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Vamos a leer una parte de la Égloga III de Garcilaso de la Vega. Cerca del Tajo, en soledad amena de verdes sauces, hay una espesura, toda de hiedra revestida y llena, que por el tronco va hasta la altura y así la teje arriba y encadena, que el sol no haya paso a la verdura. El agua baña el prado con sonido, alegrando la vista y el oído. Con tanta mansedumbre el cristalino Tajo en aquella parte caminaba, que pudieran los ojos el camino determinar apenas que llevaba. Peinando sus cabellos de oro fino, una ninfa del agua adormoraba, la cabeza sacó, y el prado ameno, vido de flores y de sombra lleno. Movióla el sí triunvroso, el manso viento, el suave olor de aquel florido suelo. Las aves, en el fresco apartamiento, vio descansar del trabajoso vuelo. Secaba entonces el terreno aliento, el sol subido en la mitad del cielo. En el silencio sólo se escuchaba un susurro de abejas que sonaba.