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In today's reading, the disciples of Jesus are disappointed and fleeing to a place called Emmaus. This reflects the situation of many Christians today who feel that their faith is failing. Despite attending worship and practicing devotions, they feel disconnected from society. Some try to fill this void with emotional experiences of faith. However, it is important to seek a deeper encounter with Jesus through his word and the Eucharist. This encounter can strengthen our faith and make us true witnesses of God's love. We should not be distracted by novelty or seek personal gratification, but rather focus on living a life guided by Jesus' teachings. This will bring renewal to the Church and allow us to spread hope to others. Let us celebrate Christ joyfully and enthusiastically together. Palabra de vida hoy, domingo tercero del tiempo de Pascua, al pan por la palabra. El relato de los discípulos de Emaús habla de dos seguidores de Cristo que, abatidos, dejaron Jerusalén para dirigirse a una aldea poco distante, a Emaús. Población que representa cualquier lugar porque no es ninguno, sino tan sólo la dirección de una huida, de una deserción. El camino que lleva Emaús puede ser la fuga de cualquiera, pero el que puede comenzar allí es deseable para todo cristiano. En la conversación de los discípulos con el peregrino desconocido es clave la expresión, nosotros esperábamos. Este pretérito imperfecto lo dice todo. Nosotros habíamos creído, le habíamos seguido porque esperábamos, pero ahora todo ha terminado. Jesús de Nazaret fracasó, y nosotros estamos decepcionados, y por ello huimos hacia lo conocido y seguro, hacia Emaús. El drama de estos discípulos es como un espejo de la situación de muchos cristianos de hoy. La esperanza de la fe ha fracasado porque hoy somos minoría, porque no hay relevo generacional, porque la mayoría de los pocos jóvenes que tiene esta sociedad se desentiende de la iglesia, y hay una notable crisis vocacional. Ante estos y otros signos de debilidad, caminamos pesarosos hacia nuestro cómodo y rutinario Emaús, desertando de Jerusalén, del lugar desde donde se construye nuestra comunidad de pertenencia, la Madre, la Iglesia Universal. Las expectativas se han roto, las esperanzas han quedado vacías. Hoy los cristianos no nos comprendemos en una sociedad que nos rechaza. Seguimos necesitando al Señor, y por eso frecuentamos el culto, las profesiones, las devociones, pero poco más, porque nos confinamos en una especie de esquizofrenia espiritual, por la que una cosa es lo que pensamos y expresamos en los ambientes en los que vivimos, y otra muy distinta es el credo que rezamos en la misa, poco antes de comulgar a Cristo, a menudo sin demasiada pasión ni entusiasmo, ante la trascendencia de ese acto, ante la recepción de dicho don. Se multiplican los grupos que buscan suplir esa esperanza rota de nuestro Emaús con encendidos sentimientos, promoviendo experiencias y expresiones de fe con una importante carga de emociones. Porque los sentimientos nunca tienen libertad, porque las emociones no pueden sostener un amor duradero y fuerte, es urgente que hoy busquemos el encuentro y el diálogo con Jesús, escuchando Su palabra, acogiéndole a Él, que es la palabra de la vida, en cada palabra que nos dirige, para que seamos capaces de reconocerle y acogerle a Él al comulgarle, y así tengamos vida, la Suya. También hoy Él parte el pan para nosotros y se entrega a Sí mismo como nuestro pan con mayúscula. Así, el encuentro con Cristo resucitado, que es posible también hoy, nos da una fe más profunda y auténtica, libre, templada a fuego por el acontecimiento pascual, como el mejor acero toledano. Una fe sólida, porque no se alimenta de volubles y poco fecundos sentimientos, sino de la palabra de Dios y de Su presencia real en la Eucaristía. La palabra y el pan pueden hacer de nosotros palabra de Dios encarnada, audible en el mundo, Eucaristía viva y militante. ¿Pero qué buscamos? ¿Llenarnos de emocionados fervores, o vivir de Cristo y para Él, por secundar a Su Santo Espíritu, para progresar en un vivir como el Suyo? ¿Qué buscamos? Este texto evangélico contiene ya la estructura de la Santa Misa, al pan por la palabra, la escucha de la palabra y la comunión con Cristo a través del pan, del sacramento de Su cuerpo y de Su sangre, todo para desencadenar nuestra vuelta a la carrera hacia Jerusalén, lugar de la vida en comunidad, dejando atrás nuestras deserciones hacia cualquier emaús y siendo capaces de salir hacia todo lugar encendidos como pólvora por el fulgor de la Pascua. La Iglesia, alimentándose en esta doble mesa, se edifique incesantemente y se renueva, la mesa del pan por la mesa de la palabra. No busquemos novedades o alicientes que nos distraigan del mayor aliciente que Dios nos ha podido dar para encender nuestro deseo y transformar nuestra vida. Alimentémonos comulgando a Jesucristo desde una vida fraterna y buena, feliz y santa, sostenida y guiada por la escucha obediencial de Su palabra. Así tendremos una vida diferente, renovada, alternativa, porque nuestra propia humanidad desarrollará todas sus potencialidades, como se desarrolló la humanidad de Jesús, creciendo incesantemente en estatura humana, sabiduría y gracia para contagiar vida, para engendrar e irradiar la esperanza que sólo Él puede dar y que, para entregar a otros, nos es dada. Paz y bien con nuestros mejores deseos de vida alegre, feliz y entusiasmada por Cristo, para celebrarle juntos, celebrándolo con los demás.