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Palabra de vida hoy, segundo martes del tiempo de Cuaresma, al pan por la palabra. Del Libro de Isaías Oíd la palabra del Señor, príncipes de Sodoma, escucha la enseñanza de nuestro Dios, pueblo de Gomorra. Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones, dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien. Guardad la justicia, socorred al oprimido, proteged el derecho del huérfano, defended a la viuda. Venid, entonces, y discutiremos, dice el Señor. Aunque vuestros pecados sean como escarlata, quedarán blancos como nieve. Aunque sean rojos como la púrpura, quedarán como lana. Del Evangelio según San Mateo En aquel tiempo dijo Jesús, fijaos en los escribas y fariseos, hacer y cumplid todo lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen. Lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. La lectura que nos regala hoy Isaías en este tiempo de Cuaresma es una llamada a la responsabilidad, pero sobre todo, es un canto a la esperanza. Sean nuestros pecados de la gravedad y número que fueran, siempre tenemos no solamente el camino de la misericordia ante nuestros pies, sino el Padre de la misericordia saliendo a nuestro encuentro y haciendo todo el camino con tal que tan solo demos nosotros un paso de ese camino hacia Él. Si los príncipes y señores de Sodoma y Gomorra, causantes de arrastrar a las poblaciones de ambas ciudades al vicio y a la perdición, son llamados a la conversión sin amenazas ni regaños, cuánto más y con mayor ternura nos está llamando ahora mismo Dios a nosotros, que somos sus hijos. La mayor severidad de la liturgia de la palabra de hoy no se dirige hacia los pecadores que Dios desea se convierten en penitentes, justificados y reconciliados, sino a aquellos que están puestos en el polo de Dios para hacer que la misericordia del cielo sea más cercana y accesible para todos. Aquellos, que si en lugar de ser ministros de misericordia se convierten en déspotas castigadores, recibirán la más dura sentencia. Con temor y temblor revisemos los confesores nuestra forma de acoger y tratar a los penitentes, y seamos todos, pues todos lo necesitamos, penitentes arrepentidos en búsqueda del principio del resto de nuestra vida, a la luz del amor y de la ternura de nuestro Padre misericordioso. Un abrazo fraterno, de paz y bien, de parte de vuestros hermanos franciscanos, desde Toledo.