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El cuento de los tres cerditos

El cuento de los tres cerditos

cristina

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Three little pigs lived near the forest. They built houses to protect themselves from the evil wolf. The lazy pig built a straw house, the middle pig built a wooden house, and the smartest pig built a brick house. The wolf destroyed the straw and wooden houses, but couldn't destroy the brick house. The pigs learned the importance of hard work and responsibility. They built a brick house and lived happily ever after. El cuento de los tres cerditos Había una vez tres cerditos que vivían al aire libre, cerca del bosque. A menudo se sentían inquietos porque por allí solía pasar un lobo malvado y peligroso que amenazaba con comérselos. Un día se pusieron de acuerdo en que lo más prudente era que cada uno construyera una casa para estar más protegidos. El cerdito más pequeño, que era muy vago, decidió que su casa sería de paja. Durante unas horas se dedicó a apilar cañitas secas y en un sientamén construyó su nuevo hogar. Satisfecho se fue a jugar. «Ya no le temo al lobo feroz», le dijo a sus hermanos. El cerdito mediano era un poco más decidido que el pequeño, pero tampoco tenía muchas ganas de trabajar. Pensó que con una casa de madera sería suficiente para estar seguro, así que se fue al bosque, cogió todos los troncos que pudo para construir las paredes y el techo. En un par de días la había terminado y muy contento se fue a charlar con otros amigos. «¡Qué bien! Yo tampoco ya no le temo al lobo feroz», comentó a todos aquellos con los que se iba encontrando. El mayor de los hermanos, en cambio, era sensato y tenía muy buenas ideas. Quería hacer una casa confortable, pero sobre todo indestructible. Así que se fue a la ciudad, compró los ladrillos y cemento y comenzó a construir su nueva vivienda. Día tras día el cerdito se afanó en hacer la mejor casa posible. Sus hermanos no entendían para qué se tomaba tantas molestias. «¡Mira a nuestro hermano!», le decía el cerdito al mediano. «Se pasa el día trabajando en vez de venir a jugar con nosotros». «Pues sí, vaya tontería. No sé para qué trabaja tanto, pudiendo hacerla en un periquete. Nuestras casas han quedado fenomenal y son tan válidas como las suyas». El cerdito mayor les escuchó. «Bueno, bueno, cuando venga el lobo veremos quién ha sido más responsable y listo de los tres». Tardó varias semanas y le resultó un trabajo gotador, pero al final el esfuerzo mereció la pena. Cuando la casa de ladrillos estuvo terminada, el mayor de los hermanos se sintió orgulloso y se sentó a contemplarla mientras tomaba una refrescante limonada. «¡Ay, qué bien me ha quedado mi casa! ¡Ni un huracán podrá con ella!». Cada cerdito se fue a vivir a su propio hogar. Todo parecía tranquilo, hasta que acabó una mañana, el más pequeño que estaba jugando en un charco de barro, vio aparecer entre los arbustos al temible lobo. El pobre cochino empezó a correr y se refugió en su recién estrenada casita de paja. Cerró la puerta y respiró aliviado, pero desde dentro oyó que el lobo gritaba «¡Soplaré y soplaré y la casa derribaré!». Como lo dijo, comenzó a soplar y la casita de paja se desmoronó. El cerdito, aterrorizado, salió corriendo hacia casa de su hermano mediano y ambos se refugiaron allí. Pero el lobo apareció al cabo de unos segundos y gritó «¡Soplaré y soplaré y la casa derribaré!». Sopló tan fuerte que la estructura de madera empezó a moverse y al final todos los troncos que formaban la casa se cayeron y comenzaron a rodar ladera abajo. Los hermanos, desesperados, hundieron a gran velocidad y llamaron a la puerta de su hermano mayor, quien les abrió y les hizo pasar, cerrando la puerta con llave. «Tranquilos, chicos, aquí estaréis bien. El lobo no podrá destrozar mi casa». El temible lobo llegó y por más que sopló no pudo mover ni un solo ladrillo de las paredes. Era una casa muy resistente, aun así no se vio por vencido y buscó un hueco por el que poder entrar. En la parte trasera de la casa había un árbol centenario. El lobo subió por él de un salto, se plantó en el tejado y de ahí vincó hasta la chimenea. Se deshizo por ella para entrar en la casa, pero cayó sobre una enorme olla de caldo que se estaba calentando al fuego. La quemadura fue tan grande que pegó un aullido desgarrador y salió disparado de nuevo al tejado. Con el culo enrojecido huyó para nunca más volver. «¿Veis lo que ha sucedido?» regañó el cervito mayor a sus hermanos. «Os habéis salvado por los pelos de caer en las garras del lobo. Eso os pasa por vagos e inconscientes. Hay que pensar las cosas antes de hacerlas. Primero está la obligación y luego la diversión. Espero que hayáis aprendido la lección». Y desde luego que lo hicieron. A partir de ese día se volvieron más responsables. Construyeron una casa de ladrillo y cemento como la de su sabio hermano mayor y vivieron felices y tranquilos para siempre.

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