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JUEVES I  TO

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COMENTARIO DIARIO A LA PALABRA DE DIOS

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A leper approaches Jesus and asks to be healed. Jesus compassionately touches him and the leprosy is immediately cured. Jesus instructs him to go to the priest and offer a purification sacrifice as a testimony. In ancient times, leprosy was feared and those afflicted were separated from the community. The priest had to certify their healing for reintegration. Sin is seen as a personal act that affects the community, requiring repentance and restitution. The sacrament of reconciliation allows for verbalizing sins and receiving absolution. We are all interconnected and responsible for our actions, both in spreading negativity and radiating peace and goodness through acts of penitence. Palabra de vida hoy, jueves primero del tiempo ordinario, día once de enero, al pan por la Palabra, del Evangelio según San Marcos. En aquel tiempo se acerca a Jesús un leproso suplicándole de rodillas, «Si quieres puedes limpiarme». Compadecido extendió la mano y lo tocó, diciendo, «Quiero, queda limpio». La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió encargándole severamente. «No se lo digas a nadie, pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés para que les sirva de testimonio». En la antigüedad era considerado enfermo de lepra todo aquel que presentara una afección cutánea severa, tantas veces irrelevante en lo relativo al contagio y a la letalidad de la enfermedad que fuere. La lepra era muy temida por la facilidad de su transmisión en las condiciones higiénicas y de salubridad de aquellos tiempos, y por ello, quien podía estar enfermo de semejante mal era separado de la comunidad y a menudo confinado en un leprosario hasta que presentara claros signos de recuperación de una sanación que había de ser certificada para que se produjera la redmisión de la persona entre los suyos. En muchas civilizaciones orientales se daba una concepción sacral de todo cuanto acontecía, de modo particular en Israel, y la enfermedad era interpretada como signo de la mala vida que el enfermo había mantenido y castigo de Dios, un signo y la consecuencia de los pecados de la persona enferma contra la divinidad. Por consiguiente, había de ser un sacerdote quien certificara la sanación y permitiera la reintegración del individuo en la comunidad. El pecado es un acto individual realizado por una persona con conocimiento acerca de la maldad de lo hecho y suficiente libertad como para ser responsable de ese acto, por haberlo podido evitar en lugar de ponerlo por obra. Esa responsabilidad personal lo es ante Dios, pero también ante la comunidad, pues el mal obrado nunca hiere sólo al miembro de la comunidad, sino a ella misma, por el mal que se hace a aquella persona, así como por el daño que causa el pecado en otras personas. Se dice que el bien se difunde por sí mismo, y el mal, como negación del bien, manifiesta un mecanismo de propagación semejante. Por ello, las mismas personas que rodean a quien obra mal se ven ya afectadas por los aspectos negativos irradiados por ese pecado. Es la responsabilidad de cada persona ante sus iguales que requiere una reparación que restablezca el orden roto, la armonía vulnerada, el bien común venido a menos, y que ha de ser repuesto por justicia y caridad hacia los demás miembros de la comunidad. Desde aquí se comprende la estructura del sacramento de la reconciliación o de la penitencia, la confesión, que requiere de la verbalización del mal del que el penitente se acusa para, por reconocer que ha actuado mal y en qué lo ha hecho, poder evitarlo más fácilmente en lo sucesivo con la ayuda de la gracia santificante de la absolución sacramental, así como la de la comunidad, la iglesia, que acoge con alegría al pecador convertido ya en penitente y le ayuda y sostiene, de forma que él pueda hacer otro tanto, con sus buenas obras y su oración, por otros que se vean en una situación semejante la que atraviesa él. No somos islas, estamos todos interconectados, y si llama a nuestra responsabilidad el riesgo de contagio a otros por nuestro pecado, llama a nuestra alegría y libertad la certeza de poder irradiar paz y bien para otros con toda obra buena y por la virtud de la penitencia, por la que expiamos nuestras faltas y nos reintegramos, por amor a Dios y a nuestros hermanos, entre los que perseveran en el camino de la justicia y la fraternidad. Este grupo de hermanos menores franciscanos, en su principio llamados los penitentes de Asís, os saludan con afecto, con la paz y el bien.

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