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The Gospel reading compares the kingdom of God to a man who plants seeds and the seeds grow without him knowing how. It also compares the kingdom of God to a mustard seed that grows into a large plant. Sometimes it's difficult to be a Christian, but God works in us and communicates with us in small ways. We should embrace humility and serve others, as Jesus did. We should let go of our need to be right and instead focus on unity and humility. The readings remind us of the importance of poverty of spirit and obedience to God's will. Palabra de vida hoy, domingo decimoprimero del tiempo ordinario, al pan por la palabra. Del Evangelio según San Marcos Aquí podremos comparar el reino de Dios. A un hombre que echa semilla en la tierra, él duerme de noche y se levanta de mañana. La semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola. Primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz porque ha llegado el tiempo de la siega. Dijo también. ¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza. Al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada, crece. Crece más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra. Escuchando homilías y retiros, a veces se nos puede hacer muy difícil ser cristianos. Tantas cosas que hacer, mandamientos que cumplir, tentaciones que combatir, como si la vida del Evangelio fuera algo para colosos, en lugar de una obra colosal que Dios hace realidad en nosotros, procesualmente, contando con nosotros a cada paso del camino, según las fuerzas y capacidades de cada momento, y haciendo Él el resto, además de propiciar que cada vez podamos secundarle con mayor libertad, alegría y entrega. Dios obra en nosotros y se comunica con nosotros de múltiples maneras, solo hay que saber percibirlo en las pequeñas cosas cotidianas. Porque nos gusta el lenguaje del poder y respetamos más la fuerza que la debilidad, a menudo la esperamos en grandes manifestaciones cuando en realidad Dios es el Rey de lo pequeño, de lo humilde. Solo el débil hace gala de la fuerza que tiene y de la que querría tener. Quien es fuerte, no necesita exhibirlo ni exhibirse. Una cueva de Belén, un lugar humilde, una vida escondida, todo señala la pequeñez como puerta de entrada a la santidad, porque el solo Santo se hizo puerta pequeña, para que tomemos la costumbre de agacharnos ante Él, agachándonos así más fácilmente, hacia esa vida lavando los pies y sirviendo a los demás, que es Su propia vida. Esa vida, desde el último lugar, donde nos encontramos con Él y en Él somos transformados, al haber establecido Él en dicho lugar Su morada, la morada de Dios con los hombres. ¿Dónde podemos estar perdiendo esta senda más frecuentemente? ¿Acaso no servimos? ¿No estamos comprometidos con la diócesis o la parroquia? Si compartimos con los pobres y además somos razonablemente austeros, ¿qué más se nos puede pedir? Rema a lo profundo, ve a la raíz de tu yo, allí donde el tú de Dios te pide que le entregues las riendas de tu vida, que le cedas la última palabra, que mueras a tu ego para renacer como una nueva criatura, un nuevo yo, que sea casi ese nosotros, en el que Él y tú sois uno, y tú y tus semejantes devenís verdaderamente iguales, y cada vez más uno. Lo que retiene la comunión con Dios y deslabaza la unidad con nuestros hermanos es aquello de lo que aún no nos hemos desprendido, nuestra riqueza más preciada, tener razón, estar encantados de habernos conocido, hacernos fuertes por afincarnos en nuestros logros y avances, no dejar que la palabra de nadie me arrebate ese lugar de preeminencia en el grupo o en la comunidad, y sobre todo ante mis propios ojos. La pobreza de espíritu, la humildad a bajarse para aupar a otros, disolver conflictos y evitar roces desde su mismo prólogo, son la puerta de acceso al Evangelio y al reino de Dios. Toda virtud o logro, toda genialidad o gran obra se pervierten y dejan de ser cristianas si generan esa vanidosa y endurecida autoafirmación que nos llevará a hacer que otros se vean silenciados, desplazados. Ellos podrán encontrar gracia y santidad encajando debidamente aquello que les imponemos nosotros, tan seguros de nosotros mismos y de tener razón. Pero mientras ellos se configuran con los mansos y humildes en quienes se materializa la faz del Cordero de Dios, ¿con quién nos estaremos configurando nosotros? Con Jesucristo, seguro que no. Admonición segunda de San Francisco, del mal de la propia voluntad. Dijo el Señor a Adán, come de todo árbol, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas. Podía comer de todo árbol del paraíso porque mientras no contravino a la obediencia no pecó. Come, en efecto, del árbol de la ciencia del bien aquel que se apropia su voluntad y se enaltece del bien que el Señor dice y obra en él. Y así, por la sugestión del diablo y la transgresión del mandamiento, vino a ser la manzana de la ciencia del mal, de donde es necesario que sufra la pena. Y la Admonición catorce de San Francisco, de Asís, sobre la pobreza de espíritu. Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos. Hay muchos que perseverando en oraciones y oficios hacen muchas abstinencias y mortificaciones corporales, pero por una sola palabra que les parezca injuriosa para sus cuerpos o por alguna cosa que se les quite escandalizados enseguida se perturban. Estos no son pobres de espíritu porque quien es de verdad pobre de espíritu se relativiza a sí mismo y ama a aquellos que lo golpean en la mejilla. Paz y bien, de parte de vuestros hermanos franciscanos, desde Toledo.