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PODCAST CAPERUCITA ROJA

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Caperucita Roja llevaba galletitas a su abuelita enferma. En el camino, se encontró con un lobo amigable que la engañó haciéndose pasar por su abuelita. Pero un leñador llegó y ahuyentó al lobo. Caperucita aprendió a no hablar con extraños. Todos comieron galletitas al final. El cuento de la Caperucita Roja Era hace una vez una niñita que lucía una hermosa capa de color rojo. Como la niña la usaba muy a menudo, todos la llamaban Caperucita Roja. Un día la mamá de Caperucita Roja la llamó y le dijo Abuelita, no se siente muy bien, he horneado unas gañecitas y quiero que tú se las lleves. Claro que sí, respondió la Caperucita Roja, poniéndose su capa y llenando su canasta de gañecitas recién horneadas. Antes de salir su mamá le dijo, escúchame muy bien, quédate en el camino y nunca hables con extraños. Yo sé mamá, ya sé que no debo de hacerlo, respondió Caperucita Roja y salió inmediatamente hacia la casa de la abuelita. Para llegar a la casa de la abuelita, Caperucita debía atravesar un camino a lo largo del espeso bosque. En el camino se encontró con el lobo. Hola niñita, ¿hacia dónde te diriges en este maravilloso día?, preguntó el lobo. Caperucita recordó que su mamá le había detenido, no hablás con extraños, pero el lobo lucía muy elegante, además era muy amigable y educado. Voy a la casa de la abuelita, señor lobo, respondió la niña, ella se encuentra enferma y yo voy a llevarle unas gañecitas. Le animaba un poquito. ¡Qué niña, tan buena eres!, exclamó el lobo. ¿Y qué tan lejos tienes que ir? Oh, debo llegar hasta el final del camino, ahí vive la abuelita, dijo Caperucita con una sonrisa. ¡Te deseo un muy feliz día, niña!, respondió el lobo. El lobo se adentró en el bosque, él tenía un enorme apetito y en realidad no era de confiar. Así que corrió hasta la casa de la abuela antes de que Caperucita pudiera alcanzarlo. Su plan era comerse a la abuela, a Caperucita Roja y a todas las gañecitas recién horneadas. El lobo tocó la puerta de la abuela. ¡Toc, toc, toc! Al verlo, la abuelita corrió desfavorida, dejando atrás su chal. El lobo tomó el chal de la viejita y luego se puso sus lentes y su gorrito de noche. ¡Oh, no! Rápidamente se trepó en la cama de la abuelita, cubriéndose hasta la nariz con la manta. Pronto escuchó que tocaba en la puerta. ¡Toc, toc, toc! ¡Abuelita, soy yo, Caperucita Roja! Con voz disimulada, tratando de sonar como la abuelita. Y el lobo le dijo. ¡Pasa, niña! ¡Pasa, mi niña! ¡Estoy en la camisa! Caperucita Roja pensó que su abuelita se encontraba muy enferma, porque se veía muy párida y sonaba terrible. ¡Abuelita, abuelita! ¡Qué ojos más grandes tiene! ¡Son para verte besar! respondió el lobo. ¡Abuelita, abuelita! ¡Su oreja más grande tiene! ¡Abuelita, abuelita! ¡Su oreja más grande tiene! ¡Son para oírte mejor! susurró el lobo. ¡Abuelita, abuelita! ¡Qué dientes más grandes tiene! ¡Son para conocerte mejor! Con esas palabras, el malvado lobo tiró su manta y saltó de la cama. Asustada, Caperucita salió corriendo hacia la puerta. Justo en ese momento, un leñador se acercó a la puerta, la cual se encontraba entreabierta. La abuelita estaba escondida detrás de él. Al ver el leñador, el lobo saltó por la ventana y huyó espantado para nunca ser visto. La abuelita y la Caperucita Roja agradecieron al leñador por salvarle al malvado lobo. Y todos comieron galletitas con leche. Ese día, Caperucita Roja aprendió una importante lección. ¡Nunca lleves al asco de extraños!

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