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MIERCOLES DE CENIZA COMIENZO DE LA CUARESMA

MIERCOLES DE CENIZA COMIENZO DE LA CUARESMA

VICTOR MANUELVICTOR MANUEL

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The transcription discusses the meaning of Lent, highlighting its historical association with sin and self-punishment. It also explores the idea that Jesus would have incarnated even if humanity hadn't sinned, emphasizing the importance of communion with God. The text mentions Saint Francis of Assisi, who lived a life centered on God and found joy in Lent. The crisis of the Eucharist in the 13th century is also mentioned, with a lack of frequent communion being a key aspect. The text encourages believers to reflect on the love and sacrifice of Jesus in the Eucharist and to let it inspire their actions in serving others. Palabra de vida hoy, miércoles de ceniza, comienzo del tiempo de cuaresma, al pan por la palabra. La cuaresma es un tiempo litúrgico que se ha teñido de oscuros matices desde la Edad Media. Cantos tristes, mayúsculo subrayado de la fuerza del pecado y de la habileza del pecador, casi exclusiva presentación de Jesucristo como Redentor del pecado, en detrimento de su rol como salvador de una humanidad, reducida a su angosta y breve vida natural. Una humanidad a la que se le ofrece, otra vez, la vida plena y nueva que sobrepasa y trasciende lo meramente natural, la vida en Dios, para la que fue creado el ser humano. Desde el siglo XI se dice que la encarnación del Hijo de Dios es consecuencia del pecado para redimir a la humanidad caída. Así, si el hombre no hubiera pecado, el Hijo de Dios no se habría encarnado. ¡Oh, feliz culpa que mereció tal Redentor!, cantamos en el pregón pascual. Así, lógicamente, la cuaresma no puede ser más que un tiempo de autoflagelación por la trágica centralidad del pecado, del mío y del tuyo. Durante el siglo XIII hubo doctores y teólogos, mayoritariamente franciscanos, que afirmaban que el Hijo de Dios se habría encarnado aunque el hombre no hubiera pecado, porque la vocación del ser humano siempre ha sido la vida en plena comunión con Dios, desde una amistad con Él tendente a la santidad y culminada en el ceniz de una progresiva humanización, según la medida del modelo desde el que fue plasmado el primer hombre, y mirando a ese modelo y arquetipo en su plenitud. Jesucristo resucitado y sentado a la derecha del Padre, compartiendo con Él vida y dignidad tan bien como el hombre que es, el primero de todos, el mejor. Para San Francisco, la vida toda era una cuaresma desde la que de centrarse de sí mismo para centrarse progresivamente sólo en Dios, siguiéndole y persiguiéndole, mas sabiéndose ya alcanzado por el Señor desde el pesebre, la cruz y particularmente desde el pan del altar. Por ello, el pobrecillo de Asís vivía dicha cuaresma de por vida con verdadera alegría pascual. Nuestro Santo fue tan significativo por haber sido puesto en la iglesia como estandarte de dicha alegría, una alegría con nombre propio de la que estaba tan ayuna la sociedad de su tiempo como lo está la del nuestro. Y esa alegría, necesariamente y siempre es Jesús. La iglesia del siglo XIII ha estado marcada por una profunda crisis eucarística. El cuarto concilio de Letrán, celebrado en 1215, lo trató de atajar con diversas medidas, y fue Francisco de Asís, que asistió a este concilio, se hizo el primer cruzado de esa campaña de la iglesia. La mencionada crisis eucarística consistía en que los fieles no frecuentaban ya la comunión eucarística, y esto se dejaba sentir en la iglesia desde el siglo V, aunque se hizo más profundo a partir del siglo X, quedando ya muy lejos los siglos III y IV en los que en la iglesia la comunión eucarística frecuente, regular, era la nota dominante en la vida de los fieles. Hoy comulgamos con normalidad, muy frecuentemente, y esa normalidad, átona e incluso indiferente, es la clave de la crisis eucarística que padecemos hoy los cristianos. En cuaresma, asumémonos al altar para atisbar el tremendo misterio de amor encarnado llevado hasta el extremo en la cruz y hecho accesible para todos en la Eucaristía. Atrevámonos a mirar lo que acontece en cada celebración de la misa, osemos considerar ese misterio para contemplar el sacrificio de amor que realiza, realizando en nosotros, en nuestra vida lo que significa, por ser banquete, comunión y sacrificio para los demás, dándolo a luz por las obras santas que sirvan de testimonio y ejemplo a los demás, como decía San Francisco en su carta a todos los fieles.

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