The excerpt is from Chapter 16 of "The War of the Worlds" and describes the mass exodus from London as people try to escape the invading Martians. The fear and panic lead to chaos and violence, with people fighting for space on trains and resorting to desperate measures. The protagonist manages to escape on a bicycle and later helps two women being attacked by thieves. They form a group and decide to continue their journey, unsure of where they are headed. They encounter other survivors and witness the devastation caused by the Martian invasion.
LA GUERRA DE LOS MUNDOS CapĂtulo nĂșmero diecisĂ©is El Ă©xodo de Londres Se habrĂĄ imaginado el lector, la rugiente ola de miedo que azotĂł la ciudad mĂĄs grande del mundo al amanecer del lunes. La corriente de fuga, que se fue convirtiendo con rapidez en un torrente enfurecido en los alrededores de las estaciones ferroviarias, se convirtiĂł en una lucha a muerte en los muelles del TĂĄmesis, y buscĂł salida por todos los canales disponibles del norte y del este.
A las diez de la mañana perdĂa coherencia la organizaciĂłn policial y a mediodĂa se desplomaba por completo la de los ferrocarriles. Todas las lĂneas ferroviarias del norte del TĂĄmesis y los habitantes del sudeste habĂan sido advertidos del peligro a la medianoche del domingo, y los trenes se llenaban con rapidez mientras que la gente luchaba con salvajismo por conseguir espacio en los vagones. A las tres de la tarde muchos eran aplastados y pisoteados aĂșn en la calle Vicious Gate, a doscientos metros de la estaciĂłn de la calle Liverpool.
Se disparaban revĂłlveres, se apuñalaba a muchos, y los agentes de policĂa que fueron enviados a dirigir el trĂĄnsito se dejaban llevar por la cĂłlera y rompĂan las cabezas de las personas a las que debĂan proteger. Y al avanzar el dĂa y negarse los maquinistas y fogoneros a regresar a Londres, la presiĂłn del Ă©xodo obligĂł a la multitud a alejarse de las estaciones y volcarse entonces por los caminos que iban hacia el norte. A mediodĂa se habĂa visto un marciano en Barnes, y una nube de vapor negro que se hundĂa lentamente avanzaba por el Tamesis y los llanos de Lambeth, impidiendo la huida por los puentes.
Otra nube negra se presentĂł sobre Ealing y rodeĂł a un grupito de sobrevivientes que se hallaba en Castle Hill y que de allĂ no pudo descender. DespuĂ©s de una inĂștil tentativa por subir a un tren del noroeste en Shock Farm, mi hermano saliĂł a ese camino, cruzĂł por entre un enjambre de vehĂculos y tuvo la suerte de ser uno de los primeros que saquearon un negocio de venta de bicicletas. El neumĂĄtico delantero de la mĂĄquina que obtuvo se abriĂł al sacarlo por el escaparate, pero, sin darle importancia, montĂł en ella y partiĂł sin otra herida que un golpe recibiĂł en la muñeca.
La parte inferior de la empinada Hartstock Hill era impasable debido a los cadĂĄveres de numerosos caballos allĂ caĂdos, y mi hermano tomĂł entonces por el camino Versailles. AsĂ logrĂł salvarse de lo peor del pĂĄnico, soslayando el camino Edward y llegar a esta poblaciĂłn alrededor de las 7, fatigado y con mucho apetito, pero muchĂsimo antes que la multitud. A lo largo del camino se hallaba la gente apiñada, observando con gran curiosidad a los fugitivos. AllĂ le pasĂł un grupo de ciclistas, varios jinetes y dos automĂłviles.
A una milla de Edward se rompiĂł la llanta delantera de su bicicleta y tuvo que abandonar la mĂĄquina y seguir camino a pie. En la calle principal de la aldea habĂan algunos comercios abiertos, y los pobladores se agrupaban en las aceras, en los portales y ventanas, mirando asombrados a la extraordinaria procesiĂłn de fugitivos que llegaba allĂ. Mi hermano consiguiĂł obtener algo de alimento en una hosterĂa. Por un tiempo quedĂłse en Edward, sin saber quĂ© rumbo tomar.
Los refugiados aumentaban en nĂșmero. Muchos de ellos, como mi hermano, parecĂan dispuestos a quedarse en la aldea. No habĂa nuevas noticias de los invasores de Marte. A esa hora el camino estaba atestado. Pero la congestiĂłn no era grave. La mayorĂa de los fugitivos montaban bicicletas, pero pronto se vieron algunos automĂłviles, coches de plaza y carruajes cerrados que levantaban el polvo en grandes nubes por el camino hacia St. Albans. La idea de ir hasta Chainsford, donde tenĂa unos amigos, impulsĂł al fin a mi hermano a partir por un camino tranquilo que se extendĂa hacia el este.
Poco después, llegó a un portillo de molinete y, luego de transponerlo, siguió un sendero que iba hacia el noroeste. Pasó cerca de varias granjas y algunas aldeas cuyos nombres ignoraba. Vio a pocos fugitivos hasta que se encontró en el sendero de High Barnet con dos damas, que fueron luego sus compañeras de viaje. Llegó al lugar a tiempo para salvarlas. Oyó sus gritos y, al correr para dar vuelta a la curva, vio a un par de individuos que se forzaban por arrancarlas del cochesillo en el que viajaban, mientras que un tercero trataba de contener al nervioso caballo.
Una de las damas, mujer baja y vestida de blanco, no hacĂa mĂĄs que gritar, pero la otra, una joven morena y esbelta, golpeaba con su lĂĄtigo al hombre que la tenĂa sujeta por una muñeca. Mi hermano se hizo cargo de la situaciĂłn al instante, lanzĂł un grito y corriĂł hacia el lugar en que se desarrollaba la lucha. Uno de los hombres desistiĂł de sus intenciones y volviĂłse hacia Ă©l. Al ver la expresiĂłn del otro, mi hermano comprendiĂł que era inevitable una pelea y, como era un pugilista experto, lo atacĂł inmediatamente derribĂĄndolo contra la rueda del vehĂculo.
No era ese el momento apropiado para mostrarse caballeresco y, acto seguido, lo desmayĂł de un puntapiĂ©. TomĂł luego por el cuello al que aprisionaba la muñeca de la dama. OyĂł entonces ruido de cascos, sintiĂł que el lĂĄtigo le golpeaba entre los ojos y el hombre al que hacĂa se liberĂł y echĂł a correr por el camino. Medio atontado, se encontrĂł frente al que habĂa contenido al caballo y vio entonces que el coche se alejaba camino abajo, mecĂndose de un lado a otro y con ambas mujeres vueltas hacia Ă©l.
Su antagonista, que era un sujeto fornido, tratĂł de abrazarlo y Ă©l le contuvo con un golpe a la cara. El otro se dio cuenta entonces de que estaba solo y dio un salto para esquivarlo y correr tras el coche. Mi hermano le siguiĂł y cayĂł al suelo. Otro de los sujetos que habĂa echado a correr tras Ă©l tambiĂ©n cayĂł. Un momento despuĂ©s se acercĂł el tercero de los individuos y entre los dos lo ataron. Mi hermano se habrĂa visto en un grave apuro si la dama delgada no hubiera vuelto en su ayuda con gran audacia.
Parece que tenĂa un revĂłlver, pero el arma estaba debajo del asiento cuando las atacaron. DisparĂł desde seis metros de distancia y la bala pasĂł a escasos centĂmetros de la cabeza de mi hermano. El menos valeroso de los ladrones echĂł a correr, seguido por su amigo, que le reprochaba su cobardĂa. Ambos se detuvieron junto al que yacĂa tendido en el camino. âÂĄTome esto! âdijo la joven a mi hermano dĂĄndole el revĂłlver. âÂĄVuelva al coche! âle ordenĂł Ă©l mientras se enjugaba la sangre que emanaba de sus labios.
Ella se volviĂł sin decir palabra, y ambos marcharon hacia donde la mujer de blanco se forzaba por contener al atemorizado caballo. Los ladrones parecĂan haberse dado por vencidos y se alejaron. âMe sentarĂ© aquĂ, si me permiten âdijo entonces y subiĂł al pescante. La dama mirĂł sobre su hombro. âDeme las riendas âdijo, y asusĂł al caballo de un latigazo. Un momento mĂĄs tarde una curva del camino ocultĂł a los tres ladrones que se iban. De esta manera, completamente inesperada, mi hermano se encontrĂł, jadeante, con un corte en un labio, la barbilla magullada y los nudillos lastimados, viajando por un camino desconocido con estas dos mujeres.
Se enterĂł de que eran la esposa y la hermana menor de un cirujano que vivĂa en Stanmore, y que habĂa vuelto en la madrugada de atender un caso urgente en Pinner. Al enterarse en una estaciĂłn del camino de que avanzaban los marcianos, fue apresuradamente a su casa, despertĂł a las mujeres, empaquetĂł algunas provisiones, puso su revĂłlver debajo del asiento âpor suerte para mi hermanoâ y les dijo que fueran a Edward, donde podrĂan tomar un tren. QuedĂłse atrĂĄs para avisar a los vecinos y dijo que las alcanzarĂa a las cuatro y media de la mañana, pero eran ya cerca de las nueve y no habĂan vuelto a verle.
En Edward no pudieron detenerse debido al intenso trĂĄnsito que pasaba por la aldea, y por eso fueron hasta ese camino lateral. Esto fue lo que contaron a mi hermano poco a poco cuando volvieron a detenerse cerca de New Barnet. Ăl les prometiĂł hacerles compañĂa, por lo menos hasta que decidieran lo que iban a hacer o hasta que llegara el mĂ©dico. ManifestĂł ser experto en el manejo del revĂłlver âarma desconocida para Ă©lâ a fin de infundirles confianza.
Hicieron una especie de campamento al lado del camino y el caballo se puso a mordisquear un seto. Ăl les contĂł su huida de Londres y todo lo que sabĂa de los marcianos. El sol fue ascendiendo en el cielo y al cabo de un tiempo dejaron de hablar y se quedaron esperando. Varios caminantes pasaron por allĂ, y por ellos supo mi hermano algunas noticias. Cada respuesta que recibĂa acrecentaba su impresiĂłn del gran desastre sufrido por la humanidad y aumentaba su convicciĂłn de que era necesario proseguir la huida inmediatamente.
Por este motivo lo sugiriĂł a sus acompañantes. âÂĄTenemos dinero! âdijo la mĂĄs delgada y vacilĂł un poco, mirĂł a mi hermano a los ojos y desapareciĂł su incertidumbre. âYo tambiĂ©n lo tengo âdijo Ă©l. Ella le explicĂł que llevaba treinta libras en oro ademĂĄs de un billete de cinco y sugiriĂł que con eso podrĂan tomar un tren en St. Albans o en New Bernet. Mi hermano creyĂł imposible hacerlo, ya que habĂa visto lo ocurrido en Londres con los trenes, y expresĂł su idea de cruzar Essex hacia Harwich y asĂ escapar del paĂs.
La señora Elphison, que era la dama de blanco, no quiso escuchar razones y siguiĂł llamando a George, pero su cuñada era muy decidida y finalmente accediĂł a la sugestiĂłn de mi hermano. AsĂ pues, siguieron hacia Barnet con la intenciĂłn de cruzar el Gran Camino del Norte. Mi hermano iba caminando junto al coche para alcanzar al caballo lo menos posible. A medida que avanzaba el dĂa, se acrecentaba el calor y la arena blancuzca sobre la que pisaban se tornĂł cegadora y ardiente, de modo que sĂłlo pudieron viajar con mucha lentitud.
Los setos estaban cubiertos de polvo, y mientras avanzaban hacia Barnet, oyeron cada vez mĂĄs claramente un tumulto extraordinario. Comenzaron a encontrarse con mĂĄs gente. En su mayorĂa miraban todos hacia adelante con la vista fija. Iban murmurando por lo bajo. Estaban fatigados, pĂĄlidos y sucios. Un hombre vestido de etiqueta se cruzĂł con ellos. Iba caminando y con los ojos fijos en el suelo. Oyeron su voz, y al volverse para mirarle, le vieron llevarse una mano a los cabellos y golpear con la otra algo invisible.
Pasado su paroxismo de ira, continuó camino sin mirar hacia atrås ni una sola vez. Cuando siguieron hacia la encrucijada al sur de Barnet, vieron a una mujer que se aproximaba al camino por un campo de la izquierda, llevando un niño en brazos y seguida por otros dos. Luego apareció un hombre vestido de negro con un grueso bastón en una mano y una maleta en la otra. Después vieron llegar por la curva un carrito arrastrado por un sudoroso caballo negro y guiado por un joven de sombrero hongo cubierto de polvo.
Viajaban con Ă©l tres muchachas y un par de niños. âPor aquĂ podremos dar la vuelta por Edward âpreguntĂł el muchacho, que estaba muy pĂĄlido. Cuando mi hermano le hubo contestado afirmativamente, tomĂł hacia la izquierda, azotĂł al caballo y se fue sin darle las gracias. Mi hermano notĂł un humo gris pĂĄlido que se levantaba entre las casas que tenĂa frente a sĂ y que velaba la fachada blanca de un edificio que se hallaba detrĂĄs de las villas.
La señora Elphiston lanzĂł un grito al ver una masa de llamas rojas que saltaban de las viviendas hacia el cielo. El ruido tumultuoso resultĂł ser ahora una cacofonĂa de voces, el rechinar de muchas ruedas, el crujir de vehĂculos y el golpear de casco sobre el suelo. El camino describĂa allĂ una curva cerrada a menos de cincuenta metros de la encrucijada. âÂĄDios mĂo! âgritĂł la señora Elphiston. âÂżA dĂłnde nos lleva usted? Mi hermano se detuvo. El camino principal estaba lleno de gente.
Era un torrente de seres humanos que avanzaban apresuradamente hacia el norte mientras unos empujaban a otros. Una gran nube de polvo blanco y luminoso por el resplandor del sol tornaba indistinto el espectĂĄculo y era constantemente renovado por las patas de gran cantidad de caballos, los pies de hombres y mujeres y las ruedas de vehĂculos de toda clase. âÂĄPaso! âgritaban las voces. âÂĄAbran paso! Tratar de llegar al cruce del sendero por el camino principal era como querer avanzar hacia las llamas y el humo de un incendio.
La multitud rugĂa como las llamas y el polvo era tan cĂĄlido y penetrante como el humo. Y en verdad, algo mĂĄs adelante ardĂa una villa, cuyo humo aumentaba la confusiĂłn reinante. Dos hombres se cruzaron con ellos. DespuĂ©s pasĂł una mujer muy sucia que llevaba un atado de ropas y lloraba sin cesar. Todo lo que pudieron ver del camino de Londres entre las casas de la derecha era una tumultuosa corriente de personas sucias que avanzaban apretujadas entre las casas de ambos lados.
Las cabezas negras, las formas indefinibles, se tornaban claras al llegar a la esquina, pasar y perder de nuevo su individualidad en la confusa multitud que desaparecĂa entre una nube de polvo. âÂĄAdelante! âgritaban las voces. âÂĄPaso! ÂĄPaso! Las manos de uno presionaban sobre las espaldas del otro. Mi hermano se quedĂł parado junto al caballo. Luego, irresistiblemente atraĂdo, avanzĂł paso a paso por el sendero. Edward habĂa sido una escena de confusiĂłn. Sharp Farm, un tumulto indescriptible. Pero esto era toda una poblaciĂłn en movimiento.
Resulta difĂcil imaginar aquella multitud. No tenĂa carĂĄcter propio. Las figuras salĂan de la esquina y se perdĂan dando la espalda al grupo parado en el sendero. Por los costados iban los que marchaban a pie, amenazados por las ruedas, cayendo a cada momento a las zanjas y tropezando unos con otros. Los vehĂculos iban unos tras otros, dejando poco espacio para los otros coches mĂĄs veloces, que de cuando en cuando se adelantaban al presentĂĄrseles una abertura propicia, obligando asĂ a los caminantes a diseminarse contra las cercas y tambiĂ©n los portales de las casas.
âÂĄAdelante! âera el grito. âÂĄAdelante! ÂĄYa vienen! Sobre un carro viajaba un ciego que vestĂa el uniforme del ejĂ©rcito de salvaciĂłn. Iba haciendo ademanes vagos y gritaba âÂĄEternidad! ÂĄEternidad! Su voz era ronca y muy potente, de modo que mi hermano le oyĂł hasta mucho despuĂ©s que el ciego se hubo perdido en el polvo del sur. Algunos de los que iban en los carros castigaban a sus caballos y reñĂan con los demĂĄs conductores. Otros estaban inmĂłviles con la vista fija en el vacĂo.
Otros se mordĂan las uñas o yacĂan postrados en el fondo de sus vehĂculos. Los caballos tenĂan los hocicos cubiertos de espuma y los ojos enrojecidos. HabĂa coches de plaza, carruajes cerrados, carros, carretas en nĂșmero infinito. El carretĂłn de un cervecero pasĂł rechinando con sus dos ruedas de ese lado, salpicadas de sangre fresca. âÂĄAbran paso! âgritaban todos. âÂĄAbran paso! âÂĄEternidad! âcontinuaba exclamando el ciego. Se veĂan mujeres muy bien vestidas, con niños que lloraban y avanzaban a tropezones, con las ropas elegantes cubiertas de polvo y los rostros bañados en lĂĄgrimas.
Con muchas de ellas avanzaban hombres, algunos atentos, otros salvajes y desconfiados. Al lado de ellos iban algunas mujeres de la calle, que vestĂan deslucidos trajes negros con girones y profelĂan gruesas palabrotas. HabĂa tambiĂ©n obreros fornidos, hombres desaliñados vistiendo como dependientes, un soldado herido, individuos vestidos con el uniforme de empleados del ferrocarril y uno que sĂłlo tenĂa puesto un camisĂłn con un abrigo encima. Pero a pesar de lo variado de su composiciĂłn, aquella hueste tenĂa algo en comĂșn.
Se notaba el miedo y el dolor en todos los rostros, y el terror los impulsaba. Un tumulto en el camino, una pelea por un poco de espacio, hacĂa que todos apresuraran el paso. El calor y el polvo habĂan hecho ya su efecto en la multitud. TenĂan el cutis reseco y los labios ennegrecidos y resquebrajados. Todos estaban sedientos, cansados y doloridos, y entre los gritos diversos se oĂan disputas, reproches, gemidos de fatiga. Las voces de casi todos eran roncas y dĂ©biles, y continuamente se repetĂan estas palabras.
âÂĄPaso! ÂĄPaso! ÂĄLlegan los marcianos! Poco se detenĂan o se apartaban de la corriente. El sendero tocaba el camino cafetero de manera oblicua y daba la impresiĂłn de llegar desde Londres. No obstante, muchos entraron en Ă©l. Los mĂĄs dĂ©biles salieron del montĂłn para descansar un rato e introducirse nuevamente. A cierta distancia de la entrada yacĂa un hombre con una pierna al descubierto y envuelto en trapos ensangrentados. Lo acompañaban dos amigos. Un viejo de menguada estatura que lucĂa un bigote de corte militar y un sucio levitĂłn negro saliĂł para sentarse junto al ceto, se quitĂł un zapato, tenĂa el calcetĂn ensangrentado, lo sacudiĂł para sacarle un guijarro y volviĂł a reanudar la marcha.
Poco despuĂ©s se arrojĂł bajo el ceto una niñita de ocho o nueve años y rompiĂł a llorar. âNo puedo seguir, no puedo seguir. Mi hermano saliĂł de su estupefacciĂłn y la alzĂł en brazos para llevĂĄrsela a la señorita Elphiston. Tan pronto como la tocĂł Ă©l, la niña se quedĂł completamente inmĂłvil, como si la dominara el miedo. âÂĄHelen! âchillĂł una mujer de la multitud. âÂĄHelen! La niña se apartĂł entonces del coche para ir hacia el camino carretero gritando.
âÂĄMamĂĄ! âÂĄYa vienen! âdijo un jinete que cruzĂł frente a la entrada del sendero. âÂĄApĂĄrtense del paso! âgritĂł un cochero desde lo alto de su vehĂculo y mi hermano vio un carroje cerrado que entraba en el caminillo. La gente se apretĂł para no ser aplastada por el caballo. Mi hermano retirĂł su coche hacia el ceto y el cochero pasĂł para detenerse junto a la curva. El vehĂculo tenĂa una lanza para dos caballos, pero solo uno iba atado a las riendas.
Mi hermano vio por entre el polvo que dos hombres bajaban del coche una camilla y la ponĂan sobre el cĂ©sped. Uno de ellos se acercĂł a todo correr. âÂżDĂłnde hay agua? âpreguntĂł. âEstĂĄ molibundo y tiene sed. Es Lord Garrick. âÂżLord Garrick? âexclamĂł mi hermano. âÂżEl juez supremo? âÂżDĂłnde hay agua? âNo sĂ©, quizĂĄs hay algĂșn grifo en una de las casas. Nosotros no llevamos y no me atrevo a dejar a mi gente. El otro se abriĂł paso por entre la multitud hasta la puerta de la casa de la esquina.
âÂĄAdelante! âle gritaban todos dĂĄndole empellones. Luego llamĂł la atenciĂłn de mi hermano un hombre barbudo y de rostro afilado que llevaba un maletĂn de mano. El maletĂn se abriĂł en ese momento y de su interior cayĂł una masa de soberanos de oro que se diseminĂł al dar en tierra. Las monedas se rodaron por entre los pies de los hombres y las patas de los caballos. El hombre se detuvo y mirĂł estĂșpidamente las monedas. En ese momento le golpeĂł la bala de un coche y le hizo trastabillar.
LanzĂł un aullido, volviĂł hacia atrĂĄs y la rueda de un carro le pasĂł rozando el cuerpo. âÂĄPaso! âgritaron los que marchaban a su alrededor. âÂĄAbran paso! Tan pronto como hubo pasado el coche, el individuo se arrojĂł sobre la pila de monedas y comenzĂł a llevarlas apuñados a sus bolsillos. Un caballo llegĂł hasta Ă©l y un momento despuĂ©s el hombre se levantaba a medias para ser aplastado luego por los cascos. âÂĄCuidado! âgritĂł mi hermano, y apartando del paso a una mujer se forzĂł por asĂ las riendas del animal.
Antes que pudiera lograrlo, oyĂł un grito bajo las ruedas y vio por entre el polvo que la llanta pasaba sobre la espalda del pobre desgraciado. El conductor del carro asestĂł un latigazo a mi hermano. Este corriĂł enseguida hacia la parte posterior del vehĂculo. Los gritos le azurdieron un tanto. El hombre se debatĂa en el polvo, entre su dinero e incapaz de levantarlo porque la rueda le habĂa quebrado la columna vertebral y sus piernas no tenĂan movimiento.
Mi hermano se hirguiĂł entonces gritĂĄndole al conductor del coche siguiente, y un hombre que montaba en un caballo negro se adelantĂł para apestar ayuda. âÂĄSĂĄquenlo del camino! âdijo el jinete. TomĂĄndolo por el cuello de la levita, mi hermano comenzĂł a arrastrar al pobre hombre, pero el otro seguĂa empeñado en recoger su dinero y mirĂł a su benefactor con expresiĂłn colĂ©rica mientras que lo golpeaba con el puño lleno de monedas. âÂĄAdelante! ÂĄAdelante! âgritaban las voces de todos.
âÂĄPaso! ÂĄPaso! Se oyĂł un ruido estrepitoso al golpear la vara de un carruaje contra la parte posterior del carro que detuviera el jinete. Mi hermano levantĂł la vista y el hombre del oro volviĂł la cabeza para morderle la mano con que le tenĂa sujeto el cuello. Hubo un choque y el caballo negro se desviĂł de costado mientras que avanzaba rĂĄpidamente. Uno de los cascos rozĂł el pie de mi hermano. Este soltĂł al caĂdo y dio un salto atrĂĄs.
Vio entonces que la cĂłlera era reemplazada por el terror en la cara del caĂdo, y un momento despuĂ©s el pobre desgraciado quedaba oculto a su vista. Mi hermano se vio arrastrado mĂĄs allĂĄ de la entrada del sendero y debiĂł hacer grandes esfuerzos para volver allĂ. Vio que la señorita del fistĂłn se cubrĂa los ojos y que un niño miraba fijamente algo oscuro e inmĂłvil que habĂa en el suelo y era aplastado cada vez mĂĄs por las ruedas que pasaban.
âÂĄVolvamos atrĂĄs! âgritĂł entonces e hizo volver al caballo. âÂĄNo podemos cruzar este infierno! Se alejaron por el sendero por espacio de unos cien metros hasta que quedĂł oculta a su vista la vociferante multitud. Al pasar por la curva del camino vio mi hermano la cara de moribundo tendido en la zanja. Las dos mujeres se estremecieron al verlo. MĂĄs allĂĄ de la curva se detuvo de nuevo mi hermano. La señorita del fistĂłn estaba muy pĂĄlida y su cuñada lloraba desconsoladamente y se habĂa olvidado ya de llamar a George.
Mi hermano se sintiĂł horrorizado y perplejo a la vez. Tan pronto como hubieron retrocedido comprendiĂł lo inevitable y urgente que era intentar el cruce. Se volviĂł entonces hacia la joven. âDebemos ir por allĂ âdeclarĂł y de nuevo hizo volver al caballo. Por segunda vez en ese dĂa demostrĂł la joven su fortaleza de carĂĄcter. Para abrirse paso por el torrente humano mi hermano se internĂł en Ă©l y detuvo a un coche mientras guiaba a su caballo hacia el otro lado.
Un carro enganchĂł sus ruedas con las de ellos y siguiĂł despuĂ©s de arrancar una larga silla del cochecillo. Un momento despuĂ©s quedaban prisioneros del torrente y eran arrastrados hacia adelante. Con las marcas de los latigazos que le asestara el cochero mi hermano saltĂł al cochecillo y tomĂł las riendas de mano de la joven. âApunte al hombre que estĂĄ detrĂĄs y nos empuja mucho âordenĂł dĂĄndole el revĂłlver. âNo, apĂșntele al caballo. DespuĂ©s comenzĂł a buscar la oportunidad de desviarse hacia la derecha del camino, pero una vez en la corriente pareciĂł perder el control y formar parte de la caravana interminable.
Cruzaron Chipping Barnet con los demĂĄs y estaban casi una milla mĂĄs allĂĄ del pueblo antes que pudieran abrirse paso hacia el otro lado del camino. El ruido y la confusiĂłn eran indescriptibles, pero en el pueblo y mĂĄs allĂĄ habĂan varios caminos secundarios que en cierto modo aliviaron la presiĂłn de la marcha. Tomaron hacia el este por Hartley y allĂ y algo mĂĄs adelante se encontraron con una gran multitud que avevĂa en el arroyo y muchos de cuyos componentes luchaban por llegar hasta el agua.
Luego desde una colina prĂłxima a Sars Barnet vieron dos trenes que avanzaban lentamente uno tras otro, sin señales ni orden, llenos de pasajeros, muchos de los cuales iban hasta sobre los carbones del tender. Ambos convoyes viajaban hacia el norte por las vĂas del Gran Norteña. Mi hermano supone que deben haberse llenado fuera de Londres, pues en aquel entonces el terror incontrolable de la poblaciĂłn habĂa imposibilitado la entrada en las terminales. Cerca de ese lugar se detuvieron para descansar por el resto de la tarde, pues la violencia del dĂa los habĂa agotado por completo.
Comenzaban ya a sufrir los rigores del hambre, la noche estaba frĂa y ninguno de ellos atreviĂł a dormir, y al caer la noche vieron pasar por el camino a muchas personas que huĂan de peligros desconocidos e iban en la direcciĂłn de la que llegara mi hermano.