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In the year 2183 in the city of Neousuaya, detective Lucho Tarifa investigates a series of murders. The victims are members of a religious cult called Technosiamans, marked with a strange symbol. Lucho and his virtual assistant, Adriana, trace the killer to a hidden bar where they confront him. After a brutal fight, Lucho emerges victorious. However, they discover that the captured killer is just a small piece of a larger conspiracy in the dark underbelly of Neousuaya. The detective and Adriana prepare for another round of investigations, knowing that the battle between light and shadow in the city is far from over. Argentina. Año 2183. En las arterias congestionadas de la ciudad, Neousuaya, entre una combinación de neón y deshonestidad, el detective Lucho Tarifa abría su segundo paquete de cigarrillos sintéticos del día. El humo formaba blanquecinas figuras fantasmales que subían hacia el techo de su oficina, el aire se veía tan cargado de figuras falsas, similares a los políticos y empresarios corruptos de esta ciudad. El detective se incorporó, miró sobre su hombro y dijo. Entonces, dices que tenemos un asesino serial. ¿Qué le hace pensar al comisario mayor, que no es sólo un androide, con el cerebro chamuscado causando muertes? Lucho lanzó la pregunta a su asistente virtual, Adriana, cuya proyección holográfica parpadeaba con indiferencia. Adriana, mientras miraba la ventana, dijo. «Quizás es el hecho de que cuerpos, mutilados, reales, están apareciendo en la ciudad y no precisamente para tomar el té», respondió Adriana, con un tono que destilaba un sarcasmo poco habitual en una inteligencia artificial. «Además las víctimas tienen un extraño símbolo marcado, en sus brazos», menciona el reporte. Dos minutos huían, escurridizos y audaces, bajo el manto de un crepúsculo insaciable. Mientras tanto, el atardecer revelaba su transformación, el cielo, antes despejado, se ensombrecía poco a poco, adornándose con una suave llovizna que empezaba a caer delicadamente sobre la ciudad. Navegando por el aire, sobrevolando en el vehículo aéreo, propiedad del departamento Lucho llegaba al lugar. «Avenida Nogales, 321», exclamó la voz oxidada del tablero. La patrulla descendió verticalmente mientras se apagaban las luces rojas y azules del móvil policial. El detective salió del habitáculo, con movimientos toscos, camino unos cuantos metros, hasta llegar al callejón. La escena estaba tan bañada en neón, que casi podía pasar por una instalación de arte macabro. La víctima, un conocido hacker llamado «Bit Blaze», con más enemigos que seguidores en redes sociales, yacía con una extraña mueca, plasmada en su rostro, ensangrentado. «Siempre con ganas de ser el centro de atención, Bit Blaze», murmuró el detective Tarifa, mientras inspeccionaba el cadáver, entre tanto, activaba la forma holográfica de su compañera. «¿Qué piensas de esto, Adriana?» «Creo que era un pobre diablo, no era un superhacker, o tal vez por primera vez tenía algo importante y peligroso, en sus manos», contestó Adriana, entre tanto, escaneaba la escena del crimen. «Observa esto Lucho», exclamó, «todas las víctimas comparten un origen común, entrelazadas en las mismas redes de un círculo social distindido. Es imposible negarlo, pertenecen a la secta Technosiamans. Estos locos religiosos usan esta marca. La fatalidad, parece, que se transmite en un juego mortal, donde la membresía se paga con el último aliento». Rastreando la red de contactos de la víctima, el detective Lucho Tarifa y Adriana se sumergieron en el submundo digital, en lo más profundo de la red, donde los secretos se vendían al mejor postor y la lealtad era un concepto obsoleto. «Déjame adivinar, este miembro del Club de Gamers está haciendo su jugada sucia», ironizó Lucho, mientras interceptaban comunicaciones críticas entre los sospechosos. «Correcto, y parece que el próximo juego en su lista es, como evitar caer en la cárcel», retrucó Adriana. «La pista los condujo a una taberna clandestina, llamada, Rusty Robot Bar. El desenfreno y la escapatoria de la realidad cohabitaban con el sudor y el pulsar de un sintetizador retrofuturista. Este sonido, cargado de nostalgia y promesa, elevaba la adrenalina de los jóvenes cyberpunks. Buscadores de la noche, enfrentados a un mundo cada vez más complicado. Hallaban en el bar, no sólo un oasis de exceso, sino también, un santuario temporal frente a la crudeza de su realidad. Entre el caos danzante, el detective, se encontró cara a cara con el asesino, una sombra más en un mar de luces estroboscópicas. Así que tú eres el famoso coleccionista de almas. ¿Qué, te cortaron el Wi-Fi, por lo tanto, decidiste socializar? El asesino, conocido en los bajos fondos cibernéticos sólo como desquiciado. Sus sueños juveniles de un paraíso digital se habían desmoronado, torciéndose hacia una oscura trama de venganza. Cuando se encontró cara a cara con el detective, su sonrisa siniestra emergió lente calculadamente. «Detective», empezó con una voz cargada de ironía, «veo que al fin ha logrado descifrarme», disfrutó del juego. Las pistas eran, después de todo, un regalo especialmente para usted. La verdad, preferiría una búsqueda del tesoro. Al menos al final hay oro, en vez de escuchar la filosofía barata de un maldito asesino prepicolucho, mientras Adriana bloqueaba las salidas, dejándolos, en un duelo de estresas físicas. El detective y Espectro se enfrentaron en una pelea frenética, «Eres una amenaza, bramó el detective, con los ojos brillando con justa indignación». «Has destruido vidas inocentes, y esto tiene que parar, Espectro», burlándose como una serpiente, respondió, «¿Y quién eres tú para juzgarme, detective, eres sólo una reliquia del pasado, aferrándote a tus anticuadas nociones de justicia?». El detective gruñó, «Soy yo quien te derribará, vas a caer y no hay nada que puedas hacer al respecto». En ese momento, los dos, intercambiaron golpes, insultos y miradas acaloradas como dos boxeadores en el ring. Fue una batalla brutal, sin que ninguno se diera ni un milímetro. Pero al final, fue el detective quien salió victorioso, su experiencia y valor resultaron demasiado para la astucia y el juego de manos de Espectro, el detective asestó el golpe mortal, inmovilizando, tirándolo contra el suelo. «Se acabó el juego, Espectro», declaró triunfante el detective. «Vas a pagar por tus crímenes y esta vez no vas a salir de la cárcel, Espectro», con los ojos entrecerrados hasta convertirse en rendijas, escupió un último insulto antes de hundirse en la derrota. «Idiota, no tienes idea de lo que está pasando». Con el asesino detenido y las luces del amanecer teñidas de promesas, Lucho, contempló los edificios delineados, de contornos, luminosos, semejantes a monolitos de otro tiempo. «¿Crees que esto cambie algo, Adriana?», preguntó el detective. «Por supuesto, las tasas de criminalidad disminuirán, hasta la próxima temporada de asesinos», respondió Adriana. Por un momento, Lucho juró haber visto una pequeña sonrisa parpadear en su rostro brillante. Mientras el sol ascendía, revelando la decadencia y la belleza de una ciudad que nunca duerme, el detective, Lucho Tarifa sabía que la lucha entre luz y sombras continuaba. Pero por ahora, el deber llamaba en forma de un informe, que seguramente estaría lleno de sarcasmo y verdades a medias, perfectamente adecuado para la ciudad de Neuzuaya. Al otro día, después de un corto descanso, en su oficina, Lucho Tarifa, encontró un nuevo mensaje esperándolo. La ciudad, con su insaciable apetito por el drama. Ya había comenzado a enfriarse, el enfrentamiento de la noche anterior. Cuando, se escucha por los medios, detective Tarifa, desmantela la peligrosa red de asesinatos en Neuzuaya. El detective no pudo evitar soltar una carcajada amarga. Mientras Lucho, comenzaba a reactar su informe, uno de sus numerosos contactos, le envió un nuevo dato. Aparentemente, el asesino que acaban de capturar era sólo una pieza en un ajedrez mucho más grande y oscuro. Parecía que las profundidades de los bajos mundos de Neuzuaya tenían aún más secretos que revelar. El detective se incorporó, miró sobre su hombro y dijo «¿Lista para otro giro en la montaña rusa, Adriana?», preguntó Lucho, dejando el informe a medio terminar. «Como si tuviera otra opción», replicó Adriana, activando de nuevo sus protocolos de búsqueda avanzada. La noche nunca fue tranquila en la ciudad, pero, para Lucho Tarifa, esto era más una bendición que una maldición. La oscuridad siempre albergaba misterios y, junto a Adriana, no había enigma que no pudieran enfrentar. Las luces de neón seguían brillando, las sombras continuaban moviéndose, y en algún lugar de Neuzuaya, se escribía otro capítulo de la interminable crónica de esta metrópolis insaciable.