Details
Nothing to say, yet
Big christmas sale
Premium Access 35% OFF
Details
Nothing to say, yet
Comment
Nothing to say, yet
Palabra de vida hoy, lunes, sexto del tiempo de Pascua. Hoy hablemos de la mujer. Al pan por la palabra. De los hechos de los apóstoles Fuimos a un sitio junto al río donde pensábamos que había un lugar de oración. Nos sentamos y trabamos conversación con las mujeres que habían acudido. Una de ellas, que se llamaba Lidia, natural de Tiátira, vendedora de púrpura que adoraba al verdadero Dios, estaba escuchando, y el Señor le abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo. Se bautizó ella con toda su familia. Del Evangelio según San Juan, Cuando venga el paráclito que os enviaré desde el Padre el espíritu de la verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí, y también vosotros daréis testimonio. LA MUJER EN LA IGLESIA DESDE LOS INICIOS HASTA HOY Y MIRANDO AL MAÑANA Tema actual importante que podemos extraer de la primera lectura de hoy, pero no para polemizar, sino, como indica el Evangelio, para dar testimonio de la verdad mientras nos dejamos poseer por ella, para permanecer libres de cualquier ideología reductiva. Aunque implica alargarnos aquí bastante más de lo habitual, hablemos hoy del principio mariano-petrino en la iglesia. Una fórmula recurrente en el magisterio de los últimos cuatro pontífices para hablar de la vida de la iglesia y, sobre todo, de la participación sinodal de todos, clérigos y laicos, mujeres y varones. Se percibe inmediatamente que María es prototipo de lo femenino y Pedro de lo masculino, y está claro que, cuando los papas utilizan la fórmula del principio mariano-petrino, quieren afirmar que la iglesia es el lugar donde la relación entre varón y mujer es estrictamente recíproca y, en consecuencia, en la igualdad de la complementariedad que no sólo no cancela o silencia las diferencias, sino que se sirve de ellas para propiciar que cada una de las dos partes sea mejor, crezca y se multiplique más allá de sí misma gracias a lo que le aporta la otra. Este enfoque de la diversidad para la unidad en la comunión del encuentro se debe aplicar a la relación de todos los binomios que demasiado a menudo se presentan hoy en clave de lucha de clases, como puede ser la relación Iglesia-Estado, clérigos y laicos, mujeres y varones, consagrados seculares y regulares, etc. Debemos la invención del principio mariano-petrino a uno de los más grandes teólogos del siglo pasado, Hans Urs von Balthasar, que concretaba en dicho doble principio la universalidad de la Iglesia, su catolicidad. No es casualidad que el texto en que el teólogo suizo expone este doble principio mariano y petrino se titule El Complejo Antirromano, Integración del Papado en la Iglesia Universal. En cualquier caso, von Balthasar nunca hubiera imaginado que a partir de ese momento todos los papas se referirían a él, pero no ya para integrar el papado en la vida de la Iglesia Universal, sino para integrar a varones y mujeres en la Iglesia. Pablo VI retomó este principio en la Marielis Cultus, Juan Pablo II lo asumió y relanzó en Mulieris Dignitatem, y Benedicto XVI lo utilizó para explicar el significado y el valor de la Púrpura Cardenalicia. El Papa Francisco ya lo ha mencionado desde el comienzo de su pontificado, dando a entender que lo considera un paradigma eclesiológico no sólo útil, sino absolutamente necesario. Pablo VI afirma que Dios ha puesto en su familia, la Iglesia, como en todo hogar, la figura de una mujer, que en secreto y con espíritu de servicio déla por ella y protege bondadosamente su camino hacia la patria, hacia el glorioso día del Señor. En su parte, Juan Pablo II afirma que en su esencia la Iglesia es a la vez mariana y apostórico-petrina, porque su estructura jerárquica está totalmente ordenada en la santidad de los miembros del Cuerpo de Cristo, pero también, porque en la jerarquía de la santidad, precisamente, la mujer María de Nazaret, es la primera, maestra de discípulos, principio y figura de lo que la Iglesia debe llegar a ser. Por ello, como explica San Agustín, María es modelo de la Iglesia, sacramento universal de salvación, sin dejar de ser su hija. Juan Pablo II y Benedicto XVI, desde la eclesiología de Fonbaltesar, reconocen la primacía del principio mariano, ya que de María viene Cristo y, después, todo lo demás, afirma Benedicto XVI. El magisterio pontificio resalta desde Juan Pablo II el sano y necesario complemento del genio femenino respecto del varón, esa ayuda semejante afirmada por el Creador en el Génesis, sin la cual el varón difícilmente llegaría a ser más que el macho de la especie humana. Cuando el magisterio menciona al genio femenino dentro del principio mariano, y para dinamizar la sinodalidad, no habla de cargos, ministerios o dignidades, sino que elude sobre todo a la capacidad de favorecer la plena participación de todos los creyentes en la misión de la Iglesia, de manera que cada uno pueda hacer fructificar personalmente los dones y carismas recibidos para el bien de la comunidad. La justa exaltación del genio femenino desde la figura de la Mujer por Excelencia, María Inmaculada, como elemento vital para el crecimiento de la Iglesia, nos es ofrecido por el Papa Polaco como un eco de la experiencia hecha por los evangelizadores desde la misma generación apostólica y, como podemos apreciar, en una simple ojeada en nuestras asambleas litúrgicas. En relación con lo trascendente y sagrado, la Mujer va un paso por delante respecto del varón, como afirma Juan Pablo II en su carta apostólica sobre la dignidad de la Mujer. La maternidad como la capacidad de concebir, gestar y dar a luz la vida que procede de Dios, así como todo lo que llegue a ser madre o no, la Mujer posee y el varón no, para poder acometer y soportar el peso y la trascendencia de esta capacidad femenina convertida en misión, es algo central en la comprensión del genio femenino en la tradición judeocristiana. En la Biblia se nombra al Hijo como un don de Dios en relación con la Madre, pues es la Madre la que lo recibe del Creador, casi extensa del rol que juega el Padre, como una mediación por quien se concreta la pertenencia del Hijo al pueblo y a la tribu. En la Sagrada Escritura la maternidad es casi un diálogo entre Dios y la Madre, que da el papel del Padre humano muy en segundo lugar. De esa consideración de íntima sacralidad de la Madre y de su relación con Dios se infiere como parte del genio femenino todo lo relativo a propiciar la vida, la maduración y el crecimiento de los demás, de todos los demás y no sólo de sus hijos. Porque la mujer es capaz de intimar con Dios en el acto de la creación de una forma en la que el varón no alcanza, ella puede sostener y alentar, recuperar y reparar, nutrir y posibilitar de forma particularísima la vida espiritual y la santidad en sí misma y en los demás. Lo que en esta línea de argumento se puede atisbar con facilidad en María Inmaculada pertenece al principio mariano de la Iglesia y de forma especial a toda mujer que forma parte de ella, así como de los estados de vida y vocación que encarnan bajo formas diversas la feminidad y la esponsalidad de la Iglesia, como es el caso de la gran familia de la vida consagrada. Para Benedicto XVI todo en la Iglesia, cada institución y ministerio, incluso el de Pedro y sus profesores, está incluido bajo el manto de la Virgen, en el espacio lleno de gracia de su sí a la voluntad de Dios. Todo viene de Cristo, pero Él nos es dado por María, y esa circunstancia motiva un primado mariano a considerar y recordar siempre. Para no caer presa de postulados ideológicos propios de quienes andan como pollos sin cabeza afirmando la igualdad, como una igualación que busca la unidad por la uniformidad, por la anulación de lo que hace de cada sujeto un ser único y libre, una uniformidad que buscan alcanzar penalizando toda diversidad y con ella la misma maternidad humana, hemos de doconarnos contra la enfermedad autoinmune de considerarla la Iglesia como una sociedad que se rige como cualquier otra. La igualdad radical en dignidad y derechos del varón y la mujer no nos puede conducir a cerrar los ojos a las incontables diferencias que hacen de cada uno de los dos un ser fundamental para la realización personal del otro en todos los ámbitos de convivencia y colaboración, no sólo en el matrimonio. Si la Iglesia se ha comprendido a sí misma desde el principio y en todas partes como una realidad jerárquica por expresa voluntad de su divino fundador, hemos de asumir que el ejercicio de la autoridad encomendado a algunos no es para el bien de sí mismos sino para el servicio de todos los demás, para el bien común comprendido desde Dios. Siendo María el único ser humano en quien el proyecto de Dios se muestra realizado plenamente, cada persona con autoridad sacramental en la Iglesia ha de ejercerla ante los fieles como si lo hiciera ante la misma Madre de Dios, con una veneración hacia todo bautizado que emule el culto de hiperdulía que le tributamos a María Inmaculada. En su carta apostólica a Murieris Dignitatem, de 1988, Juan Pablo II funda claramente su propia reflexión en la Eclesiología de Balthasar que le permite realzar al máximo el genio femenino, estimulando la incorporación y la participación de las mujeres en todos los niveles de la Iglesia y de la sociedad sin perjuicio de la prerrogativa materna que les es propia y de la exclusividad masculina respecto del ministerio ordenado, algo que la Iglesia no tiene argumentos para refutar o modificar, si se tiene, eso sí, a la Sagrada Escritura y a la interpretación hecha de ella por la generación apostólica y durante todos los siglos de la Edad Patrística. Si fuéramos una sociedad más, y la mayoría determinase lo que es bueno, veraz, justo y conveniente, tendríamos una jugosa cuestión sobre la mesa. Como en esta sociedad que es la Iglesia, quien determina lo que es bueno, veraz, justo y conveniente, es el Dios que se revela, la jugosa cuestión a dirimir nunca será si las mujeres pueden o no acceder al poder sacerdotal, sino que los varones que acceden a ese orden jamás lo conciban ni ejercen como un poder, sino como la capacidad de dar vida, propiciando su crecimiento y su maduración desde la propia maduración y crecimiento personales. Gracias a la enseñanza y al acompañamiento de la mujer a su lado, es ayuda semejante, gracias a la cual y sólo por ella, el macho de la especie humana llegará a ser un hombre. Con anhelos de comunión, de un abrazo abierto siempre a todos sin excepción, os saludan con gran afecto vuestros hermanos franciscanos desde Toledo. Subtítulos realizados por la comunidad de Amara.org