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The transcription discusses the significance of Holy Saturday, emphasizing the absence of Christ and the feeling of emptiness that comes with it. It highlights the importance of faith and the impact of sin in our lives. The speaker encourages reflection on how life would be without Christ and urges listeners to confront their own sins and seek a new version of themselves. The text suggests that only by recognizing our shortcomings and embracing the emptiness can we experience the resurrection of Christ and find true life. MERITACIÓN SOBRE EL MISTERIO DEL SÁBADO SANTO AL PAN POR LA PALABRA Inconsciente o conscientemente, todos caminamos por nuestras calles tranquilos, porque nos sentimos más o menos seguros. El orden público y quienes se dediquen a custodiarlo, la humanidad y la urbanidad de la mayoría de los que se cruzan con nosotros, la garantía de poder llamar a la policía o al 112 si se padece un percance, todo esto es parte del estado del bienestar en el que tanto apoyamos nuestra búsqueda de calidad de vida y tranquilidad, un estado de bienestar y de derecho hoy en España en una agónica crucifixión que amenaza con no transitar hacia el día tercero de su propia regeneración. Ahora, imagina que quienes te observan mientras caminas por la calle lo hacen con una hostilidad manifiesta, que nadie respeta las normas porque se ha perdido todo sentido de la moral y de la ética, piensa en una situación grave y urgente en la que llamas a emergencias y nadie responde, nadie, y nadie viene en tu socorro o en el de esos seres queridos para quienes pides auxilio porque a nadie le importas tú ni ninguno de los tuyos, todo un infierno, ¿verdad? Imagina una convivencia social en soledad y desconfianza, totalmente vulnerable e indefenso ante los otros y además solo, imagina que es así todos los días para el resto de tu vida. Esto no es más que un pequeño retazo del lienzo desgarrado que nos presenta el día de hoy, Sábado Santo. Hoy no hay a quien dirigir una pregaria, pues quien las eleva todas hasta el Padre yace muerto en nuestras manos. Hoy no hay dónde buscar la consolación y el ánimo, la esperanza y el valor para seguir adelante, porque Jesús está muerto, y si Él no está, ¿cómo concebir la vida sino como una insufrible y desesperante búsqueda de satisfacciones pasajeras por la frustración existencial de no ser más que un ser para la muerte? Hoy tenemos la oportunidad de ponernos en oración ante el sagrario vacío o ante nuestro corazón huérfano y sentir la asfixia, el ahogo de no ser escuchados, y no podemos ser escuchados porque Él no está, está muerto, y Su presencia entre nosotros está tan extinta como vacío ese sagrario al que tanto y tantos recurrimos buscando todo aquello que la vida y los hombres nos arrebatan tantas veces. Hoy, que el silencio es total ante el silencio de la palabra muerta, hoy debemos hacernos el siguiente planteamiento. ¿Y si toda la vida fuera como un sábado santo, sin Cristo, sin el perdón de mis pecados, sin la experiencia del más puro e incondicional amor? ¿Qué pasaría, qué me pasaría, si Él desapareciera de mi vida? Un filósofo cristiano del siglo pasado dio una respuesta a esto. Si Dios no estuviera ahí, decía este filósofo, sólo me quedaría una pregunta a la que dar respuesta ¿por qué no me suicido? Hoy, que parece que no tenemos otra cosa que hacer sino esperar la vigilia pascual, hoy es cuando se nos da una oportunidad única en el año. Piensa cómo sería tu vida si no tuvieras fe, si no creyeras en Él, si estuvieras solo ante la vida y ante la muerte. Piensa cómo sería tu vida si Él permaneciera muerto, y recapacita sobre si quieres vivir de ahora en adelante con Él vivo en tu vida, y no como un simple recuerdo o una idea a la que dar culto, sin otras actitudes que las de un arqueólogo o un fosor. Dios lo creó todo de la nada con el simple decir poderoso de Su palabra. Los ángeles y el fenomento, los planetas y la vida, todo fue creado por Su poder, pero a ti te creó a fuerza de Su amor abajándose, agachándose y modelándote con Sus manos e introduciendo en tu carne mortal un espíritu inmortal que te hace semejante a tu Creador. Sólo el ser humano es deiforme. Sólo nosotros somos por pura gracia capaces de Dios, capaces de albergarle a Él para ser en Él paulatinamente transformados, santificados. Por todo esto, y cuando te podía ver redimido sólo con Su poder, te salvó con la fuerza de un amor humilde y crucificado. Cuando por tu sola creación eras ya magnífico, sólo un poco inferior a los ángeles, como dice el Salmo 8, por la nueva creación obrada en Cristo has sido elevado a su derecha por encima de toda otra criatura, Hebreos 1, pues a ninguna jamás llamó hijo, ni a otra destinó a compartir su misma vida, consorte de su gloria y de su divinidad. El hombre en medio del universo no es nada, a no ser que se le mire desde Dios. Entonces y sólo entonces, cada ser humano es para Dios y para los que aprenden a mirarlo como Él el centro del universo. Todo lo que nos priva de semejante dignidad, todo lo que en el mundo supone violencia, todo lo que hace al ser humano infeliz, reduciéndonos a una macabra caricatura de lo que podríamos ser, es introducido por el pecado, por tu pecado y por el mío. La fatal hipoteca del pecado nos rebaja y nos enrola en las filas del ejército de los sin Dios, aquellos que hacen del mundo un lugar de locos y de limañas, porque a espaldas de Dios, el hombre no es sino un lobo para el hombre. ¿Acaso no nos tratamos nosotros así a menudo? ¿Acaso no hemos sido eso para otros durante el año pasado en más de una ocasión? ¿Acaso nos proponemos con arrojo y decisión ser de otro modo? ¿Cómo ser otra cosa sin Cristo? ¿Qué haremos ante una realidad así si Cristo permanece muerto? ¿Cómo salir del sepulcro de muerte y del hedor de una vida que, conociendo a Dios, lo esquiva y lo ignora en esto o en aquello? Sábado santo, mi limitación y mi culpa son un peso que no puedo soportar, porque si Él no está, no tendré jamás una oportunidad de ser otra cosa, y estoy solo, solo porque le he dado la espalda, porque yo lo he crucificado con mis opciones, porque aún no quiero ser de otro modo. El cerrario está vacío, mi esperanza agoniza, y con ella mi vida se hace tan pequeña, y estoy amargamente solo por ser el causante de esa ardiente oscuridad que me envuelve desde dentro. Si nos atrevemos hoy a afrontar todo esto, la resurrección de Cristo sobrevendrá sobre nuestra indigencia y sobre nuestra insobrepasable necesidad, y así, la Pasco de Jesucristo será, sólo así, una buena noticia, sólo si nos atrevemos a ponernos ante el vacío del sagrario, y reconocemos que nuestra vida en pecado, tibieza y mediocridad aburguesada, no es más que un sagrario vacío y muerto. Si nos atrevemos a intentar vivir el Sábado santo, quizá, seguramente, cuando Jesús resucite, resucitaremos con Él a una versión nueva de nosotros mismos, Él como nuestra mejor versión. Cristo está muerto. Aprovechemos Su muerte para tener vida, para reconocer que no la tenemos aún, que aún no la hemos deseado ni buscado, por conformarnos con como somos y con lo que hay. Si seguimos así, conformes con la injusticia del pecado y con ser nosotros Sus cómplices, entonces, la vida nueva de la Pasco de Cristo nunca nos tocará. No será nuestra nunca si no nos confrontamos con nuestra verdad ante el vacío del sagrario como un espejo del vacío de nuestra propia existencia.