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This is a podcast about the story of Fernando Parzamana from the play "El banquete" by Julio Ramón Ribeiro, a Peruvian writer. Ribeiro was a contemporary narrator known for his urban realism. He passed away shortly after receiving an award. The story is about Fernando preparing for a grand banquet and making various preparations, including renovating his residence and building a garden. He also struggles with planning the menu and inviting the president. Don Fernando waits for the president's confirmation. Este es un podcast de Los jazmines del Naranjal, número G, presentado por la alumna Nataniel Dávila, que narra la historia de Fernando Parzamana de la obra El banquete de Julio Ramón Ribeiro, un escritor y autor peruano que nació en Lima el 31 de agosto de 1929. Julio Ramón asistió al colegio Champagnat y comenzó a estudiar Derecho. Abandonó sus estudios para estudiar literatura francesa en la Universidad de la Sorleona. Él era un narrador contemporáneo, considerado el mejor exponente del realismo urbano. Ribeiro señala que en sus relatos se expresan aquellos que en la vida están privados de la palabra. Julio Ramón Ribeiro falleció el 4 de diciembre de 1994, pocos días después de recibir el premio Juan Ribeiro de la Literatura Latinoamericana y Caribeña. Sus obras narrativas fueron La palabra de Mudo, Cuentos de circunstancias, Cambio de Guardia y muchas otras más. Sus obras teatrales fueron Santiago el Pajarero, Atusparia y muchas otras más. Ahora sí les narraré El banquete. Con dos meses de anticipación, don Fernando Pazamano había preparado los pormenores de este magno suceso. El primer término, su residencia, hubo de sufrir una transformación general. Como se trataba de un caserón antiguo, fue necesario echar abajo algunos muros, agrandar las ventanas, cambiar la madera de los pisos y pintar de nuevo todas las paredes. Esta reforma trajo consigo otras y como esas personas que cuando se compran un par de zapatos juzgan que es necesario estrenarlos con calcetines nuevos y luego con una camisa nueva, con un terno nuevo y así sucesivamente hasta llegar al calzoncillo nuevo. Don Fernando se vio obligado a renovar todo el mobiliario, desde las consolas del salón hasta el último banco de la repostería. Luego vinieron las alfombras, lámparas, cortinas y los cuadros para cubrir esas paredes que desde que estaban limpias parecían más grandes. Finalmente, como dentro del programa estaba previsto en un concierto en el jardín, fue necesario construir un jardín. En 15 días una cuadrilla de jardineros japoneses edificaron en lo que era antes una especie de huerta salvaje, un maravilloso jardín rococó donde había peces tallados, caminitos sin salida, laguna de peces rojos, una grota para las divinidades y un puente rústico de madera que cruzaba sobre un torrente imaginario. Lo más grave, sin embargo, fue la confección del menú. Don Fernando y su mujer, como la mayoría de la gente proveniente del interior, sólo habían asistido en su vida a comilanas provinciales en las cuales se mezcla la chicha con el whisky y se termina devorando los cuyes con la mano. Por esta razón, sus ideas acerca de lo que debía hacer vice en un banquete al presidente eran confusas. La parentela convocada a un consejo especial no hizo sin aumentar el desconcierto. Así, Don Fernando decidió hacer una encuesta en los principales hoteles y restaurantes de la ciudad y así pudo enterarse que existían manjares presidenciales y vinas preciosas que fue necesario encargar por avión a las viñas de mediodía. Cuando todos esos detalles quedaron ultimados, Don Fernando constató una cierta angustia que en ese banquete al cual las insirían 150 personas, 40 mozos de servicio, dos orquestas, un cuerpo de ballet y un operador de cine. Había invertido toda su fortuna pero al fin de cuentas todo distendió le parecía pequeño para los enormes beneficios que obtendría de esta recepción. Con una embajada en Europa y un ferrocarril a mis tierras de la montaña, rehacemos nuestra fortuna en menos de lo que canta un gallo, decía su mujer. Yo no pido más, soy un hombre modesto. Falta saber si el presidente vendrá, replicaba su mujer. En efecto, Don Fernando había omitido hasta el momento hacer efectivo su invitación. Le bastaba saber que era pariente del presidente. Con uno de esos parentescos serranos tan vagos como indemostrables y que por lo general nunca se esclarecen por el temor de encontrarles un origen adulterino, para estar plenamente seguro que aceptaría, sin embargo, para mayor seguridad, aprovechó su visita al palacio para conducir al presidente a un rincón y comunicarle humildemente su proyecto. Encantado, le contestó el presidente. Me parece una magnífica idea, pero por el momento me encuentro muy ocupado. Le confirmaré por escrito mi aceptación. Don Fernando se puso a esperar la confirmación.

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