Félix Alvarado discusses how people in the middle class are starting to believe misinformation that blames Bernardo Arevalo for the violence surrounding protests against Consuelo Porras. He compares this situation to when people celebrated the end of corruption in 2015 but ended up voting for Jimmy Morales in 2019. Alvarado emphasizes the need for reflection before falling into the trap of believing invented stories. He concludes with a poetic passage about the consequences of ignorance and indifference.
Hola, soy Félix Alvarado. Hace dos meses, muchos en la clase media celebraron un resultado electoral. Ganó un candidato decente, con un plan creíble, dispuesto a combatir la corrupción. Hoy, algunas de esas personas, demasiadas, comienzan a creer la desinformación que culpa a Bernardo Arevalo de la violencia que pudiera haber en torno a las manifestaciones contra Consuelo Porras. Parecieran dispuestos a creer que Arevalo, sin mando y apenas con cuadros, controla a los pueblos indígenas y a la población general.
A ese paso, quizá hasta es responsable del fenómeno de El Niño, del cambio climático, de la guerra de Ucrania y de la catástrofe en la Franja de Gaza. Pero hace unos años estuvimos en una situación parecida. Muchos que en 2015 celebraron en la plaza el fin posible de la corrupción y la salida de Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti, no solo votaron por Jimmy Morales, sino que, en 2019, estuvieron dispuestos a creerle cuando dijo que el problema era la Cicig.
Quizá hasta fueron los mismos que hoy caen en idéntica trampa. Y sabemos cómo terminó de mal todo eso.
Escribí entonces, ya hace cuatro años, la nota que leo a continuación, pero pareciera tener idéntica validez hoy. Particularmente los clasemederos urbanos, antes de correr tras la primera historia inventada, quizá necesitamos reflexionar. Gracias por escucharme.
«Gallinas» es mi columna de Plaza Pública del 10 de abril de 2019.
Vive la gallina sin ver quién le roba del nido cada huevo que pone y sin entender por qué. Y luego va y pone otro igual. Come, pone, duerme. Come, pone, duerme. Hasta que un día ya no pone tantos huevos y le tuercen el pescuezo.
Vive el gallo muy ufano. Se levanta muy temprano y canta. En este gallinero mando yo. No pregunta a dónde van las gallinas que desaparecen y agradece las que llegan. Ha de ser que las merece. Vive el gallo arrogante, cubriendo a las gallinas, nunca preocupado por qué pasa con las crías.
Cantar, cubrir, cantar, cubrir. Hasta que un día ya no cubre tantas y le cortan el galillo.
Perplejos terminan sus días el gallo y la gallina, que ponen el último vistazo de sus ojitos amarillos sobre aquel que les dio de comer, les robó los huevos y ahora les quita la vida. O quizá pregunten mientras pierden el sentido. ¿Yo qué hice?
Vive la señora sin preguntarse de dónde viene el agua del grifo y la electricidad del bombillo. Vive sin preguntar por qué hay alguien dispuesto a madrugar y sembrar, cosechar y traer para que ella pueda ir al súper y encontrar la verdura sin agacharse.
Conduce la señora sin preguntar quién se llevó el dinero de la calle rota. Rodea con cuidado el bache. Viene y va, viene y va, hasta que un día olvida el agujero y estropea el auto. Lamenta el gasto, tanto como el mecánico lo aprecia. Ambos sin preguntar quién se llevó el dinero de la calle rota. Sin preguntar por qué ella no vota.
Sube el diligente caballero por la escala salarial, nunca preguntando por qué hay escala y por qué él puede subir.
Diligente va a la oficina, toma el curso de motivación, llama por teléfono, obedece al jefe y manda el subalterno. Y saca las cuentas. Llama, obedece y manda. Llama, obedece y manda. Y saca las cuentas. Hasta que un día toca votar y escoge a Jimmy.
Perplejos pasan sus días el señor y la señora sin entender por qué su hija no puede salir a la calle. ¿Será que Dios no lo quiere? Perplejos pasan sus días el señor y la señora ante tanto campesino que protesta, si la vida es tan linda. Perplejos terminan sus días el señor y la señora sin preguntarse por qué hay tanto pobre, por qué hay tanto capaz. Perplejos quizá pregunten ante tanto sinsentido. ¿Yo qué hice?