oscuros y cuando ella jugaba con su cabello. Perdió el control y esta noche en cambio quería que su seducción durara mucho más. Su ritmo se volvió más frenético y se dio cuenta de que no podía controlarlo. Parecía que su cuerpo se había desprendido de su mente y continuaba su viaje por sí solo. La tormenta que todavía retumbaba en el mar a lo lejos parecía nada comparada con la que sentía en su corazón. Mientras sostenía a Mónica cerca de él, sus corazones latían a la unísona, al igual que su respiración agitada. Él yacía sobre su espalda llevándola con él. Acariciándola se dio cuenta de que aún llevaba puesto el camisón que le había arrancado. Lo deslizó lentamente por sus brazos y lo tiró al suelo. Te compraré otro, además este ni siquiera era uno de mis favoritos, murmuró en su oído. Su sonrisa contra su cuello haciéndolo temblar. Tengo algo mejor, pero no te esperaba esta noche. Hizo una mueca, no le gustaba su tono resignado, también porque sabía muy bien que solo era su culpa. Él acarició sus hombros, tocando sus mejillas con sus labios. Fue un idiota, lo sé, pero él era más fuerte que yo. Desde que me di cuenta de que te amo, he estado viviendo con miedo de perderte, y cuando vi a Lucifer con sus cascos sobre ti, él creyó. No solo que mi mayor temor se había materializado, sino también que debía haberte asistido sin poder hacer nada. Nunca me había sentido tan importante, y cuando te llevé a casa, acostada en la cama, tuve la sensación de haberte perdido. No me respondiste, parecías muerta, y así que cada vez que te veía acostada en la cama, volvía a sentir esa sensación, y no podía estar cerca de ti. Sin embargo, no era la primera vez que me veía así inmóvil en una cama. Juan hizo una mueca, cierto, pero no era nuestra cama. No tenía esa escena frente a mí, pero no fue a la iglesia por mucho tiempo. Volví allí el día de la boda, y entré por la puerta lateral. Todavía veo tu sangre en el cementerio. Él negó con la cabeza, rozando sus labios contra su mejilla. Más sustos me ha estado en estos meses en que nos hemos conocido que todos mis años en el mar vivo con miedo de perderte. Yo también tengo miedo de perderte, y no solo físicamente. Siempre tengo miedo de que en la cama encuentres a una mujer más hermosa o mejor que yo. Por eso cuando ya no te acostaste conmigo, pensé que tú conocías a otra mujer. Ya no estabas interesado en mí. Ya te dije que ya no existen otras mujeres, ¿y sabes por qué? Lo sintió sacudir la cabeza contra su mejilla. ¿Recuerdas que te dije que hacer el amor contigo era como si nunca lo hubiera hecho antes? Levantó su rostro para encontrarse con su mirada. La vio sentir, su rostro en llamas, porque hasta ese momento nunca había hecho el amor. Sonrió complacida mientras apareció una mirada de sorpresa. Es verdad, hasta ese momento solo había sido el sexo, solo una salida para el cuerpo, pero nunca mi mente y mi corazón nunca habían sido empleados. ¿Ni siquiera con M? La fina voz indicó su sorpresa y duda. Pensé que era. Lo creí durante mucho tiempo, pero cuando te hice el amor por primera vez me di cuenta de que no era así. El mundo nunca se había desvanecido a mi alrededor mientras estaba con una mujer. Tú, tú hiciste que todos olvidaran cualquier cosa que no fueras tú. Sus miradas me encontraron y Juan trató de devolverle la confianza que le había quitado en esa semana. Eres la única mujer para mí, Mónica, la única en la que he amado. Desafortunadamente aún cometeré errores, a pesar de mi buena voluntad, porque nunca he tenido que pensar en nadie más que en mí, y ahora me gustaría pensar solo en ti, pero parece que estoy cometiendo errores todo el tiempo. Tal vez deberías pensar en nosotros, tú y yo juntos. Tal vez sería más fácil. Comentó ella cepillando su cabello lentamente. Juan sonrió buscando sus labios y luego, con la tormenta aún de fondo, comenzó a demostrarle cuánto pensaba en ellos como familia.

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