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This is a transcription of a conference where the speaker introduces a special guest, Verónica Ortega, a Mexican psychologist, missionary, and leader. Verónica has had a significant impact on the speaker's life and many others. The speaker expresses gratitude for everyone's presence and begins with a prayer. They talk about the joy of reuniting and thank God for the opportunity. The speaker acknowledges the attendees, especially those who have been consistently attending the conference throughout the years. They discuss the importance of evangelism and the need to share the word of God. The speaker reflects on their own baptism and the person who invited them to learn about Jesus. They emphasize the Great Commission and the disciples' responsibility to spread the word. The speaker encourages the audience to continue evangelizing and assures them that Jesus will always be with them. They mention how the disciples in the Book of Acts followed this mandate and spread the gospel. Hola, hola. Buenas tardes, amigas, hermanas. ¿Qué tal? ¿Cómo están? ¿Ya comieron rico? ¿Ya confraternizamos? Y seguimos en nuestra conferencia. Vamos a nuestra siguiente clase. Y gracias por asistir, gracias por estar aquí. Quiero presentarles a la hermana que nos va a compartir ahora. Y realmente para mí es un privilegio, un honor, un gusto, porque es una mujer que personalmente es muy, muy, muy especial para mí y para mi familia. Es una mujer que ha marcado de verdad un antes y un después en mi vida. Y yo sé sin duda alguna que para muchas de ustedes también han podido aprender de ella a lo largo de tantos años que ella tiene sirviendo. Y bueno, ella es mexicana, psicóloga de profesión, líder, misionera y consejera, casada desde hace 28 años con Josué Ortega, mamá de dos chicos maravillosos, Aldo, de 20, y Monce, de 18, quienes sirven en el Ministerio de Alabanza. Y que, por cierto, Aldo fue ese angelito que Dios puso en el camino de mi familia para que hoy podamos estar nosotros aquí. Y es una experiencia de verdad especial la que tuvimos con él. Dos chicos especiales que sirven en el Ministerio de Alabanza. Ella tiene 32 años de ser discípula y 28 años de ser misionera en diferentes partes del mundo, como en Santiago de Chile, Guatemala, México, Los Ángeles. Y desde hace 13 años Dios nos dio el privilegio de que viniera a servir a la Iglesia del Salvador. Ella y su esposo, Josué Ortega, lideran la Iglesia de San Salvador en El Salvador. Y con mucho gusto Dios va a enseñarnos a través de la vida de Verónica Ortega esta tarde. Bienvenida. Bueno, pues muy buenas tardes a todas. Qué alegría poder reencontrarnos nuevamente. Lo dije ayer y lo reafirmo hoy. Gracias a Dios que nos concebe la vida y nos concebe la salud para volver a vernos y reencontrarnos en esta XXI Conferencia Centroamericana Moldeados por Dios. Gracias, gracias a todas por hacerse el tiempo. Empezamos, esta conferencia empezó siendo un sueño al principio del año y a lo largo de todo este año hemos estado orando, hemos estado ayunando, trabajando. Los hermanos, de verdad, aprecio cada hermano que ha estado colaborando, trabajando, ensayando horas y horas y horas. Y muchas veces llegan en la noche, algunos de ellos son mis hijos, llegan a la noche, ¿ya has comido? No, pero voy a comer. Pero han estado ahí sin comer, ¿y está por qué? Porque quieren dar su mejor para la gloria de Dios y para que todas nosotras podamos disfrutar de esta gran conferencia que Dios ha preparado para ti y para mí. ¿Qué te parece si antes me acompañas en una oración? Amado Padre del Cielo, qué gran alegría estar nuevamente reunida con todas mis hermanas acá. Gracias, Padre. Bendito sea usted y su Hijo Jesús y el Espíritu Santo, Señor. Porque usted, en su corazón, nació nuevamente el sueño de poder volver a reencontrarnos, Señor, de volver a vernos, Señor, después de esa terrible pandemia que azotó al mundo entero. Muchos nos enfermamos y muchos ya no están aquí, pero llegaron a la meta, Señor. Padre, gracias, gracias, porque en sus manos hemos estado. Hoy le doy gracias por la vida de todas mis hermanas que llegaron conmigo y que están aquí porque lo aman, porque desea, ellas y yo, seguir siendo moldeadas para su honor y para su gloria. Padre, que no queden estas clases solamente en el cuaderno, en el teléfono celular, que realmente nos moldee para ser más como Jesús y menos como nosotras, para seguir creciendo, para seguir soñando, para seguir, Señor, alabándole y dándole tanto honor y tanta gloria, Padre Santo. Gracias por todo lo que ha preparado a lo largo de esta conferencia, lo que va a seguir preparando en estos días. Padre, y de verdad, gracias por la vida de todos los hermanos que han puesto su corazón para que esto sea posible. Que no sean mis palabras, sino las suyas las que hoy escuchemos. Quite cualquier distracción, cualquier desenfoque, que nos concentremos en su palabra y que la recibamos con amor, con gratitud. Gracias por todo, y es en Jesús que oramos todo esto. Amén. ¿Para cuántos de ustedes es su primera conferencia centroamericana? Levanten su mano. ¡Guau! Para muchos. Un fuerte aplauso, por favor, para todos ustedes. Gracias por estar en esta conferencia centroamericana. Gracias por viajar de donde cualquier país. Están acá con su familia de iglesia centroamericana. Y pues tenemos el honor, el salvador, de ser los anfitriones de esta gran, gran conferencia. ¿Cuántos de ustedes llegaron por primera vez, o llegaron a la primera conferencia centroamericana, y han estado en todas hasta esta vigésima o primera, o que faltaron solamente a una? Levanten su mano. A ver, pónganse de pie, por favor. Faltando una, solamente por X o Y. Andrea, por ahí atrás. Muy bien. ¿Quién más? ¿Alguien más? ¿Quién más? ¿Más? Levántense, mi querida hermana. Levántense, levántense. Dos, tres, ¿alguien más? Yo creo que vienen por ahí, y otras que ya no vienen. Démosle un fuerte aplauso a estas grandes hermanas. Gracias, gracias. Por su apoyo. Porque han visto muy importante y decir, vamos a orar, y yo creo que por fe voy a estar ahí. Como muchas de ustedes hoy acá, ¿verdad? Gracias de todo corazón. El título que nos trae acá es moldeadas para el evangelismo. Moldeadas para el evangelismo. Sé que este tema no pretendo, a lo largo de ser una propia mente de una clase, una charla, hablando de lo que debería ser una convicción muy fuerte en nuestras vidas, lo que es el evangelismo, ¿no es cierto? Quizá muchas de ustedes son muy buenas para evangelizar, para proclamar, para compartir. Quizás a otras nos cuesta un poquito o un muchito, muchito más, ¿verdad? El hecho de compartir. Y quizá podemos decir, es que después de la pandemia ha sido muy difícil. Y si es cierto, después de la pandemia, dada las circunstancias que teníamos que guardar distancia, protegernos de este virus, de no contagiarnos, si quisiera de las suyas, este virus tan travieso, pues teníamos que mantener una distancia. Pero déjenme decirles, queridas hermanas, que el evangelismo no, a partir de ahí no es que empezó a debilitarse o a mermar o a decaer, sino mucho tiempo atrás. Yo le digo a las hermanas en El Salvador, no hemos bautizado por los últimos meses. Porque si no hay, si no bautizamos, es porque no hay estudios. Y si no hay estudios, es porque no estamos proclamando la palabra de Dios. Es porque no estamos evangelizando y creyendo realmente que tu vida y la mía puede llegar a alguien más. Entonces, lo dijo Josué y lo reafirmo hoy, podemos evangelizar y compartir, y eso es increíble. Pero si nuestras iglesias no están creciendo, ¿qué está pasando? Y no han crecido, y no a nivel de la pandemia, fue hace muchos años. Y yo veo, y tú vemos en el Libro de los Hechos, que las iglesias crecían y que el Señor agregaba a las que iban siendo salvos. ¿Por qué pasaba? Porque los discípulos estaban convencidos, ¿verdad?, de que deberían evangelizar y compartir la preciosa palabra de Dios. ¿Cuántas de aquí, levante su mano, recuerdan su bautismo? Todas, ¿no es cierto? Todas recordamos nuestro bautismo. En este año cumplí 32 años de ser una discípula. Y recuerdo mi bautizo como hubiera sido hace una semana. Y recuerdo, y seguramente tú igual, quién te compartió la fe, quién te invitó, quién estudió la Biblia contigo. Yo lo recuerdo, Patsy Barrientos de Guadalajara. Ella era mi compañera en la prepa, bachillerato, como dicen. Y me encuentro cuando yo estaba trabajando en selección y reclutamiento de personal. Viajé a la Ciudad de México a reclutar personal para la empresa que yo trabajaba. Y entré a un lugar donde había muchísima gente, como esto o más, y había una señorita trabajando. Y dije, ella. Y cuando me ve, me dice, yo te conozco. Yo, ¿perdón? Sí, yo te conozco. Es que yo no soy de aquí. Yo tampoco, me dice. Y a partir de ahí me compartió a que yo fuera y conociera algo diferente que iba a cambiar mi vida. Y soy lo que soy, hermanas. Y estoy donde estoy. Porque Dios ha sido bueno conmigo. Pero también porque Dios utilizó la vida de una mujer para invitarte, para estudiar la Biblia, para orar por ti, para soñar por ti, para que tú y yo estuviéramos y conociéramos de un verdadero Salvador, de un verdadero Jesucristo, de una verdadera relación con Dios. ¿Amén? Eso es. Por eso tú y yo estamos aquí. Cuando pienso en eso, pienso también en un escrito, lo que los discípulos hicieron en el primer siglo. Los discípulos, ¿y recuerdas cuánto recordamos aquí la Gran Comisión? Y los discípulos la van a recordar. Y todas estas amigas, ¿sabes por qué perseveraron? Porque ellas recordaban esta escritura en Mateo 28, 18, por favor. Yo sé que tú y yo no la sabemos de memoria. Yo sé que tú y yo la estudiamos con amigas. Pero hoy la vamos a estudiar para ti, para mí. Hoy la vamos a refrescar para ti. Hoy la vamos a estudiar para ti. Hoy la vamos, no, a ver, para la vecina, para la amiga. No, hoy es para ti y para mí. Mateo 28 dice así, Jesús se acercó entonces a ellos y les dijo, se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos en todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre hasta el fin del mundo. Jesús ya no iba a estar con los discípulos. Jesús ascendía. Ya no iba a estar más con ellos, como les enseñó, a orar, a compartir, a sanar, a evangelizar. Dijo, ahora todo lo que ustedes me dieron a hacer a mí, ustedes lo van a hacer. Nosotros, solitos los doce, sí, ustedes lo van a hacer. ¿Saben por qué? Porque yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo. Aunque tus ojos no me puedan ver, aunque no me vean físicamente, yo voy a estar con ustedes. No van a estar solos. Ustedes lo van a hacer. Mira, después que ellos entendieron esta Escritura, el Libro de los Hechos nos dice que fueron a hacer los discípulos, a evangelizar, a compartir, a proclamar. Y eran hombres, dice la gente, que se impactaba, porque eran hombres sin estudios ni cultura. Y ellos se paraban ahí a predicar como los buenos. Predicaban, compartían, enseñaban a la gente más impresionante, a la gente de mayor presencia. No tenían miedo. Mira, no estoy en contra de las escuelas y de la teología y de las grandes enseñanzas, pero ellos no la tenían. Su impacto en el primer siglo hasta nuestros días fue porque tenían esa fe, porque tenían ese corazón, porque tenían ese valor de decir, Jesucristo, no lo voy a hacer yo solo. Jesucristo va a estar conmigo. Ah, que vaya a todas las naciones. Bueno, el buen juez por su casa empieza. Voy a seguir evangelizando en pieza en mi casa. ¿Cuántas hemos dejado de soñar por nuestra familia? ¿Cuántas? No, pues ya no. Mi mamá, mi tía, mi hermano, mi abuelita, ya no, porque no quieren, los he invitado. Y muchas veces yo me he dado cuenta de eso. Yo, al compartir mi fe, yo compartí con mis hermanas y ellas llegaron a la iglesia, porque vieron esa transformación en mí. Pero con el correr de los años, se fueron de la iglesia y fue un dolor muy grande para mí. Pero yo tengo fe, mi fe es orar por ellos para que un día, donde estén, el Señor nuevamente pueda volver a tocar su corazón. ¿Qué tal tú y yo? ¿Qué tal tú y yo? Recuerdo que, después de bautizarme, yo fui a vivir con hermanas, como por siete hermanas, y luego invitaban al discipulado a otra más. Y ahora te imaginarás, ocho discípulas en un departamento así chiquitito, ¿verdad? Ocho discípulas, y que ocho discípulos tenían que entrar a un solo baño, ¿verdad? Ocho discípulas en un solo baño, era una locura, ¿verdad? Porque había que ir a trabajar y había que ir a hacer allá, pero, de cualquier manera, estábamos ahí, ocho, estábamos ahí viviendo con las discípulas. Y lo que importaba, lo que importaba ahí, era que nos íbamos a compartir, era compartir nuestra fe con ellas, era evangelizar cada una de nosotras. Y lo hacíamos con muchas ganas, con mucho ánimo, con mucha gratitud, porque estábamos agradecidas. ¿Qué tal tú y yo? ¿Qué tal tú y yo? Yo te pregunto, ¿cuándo fue la última vez que tú compartiste? ¿Cuándo fue la última? No porque era el plan de líder, porque nació en ti. Tal vez lo has hecho seguido, tal vez ha estado a ti compartir, evangelizar, pero tal vez ha estado fallando. ¿Cuándo fue la última vez que dijiste, yo quiero estar en los estudios, yo quiero aprender a cómo dar los estudios, a cómo ver mujeres transformadas, moldeadas por Dios, para ver su vida, lo que Dios puede hacer, así como Él, mi vida fue transformada, ver cómo otra mujer es transformada por Dios. ¿Te ha costado tu evangelismo? ¿Te ha costado estudiar la Biblia con amigas? ¿Te has desanimado? ¿Cómo está tu fe hoy? Dice la Escritura, si Jesucristo viniera, ¿va a encontrar fe en nosotros? ¿Va a encontrar que estamos evangelizando? Como te decía, podemos seguir haciéndolo, pero tenemos que ver que nuestras iglesias crezcan. ¿Cómo lo vamos a hacer? Siguiente, por favor. Ah, aquí está. ¿Quién, cuántos se acuerdan de este teléfono? ¡Uh! ¿Verdad? Ya pasó la prehistoria. Ya está como una reliquia o como una antigüedad. ¿Verdad? ¿Se acuerdan de mi época, verdad? La nueva generación, bueno, sacan su celular aquí, ¿verdad? Tienen sus smartphones, ¿verdad? Sus tablets, sus computadoras, y tienen todas las plataformas. No, muchas de nosotras, en mis tiempos, en mis tiempos no existía eso. No estaba el Internet, no estaban todas esas redes sociales y esas oportunidades de comunicarse. Esto era el teléfono. ¿Verdad? Muchas de nosotras. Y había que hacerle así. No sé si le puedes dar clic, clic. Por favor. A ver si le marcamos a alguna de ustedes. Mira. Sí. Así marcábamos. Ese era nuestro teléfono. En el departamento de las hermanas, ese era nuestro teléfono. ¿Verdad? Todavía no llegaba ni al de cuadritos, que era así digital. Entonces marcabas así una. ¿Y cuál era el número? Que me olvidé el número. Y había que marcar otra vez. ¿No? Y luego, si estaba ocupado, bueno. Y si te lo cortaban por exceso de pago, habría que salir a buscar un teléfono público para llamar. Y si tenía fuerte, porque todos estaban descompuestos. Todos estaban descompuestos, ¿no? Al querer buscar dónde llamar. Pero, ¿sabes luego qué hacíamos? Íbamos a buscar a su trabajo. O a su casa. Y queríamos seguir insistiendo. ¿Sabes por qué? Porque habíamos entendido lo que Cristo había hecho en nuestras vidas. Porque queríamos que ellas conocieran del amor, de la esperanza, de la salvación. De lo que ellos habían hecho en nuestras vidas. ¿Cuántas de nosotras no nos encontró Cristo? Rotas. Vacías. Solas. Yo lo recuerdo. Y pienso en esa canción que muchos de ustedes pueden ser de Jesús a Adrián Romero. ¿Qué sería de mí si no me hubieras encontrado? ¿Dónde estaría hoy si no me hubieras alcanzado? Vagaría sin rumbo, sin ilusión, si no fuera por tu gracia. ¿Verdad? Si no fuera por tu gracia y por tu amor. Y eso es lo que hacíamos porque entendíamos la importancia de que ellas conocieran. Siguiente, por favor. ¿Cómo lo vamos a hacer? Te voy a poner algunos puntos. No va a ser tan complicado si lo vemos simple y sencillamente como lo has visto. Dice este punto número dos. Moldeada para dar fruto. Esta escritura preciosa también la has leído. Pero vamos a leerla juntas para aprender. Para ver cómo seguir siendo moldeadas para dar ese fruto. Dice así. Yo soy David y ustedes son las ramas. El que permanece en mí como yo en él dará mucho fruto. Separados de mí no pueden ustedes hacer nada. El que no permanece en mí es desechado y se seca. Como las ramas que se recogen, se arrojan al fuego y se queman. Permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes. Pidan lo que quieran y se les concederá. Mi padre es glorificado cuando ustedes dan mucho fruto y muestran así que son verdaderos discípulos míos. Simple y sencillamente entendamos. Separadas de Jesús no podemos hacer nada. Separadas de Jesús tú y yo no podemos hacer nada. ¿Están conmigo? Si de repente te da sueño dale un corazo a tu amigo y no se des. No se duerma. Despiertes. Váyase por tomar agüita. Échese aire, ¿verdad? Porque la palabra de Dios porque el Señor le está hablando a usted y a mí. Para que volvamos a una de nuestras convicciones que no se debe perder ni debilitar. Y el Señor te dice que separadas de Jesús tú y yo no podemos hacer nada. Ya lo decía Andrea. Ya lo decía. Ya lo decía Mónica, perdón, Mónica. ¿Verdad? Con esas increíbles clases que nos dieron. El impacto de las redes sociales. ¿Verdad? El impacto de las redes sociales. El internet y los celulares y las plataformas y todas esas redes de comunicación es importante. Pero no debe ser más importante que tu relación con Dios. ¿Verdad? No debe ser más importante. A mí me gusta utilizarlas. Y pongo ahí mi café con Dios. Algo para pensar y reflexionar. En mis tiempos no había internet y había una revista donde había frases. ¿Verdad? Y yo las sacaba, las estudiaba y las escribía. Pero ahora, como hay internet son más fáciles nada más las bajo y las pongo ahí. Pero me gusta compartir escrituras. ¿Verdad? Y en la mañana que me despierto no va a ser más importante ir al celular que ir a Dios. Abro mi ventana primero que todo. Y le doy gracias a Dios por la vida y por la salud. Porque es lo primero, hermana. Si no tenemos vida y si no tenemos salud no podemos hacer todo lo demás. Y junto a conmigo sale mi mascota Benji. Benji sabe que nos levantamos y lo primero que está moviendo es porque sabe que tengo que abrir la ventana porque él está conmigo ahí. ¿Verdad? Él sabe que oramos juntos y sabe que es tan importante orar. Y ya aprendió que estamos orando ahí. Pero es lo primero antes de ir al celular. ¿Cuántos de nosotros vamos al revés? Primero al celular o primero a las redes o primero a los mensajes. ¿Sabes? Como te dije años anterior no teníamos internet. No teníamos nada de eso. Era el tiempo escondió. Súper temprano. Era ir a orar. Era ir de rodillas. Era ir a disfrutar con la naturaleza. ¿Cuántos de aquí nos gusta ir a caminar y a orar y estar en contacto con la creación? ¿Cuántos caminan y oran? Eso. Nos ayuda a bajar la lonja o la llanta. ¿Verdad? Nos ayuda físicamente. Nos ayuda mentalmente. Nos ayuda emocionalmente. Y son encuentros maravillosos con nuestro Dios. Deparadas de Jesús no podemos hacer nada. Pero con Jesús todo lo podemos hacer. Dice, todo lo puedo en Cristo porque Él me fortalece. ¿Amén? Y dice acá también nos dice que el Padre es glorificado cuando damos mucho fruto. ¿Sabes? No solamente es mucho fruto de ¡Ah! Tengo que traer muchas amigas y compartir, compartir como loquita y traer amigas, amigas, amigas. No. El fruto empieza por tu corazón y el mío. ¿Cuáles son los frutos del Espíritu Santo? Amor paciencia dominio propio alegría paz humildad bondad ¿Qué tal esos frutos en nuestras vidas? Cuando nosotros compartimos la fe tenemos que compartir de lo que estamos viviendo. Tenemos que dar testimonio de lo que estamos viviendo. ¿Qué diferencia va a hacer? O sea, ¿cuál es la diferencia de que alguien le invite a alguien más si solamente le invito a una iglesia? O sea, comparto por compartir y no estoy dando testimonio de mi vida. Si no estoy dando testimonio de los frutos del Espíritu Santo en mi vida. ¿Estamos haciendo una diferencia? ¿En tu trabajo saben que eres discípula, que eres cristiana? ¿En tu escuela? ¿En tu universidad? ¿Tus vecinos? ¿Qué tal la familia? ¿Qué tal en casa? ¿Saben que tú eres una? ¿Se ve la luz que tú y yo tenemos? ¿Se ve esa luz, esa diferencia? Eso es testimonio. Mira, yo hablaba con una mujer invitando a la iglesia y ella venía y ella decía, la invitaba a la iglesia y decía, bueno, ya voy a dejar de congregarme porque voy a ir a otra iglesia. Ella está pasando por un proceso de divorcio, se está separando, ¿verdad? Pero dentro de este proceso tan difícil, tan duro, tan golpeador, su corazón se ha llenado de mucho odio contra su todavía esposo, de mucho rencor, resentimiento. Y ella me decía, no voy a ir porque ya voy a ir a otra iglesia y me invitaron a una charla de mujeres que está en la misma situación que yo. Y yo le dije, si tú quieres ir a otra iglesia, está bien. Si tú quieres congregarte con este grupo de mujeres que está en la misma situación, está bien. Pero no me digas que tú eres cristiana cuando en tu corazón, mírate, ella lloraba, lloraba, lloraba porque su hija actualmente tiene problemas de conducta, tiene problemas de inseguridad, tiene miedo, tiene temores. ¿Sabes por qué? Porque ella está mal. No puedes hablar con tanto resentimiento, con tanto rencor. Si tú estás mal, ella va a estar mal. Y buscando a un psicólogo, buscando a un psicólogo, y no es que esté mal, pero yo le dije, ¿cómo hablas de ser cristiana cuando tienes odio en tu corazón, cuando tienes rencor, resentimiento y amargura? Y todo lo que tú, por mucho que digas, no, es que no quiero que mis hijos me vean, es que no quiero que se den cuenta. Claro que se dan cuenta. Por mucho que queramos esconder a los hijos, que no se den cuenta, claro, claro que se dan cuenta, claro que ven cuando mamá llora, claro que ven cuando mamá está triste, claro que ven cuando por mucho que se haga fuerte y se trague las emociones, y se trague todo, tarde o temprano revela, los ojos, ¿sabes? El lenguaje del cuerpo y la actitud comunica a veces más que en tus propias palabras. Y la animaba, y la agradecía, y reconocía, entre lágrimas, lágrimas, lloraba, lloraba, y me decía, sí, tienes razón. Y la invitaba, sigamos estudiando la Biblia, sigamos adelante, si tú cambias, si tu corazón cambia, tu hija va a estar bien, tu hija va a estar bien. Y, bueno, gracias a Dios ha aceptado esta invitación. La siguiente, por favor. Tengo unas hermanas, te voy a hablar, no están, ¿verdad? Ay, sí, ahí está, ya está atrás. Que iba a hablar un poco mal, pero ya que está ahí atrás, pues, ya me... Pero, ¿hay otras que no vinieron? No, no le diga nada, no le diga nada. Cuando llegué a El Salvador hace 13 años, en mi vida como misionera han sido como 28 años, y llego a El Salvador en situaciones de recuperación espiritual. Había pasado por una situación muy difícil en mi vida, muy difícil, sintiendo mucha situación en mi vida de resentimiento, rencor y hasta odio. Y tuve que ir a Los Ángeles a hacer sanada, a hacer sanada de todo esto. Y después de la ayuda espiritual de nuestros discipuladores en ese entonces, Pedro y Laura García, de muchos hermanos, de los ancianos, de hablar con muchos hermanos, yo no tenía sueños para seguir. Y yo decía, Dios, no sé si quiero seguir siendo una discípula, no sé si quiero seguir, porque no tengo más sueños. Me siento vencida, Dios, me siento sin fe, me siento sin sueños, no sé si quiero seguir adelante. Y Dios me mostró que había una esperanza, que sabes, hay una necesidad en El Salvador. Y estábamos entre Panamá y El Salvador, y nos pusimos a orar mi esposo y yo, y dijo, El Salvador. Y cuando llegamos aquí, yo dije, bueno, no conozco a nadie, ¿qué hay que hacer? Evangelizar, compartir la fe. ¿Alguien quiere? ¿Hay mujeres? ¿Quién quiere venir? ¿Quién quiere venir a la iglesia? Y Dios puso en mi corazón buscar algunas discípulas que fueron, y que por alguna razón se fueron. Y alguna de ellas es Iris, Enrique, que está ahí. La otra, ¿dónde está? Karina, que está aquí, con su familia. La otra es Telina, que también se contactó con nosotros, ¿verdad? Y la otra es Claudia, que está por acá arriba también. Y ellas venían, y empezamos esa tarea de estudiar la Biblia, de poder sanar sus corazones, sus vidas, para volver a restaurarse. De ahí empezaron a orar por los esposos, y venían. Y venían, y llegaban por ellas, y yo casi que iba a saludarlos, y salían volados. No sé si vieron un espectro, un fantasma, espero que no haya sido como la bruja de Blair, o algo así, porque me veían y salían volados, o sea, salían corriendo. Solamente venían por ellas. Y ellas oraban por sus esposos. ¿Se oye bien? ¿O está interferencia? ¿Se oye bien? Sí, ok. Y finalmente Cristo venció, y ellas vencieron, y las oraciones vencieron, y se restauraron cada uno, Jaime, José, Danilo, Danilito, ahí está con Danilito, ¿verdad? Marlon, perdón, Marlon, finalmente se restauraron. Después, aquí vemos una familia que es Manuel y Jazmín, que están de este lado. Ellos empezaron siendo los maestros de teclado de mi hijo Aldo de niño y de Montse de guitarra. Y empezaba, pero él iba a otra iglesia junto con su esposa. A los años, ¿verdad? A los años él decidió, Dios le puso en el corazón, que quería empezar a estudiar y congregarse con nosotros. Así que formaron parte, hoy son parte de la familia de discípulos aquí en El Salvador. ¿A ver? Con ganas, con ganas, ¿se permite? A nada, ¿se permite? No está censurado, no está limitado a los aplausos. Dale un aplauso al Señor, porque Él hace obras maravillosas. Gracias, gracias, hermanas. Él empieza con los niños que llegaron chiquitos. Por favor, la siguiente. Ahorita le unimos esta. Ahí están. Ahí está Montse. Ahí está Dana. Aquí está Pamelita también por ahí, que están ahí. Y algunos otros niños y otros que no están por ahí. Marlita también, ¿verdad? Así empezaron, chiquititos, ¿verdad? Llegaban de esa edad a la iglesia. Y, bueno, ¿qué empezó después? Regresamos a la anterior, por favor. Regresamos. Bueno, ahorita voy para allá para que entiendan. Bueno, después, hace cuatro años, mi hijo Aldo comparte su fe con el esposo de Lisette, ¿verdad? Él era Uber y le dice, y compartiendo la fe, Aldo le dice, es que mi papá, yo lo amo, yo lo admiro y lo respeto. Y él le tocó eso porque decía, yo no siento que ni mis hijos ni me aman, ni me admiran, ni me respetan. Y su matrimonio estaba por el subsuelo. Así que llegaron y Dios nos dio la oportunidad de estudiar con ellos. Finalmente, se bautizaron y la familia León está sirviendo, toda la familia está sirviendo en la iglesia aquí en El Salvador. Esos niños ya crecieron, esos niños chiquitos ya crecieron, aquí están. Y es una bendición, hermana. Ayer ustedes vieron a algunos de ellos siendo los maestros de ceremonia. Yo los respeto y los admiro porque en su edad nada que ver que yo iba hasta agarrar mi micrófono y iba a hablar con esa naturalidad, con esa soltura, con esa confianza, ¿verdad? Delante de tanta gente, no es fácil, no es fácil. Están ahí como maestros de ceremonia. Todos esos chicos sirven ahora en el Ministerio de Alabanza. Están en el coro, están en el Ministerio de Alabanza. Los vas a ver hoy en la noche en la alabanza. Los vas a ver a ellos bailando, los vas a ver en un skate, los vas a ver. Y la verdad que me llena de tanta alegría, de tanta emoción, de tanta gratitud a Dios, lo que puede hacer cuando se predica la palabra, cuando abres las Escrituras, estudias con alguien, esa mujer, esa familia se vuelve a Dios. Y esos niños o esos jóvenes tienen esperanza en Cristo nuestro Señor y Salvador. Y la verdad que esto es para mí una gran alegría. La nueva generación es importante. La nueva generación necesita ver tu ejemplo y el mío. Dice un dicho por ahí, las palabras convencen, pero el ejemplo arrastra. Yo quiero presentarles hoy a una mujer, porque ya se convirtió en mujer, que la amo con todo mi corazón, que estoy muy orgullosa de ella y que al pensar en esta clase también pensé en invitarla a compartir conmigo la palabra de Dios. Y ella es mi hija Monce, Ortega, que la voy a invitar acá para que pueda compartir un poquito acerca de esta clase. Vamos, Monce. Yo mi hojita, a ver, la diferencia, yo mi hojita y ella su computadora. ¡Qué barbaridad! ¿Dónde he quedado? Buenas tardes, hermanas. Para mí es un gran, gran honor poder estar aquí delante de ustedes. Es un privilegio, me siento un poco nerviosa porque es la primera vez hablando delante de un grupo tan grande. Pero bueno, quiero empezar diciendo que estoy muy emocionada de poder estar enfrente de este salón lleno de mujeres tan hermosas. Y es que, ¿acaso no es increíble poder ver cómo estamos reunidas mujeres de diferentes países en Centroamérica? Sé que hay algunos invitados, México, Ecuador. Pero es increíble ver cómo estamos aquí reunidas. Pero quiero decirles que esto, esta conferencia, el estar aquí juntas no hubiera sido posible si hace años, un día un grupo de personas no hubieran tenido el sueño, la visión, la fe de compartir su fe de evangelizar a todo Centroamérica. La misión empezó en Guatemala y luego se fue expandiendo. Y ahora es increíble cómo podemos ver iglesias por todo Centroamérica. Y es que a mí me llena de mucha emoción, de mucho orgullo, porque una de esas personas en ese grupo fueron mis padres. Y ahora yo, como joven universitaria, tengo ese privilegio, pues me siento retada e inspirada de poder continuar con lo que ellos empezaron. Nosotros, la nueva generación, debemos de ser los que siguen con ese legado. Y es que quiero también agradecer a todas esas personas que llevan años en la fe, a todas esas personas que llevan tiempo en la iglesia. Quiero decirles gracias. Gracias por su servicio. Gracias por haber entregado sus corazones. Gracias porque con su trabajo se construyó lo que es la iglesia hoy en día. Y ahora yo quiero tener ese privilegio de poder continuar lo que ustedes empezaron. Nosotros, los jóvenes, vemos en ustedes un ejemplo, una inspiración. Ustedes tienen que darnos a nosotros el ejemplo. Ustedes, cuando los vemos a ustedes, tenemos que ver esas ganas que tienen, ese deseo que tienen de evangelizar. Porque nosotros también queremos tener esas ganas. Nosotros vemos en ustedes este ejemplo y nosotros también tenemos ese deseo, esas ganas de evangelizar. Pero todo empieza con el ejemplo de ustedes hacia nosotros. Yo quiero decirles que para mí, mi ejemplo más grande, aparte de Dios, obviamente, es mi madre. Mi madre es una mujer que ama a Dios profundamente. Yo veo en ella esas ganas, ese deseo de compartir su fe. Mi madre es una mujer valiente. Porque como decía ella, yo sé que ha pasado por pruebas muy difíciles, por circunstancias, y a pesar de todo, ella ha seguido adelante. Seguido ahí, confiando en Dios. Y algo que le encanta tanto a mi mamá es compartir su fe con mujeres. Cuando yo la veo, ella siempre activa, buscando mujeres. Siempre ora por ellas, las busca, quiere tener tiempos con ellas. Siempre está ahí. Y me llena de mucha inspiración eso. Como ver que ella las busca y la pueden rechazar muchas veces, pero no importa eso. Ella sigue persistiendo, siguiendo y siguiendo. Y mi madre quiere ver como, quiere ver a mujeres llegar al reino de Dios. Para que ellas también puedan cambiar y transformar sus vidas. Ahora nosotros, como la nueva generación, también debemos de hacer eso. También debemos de aprender a compartir nuestra fe. Debemos de aprender a evangelizar. Debemos de ser los que continúen con todo esto que sigue. Y sé que muchas veces puede ser difícil. Podemos tener miedos, pena, hablar con alguien que no conoces, que no sabes quién es, o tal vez tienes miedo al rechazo, que te digan que no. O tal vez no sabes cómo hacerlo, no sabes qué decir cuando estás delante de alguien. Podemos orar a Dios para que nos ayude a ser discípulos con convicciones fuertes. Porque al fin y al cabo nosotros somos los que seguimos. Nosotros los jóvenes debemos de aprender a soñar en grande. Debemos de ser, seguir plantando iglesias. Nosotros los jóvenes debemos de soñar en ser misioneros. Nosotros los jóvenes debemos soñar en seguir ayudando a nuestras iglesias. Yo digo, ¿acaso no sentimos que Dios transformó y cambió nuestras vidas para algo mejor? ¿Acaso Dios nos dio el gozo y la plenitud verdadera? Y si es así, ¿por qué no dejas que otra mujer experimente lo mismo? El gozo en Dios. Busca mujeres. Compárteles lo increíble que es Dios y cómo logró transformar tu vida. Cómo Él hizo cosas increíbles en tu vida. Busca mujeres y compárteles. Si un día una mujer oró por ti y te buscó, ¿por qué tú no haces lo mismo? Aprendamos a evangelizar, a compartir nuestra fe y seamos valientes. Gracias. Gracias, Rika. ¡Guau! Esto es un sueño hecho realidad, hermana. Para muchos que quizá no conocen poquito o más o menos en estas conferencias centroamericanas, mis hijos crecieron en estas conferencias centroamericanas. Y hasta hace unos años ella con Aldo, Priscila, varios niños. Ellos veían y los veían corriendo, yo les digo como cabras locas o chivos locos, ¿verdad? Y andaban arriba y andaban abajo y uno buscándolos. ¿Dónde está Aldo? ¿Dónde está Montse? ¿Dónde está Valeria? ¿Verdad? Ah, está en el cuarto. ¿Y dónde está el otro? Ah, está, no sé. Y andabas, subíamos y abrías el elevador y ahí salía uno. Bajabas y abrías el elevador y ahí salía el otro. O sea, los veías por todas partes. Y ahora ves que ellos están sirviendo. Desde el aeropuerto, ¿verdad? Están recibiendo a los hermanos. Aquí, moldeados por Dios, moldeados por Dios, dándole la bienvenida. Horas ahí en el aeropuerto, ¿verdad? Horas ensayando, horas de estar diciendo, aquí estamos, porque queremos seguir moldeados por Dios. O sea, le doy gracias a Dios y me animo mucho porque incluso hermanas de Guatemala ahora me compartían y me llenan de tanta emoción. Me decía Ruth por ahí, me decía Lilia, Vero, nos acordamos cuando tú orabas por embarazarte porque no podías, no podías. Orábamos por ti y orabas en el Monte Orefe. Dios, ayúdame a embarazar. Le llamábamos en un lugar que no era el Monte Orefe, no era el Monte Orefe, pero le llamábamos el Monte Orefe en Guatemala. Y andaban en el Monte Orefe. ¡Guau! ¡Uy! Y andaban hasta allá. ¡Qué privilegio, verdad! Así le decimos a una montañita ahí chiquita que era nuestro Monte Orefe. Y ahí soñábamos, soñábamos un día estaremos en el verdadero Monte Orefe, ¿verdad? Y era este sueño hecho realidad. Sueña, hermanas. Sueñen grandes porque tenemos un Dios grande. Sueña porque quizá ellos son discípulos pero que nuestros hijos son la siguiente generación. Son la siguiente generación. ¿Qué van a ver ellos? ¿Qué les vamos a dejar? ¿Cuál es el legado? ¿Qué ejemplo están viendo en tu relación con Dios, en tu vida, en tu evangelismo? Nuevamente te digo, las palabras convencen pero el ejemplo arrasa. La siguiente, por favor. El punto número dos moldeadas para amar sin condición. Reciban al que es débil, dice Romanos 14.1 y Romanos 15.1. Reciban al que es débil en la fe pero no para entrar en discusión. Los fuertes en la fe debemos apoyar a los débiles antes de hacer lo que nos agrada. Cuando veo estas escrituras recuerdo cuando es una alegría cuando alguien se convierte. Es una celebración, decimos, en el cielo y en nuestra iglesia. ¿No es cierto? Pero ¿qué pasa cuando se van? ¿Qué pasa cuando ya no quieren seguir siendo parte de la iglesia? Cuando rechazan a nuestro Señor, cuando se van. Hay un dolor, hermana. Hay un verdadero dolor. Por eso nos dice la Escritura, reciban al que es débil en la fe pero no para entrar en discusión con él. Tenemos que recibirlo, tenemos que amarlo. La siguiente nos dice, los fuertes en la fe debemos apoyar a los que son débiles en vez de hacer lo que nos agrada. Entonces, muchas veces los hermanos se pueden poner difíciles, hay varias situaciones, o críticos, o enjuiciando, o no sé. Pero tenemos que tener ese amor sin condición para escucharlo, para orar con ello, para orar por ello, para escucharlo, para fortalecerlo y que no quede en nosotros. Porque puede ser que se pueda decir, ah, no sé, no quiere venir, ¿por qué no venga? ¿Cuántas de nosotras no hemos experimentado debilidad en nuestra fe? ¿Alguna vez te has sentido débil en la fe? ¿Alguna vez has sentido que ya no puedes seguir adelante? ¿Hay alguien que se sentó contigo a escucharte, llamarte, ayudarte y compartirte la Biblia? Yo recuerdo, yo te decía, hubo un tiempo en mi vida que sentía todo ese rencor, resentimiento y que estaba mal. Y era tanto lo malo que salía de mí, pero yo doy gracias a Dios. Porque hubo mujeres, hablando del discipulado, lo que nos hablaba Mónica, el saber, el hablar y sacar, o sea, a veces uno vomita tanta cosa, ¿verdad? Los vómitos no nos gustan a nadie, ¿verdad? No sé que cuando te has corrado, corre que te alcanza, pero espiritualmente, cuando uno saca tanta basura, tanta cosa, ¿verdad? No nos gusta, pero a veces es necesario. Doy gracias a quien me escuchó. Doy gracias a quien me amó, oró por mí, me ayudó a levantarme nuevamente, que en ese entonces me discipulaba Laura García Díaz, por 27 años me discipuló. Pero también doy gracias a mujeres que han creído en mí a pesar de mis fallas, a pesar de mis errores. Y yo veo que todos esos tiempos difíciles pienso tanto en mujeres que han seguido creyendo y confiando en mí. Le doy gracias a Dios por la vida de la familia Pais, por Andrea. Le doy gracias a Dios por Héctor y Dulce, por los Maradiagas. Por todos sus hermanos, por Betty Estrada. Hermanos que han sido mis amigas, mis discípulas en los buenos tiempos y en los malos. Que saben de mis peores defectos, pero han creído en mí, me han ayudado a seguir perseverando. Hermanos que no están aquí, aún en México, recuerdo a Angélica Ortiz, ha sido una amiga increíble. Que en los tiempos más difíciles, que estaba devastada, ella seguía creyendo en mí. Qué fabuloso se siente, qué increíble cuando alguien te dice sigo creyendo en ti, confío en ti. Y Dios, Dios no rechaza un corazón hecho pedazo. La siguiente, hablando de hermanas débiles y no por debilidad espiritual, sino por salud. Aquí tenemos a Rosalinda. La conocí hace como 8, 9 años. Ella es sobreviviente de cáncer de mama. Pero con el tiempo salió otro tumor en la cabeza. Y ha batallado por años, por años. Ella está malita y le llevamos una silla que por medio con Selena le ayudamos a conseguir para que ella fuera, pues pudieran sacarla, ¿verdad? O sea, que le diera un poquito el sol, alimentarla. Y ahorita está en situación bien, bien débil. Hermanas, tenemos que orar por estas hermanas que sí débiles en la salud, pero también en su salud. En su salud. Hay que hacer lo que nos gustaría que hicieran con nosotros. ¿Verdad? No es una carga. No es una carga. Dios guarde, ¿verdad? Porque no queremos que ese tipo, esa enfermedad terrible esté. Pero a veces podemos sentir, estoy muy ocupada. No, cuidemos a nuestras hermanas débiles, espiritual y físicamente. La siguiente, por favor. La siguiente, vamos a hablar de la siguiente, por favor. Tres, moldeadas para no perder la meta. Dice, hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado más. Más bien, una cosa hago. Olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante. La siguiente, por favor, la voy a asociar con esto. Aquí está un mapa de San Salvador. Y gracias a Dios tenemos iglesia en San Salvador y hace un año se fue la misión a Santana. ¿Verdad? Pero pienso, ¿y los demás departamentos? ¿Quién va a ir a la misión? Estamos estudiando con una chica que está estudiando y vive en Morazán, cuatro horas de aquí. ¿Quién va a ir allá? ¿Quién va a dirigir la iglesia? ¿Quién se va a levantar para decir, aquí estoy yo, envíame a mí? O a San Miguel que está cerca. Por eso, hermanos, debemos seguir evangelizando. Cuando tú evangelizas, compartes la fe, puedes traer al siguiente líder. La siguiente líder del charla. Necesitamos líderes. Hombres y mujeres que decidan, aquí estoy yo, ¿en qué puedo servir? ¿En qué puedo hacer? ¿Necesitan líderes de charla? ¿Puedo ser yo? ¿Necesitan líderes del sector? ¿Puedo ser yo? En Aravanza, con los niños, en los diferentes ministerios. ¿Quién va a ir a evangelizar a las diferentes áreas? Me anima que evangelicemos, pero ¿se están levantando líderes? Hombres y mujeres que estén soñando. Ahora piensa en tu país. Piensa en esos departamentos, estados o como le llames, donde todavía no hay iglesias. ¿Quién va a ir? ¿Quién va a hacerlo? Me anima que estemos en nuestras iglesias, pero ¿y los demás no se van a salvar? Tenemos que seguir soñando, hermanas. Tenemos que seguir predicando el evangelismo para seguir soñando porque alguien vaya al resto de los departamentos. Yo sueño porque un día tengamos una conferencia local, ¿verdad?, a nivel El Salvador, con todas las iglesias, pero que haya todas las iglesias. Pero soñar, soñar no cuesta nada, pero está en ti y en mí. Que reactivemos el evangelismo, que Dios pueda usar tu vida o la mía para que alguien más venga a la iglesia, pero no solamente se diga yo quiero servir, yo quiero ser alguien grande en la vida. Y finalmente, finalmente quiero compartir una escritura. Creo que ya me están cortando. Me van a apagar el micrófono. Sí, por favor. La voy a decir rapidito. Pablo le insistía a Timoteo que predicara la palabra cuando fuera oportuno y cuando no fuera oportuno. Predica la palabra, predica hermanas la palabra cuando sea y no oportuno. Rápidamente concluyo con esto. Cris y que aquí está de Guadalajara, ayer fuimos a desayunar con un grupo de hermanas. Y me dice, ven, ven, ven, aquí está, la conocí en el baño, ¿verdad? Yo no sé, ¿verdad?, estaban en el baño y quizás no era oportuno, ¿verdad?, porque estaban en otros quehaceres, ¿verdad? Pero dice, predica la palabra cuando sea oportuno y no sea oportuno. Que Dios las bendiga. Espero que les ayude tanto como han ayudado a mí. Muchas gracias.