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Biología Evolución

Biología Evolución

Nuria Santos

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The origin of life remains one of the great mysteries for humans. The formation of solar systems, the creation of our planet, and the evolution of living beings have been well studied and described. However, the process of the formation of our planet and the first microorganisms, how inorganic matter structured itself to form more complex molecules, and how these molecules replicated themselves still generate questions. The theory of spontaneous generation, proposed by Aristotle, suggested that life arose from non-living matter. This theory persisted for over a thousand years, but not everyone agreed with it. Scientists like Redi, Needham, and Spalanzani conducted experiments to disprove spontaneous generation. Redi's experiment involved placing meat in jars, some covered and some uncovered, and observing that flies and worms only appeared on the uncovered meat. Other scientists conducted similar experiments, leading to the conclusion that spontaneous generation was not possible. This El origen de la vida continúa siendo hoy en día uno de los grandes interrogantes para el ser humano. El proceso de formación de los sistemas solares, la creación de nuestro planeta, la Tierra o la evolución de los seres vivos han sido muy estudiados y descritos con mayor certeza. Sin embargo, el proceso que tuvo lugar en la formación de nuestro planeta y los primeros microorganismos, cómo se estructuró la materia inorgánica para la formación de otras moléculas más complejas o cómo éstas se llegaron a replicar siguen generando preguntas. ¿Cómo pasó? ¿Cuánto sabemos? De esto empezaremos hablando hoy. El filósofo Aristóteles pensó que la vida se daba por generación espontánea a partir de la materia inerte o sin vida. Esta teoría se basaba en la observación que realizaban los griegos de los cadáveres intentando aprender el funcionamiento de nuestro cuerpo o cuando encontraban alimentos deteriorados como fruta podrida que estaban plagados de gusanos y moscas. Esta idea de la generación espontánea se mantuvo en el tiempo durante más de mil años, aunque no todo el mundo estaba de acuerdo con ella. Por ejemplo, la iglesia católica para la que la vida tiene un origen divino y no aceptaba las ideas de Aristóteles. La comunidad científica, sin embargo, intentaba dar una explicación a este hecho. Durante el siglo XVII surgió una corriente de científicos cuya experimentación pretendía desmentir la teoría de la generación espontánea. Para ello se realizaron múltiples ensayos en distintos lugares del mundo. Algunos de estos científicos fueron Francesco Redi, John Needham o Lazaro Spalanzani. Comentaremos el experimento de Redi que nos enseñará la base de esta corriente. El experimento de Redi consistía en poner seis botes de cristal con unos trozos de carne. Dos de ellos los tapó con un tapón de corzo, otros dos los cubrió con una gasa, y los dos restantes los dejó sin tapar. A través de la observación de estos botes durante varios días, comprobó que las moscas y los gusanos solo se daban sobre la carne del bote que estaba sin tapar. Algo más tarde repitió el experimento utilizando caldo en lugar de carne y cerrando los botes herméticamente. Al cabo de unos días pudo observar cómo el caldo se hacía turbio y en su interior se encontraban múltiples microorganismos. Al no tener contacto con el medio, llegó a la conclusión de que los microorganismos surgían espontáneamente, aunque hoy sabemos que en realidad se debía a no haber hervido suficientemente el caldo y no haberlos matado a todos por completo. De la misma forma que Redi, Needham calentó el caldo en un recipiente que no estaba debidamente sellado para descubrir los posibles organismos preexistentes. De esta forma llegó a la conclusión de que no había microorganismos presentes al principio del experimento, pero al cabo del tiempo sí se desarrollaba. Años después, siguiendo la base de este experimento, Lázaros Palancine demostró que la teoría de Needham era errónea y que eran los frascos sin sellar los que contenían gran cantidad de microorganismos. Entonces Needham explicó que la vida se generaba por una fuerza vital que se eliminaba calentando los matroces y haciéndolos hervir de manera prolongada. Si se sellaban, se impedía la entrada de la fuerza vital y, por tanto, la generación espontánea. Al no llegar a un acuerdo, la Academia de Ciencias de París convocó un premio para quien desmintiera o probara la teoría de la generación espontánea. Fue así como el francés Louis Pastot, un químico que había estado estudiando la fermentación microbiana y el deterioro del vino, aceptó el reto planteando el siguiente experimento. Puso caldo en un matraz, algo distinto a los que se habían utilizado hasta ahora. Mandó fabricar matraces con cuello en cisne, forma... Este matraz permitía el cambio de bases con el exterior, pero dificultaba la entrada de polvo y microorganismos. Hirvió el caldo y descubrió que permanecía en buen estado durante meses. Por tanto, no había ninguna generación espontánea de vida. Basándose en esta idea, Pastot inventó un método para hacer los alimentos fueran más duraderos, que conocemos hoy en día como pasteurización, y se usa para conservar muchos alimentos y otros productos, por ejemplo, leche, yogures, etc. De esta manera, Pastot logró refutar la teoría de la generación espontánea y ganó el premio de la Academia de París sosteniendo un lema, omne vivum ex vivo, la vida solo procede de la vida. Pero desechar la idea de la generación espontánea generaba una nueva pregunta. ¿Qué fue antes? ¿Y el huevo o la gallina? ¿Si necesitabas vida para crear vida, de dónde vino la primera vida? Esta pregunta originó una serie de hipótesis. La primera de ellas, conocida como panspermia, defiende que la vida llega a la Tierra desde el espacio exterior. Esta teoría no da respuesta al enigma. Porque si la vida llegó a nosotros en un meteorito, debió haberse originado en alguna parte de alguna manera. Todos los cosmos estarían llenos de semillas y la vida en la Tierra se habría originado a partir de ellas. Vamos, que hay vida en todo el universo y se transporta a través del espacio de un lugar a otro. Esto puede sonar una locura, pero ojo, hoy en día algunos científicos, como los del Instituto de Tecnología de Massachusetts y la Universidad de Harvard, la defienden y basándose en ella colaboran con la NASA para intentar diseñar un instrumento que pueda detectar ADN o ARN primitivo y comprobar si la vida también llegó a otros planetas. Si bien, hay otras tendencias que piensan que esto no sería posible por las condiciones del espacio, la alta radiación, la temperatura, etc. Tenemos claros ejemplos de que los microorganismos han sido capaces de adaptarse a condiciones extremas. Algunos ejemplos de estos serían que crece en aguas termales y en el suelo antártico, resiste la desecación y la radiación. que crece a menos 18 grados. que crece a 100 grados. Un ejemplo de estudios realizados es el río Tinto, en la provincia de Huelva, con sus aguas de color rojo y extremadamente ácidas. En él existe un ecosistema con una gran diversidad de organismos extremofilios y algunas especies de hongos y algas. Actualmente sirve como fuente de estudio a la NASA y al Centro de Astrobiología de España por la gran similitud en cuanto a las condiciones ambientales que podrían darse en Marte y plantear la posibilidad de la presencia de organismos similares en este otro planeta. La siguiente hipótesis, planteada por los científicos Stanley Miller y Harold Urey, defendía que la vida surgía a partir de las moléculas simples. Esta hipótesis, a la que llamamos abiogénica, se basaba en dos procesos biológicos fundamentales, el metabolismo y la replicación, pero pasaba lo mismo que con el ejemplo del huevo y la gallina, que se ha mencionado antes. ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina, el metabolismo o la replicación? No se sabe con certeza, así que se generaron dos corrientes, los que defendían que primero se dio el metabolismo y los que opinaban que tuvo que ser primero la replicación. En 1920, Oparín y Haldan desarrollaron el concepto de síntesis prebiótica, basada en la idea de que la materia orgánica se originaba a partir de moléculas inorgánicas. La Tierra, originariamente, tenía una atmósfera reductora con niveles bajos de oxígeno donde las moléculas tendrían a aceter electrones. Estas moléculas inorgánicas simples reaccionaron con la energía de los rayos del sol, las tormentas o las erupciones volcánicas, formando unidades estructurales como aminoácidos o nucleótidos, que se acumularon en el océano formando la sopa primitiva o caldo primitivo. Estas unidades estructurales se habrían unido para formar moléculas más grandes y complejas, como proteínas y ácidos nucleicos, en los pozos de la orilla del mar, aislándose del medio acuoso en el interior de estructuras denominadas coacervados, que posteriormente desarrollaron en su interior estructuras capaces de replicarse a ellas mismas. Estos fueron los primeros organismos protodiontes que darían origen a todos los demás. En 1953, Miller y Urey llevaron a cabo un experimento que probaba la hipótesis de la evolución química y el origen de la vida formulada por Oparín y Haldan. Hicieron pasar una descarga de 60.000 voltios a través de un matraz que contenía metano, amoníaco, hidrógeno y agua. Al cabo de una semana, la mayor parte del amoníaco y el metano se habían consumido y los gases restantes eran monóxido de carbono y nitrógeno. Además, se acumulaba en el agua un material oscuro que contenía una amplia gama de polímeros orgánicos. El análisis de la solución acuosa mostró 25 aminoácidos, distintos ácidos grasos, hidroxiácidos y productos amida. El experimento confirmó que algunas de las moléculas claves de la vida se habrían sintetizado bajo las condiciones que proponían Oparín y Haldan y serían capaces de participar en procesos prebióticos dando lugar al origen de la vida. Hoy sabemos que los gases de la atmósfera primitiva eran principalmente dióxido de carbono, nitrógeno, vapor de agua, dióxido de azufre y ácido clorhídrico, provenientes de erupciones volcánicas, por lo que en origen no había moléculas ricas en hidrógeno responsables de la sintesis orgánica. Además, no existía la capa de ozono que protegiera a estas moléculas frente a la radiación. En base a esto existe la teoría de que la vida se generó en aguas próximas a fuentes hidrotermales, muy ricas en metano, ácido sulfúrico y hierro, donde se formaron los primeros protobiontes. Estos protobiontes son estructuras precelulares formadas por la unión química de complejos abióticos formando una cápsula de lípidos cuyas cabezas están dirigidas hacia el exterior y protegen el contenido interno donde se encuentra el material genético o biótico. Son estructuras químicas con capacidad autorreplicante y en las que se dan reacciones químicas. Fruto de alguna de estas reacciones se generaba oxígeno que iba acumulándose en la atmósfera dando lugar a la capa de ozono que daría estabilidad y protección a las primeras células y más tarde a los seres vivos. A este organismo primitivo se le conoce como LUFA, Large Universal Cellular Common Ancestor. A partir de él se originaron las células eucariotas y posteriormente las eucariotas. Después de haber comentado esas teorías, se puede concluir que las condiciones indispensables para la vida, tal y como la conocemos, serían la presencia de agua líquida y fuentes de energía. Sin embargo, éstas están determinadas por la distancia al Sol, en nuestro caso lo que genera una zona de habitabilidad que es el espacio alrededor de una estrella en el que puede existir agua líquida en los planetas que la orbitan. A esto se le unen las características de la Tierra que la hacen territorio propicio para el desarrollo de la vida. La presencia de elementos como carbono, oxígeno, nitrógeno, azufre y fósforo. Una atmósfera retenida por la gravedad terrestre que proteja de las radiaciones y retenga áreas importantes para los seres vivos como el oxígeno. La existencia de un campo terrestre para proteger a los seres vivos de los vientos solares y los rayos cósmicos letales. La energía y la presencia de materiales esenciales producidos por la actividad interna. La inclinación estable que le proporciona la Luna a la Tierra gracias a su acción gravitatoria y los múltiples beneficios que proporciona nuestro planeta como las mareas o las fluctuaciones climáticas. La presencia de una órbita elíptica que permite una variación limitada de temperaturas acorde a la distancia con el Sol. De esta forma surgen las estaciones. Por otro lado, la humanidad es consciente de la inmensidad del espacio que nos rodea lo que lleva a preguntarse si estamos solos en el Universo y a dedicar esfuerzos al estudio de vida extraterrestre. Uno de los campos más activos de la investigación espacial y que ha llevado al descubrimiento de planetas extrasolares algunos de ellos con tamaño similar a la Tierra y que orbitan en la zona de habitabilidad. Esta es la base de la sobiología que no es más que la ciencia que estudia el origen, la evolución, la distancia, la distribución y el futuro de la vida en el Universo. Pero un planeta que tenga características de habitabilidad no significa que tenga vida. Para detectar la presencia de vida en otros planetas los científicos establecen marcadores de la actividad biológica cuya presencia indicaría la existencia de formas de vida. Estos marcadores de vida se conocen como biomarcadores. Un ejemplo sencillo es la presencia de oxígeno en la atmósfera proveniente de las reacciones de algunos organismos. Para determinar esta composición de los distintos cuerpos celestes se utilizan también los espectros que no son más que las huellas que emite cada elemento químico según su nivel de energía. Estas y otras herramientas forman parte del desarrollo tecnológico para llevar a cabo las investigaciones y la búsqueda de habitabilidad en el espacio exterior. Algunos ejemplos de la aplicación actual de la investigación en este terreno son el uso de centros astronómicos para buscar señales de vida en otros planetas, el telescopio de James Webb para explorar las atmósferas y la habitabilidad de los exoplanetas, la Estación Espacial Internacional que lleva a cabo experimentos sobre la vida en condiciones que pueda desarrollarse, la exploración de una sonda espacial en el terreno exterior, el estudio de los róvenes que circulan sobre los terrenos de Marte y las misiones tripuladas que han viajado hasta la Luna para obtener muestras del suelo lunar y con ello estudiar la formación del sistema solar. La bióloga Lynn Margulis explicó en 1967 la teoría endosimbionte cuando las protocélulas intercambiaban materia y energía con el exterior. Se reproducían y se transformaban en células prokaryotas. Éstas, a su vez, evolucionaron de diferentes maneras. Podían ser heterótrofas, fotosintéticas hasta llegar a ser células eukaryotas. En esta teoría, una célula prokaryota se agocita a otras células aerobias más pequeñas que, en lugar de ser digeridas, sobreviven en su interior en simbiosis con ella, evolucionando a lo que hoy conocemos como mitocondrias. Aunque se dio de forma accidental, la teoría explicaría las primeras formas complejas de vida por las que hoy existimos. Hasta el siglo XIX se creía que todas las especies actuales eran exactamente iguales a las que habían cuando se crió la Tierra. Sin embargo, tras el hallazgo de los primeros fósiles, se pudo definir la evolución biológica como un proceso continuo de transformación y aparición de especies. Pero no solo sabemos esto por el registro fósil, sino también por otra serie de pruebas que demostraban la evolución de las especies. Por ejemplo, la anatomía comparada permite diferenciar dos tipos de órganos, los homólogos, que presentan un origen evolutivo común, pero adaptándose en cada caso, como las extremidades de los mamíferos, o los órganos análogos, que realizan funciones similares sin tener un mismo origen, por ejemplo, las alas de un insecto y las alas de un ave. Las pruebas embriológicas permiten la observación de la similitud morfológica en las primeras fases de todos los grupos embrionados de los vertebrados. Por último, las pruebas moleculares, que muestran que los seres vivos estamos hechos de las mismas moléculas, por lo que tenemos un origen en común. La biología evolutiva es la rama de la ciencia que se encarga de estudiar el origen de las especies y agrupa las teorías sobre la evolución en los grandes grupos. Las teorías fijistas fueron las primeras en aparecer y apoyaban la idea de que los seres vivos habían existido siempre de la misma manera, por lo que no había cambio evolutivo. Dentro de estas teorías sugerieron dos pensamientos distintos, el creacionismo, que defendía que los seres vivos son creados por Dios, y el fisgismo, en el que los seres vivos han permanecido sin evolucionar desde su aparición. A partir del siglo XIX aparecieron las teorías evolucionistas, que defendían que la evolución biológica consistía en la transformación gradual y progresiva de unas especies en otras más diferenciadas y complejas. Existen muchas teorías evolutivas, pero el primer naturalista en presentar una teoría evolutiva coherente fue Lamarck. Lamarck estudió los invertebrados, vivos y fósiles, y se dio cuenta de que la mayoría de ellos tenían un aspecto intermedio, entre unos más antiguos y otros más modernos, lo que le llevó a pensar que unos procedían de los otros. Además, descubrió que las especies actuales eran más complejas que las extinguidas, por lo que dedujo que las especies se hacían más complejas con el paso del tiempo. Así fue como se desarrolló el Lamarckismo, en el que se plantea una de las ideas en base a sus investigaciones. El primer factor fundamental en el Lamarckismo fue la importancia del ambiente. Según Lamarck, los cambios que se producen en el ambiente hacen que los organismos tengan que esforzarse para adaptarse a las exigencias de su hábitat. Estos cambios ambientales son el motor del cambio del organismo, ya que sin una evolución estos seres no podrían sobrevivir en su entorno. Por ello, las jirafas evolucionaron alargando su cuello para poder llegar a coger el alimento en lo alto de los árboles. Es decir, el crecimiento del árbol como cambio ambiental produjo un cambio en los seres vivos. El segundo factor importante fue la utilidad de los órganos. Los cambios en el ambiente hacen que los organismos tengan nuevas necesidades y por tanto que desarrollen nuevas estructuras donde algunos órganos satisfacen las necesidades y permiten evolucionar y otros no lo consiguen y pueden terminar desapareciendo. Volviendo al ejemplo de las jirafas, el esfuerzo por conseguir el alimento hace que la estructura de su cuello se modifique. El último punto que la Marc defiende es que la función crea el órgano. Con el uso de un órgano, éste se refuerza y se mejora, es decir, que evoluciona. Si los cambios ambientales producen nuevas necesidades de los organismos, como respuesta, éstos se modifican o se generan nuevos. Un buen ejemplo es el del cerebro humano, que evolucionó por el uso. Otro es la pérdida de la cola de nuestra especie por no utilizarla. Esto fue muy importante para el conocimiento de la evolución ya que introdujo un nuevo concepto, la adaptación. Ante cambios en el ambiente que afectan al uso de un órgano, éste puede desaparecer o desarrollar nuevas funciones ya que las especies se adaptan para sobrevivir. Por último, el Lamarquismo indica que los caracteres adquiridos como consecuencia de la adaptación a las nuevas condiciones del medio se pueden transmitir a la descendencia. Es decir, las jirafas con el cuello alargado tendrán como descendientes nuevas jirafas con el mismo cuello. La idea de Lamarque no fue muy bien vista en su época porque iba en contra de todo lo que había establecido hasta entonces, puesto que en algunas ocasiones los caracteres adquiridos por los organismos no se transmitían a la descendencia. Unos años más tarde, los científicos Charles Darwin y Alfred Russel Wallace, tras observar la fauna de las Islas Galápagos, llegaron a las mismas conclusiones. Para explicar la diversidad de organismos se basaron en el concepto de la selección natural. Su teoría se llamaba Darwinismo y está actualmente aceptada, pero fue Darwin quien presentó las bases de su teoría evolutiva en la obra El origen de las especies. El Darwinismo parte de la variabilidad que existe entre los individuos de una población. Es decir, los individuos que la forman no son todos iguales, pueden presentar variaciones producidas al azar de carácter anatómico o fisiológico. Algunas aumentan la probabilidad de supervivencia y otras la disminuyen. Además, algunas son heredables. En segundo lugar, entre los individuos se da una lucha por la supervivencia, el alimento, el espacio o la posibilidad de apareamiento. Todos estos factores hacen que los individuos deban competir entre ellos, sobreviviendo los que cuentan con las características que los hacen más adaptables al medio y con mayor posibilidad de supervivencia. Por último, el medio selecciona los organismos mejor adaptados. Dentro de una población, aquellos individuos que presentan una variación ventajosa para un determinado ambiente tendrán una mayor probabilidad de sobrevivir que los que no la muestren. Esto hará que los individuos se reproduzcan con mayor éxito, transmitiendo a su descendencia los caracteres favorables. En conclusión, la selección natural es el proceso que actúa favoreciendo a los individuos de las poblaciones mejor adaptadas al ambiente, que, con el tiempo, darán lugar a nuevas especies, de modo que éstas irán cambiando. Sin embargo, hubo algo que Darwin no pudo explicar, el origen de la variabilidad entre los individuos y cómo ésta se transmite a la descendencia. Probablemente esto se debía a su falta de conocimientos sobre la genética. Hubo que esperar hasta 1939 cuando un grupo de científicos, entre los que se encontraba Mendel, fusionó sus conocimientos a la teoría de Darwin. De ahí surgió el neodarwinismo, o teoría sintética de la evolución. ¿Y qué aportaciones supuso esta fusión a la teoría darwinista? Lo primero que Mendel probó fue que la variabilidad entre los individuos de una población se debía a una recombinación genética y a las mutaciones genéticas producidas al azar. Estas variaciones ocurren antes de la selección natural, y los cambios que se producen se pueden heredar. Por otra parte, la selección natural actúa sobre las mutaciones, es decir, habrá variaciones negativas o letales que desaparecerán. Además, las poblaciones se adaptan posteriormente a su entorno a partir de los dos primeros puntos. A todo esto hay que añadir otro aspecto importante, la especiación. Imagina lo siguiente. En una población de mariposas se da una serie de mutaciones que lleva a la aparición de diferencias entre ellas. Si a eso le añadimos una barrera geográfica que divide a la población en dos, cada mitad quedará expuesta a condiciones ambientales diferentes, y la selección natural favorecerá a las variantes más eficaces para que los genotipos de la población se diferencien cada vez más y más. Después de un tiempo, habrá tantos cambios acumulados que la misma población se habrá convertido en dos especies diferentes, que no podrán cruzarse aunque se eliminase la barrera física que los separa. Así es como se explica el surgimiento de nuevas especies. El neodargunismo ha sido la teoría evolucionista imperial hasta 1970, pero poco a poco empezaron a surgir nuevas propuestas que cuestionan que el proceso evolutivo haya sido gradual. Por un lado, surgió la teoría del equilibrio puntuado, también llamado saltacionismo, propuesta por Jay Gould en 1972. Esta teoría afirma que en la evolución hay periodos cortos en los que los cambios evolutivos suceden muy rápidamente, seguidos de otras épocas más largas en las que las formas permanecen estables. Así, parece que la evolución ocurre a saltos entre unas especies y otras, sin generar especies intermedias. Por otro lado, apareció el neutralismo. Esta teoría fue planteada por Kimura en 1968, y propone que gran parte de la variación genética observada en las poblaciones se debe al azar. Kimura consideraba que la mayor parte de las mutaciones no eran beneficiosas, ni perjudiciales, sino neutras, sobre las que apenas actúa la selección natural. Centrándonos en nuestra especie, hace tres siglos un hombre llamado Linneo incluyó al ser humado en el grupo de los primates. Primate significa el primero en la lista. ¿Pero por qué escogió este nombre para nuestra especie? Pues porque entendía que estos animales eran los más desarrollados de la escala biológica. Sin embargo, con los años esta clasificación ha cambiado, y hoy se nos coloca la familia de los homínidos, compartiendo espacio con otros grandes simios como orangutanes, chimpancés y gorilas, ya que compartimos con ellos parte de nuestro genotipo. La familia de los homínidos agrupa también las especies ya extintas del género Homo, y las del género Australopithecus. Los primeros primates aparecieron sobre la Tierra hace unos 60 millones de años, cuando un grupo de pequeños mamíferos de hábitos nocturnos se subieron a los árboles. A partir de este momento comenzó su evolución distinguiendo tres grupos. Los prosimios con los lémures y loris, los monos del nuevo mundo formando por titis y capuchinos, y los monos del viejo mundo o catarrinos con los macacos. Algunos antepasados de este grupo evolucionaron hace unos 35 millones de años hacia los grandes simios con los que compartimos familia. De hecho, hace 10 millones de años hubo un chimpancé que empezó una línea evolutiva diferente. Este fue el simio que dio lugar a la familia hominidae, y con ello a los Homo sapiens. Se conoce como hominización al proceso evolutivo que conduce a la aparición del ser humano a partir de sus antecesores. La hominización supone una serie de cambios trascendentales para nuestra especie. El primer cambio que nos diferenció de los otros primates fue la marcha bípeda, que pudo haberse originado por algún fenómeno que vuelve a ser relevante para nosotros, el cambio climático. Esto provocó cambios en el medio, como el paso de zonas de selva a sabana, y hizo necesario caminar erguido para poder cruzar las altas hierbas y las zonas pantanosas. Caminar así implicó cambios trascendentales en el esqueleto de los antiguos simios. Por ejemplo, la columna vertebral pasó de ser rígida a estar en forma de S. Los pies se hicieron plantigrados y orientados hacia adelante. Las piernas se alargaron mientras que los brazos se acortaron, y dejaron las manos libres para poder manipular objetos. Esto contribuyó al desarrollo del pulgar oponible. La capacidad craneal en los homínidos de hace 3.500 millones de años tenía una capacidad craneal de 500 centímetros cúbicos, mientras que nuestro cerebro es de 1.400 centímetros cúbicos. Además, presenta circunvoluciones potenciando las funciones de coincidencia, inteligencia y voluntad. Los rasgos siniescos fueron disminuyendo conforme aumentó el tamaño del cráneo. Además, se descubrió el fuego, y alrededor de las óganas se empezó a desarrollar el lenguaje, lo que ayudó a socializar y aprender unos de otros. Se produjeron cambios en la dentadura debido al cambio de dieta, pasando de comer tallos, hojas y frutos a comer carne. Estos cambios se han ido estudiando a lo largo de la historia evolutiva humana. Sin embargo, a pesar de toda esta información, la escasez de fósiles de homínidos ha dificultado la creación de una línea evolutiva clara del ser humano. No obstante, contamos con un árbol filogenético que nos ayuda a visualizar un poco mejor nuestra línea evolutiva. El más antiguo de todos es el Ardipithecus ramilus, que vivió hace 4,4 millones de años en las selvas de Etiopía, y que fue el primer homínido similar al chimpancé. Después encontramos el Australopithecus, que vivió desde hace 4 hasta hace 2 millones de años en los bosques de África. Fue el primero vinero bípedo y dio lugar al género homo. Se piensa que hubo una ramificación que dio lugar a distintos tipos de homínidos desde el Australopithecus. Por una parte, el Homo habilis, que vivió desde hace 2,5 hasta hace 1,6 millones de años, y que empezó a construir las primeras herramientas, incluyó carne sucieta y fue la primera especie del género homo. En paralelo encontramos al Homo ergaster, que vivió en las sabanas africanas desde hace 1,6 hasta hace 1,3 millones de años, y que empezó a aprovechar el fuego convirtiéndose en omnívoro. Más tarde, en Anasia, apareció el Homo erectus, desde hace 1,5 millones de años hasta hace 50.000 años. Esta especie es importante ya que fue la primera que se marchó de su tierra en buscar territorios de caza. En Europa apareció el Homo antecesor, hace 800.000 años, y fue el primero que llegó a los bosques de Europa. El Homo nardentalensis vivió desde hace 230.000 años hasta hace 28.000 años, y contamos con yacimientos arqueológicos, como Atapuelca, que nos demuestran su presencia. Y por último, el Homo sapiens sapiens, permanece desde hace 150.000 años, llegando a colonizar todo el planeta y conviviendo con el nardentalensis, hasta que éste se extinguió. Tras la exposición de la materia relativa a la aparición de la vida y su evolución, podemos concluir que, si bien la primera cuestión aún sigue planteando interrogantes, en lo que respecta a la evolución hay mayor consenso Las teorías que manejamos en la actualidad están ampliamente aceptadas y son la base del conocimiento y del desarrollo de muchos procesos científicos llevados a cabo hoy en día. Un ejemplo de ellos es el estudio del mopa genético, que parte de la base de la diferenciación de distintas especies y de las relaciones evolutivas de estas. Otros ejemplos los tenemos en la medicina. Los ensayos con algunos órganos de origen animal tienen en cuenta no sólo la clase a la que pertenecen los individuos, por ejemplo los mamíferos, sino también la evolución y las funciones de dichos órganos dentro del propio individuo. Este trabajo nos ha servido para darnos cuenta de lo importante que han sido las investigaciones científicas a lo largo de la historia y cómo éstas han determinado el conocimiento de nuestra propia especie y del medio que nos rodea.

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