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Max wakes up early in the morning and feels a chill in the air. He goes to the backyard and sees that the garden of statues is covered in snow. He notices a statue of a clown with an extended arm and a large glove. Max discovers a stone with a symbol that matches the one on the door. He realizes that the statues form a replica of the symbol. Max breaks the lock on the gate and enters the garden. He sees that there are many statues arranged in concentric circles, all facing northeast. As he walks among them, he recognizes various characters. Max wakes up the next day and hears a whisper in his ear, but he is alone in his room. He lights a lamp and sees the misty garden of statues outside. Durante un segundo, Max sintió que el aire frío del amanecer le cuembaba la garganta y pudo notar el palpitar de su corazón en las sientas. Lentamente, como si temiese despertar a las estatuas de su sueño perpetuo, rehizo el camino hasta la verja del recinto sin dejar de mirar a sus espaldas a cada paso que daba. Cuando hubo cruzado la puerta, le pareció que la casa de la playa estaba muy lejos. Sin pensarlo dos veces, echó a correr y esta vez no miró atrás hasta llegar a la cerca del patio trasero. Cuando lo vio, el jardín de estatuas estaba sumergido de nuevo en la nieve. El olor a mantequilla y tostadas indulgaba la cocina. Alicia miraba con desgana a su desayuno mientras la pequeña Irina servía algo de leche a su gato, el estién adoptado en un plato que el felino no se dio notar. Max contempló la escena pensando para sus adentros que las preferencias gastronómicas del animal iban por otras derrotadoras, tal como había comprobado el día anterior. Asimila en cárcel sospiró y tenía una taza humeante de café en las manos y contemplaba eufórico a su familia. Esta mañana temprano, he estado haciendo investigación en el garaje. Empezó adoptando el tono de Aquí viene el misterio, que solía utilizar cuando deseaba que los dos demás le preguntaran... Dentro del jardín de estatuas descansaba sobre un pedestal una figura que representaba un payaso sonriente y caballera erizada. Tenía el brazo extendido y con el puño enfundado en un guante desproporcionadamente grande, parecía golpear un objeto invisible en el aire. A sus pies Max distinguió una gran losa de piedra sobre la que se intuía un dibujo en relieve. Se arrodilló y apartó la maleza que cubría la superficie fría para descubrir una gran estrella de seis puntas rodeadas por un círculo. Max reconoció el símbolo idéntico al que había sobre las lanzas de la puerta. Al contemplar la estrella, Max comprendió que lo que al principio le había parecido círculos concéntricos en la colocación de las estatuas, era en realidad una réplica de la figura de la estrella de seis puntas. Cada una de las figuras del jardín se abrazaba en los puntos de intersección de las líneas que formaban la estrella. Max incorporó y contempló el espectáculo fantasmal a su alrededor. Recorrió con la mirada cada una de las estatuas, pero vueltas en los rayos de la hierba, se acordó que se agitaba al viento hasta detenerse de nuevo en el gran payaso. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y dio un paso atrás. La mano de la figura, que según nos antes había visto cerrada en un puño, ahora estaba abierta con la palma extendida. Max percibió que probablemente nadie había puesto los pies en aquel lugar en mucho tiempo, y que quien fuera el guardián de aquel jardín de estatuas hacía ya muchos años que había desaparecido. Max miró alrededor y encontró una piedra del tamaño de su mano junto al muro del jardín. La asió y golpeó con fuerza el candado que unía los extremos de la cadena una y otra vez, hasta que el aro en el vestido cedió a los semites de la piedra. La cadena quedó libre, balanceándose sobre los barotes como trenzas de una cadera metálica. Max empujó con fuerza el prótono y sintió como este cedía personalmente hacia el interior. Cuando la abertura entre las dos hojas de la puerta fue lo suficiente amplia como para permitir pasar, Max descansó un segundo y entró al recinto. Una vez en el interior, advirtió que el lugar era mayor de lo que había creído en un principio. A primera vista hubiera jurado que había cerca de una veintena de estatuas semicultas en la vegetación. Avanzó unos pasos y se adentró en el jardín salvaje. Aparentemente las figuras estaban dispuestas en círculos concéntricos y Max se dio cuenta en primera vez de que todas miraban hacia el noreste. Las estatuas parecían formar parte de un mismo conjunto y representaban algo semejante a una trupa silencia. A medida que caminaba entre ellas, Max distinguió las figuras de una domador, un faquir con un turbante y nariz aguilera, una mujer con tradición lista, un fortúo y toda una galería de personajes locales. Estaban los dos para las seis de la mañana. Max se vistió en silencio y bajó la escalera asesinosamente, con la intención de no despertar al resto de la familia. Se dirigió hacia la cocina donde los restos de la cena de anoche anterior permanecían en la mesa de madera. Abrió la puerta que daba al patio trasero y salió al exterior. El aire frío y húmedo del amanecer mordía la piel. Max cruzó el lugar silenciosamente hasta la puerta de la cerca y cerrándola a sus espaldas. Se adentró en la niebla en dirección al jardín de estatuas. El camino a través de la niebla se le hizo más largo de lo que imaginaba. Desde la ventana de su habitación, el recinto de piedra parecía encontrarse a unos 100 metros de la casa. Sin embargo, mientras caminaba entre las rivieras salvajes, Max tenía la sensación de haber recorrido más de 300 metros cuando de entre la bruma. Emergió el portal de lanzas del jardín de estatuas. Una cadena oxidada rodeaba los barrotes de metal ennegrecidos, sellada con un viejo candado que el tiempo había teñido de un color mortecino. Max apoyó el rostro entre las lanzas de la puerta y examinó el interior. La mareza había ido ganando terreno durante los años y cautería al lugar el aspecto. Un día siguiente, poco antes del amanecer, Max pudo oír como una figura envuelta en la bruma nocturna le susurraba unas palabras al oído. Se incorporó de golpe, con el corazón latiendo con fuerza y la respiración entrecortada. Estaba solo en su habitación. La imagen de aquella silueta oscura murmurando en la penumbra con la que había soñado se desvaneció en unos segundos. Extendió la mano hasta la mesquita de noche y encendió la lámpara que Maximilien Calvert había reparado la tarde anterior. A través de la ventana, las primeras luces del día despuntaban sobre el bosque. Una niebla recorría lentamente el campo de hierbas salvajes y la brisa. Abría claro a través de los cuales se intervenían las siluetas de jardín de estatuas. Max tomó su reloj devolvido de la mesilla de noche y lo abrió. Las esferas de luna sonrientes brillaban como láminas de oro.

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