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In the story "El almohadón de plumas" from the book "Cuentos de amor, de locura y de muerte," Alicia and Jordan are newlyweds living in a mysterious and cold house. Alicia becomes increasingly sick and weak, and the doctors cannot explain her condition. She has hallucinations and becomes fixated on a spot on the carpet. Despite Jordan's constant presence and care, Alicia's health continues to deteriorate. Cuentos de amor, de locura y de muerte. CapÃtulo 10. El almohadón de plumas. Su luna de miel fue un largo escalofrÃo, rubia, angelical y tÃmida. El carácter duro de su marido enlozó soñadas niñeras de novia. Ella lo querÃa mucho. Sin embargo, aunque a veces con un ligero estremecimiento, cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la estatura de Jordan. Mudó desde hacÃa una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente sin darlo a conocer. Durante dos meses—se habÃan casado en abril—vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rÃgido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura. Pero la impasible semblante de su marido la contenÃa siempre. La casa en que vivÃan influÃa no poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso, frizos, columnas y estatuas de mármol, producÃa una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño de las altas paredes, afirmaba aquella sensación de despreciable frÃo. Al cruzar una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia. En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. HabÃa concluido, no obstante por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivÃa dormida en casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido. ¿No es raro que adelgazara? Tuvo un ligero ataque de influencia que se arrastró insidiosamente dÃas y dÃas. Alicia no se reponÃa nunca. Al fin, una tarde pudo salir al jardÃn, apoyada en el brazo de su marido. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordan, con honda ternura, le pasó muy lento la mano por la cabeza, y Alicia rompió enseguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró lágrimamente, todo su espanto callado redomblando el llanto a la más leve caricia de Jordan. Luego los sollozos fueron retándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni pronunciar una palabra. Fue ese último dÃa que Alicia estuvo levantada. Al dÃa siguiente, amaneció desvanecida. El médico de Jordan la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos. —No sé —le dijo Jordan en la puerta de la calle—, tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada. Si mañana despierta como hoy, llámeme enseguida. Al dÃa siguiente, Alicia amanecÃa peor. Hubo consulta. Contactóse una anemia de marcha agudÃsima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se veÃa visiblemente a la muerte. Todo el dÃa en el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasaban horas sin que yo oyera el menor ruido. Alicia adormitaba. Jordan vivÃa casi en la sala, también con la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y perseguÃa su mudo vaivén a lo largo de la cama, deteniéndose un instante en el extremo a mirar a su mujer. Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego al ras del suelo. La joven con los ojos de sumitantes abiertos no hacÃa sino mirar a la alfombra, a uno y otro lado del respaldo de su cama.