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Redoble por Rancas, de Manuel Scorza Balada 1: lo que sucedió diez años antes que el coronel Marruecos fundara el segundo cementerio de Chinche. Capítulo 4 "Donde el desocupado lector recorrerá el insignificante pueblo de Rancas"
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Redoble por Rancas, de Manuel Scorza Balada 1: lo que sucedió diez años antes que el coronel Marruecos fundara el segundo cementerio de Chinche. Capítulo 4 "Donde el desocupado lector recorrerá el insignificante pueblo de Rancas"
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Redoble por Rancas, de Manuel Scorza Balada 1: lo que sucedió diez años antes que el coronel Marruecos fundara el segundo cementerio de Chinche. Capítulo 4 "Donde el desocupado lector recorrerá el insignificante pueblo de Rancas"
The Balada 1 of the novel "Redoble por Rancas" by Manuel Scorza describes the insignificant town of Rancas, where outsiders are not welcomed. The town has only two public buildings - the municipality and the school - and a church that only shines during big celebrations. The beloved priest, Padre Chazán, used to visit Rancas before, but now the town is deserted and contaminated. The town's history tells of two armies passing through Rancas, but nothing of significance has happened there until a train arrived. Redoble por Rancas, de Manuel Scorza. Balada 1, lo que sucedió 10 años antes que el coronel Marruecos fundara el segundo cementerio de Chinches. Cuatro, donde el desocupado elector recorrerá el insignificante pueblo de Rancas. En Rancas no se estima a los forasteros. No acaban de ingresar cuando una cola de chiquillos les grita ¡Forasteros, forasteros! Puertas desconfiadas se entreabren. El andrajoso correo de la chiquillería advierte a las autoridades. Inevitablemente, los viajeros tropezarán en la plaza de armas con un delegado de la personería. En otros tiempos nadie los miraba. Antes es antes, dicen remigios. Después es después. Las resistencias no se explicaban. ¿Quién carajo visitaría Rancas? El sargento Cabrera, que sirvió en sus tiempos de guardia, dice que Rancas es el culo del mundo. Rancas no tiene 200 casas. En la plaza de armas, un cuadrado de tierra salpicado de Ichu, se aburren los dos únicos edificios públicos, la municipalidad y la escuela fiscal. A 100 metros, próxima a las lomas, aúreas en los fabulosos atardeceres, se la dé una iglesia, donde solo relumbran las fiestas grandes. En otros tiempos, el padre Chazán visitaba a Rancas. Los franqueños recolectaban 100 soles para pagar las misas. El padrecito Chazán es muy querido en estos pueblos. Se emborracha con los comuneros y duerme entre las piernas de alguna celigresa. En el tiempo del susto, el padre Chazán celebraba misa todos los domingos. Rancas demostró su devoción. Durante el gran miedo, el confesionario hormigueaba de pecadores. Hoy, el padrecito no conseguiría ni agua bendita. Es verdad, la mayor parte de las aguas descienden envenenadas de los relaves. En Rancas nunca sucedió nada. Hace más de 100 años, una mañana lodosa, la neblina esculpió fatigados escuadrones. Era un ejército en retirada, pero una tropa orgullosa porque, para cruzar una mísera aldea donde solo esperaba una bienvenida de esqueléticos perros, los oficiales mandaron a alinear a los jinetes polvorientos. La tropa se detuvo para dar de beber a sus caballos, rotos por una marcha de 10 horas. Tres días después, una mañana lavada en luz rabiosa, otro ejército ocupó Rancas. Mugrosos soldados acamparon, compraron papas y queso a los pastores asombrados. Seis mil hombres se apretujaron en la plaza. Un general caracolío en su caballo y aventuró unas palabras bajo el sol. Los soldados contestaron con un trueno y desfilaron hacia la pampa enorme. No volvieron jamás. Todos los años, en el aniversario de la República del Perú por las armas fundada en esa pampa, los alumnos del colegio Daniela Carrión organizan excursiones. Son días esperados por los comerciantes. Bandadas de estudiantes ensucian la ciudad, orinan en la plaza y agotan las existencias de galletas de soda y de cola andina. Por la tarde, los profesores les recitan la proclama grabada en letras de bronce sobre la verdosa pared de la municipalidad. La arenga que el libertador Bolívar pronunció en esa plaza poco antes de la batalla de Junín, el 2 de agosto de 1824. Parvadas de jovenzuelos pálidos y mal vestidos escuchan la proclama, aburridos, y luego se marchan. Ranca se acurruca en su soledad hasta el próximo año. En Ranca, nunca sucedió nada, mejor dicho, nunca sucedió nada hasta que llegó un tren.