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LA RÀDIO DE LA PRIMAVERA

LA RÀDIO DE LA PRIMAVERA

Judith Hergueta

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CONTRACORRENTE RADIO LA RADIO DE LA PRIMA VERA Buenos días, hoy estamos aquí en Contracorrente Radio para contarles un poco de Diumenge. Comencemos. La Casa en César Pero terminaba con su abuelo del campo. Se había alzado en llor, un desechuno y cordial. Habían bajado las caderas y habían empezado el camino. La lazada blanca dejaba hasta las noches. Cada plazo de subida, lluvias, lluvias y lluvias. Habían pulverizado el campo, horneando la tierra de sus ancestros. Han pulverizado la sangre de todos los tripes. Al terminar la tasca, volvieron al pueblo a travesar. Fentina, Tarragona, el Capucet. El cansarse se paraba antes de entrar a la llar donde se esperaba el abuelo con la tabla parada. Todo el verano duraba la rutina. Alzarse al tren la tarde. Desechunar y comenzar la tasca. Pero había de volver a la ciudad. Dejaban redes carreras estrellas y solitarias. El canto de los océanos y la tranquilidad del pueblo. En invierno volvía al pueblo. A la casa de los abuelos. Y pensaba que eso nunca acabaría. Pueblo, ciudad, ciudad, pueblo. Un caduco de una señal que representaba la vida hasta entonces. Un pincel de flor cayó en la tierra. La abuela se enloqueció y cayó en un banco. El paso de los años se veía partidario. La abuela ya no podía agarrar la bicicleta. 80 años y siempre la misma cantarella. ¿Qué abuela me espera? El remate. La abuela había llegado cada vez más y de poco en poco se estaba pegando. El recuerdo de la infanteza de su hijo La abuela tenía el brazo y quería reírse. En Navidad, desplazados. Y todos por la playa. Llegó el día, todos los hijos y niñas cumplían la cama. El caminero había marcado un gol. Fueron las últimas palabras que me dijeron. La abuela se fue, pero no se fue. Nunca. Y se quedó en su casa y cada uno de sus estrellas. El elefante marinero Fue muchos años que el elefante vivía en el corazón de África. Bueno, si no en el corazón, sería por la parte del pecho o ahí sí. En fin, en un lugar verde recóndil. Que es como amagar, pero no es literal. Vivían felices y no mencionaban pastillas ni chorizos. Pero el elefante no les mencionaba. Si de caso, algunos lombrimos y otros bestiales que se enganchaban a los cerreros. Vivían felices días. Mientras los ojos huyen y la herba. Armas de así, hacia allá. Armas unas por seguidas del campeonato y veían fácilmente cómo crecieron sus ojos. Estuvieron así durante tanto tiempo. Que nunca pensaron que el mundo llegaría más allá de sus bosques y montañas. Ni que nada que sucediera al año después dejara de suceder. Estaban equivocados. Pero, un año, una terrible sequera cayó sobre todo el mundo. Una sequera tan peligrosa que secó los ríos, las aguas y los bosques. Agotó las plantaciones y murió todos los árboles. Los elefantes se cerraron. Y lloraron a sus ojos. Porque pensaban que el mundo se había acabado. Otros veían vueltas a un bosque en vez de que se creara en su camino. La sequera voltó a correr, a escapar. Pero no sabían a dónde iban. Un día, un veintiocho, va a aportar un aire salido que había olor de huesos rojos. De lluvia de salvación. Aquí ven el brigador, el feo emprendre, una larga marcha que los va a aportar sin aquella inmensidad salada. A partir de aquel momento, Pocahontas, el elefante, saldrá el repartir pelmón y les va a establecer una profunda relación entre él y el mar. Estas son algunas de las muchísimas historias que les van a suceder a los elefantes desde que se conocen en el mar. La primera vegada. La primera vegada que un elefante veía el mar pensar. ¡Ostres! ¡Qué bestias son los cocodrilos de aquel río! Se han cruzado y el otro vive. Una leyenda. Conta la leyenda que a un elefante que pasaba por un peña cegado un día de tempestad se le endujó un golpe de mar. Fue una onada tan fuerte que le arrancó las orejas y la trompa y le iba a girar el pie al revés. Malgrado todo, el elefante va a sobrevivir y además, además, va a empezar a nadar. Tan bien que después se le transformarán en aletes. Ahora que su familia y amigos no pueden verlo, puede realizar uno de sus sueños. Dejarse bigotear. Es decir, con más que la primera morsa. Contactos. Una elefanta marina y un elefante africano esconejeran la sección de contactos de una revista de zoología. Inician una larga correspondencia amorosa. Pero las cartas que escribía el elefante de la mar arribaban chopes y ambas letras descorrudes. El elefante africano arribaba siempre socarrimales, pero el sol y las letras tampoco podían distinguirse. De manera que al final decidieron pasar al más práctico. Es decir, parlarse por teléfono. Llavors se adonaron que se habían pensado una idea equivocada, no un arte, y de que ellos cartes, teniendo otra mesa intrigada y insolita, iban a decidir rezar o correr. Tradiciones. Un elefante capitán de un paisaje contravenía a la tradición y las leyes del mar más elementales. Fue el primero en abandonar su anillo cuando se enfosaba, pero de esta manera el navío le liberó de su pez la emergencia de una nueva flor de agua y pudo reemprender la travesía con gran alegría y el aire desviado. Exageraciones de pescadores. Un elefante pescador pescaba una ballena. Nos quedaba muy sorprendido, porque nunca había oído hablar de pescadores tan grandes. Pero también la ballena, por su parte, nos quedaba sorprendido de que nunca había oído hablar de pescadores tan grandes. El elefante no sabía hacerse de un pez tan enorme y la ballena se negociaba de empasarse a aquel pescador tan colosal, de manera que cada vez bajaba por su camino. Es el elefante menos empasado en la historia del pez, tan grande como un elefante. Exageración de pescador. Dejen. Y las ballenas, por su parte, tampoco nos creerán más en la historia del pescador tan duro como una ballena. Exageración de sardina. Bandir. Porque con totón a la masa, los sardines son proverbiales mentidores. Queso filológico. Los elefantes africanos y los indios, aunque no hablan el mismo idioma, se entienden por señas. Pero los africanos es que dicen que los asiáticos hablan el doble, porque tienen dos dientes en la trompa y ellos solo uno. Cereza de amor. Una bohemia se enamoró de la trompa de un elefante. Tras tres días, a mitad de esperada, anaba a acecharla y se abrazaba a ella. El elefante la dejaba hacer, porque le sabía mal desilusionarla y únicamente se le expulsaba de la muda con la esposada excesivamente fogosa. La bohemia tenía aquellos batacares como prueba de amor y todos los demás estornaban. Un día, los suyos compañeros volvieron a traerla y le iban a decir la verdad. Ella les contestaba cuándo decidieron mudarse y qué, no dijeron que el amor es sexo. El pol de Magdala. Les pedía a ir pescador de ánimes. No conozco a ningún otro hombre como él. Ningún otro será igual. Él quería un caminar con tos. Errático y terminada con cirosa. Para mí, era aquel que acerca un destino que a veces no nos hace llegar. Aquel que yo le fichaba tener Dios mío para siempre. Ella les decía, las elecciones siempre son juntas más allá, algunos bromosos, otros inmaculados. Es allí donde todos se encontrarán un día. En la cama de nuestra solicitud compartida, ella se venía la mío hallar, el mío mirar. Cuando él tenía a mí alrededor, todos volvían a echarle el negriz, hasta volver a descubrirle en una caída de respuesta el suo mundo veritable. Va a ser aquel su par del anillo. Cuando mirarlo en el suyo, lo vais a comprender. Ya no podría esperar nada del hombre. El suyo fue descubrir la parte de la realidad que el mío corpo, todo el mío cuerpo, siempre le había demandado. Toda la mía dedicación ya les respondrá. Estoy aquí para llevaros al pecado del mundo, decía ella. También lo va a repetir tres veces en aquel su par, antes del caos. Entonces se os acolís, o me solones al botán de una tabla baiza. Varen acomiadarlo, como él les va a demanar. Todos sabían que lo aprenderían. Cuando un chema va a marchar con vos, ni el sol les va a volver a escuchar. Él les va a demanar de acompañarlo pregar los productos en una horta antigua. Aquel anillo no va a sonreír si os podéis revivir los primeros días. ¿De cómo va a ser? Conéislo. Como avanzar mil horas, piensa él. Al anillo, todo les va a precipitar. El anillo les negará el no. En la foscor de un día de tempestad, a mis brazos obertos como quien suele acudir, les va a dejar a dos. En estas, es dos soles cuando abrí el otro botán, por sorpresa, a la hora del caos. Como ha dicho, el mío de aquí es un altre, yo de esta tierra. Marcho, pero no me llevo la bolsa del camino. El otro botán les manda a mis ánimes en acomiadarlo sota el abuzador sol del mediodía. Yo no debo perder este momento después de tanta plenitud. Reconozco haber perdido tres días de su amor y ahora, en ver el anillarse, es cuando me siento más jubilado. Con él no hay nada oscuro. Soy egoísta. Le decía a todos. No somos amigos. Si seguirnos, ¿qué es la falta con ella? Le pido. He pecado en estimarlo. Ninguno me hará creer que el amor sigue sin falta. Cuando ya no lo veo, estoy en reconocimiento. Él es el duelo. El amor más dulce. La pistola más fina. El efecto veritable que nunca un ánimo mortal sabrá asumir. Siempre la niña mía. De un entrenamiento inagotable. Vivir el sueño absinto de amor. Promesas de un demás que no comprende. Ignoro cuándo ya será. Cuando todo se devendrá claro. Y un de esos silencios dará que me cumpla exactamente en su ausencia. Como si descubriera un reflejo en él dentro de mi pequeño mar de Galilea. Aquí hay una promesa en falda del remoto porto sin semáforo. Aquel que ha de reírse ya del horizonte. Cuando ya no encuentre la mirada, en el día de la ocasión, podrá ser la baula para desfriar de usted, la cual hasta ahí no era capaz de rezar. Seré la madre de estos hijos. Aquel que te acogeré desde nuestro porto. Aquel que nunca más encentraré. El amigo del abuelo. Y que me dio de mostrar Y que me dio de mostrar ¿Pensáis que puede ser dolente? La mena de monstruo que de noche se enfuja de un mal son para atormentar a los niños. ¿Creéis que os mojará la punta del dedo grueso con las suyas lentes de plastilina? ¡Ay! Que no más de pensar se encargó de la panza de tan de ribre. ¿Qué puede ser? ¿Os he vuelto locos? ¡Claro que no! Ni tormenta, ni mal son. Yo ni tan sols le diría monstruo. Diría sólo que es diferente. Un poco demasiado raro. Un poco demasiado pistacho. Y siete pijas al frente supongo que son demasiadas pijas. Más así. Pero eso es todo. No tendría chance de por en cara que se emparejera la nit de les animes a la llum d'un ciri. Si en el fons es odaciós. Y fins y tot, más que el avi cuan fa la carasa de payaso y comenza a fer santirons como un gripau y al tercer bot ya no está penedint que li fa mal la asiática. Avi, que ya no está esperagot, li dic yo. De lanka. El meu avi, tot i ser tan vell, té anima de chevesat malgares. Pero no té les cames pelatrots i esqueixa tot el temps del dolor. L'avi li canfa bosses d'igua calenta i li les posa sot el cul i eixa consegueix que estiga quiet una estona. Ben curteta, ben curteta. Al cap d'un instant ya ha deixat la bossa amagada sota un coixí i se n'ha eixit al corral a trafegar amb la llenya, lligar feixos amb cordells, carregar cavassets amb un diaball o qualsevol altra cosa per l'estil. Així va ser com es troba el nostre amiguet monstre. Vull dir, el nostre amiguet diferent que, per cert, es diu Bugui. Es diu que l'avi estava enfeinat con plente de branques el carretó que volía en el centro del hallar y en estirar una branca corzada de olivera es va trobar el nostre amiguet bien suforado. L'avi no se podía creure que aquella coseta redona y mocosa tenía la vida propia y se miraba a un sur como a platos. Mientras tant, todo indignado, él aprofitaba de recriminarle de suyas maneres brusques. Y así no es desperta a un Bugui, que Bugui estaba dormido bien calentó y no tenía intención de abrir los ojos hasta la primavera. Todo trozo de zafanoria y va saltar al musclo del avi y después a la orella y le iba a dir muchas vocables. La cosa es que se empezó a discutir sobre quien era más insolente de los dos y creo que se acabaron empatados en la cabeza de unos niños y estaban jugando al zambori. Todo el mañano iban a jugar a lanzar escopinadas y otras marranadas y hasta encontrar secretos tan secretos que el avi no les quería decir más. Estaban tan enfadados que el avi les iba a buscar una capsa de zapatos de ella, les iba a emplir de papel y cotón en piel y les iba a decir que podría dormir allí A la entrada del avi se encontró esa capsa dorada y pensando que era una de las botellas de agua se la llevaron hacia el revés y Bugi se volvió a despertar como una fera y comenzó a hacer voces alrededor del avi que de repente no lo mató del sur. Y así se acabó el estado de Bugi en casa porque el avi le dijo que si aquella cosa no desapareciera inmediatamente, el avi tendría que pasar la noche con un toque de hielo con setica y todo. Entonces el avi llevó a Bugi al bosque y le puso una capsa de zapatos muy gruesa y dorada para hacerle caer. Se lo dejó allí bien protegido para pasar el resto del invierno. Es muy divertido cuando llega el buen tiempo y se desperta porque sé que han quedado de reencontrarse y en algunos habrá errores y eso yo no lo pensé perder. Manel, su padre, siempre le decía que esta tendencia incontenible de fijar el nas en los asuntos más dedicados para capturar autores, le podría costar más de un disgusto. Tan le feía, el nau no podía contenirse y no estaba dispuesto a hacerlo de ninguna manera. Aquel dimenso, Pilar, su madre, había preparado un desayuno de yo me parezco. Chocolata, sucos de fruta, cereales y coca de llanta. Manel y Pilar leían el periódico asegurándose de la tableta de la terraza mientras hablaban a la fresca. El nau, que no había podido dormir bien, se hacía así a las 3 de julio dispuesto a interrogar a su padre. «Buen día», le decía al nau mientras ampliaba un bote con su literatura. «Buen día», respondió. «Eren, Manel y Pilar, no he podido dormir toda la noche, pero si has llegado casi a treinta de la mañana, Manel, estoy cansado y hasta que no deje de cabilar, no volveré a conseguir el son». «Hijo mío, ¿cuánto es que es eso que te perturbará el ánimo?» Dijo Pilar, presentándose que se trataba de una chicona. «Ayer tuve una conversación muy interesante con el director del instituto». «Muy bien, ¿y sabes que quieres estudiar en la universidad?». Preguntaba Manel todo desfasado. «No hablaremos de eso», respondió el trajetivo. «¿Quieres hacer el chiquet que se explique?» Exclamó Pilar en decisión. «Está bien, como os estaba diciendo, ayer vas a tener una conversación muy interesante con el director del instituto sobre el nuestro campo, Manel y Pilar, absolutamente perplejos». «Según Chico, el director del instituto son propietarios de un campo que no pueden vender, porque así no tienen una estructura, pero la psiquía está más baixa que el nivel del campo, y por tanto no les pueden dar amistades. Y de aquella manera, y además, creo que va a ser una donación de un pirata bárbaro a un rebezabi nuestro. Como os podéis imaginar, estoy muy enfadada con vos, al señor Chompare, porque de todo eso no tenía ni idea. Este es Raelma, un campo madrileño, dice Miguel una mitad de segundo. «Eso tendrá que comprobarlo», exclama Tosillos. «No te oblides la hechegona a que el campo no es yaura amparable». «Buena idea». Y vosotros, pregunta Pilar. «Amo y nada». «No, he quedado también romándole». «Baja». «La compañía perfecta, pero no todo en la casa». Dice Manel en todo burleta. «Vos ser el favor de deixar de ir vestirse de verdad es insoportable». Exclama Pilar, molesta por tanta broma. «Andaba a bajar un trozo de coca de llana, a hacer un parell de besos a la madre y, antes que se anara, Manel le alargaba los tos del coche». «Tío, no voy a hacer una insolación por culpa de vos», dice el exconsejador. «Andaba a sentarme en un gran, los pedimentos son parell. Me iba a hacer un colpet a la esquina y, si es que es de casa, lo hago bien». El romándole era con el nombre de Agustín. Le leía en la iglesia porque era nario de la Sephora. Y le esperaba el ver romándole a trot y a dred. Un fecurioso cusol, con luz del ver cristal, era más frecuente. Agustín le esperaba la puerta de esa casa con un detector de metáis a la ma. Andaba usando la red y Agustín, mecendo la fuerza del sol, que de algo estaba a punto de cambiar de opinión, que sentía el sonido del motor del coche de Manel. «Con este chafogón me socarraré de capo peus», exclamó Agustín, un amigo ativante. «Tengo dos horas con aire acondicionado. Estoy tranquilo o tengo todo controlado». El famoso cap estaba andando hacia la plaza. Entre los carriles cap de Tarongers y un mancal de ceniz que envaía los merces de la sequía andaba para el coche a la rampa del cap y andaba a hacer feina. «¿Al no? Porque estoy tan segura que encontraremos alguna cosa», preguntaba Agustín. Descregut. ¿Sabes quién va a mandar a construir la salsa de sequía? Ni idea. Según el documento que conserva el ayuntamiento, el propietario de la parcela F3 la parcela F3 debe estar cap al final del orta, intuía Agustín mientras trataba de hacerle el esconderio. «La actual parcela S3 es el meu campo. Eso no tiene cap trellar». «Doncs, para eso, estoy segura, el propietario va a garantizar que el rey no bañaría cuando pase el seu campo». «A eso fuera posible, va a financiar toda la salsa del orta de Puzol y de Totepoli». «La mare que va a parir», exclama Agustín. «Doncs, vinga, que el sol se nos atura en cada minuto que pasa, como es calor». Con la placa enseñada, la nau, Agustín, va a engregar el detector y comenzar a respetar al rey mismo del campo. En un instante, se sentía un chilletear y agudo. Un momento, la pared marca monedas a 10 centímetros. La nau agafa la llegona y cava al voltante donde chivlaba el detector monstruo. Agustín desfía a miquetes la tierra remoguda hasta que va a enrobar la chete metálica. Un anillo dorme así. «Ostres, la nau, que encara tendrás la hoja». «Nomás este anillo llevará una fortuna». «Vinga, puches más amunt, al lugar más allí del campo». «¿No ves que reflejemos todo el campo? Pam, pam, pam». «Es claro que sí, pero tengo un presentimiento». «Vinga, doncs, tal vez sea la mejor idea antes de acabar». Agustín luchó hasta la guinda del campo, una zona fascina de pedres grandes que delimitaban la extensión. En arribar a la zona libre de pedres la pared tornó a chivlar, pero esta vez eran chivleres gruesos, agudos y muy intensos. Al nau de Agustín habían trobat cinco agudos inmensos llenos de monedas dos. Una trova ya única, pero como había dicho Manel, aquella era el tresor de un campo en Himalayas. Una predicción que esdevingue realidad en poco tiempo, cuando esos países, con procedimientos de monedas, les regalaban a la tributaria competente. Pasó el tiempo y la maldicción de la terraria no ha marchado. Antes, al contrario, que en realidad se exterminaba necesariamente en una plaza depredadora, de manera que cualquier buen de la noticia siempre acababa teniendo una segura interpretación de la situación. Cuarentena. Fins al 40 de marzo, de damunt el vestido, no trauras, y si el temps es inoportun, fins al 41. Vas a rebre una carta que no era para mi. Estaba escrita a ma en tinta de pluma y letra, perfecta, adrejada a un tal Luaf Rezoa. Vas a examinarla de ninguna manera, y en realidad no tenía cap tret especial. No doía remitent, y el matasegué era desperinfil. Siempre que arribaba una carta por error, me afañaba introduirla a la bústia del cartel, pero aquella me interesaba y encantaba su motivo. Vas a mirar a la derecha y a la izquierda, y en ver que ninguno me observaba, me vas a fijar dentro del ascensor. Un punto de impaciencia va a hacer que arribara a casa más depresa que de costumbre, y una vez adentro, vas a tornar a mirar al sobre. Un sentimiento de culpa en travesar, y la vas a dejar sobre el mugre del revedor. Ya decidiría después que me quedaría con ella. Vas a entrar a la meva cambra, y me vas a cambiar de ropa y a un común resort. Me alejé cap a la carta y la vas a abrir. Estimad, lo aprecio. No le escribiría a esta si no fuese absolutamente feliz. Esto es que me torne el favor que es mío, y aseguré que si no estuviese en esta situación, no me hubiera querido a usted. Espero verlo el próximo día en el lugar y hora de costumbre. No hay falta. Springfield, 2 de marzo de 2020. No lo dijo Brown. La siguiente lectura me hizo sorpresa, ya que era en la ciudad, pero no sabía dónde. Me miré al sobre otra vez, y todavía me sorprendía más. La derecha era la mía. Me puse el batí y me fui corriendo a mirar los nombres de deportes. Sorprendentemente, todos tenían etiquetas, pero en cada día se escribía como A. Robson. Allá es una coincidencia. Era el nombre del remitente, no era el mío, quien había escrito la carta, como sabía que no la abría si no era destinada a él. Porque el remitente era yo mismo. No conocía a nadie. Escribí su nombre en Google, y nadie tenía ese nombre tan extraño. En la vía de Springfield no había ningún abonado a ese nombre. El día 2 de marzo. Me quedaba dos días sin descifrar ningún más. Yo no era un hombre de costumbre, y no tenía amigos ni conegudos con los que frecuentaba. Pasaron los días, y como de costumbre, había de estacionar a la cafetería. Me puse la tabla de siempre y vi un libro. Era Fantasmas, de Pablo Este. Una edición dibujada de porotos. No tenía capa de traducción, ni copias de inglés. Leí la contraportada que decía que era un hombre de color blanco que aparecía un día de suerte cuando en la vida del letícito blanco no parecía que nada iba a cambiar. Quería que siguiera a un hombre denominado blanco, que vigilaría si se puso por los tiempos que fuera falta. Yo no voy a seguir a ver a la feina, que me habían incomodado todos. Al momento, va a saber que la abrecha era Pablo Este, un hombre que le decían blanco. Me desestacioné y me fui a casa. Miré nuevamente las búsquedas y en la puerta cuarta, un tal Follow Me Black me hizo un clic que resonó por toda la escala. Pero no había tal señor blanco. En realidad no conocía a ningún. Solo le saludaban las contadas a ocasiones que coincidían, pero no sabía situarme en la puerta correspondiente. Yo vivía en el quinto piso y decidí reconocer al blanco y me quedé en la escala mirando el regreso del ascensor. Desde aquel ángulo, veía la puerta cuarta y ninguno podía verme. Yo era el único hombre blanco. Me senté en la escala y, armado de paciencia, esperé pasar todo el día y llegar a la noche. Ninguno había entrado un instinto en la puerta. Tenía hambre. No dormí casi 3 días y, el día siguiente, detecté un batallón y continué mi vigilancia. Pasaron los días y la puerta cuarta parecía fantástica. Decidí dormir y tomar una botella de agua para pasar todo el día en la escala mirando la noche. Si sentía algún sonido, pero ninguno lo hacía. Pasé una cuarentena y, a la noche del día 41, me sentí como el padre de la puerta cuarta. Tenía hambre y dormía. Un hombre alto y seguro. Yo andaba todo maltratado, bruto y poderoso, pero no me daba tiempo a mejorar mi aspecto. Me bajé a las escaleras en la distancia provincial. Caminaba poco a poco pero a ritmo freno. Lo hizo durante unos minutos. Me dispararon entre él y ella. Después de unos segundos, decidí avanzar un poco. Me tiraron la pistola y me mataron.

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