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El y Ella ( No quiero ser como tu )

El y Ella ( No quiero ser como tu )

Aldayr SilvaAldayr Silva

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La triste realidad golpea a una joven pareja ilusionada por un futuro soñado, lamentablemente la vida tiene otros planes.

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A man and a woman come from very different backgrounds. He grew up witnessing violence and alcohol abuse in his family, while she grew up in a loving and peaceful home. They meet in their 20s and have a happy relationship, but face financial struggles during a crisis in the 90s. They are unable to afford their dream wedding and eventually separate. The man becomes consumed by alcohol and tragically kills the woman accidentally. He is arrested and realizes he has become like his abusive father. He takes his own life in prison. The story highlights the high rates of gender violence in Mexico, with 70% of women experiencing some form of violence. It emphasizes the need for change and solutions to this issue. Él y ella. Él creció siendo testigo de gritos, insultos, espejos rotos, manos sangrientas, llantos descontrolados, acciones provocadas por alcohol y sustancias que su padre consumía. Tratando a su madre, poco a poco él sentía el dolor de su infancia. Una infancia que más adelante le iba a dañar como hombre, algo muy común en su pueblo. Se repetía muy a menudo entre las familias el machismo tan arraigado de las mujeres sometidas por la violencia. Así como él, muchos niños vivían este tipo de infancias. Ella, siendo parte de un hogar totalmente diferente, los padres totalmente alejados del estilo de vida que él tenía, el alimento de la familia de ella era de tolerancia, amor, paz, era tranquilidad. Sus padres aportaban, hablaban y siempre con la idea de seguir creciendo con la familia. Nunca se sometía la mujer a la violencia, nunca era violentada su madre. Al crecer, el chico salió de su pueblo con la ilusión de alejarse de toda esa violencia, tener una carrera y ser un hombre de bien. Si bien tuvo que hacerse de paciencia, era un joven que siempre pensó las cosas, siempre intentando hacer y tomar decisiones correctas. El evitar la violencia, el preferir alejarse antes de tener un enfrentamiento con alguien, prometiéndose a sí mismo que él nunca se convertiría en el padre que tuvo, alejándose de la bebida, sustancias, pero sobre todo, no ser ese hombre violento que su madre tanto le sufrió. Se conocieron poco después de los 20, durante la carrera, él ya varios años alejados de su pueblo y ella siguiendo los pasos de sus padres, ese ejemplo que le habían dado. Dos jóvenes centrados, si bien con pasados distintos, pero con el futuro bien en claro. Nunca fue una relación perfecta, pero convivían, hacían muchas cosas juntos, eran felices. La paciencia de él y la claridad de ella, hacían que los problemas tuvieran solución. Él siempre alejándose del hombre que vio como su padre y ella siempre acercándose más a la mujer que le inculcó su madre ser. Era un ejemplo de relación, una relación muy ejemplar, sana. Al terminar la universidad, se encontraban muy emocionados, porque por fin iban a tomar esa decisión que tantas veces habían platicado, el vivir juntos, el casarse, el tener su propia familia. Él, la familia que nunca había tenido y nunca había conocido, y ella seguir los pasos de la familia que sus padres le inculcaron, añorando ser la mujer trabajadora, emprendedora, junto con su esposo. Y que más que con él, la persona que amaba tanto, la persona con la que se había comprometido a estar el resto de su vida. Iniciando con ilusión, con esperanza, llegó el momento de tomar la decisión de vivir juntos. El poco a poco trabajar para tener esa boda de sus sueños, esa boda que tanto habían platicado. Ya con el anillo de compromiso, si bien él alejado de su pueblo, pero bien en claro el tipo de familia que ella quería recibir. Fueron los noventas ya más maduros. Lamentablemente no se dieron cuenta que los noventas venían con una crisis que nos iba a afectar a todos. Una crisis que poco a poco los alejaba más de ese tipo de familia que siempre soñaron tener. Poco a poco mudándose de vecindarios a unos más conflictivos, a departamentos o lugares más pequeños. A pesar de vivir juntos esa ilusión de casarse poco a poco se alejaba. Venían unas nubes cubriendo su cielo azul. No lo veían venir. Aún ilusionados con que un día tendrían su boda, poco a poco fueron alejándose de esa idea. Esa boda que tanto soñaron cada vez se posponía más. Ahora en lugar de bodas batallaban por pagar un simple recibo de luz, de agua. La crisis les pegó tan duro que a pesar de saber administrarse les era muy difícil llegar a fin de mes. Mucho estrés, mucho cansancio. Discutían por un simple recibo de agua o de luz. A veces no tenían agua. Su economía poco a poco se les caía encima. Las discusiones pasivas poco a poco iban subiendo de tono. Él entendía que poco a poco estaba llegando a ser el padre que tuvo de niño. Entendía un poco los gritos de su padre de siempre llegar de manera violenta a su casa porque no completaba para muchas cosas y se desquitaba con la esposa. El tono de las peleas iban subiendo de pláticas a gritos. Un día llegó ella de su trabajo y extrañamente ella estaba ahí cuando él salía más tarde. ¿Qué sucede? Ella le pregunta. Recorte de personal. Él fue el primero que perdió el trabajo. Semana muy pesada. Si bien no era violencia física, poco a poco las discusiones se le iban saliendo de control a los dos. Llegaron las cosas. Llegó el momento de empeñar cosas de valor. A pesar de la ilusión que tenían de boda, del vivir juntos y de realizar y tener su propia familia, ella regresó a vivir con sus padres. Él tomando trabajos cada vez menos más aptos a sus capacidades, con un menor salario, pero era lo que podía dejarle algún ingreso de manera inmediata. Con el mundo encima, ya había pasado un mes y ellos seguían alejados. No había fecha de regreso. Él siempre se alejó de las bebidas, del alcohol, de las drogas. Siempre quiso estar lejos de esas sustancias, a pesar de los problemas que tenía. Nunca quiso arroparse en esas sustancias. Siempre con las ganas de comerse al mundo y poder salir de esta crisis para que ella pudiera regresar, pasaba el tiempo más y más lejano de volver. Poco a poco se daba cuenta que la relación ya estaba perdida. Durante esos días, ella fue a visitarlo. Fue a recoger unas cosas que había dejado en su departamento. Aún se le veía el amor en sus ojos a ambos, y por eso mismo, la tristeza. Vengo a recoger unas cosas y a dejarte esto que te va a ayudar más a ti que a mí. Le extiende la mano y él ve el anillo de compromiso. Ese anillo, el cual él había ahorrado tanto tiempo para proponerle matrimonio, desde su época de estudiante, el trabajar medio tiempo, el ir a la universidad, el tener todo listo para casarse inmediatamente terminada en la escuela, lo tenía en la palma de su mano. Ya no era tan bello como el día que se lo regaló. Ahora solo le daba más olor. Cerrando los ojos y buscando el culpable, si había sido él, si había sido la economía, el administrarse mal, qué es lo que había sucedido en ese bache de malas decisiones. Era momento de que ella se fuera, refugiada en el alcohol, rompiendo su promesa de no beber, de no caer en esas adicciones. Al parecer el enviagarse era su salida. Tristemente se convertía en esa persona alcohólica que lo fue su padre. Esa persona a la que quería alejar lo más que se pudiera, la que le hizo tanto daño. Juró nunca convertirse en ese monstruo que vió en su padre, pero lamentablemente ya llevaba dos días ahogado en alcohol. No supo ni cómo ni en qué momento solamente reaccionó y despertó. Se preguntaba por qué había tanto vidrio roto. Al verse las manos, tenía sangre en sus puños. Poco a poco veía imágenes en su cabeza, en el cual él está golpeando vidrios, convirtiéndose en el padre, cegado totalmente, con un dolor de cabeza que él nunca había experimentado. Una cruda fatal. Un olor que nunca había experimentado. Olía tan mal que ni tomándose una ducha pudo quitarse el olor. Despierta, reacciona, empieza a recoger todo y de repente toca en su puerta. Esa ella volvió. Abre la puerta. Sí, buenas tardes, dígame oficial. Con una luz heladora del día, dígame cómo le puedo ayudar. Alejandro González, sí soy yo. Apenas reaccionando, siente un frío en la espalda cuando le dicen, tiene que acompañarnos, joven. Tiene una orden de arresto por el asesinato de la joven Diana Huerta. ¿Qué? ¿Qué? Inmediatamente lo empieza a recordar todo. La sangre en el piso no era de él, era de ella. El día que le entregó el anillo, se cegó. Golpeando, gritando, entre la tristeza y el alcohol y el sufrimiento de lo que estaba sucediendo, sin darse cuenta, la había asesinado. Eso explicaba la sangre en todos lados, era sangre de ella. Al tratar de huir, al tratar de salir de ahí, ya la había lastimado demasiado. Le había hecho una herida que poco a poco la desangró. En su celda y despidiéndose de su vida, con marcas en su rostro por golpes y torturas de otros reos, se dio cuenta que había cometido el error de muchas personas. Se había convertido en su padre. Peor, llegó más lejos que su padre. En un momento de tranquilidad, esa tranquilidad antes de morir, solamente escuchaba los gritos y los balbuceos de otros reos, que desde su celda le gritaban, estás muerto, asesino de mujeres, aquí vas a ser nuestra mujer. Uno de los guardias, mientras hacía su ronda, pasa por su celda y se le queda viendo. Y le dice, ay Alejandro, ay Alejandro, no solo la mataste a ella, mataste a tu hijo. Estaba embarazada cuando llegó al hospital. Cuando llegó moribunda, se dieron cuenta que tenía dos meses de embarazo. Bienvenido al purgatorio. Los días siguientes, ya no sentía dolor. Una mañana, encontraron el cuerpo de Alejandro en su celda. Sí, de ese mismo Alejandro, que juró que nunca sería como su padre, que muchas veces se lo repitió. Se repitió y se repitió, que no quería ser como él, no quiero ser como tú, no quiero ser como tú, pero lamentablemente, él fue peor. Gracias por escuchar esta historia. Gracias por prestarme su tiempo. Gracias por prestarme su tiempo y apreciar esta triste historia. Lamentablemente, México tiene una de las cifras más altas en Latinoamérica y en el Caribe en cuanto a violencia de género. Se estima que el 70% de las mujeres de 15 años en adelante han experimentado al menos un incidente de violencia. Uno de los principales delitos cometidos contra la mujer son de abuso sexual, que representan el 42% de este 70%, y violencia física, verbal o psicológica, el 37%. Lamentablemente, ocupamos el segundo lugar en Latinoamérica con más femenicidad. Son de las cifras más tristes que vas a escuchar en la vida. Esperemos pronto solucionar esta situación. Gracias.

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