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A group of astrologers observed an extraordinary phenomenon in the sky and Melchor, the master astrologer, sent a message to his colleagues about it. They noticed a bright star rising to the zenith and another object moving in the astral horizon. They believed this indicated the end of an era and the coming of a new one. The astrologers decided to travel to a distant land called Israel to find the place where this significant event would occur. The city they left behind was in chaos, with looting and loss of respect for authority. Despite the turmoil, they were determined to follow the signs and find the birthplace of the Messiah. They embarked on their journey, leaving the continuation of the story for another time. Los astrólogos estaban en la parte más alta de aquel zigurat. Eran varios, y habían estado observando las estrellas durante mucho tiempo. Ese mucho tiempo puede traducirse tal vez en meses, tal vez en años. La cosa es que con sus compases astronómicos oteaban el cielo e iban anotando en un papiro bastante grande que tenían sobre una mesa, puntitos. Y Melchor, el astrólogo maestro, llama a uno de sus ayudantes y le dice que va a tener que ser mensajero, pues algo extraordinario están anunciando las estrellas. Dice, y díganme usted nomás, mi señor, que yo lo realizaré. He estado observando allá en el cielo que en el horizonte astral estoy observando una estrella, un astro muy luminoso que comienza a expandirse y, de acuerdo a los cálculos, estaría subiendo al cénit superior tal vez en un poco tiempo más. La verdad es que no sé calcularlo todavía. Me atrevería a decir que tal vez pueden ser meses o a lo mejor a más tardar un año, pero necesito que otros sabios, mis colegas, corroboren esta información. Por lo tanto, te voy a dictar una pequeña carta para que tú se la lleves a mis colegas. Muy bien, señor. Proceda. Y así Melchor elaboró un pequeño texto dictándolo a la escriba. Lo que decía era más o menos así, Como a los amigos astrólogos, he observado en el cénit superior de la bóveda celeste luminarias que antes no aparecían. Posiblemente por lo nublado que ha estado este último tiempo no las advertí, mas ahora sí las puedo ver. El cambio de estación ha despejado los cielos y el astro Rey, al momento de ocultarse, indica la aparición de un lucero, una estrella que habitualmente no se ve, pero ahora es permanente. Pero aparte de esa estrella, que de acuerdo a nuestros escritos estaba hace ya mucho tiempo atrás, he advertido que desde el horizonte astral otro objeto, otra luminaria mayor, comienza a desplazarse al ponerse el astro Rey. Zoroastro nos advirtió de este advenimiento, pero yo no sé más detalles. He consultado a los sacerdotes, ellos están en asamblea en este momento, y quedaron de enviarme algún comentario, o tal vez alguna advertencia. Solicito a ustedes que corroboren estos datos. De acuerdo a mi cálculo, este astro estaría en el cénit superior posiblemente dentro de algunas semanas o meses, de acuerdo al ritmo cambiante de la bóveda celeste. Solicito que se unan a mi investigación, por favor. Los espero aquí en Nínde. Y ahí terminó el comunicado. El escriba enrolló este papiro, lo metió dentro de un tubito de madera y partió. Bajó a las escaleras del Sigurat y al poco rato lo vio partir con una caravana de algunos soldados que lo protegían. No pasó mucho tiempo cuando de pronto, estando él en la parte superior del Sigurat, observó que algunos cometas o estrellas se deslizaban por el cielo, como estrellas que caen, o tal vez lágrimas del sol que se desprenden, y trazan estas líneas en el horizonte que son también indagaciones de lo que viene. El sol está llorando, dijo. Está llorando porque nuestra era termina, pero nos advierte que otra más viene, y por lo que veo en las estrellas, es para bien para todos. Zoroastro está con nosotros, vive a pesar de su partida. Y nuevamente redactó un pequeño escrito a su escriba mayor, y este nuevamente partió acompañado con escolta para que llegara a manos de sus colegas astrólogos. Pasó un buen tiempo hasta que de pronto, un día nublado, algunas caravanas comenzaron a acercarse a la ciudad de Nínide y llegaron al templo. La ciudad era un caos. Había saqueos, había robos. Se había perdido el respeto a la autoridad. Es decir, la capital del gran imperio persa estaba ya a punto de caer en el caos, en el desorden. Hordas incontrolables de salteadores entraban a los jardines, saqueaban los alimentos de la bóveda real. ¿Para qué hablar de las pocas personas que asistían en la periferia, en sus pequeñas chacras, también eran asaltadas? El caos era total. Y fue en ese momento, a plena luz del día, que en la parte alta del Sigurat, junto a Melchor, llegó Gaspar y Baltasar. Solamente dos astrólogos. Los demás o venían retrasados o ya estaban muertos por la ola de saqueo y asalto que se veía por todas partes. Fue terrible. Fue una época terrible para ellos. —Amigos —dijo Baltasar—, estamos en presencia del término de una era. Nuestros ojos así lo están viendo. No hay mayor caos que el existente. Desde la época de Nabucodonosor no veíamos esto, cuando él se afianzó y logró reunificar todo lo que es su imperio. El gran rey realmente había hecho un buen trabajo. Nabucodonosor, en medio del caos, había unificado a diferentes tribus, incluyendo a Israel, también algunas regiones de Egipto. Había combatido a los filiseos, a los amorreos, a los hititas, y había logrado dominar todas esas regiones. Fue una época esplendoroso y había puesto a pequeños reyesuelos, a tátrapas, que más o menos eran sus oídos, sus ojos, por todas partes. Y ahí fue cuando Baltasar indicó de que lo que veían era el término de esa era. Ya la paz terminaba. Venía la confusión, el caos. Pero el astro superior que él había descubierto se acercaba al cénit. Anunciaba un cambio glorioso. Tal vez un cambio de era repentino. Y era lo que ellos estaban viendo. Su cultura tal vez se iba a extinguir, pero no así su astro, su astro rey, su gran líder, su gran espíritu mesiánico que era Zoroastro. Pero Jaspar advirtió otra cosa. —Sí, tienes razón —te dijo—, es un cambio de era. Pero Zoroastro no ha desaparecido. Su partida indica un cambio de era, pero él continúa en otro cuerpo, en otro espíritu. Pero él está aquí. Hemos coincidido —le dice— que con los que mayor afinidad tenemos es con los hebreos. Ellos tienen un solo Dios y creen en uno solo, como nosotros. Yo creo de que esa estrella está indicando el advenimiento de lo que es el Mesías. —¿Estás seguro? —preguntó Melchor. —Sí. Mira la posición de las estrellas, de las luminarias, de las tres luminarias mayores que siempre están juntas, nos están indicando eso. Un espíritu, un guerrero y un Dios. Ellos realmente están dispuestos a aceptarlo. —Tendremos que ir allá. Tendremos que calcular entonces dónde va a ser, cómo va a llegar. —No, no va a llegar —me dijo—. Va a nacer. —¿Nacer? —Sí. Un sabio dijo, para nacer se nace de espíritu. El viento nadie sabe de dónde viene ni tampoco a dónde va. Así es el espíritu y el espíritu se asienta en un cuerpo. Tenemos que ubicar ese lugar. Busquemos nuestras cartas astrales y partamos de inmediato antes de que esta ciudad se acabe. Y así fue como aquellos tres sabios, Gaspar, Melchor y Baltasar, partieron con lo que tenían a un lugar distante allá, en esa tierra lejana llamada Israel, en donde se construía un templo. Se había terminado ya de construir un templo gracias también a los persas, pues ellos también habían colaborado. Tenían ciertas afinidades, no todos, pero sí los habían protegido por obra y gracia también de un único Dios. Así la historia continúa. Más adelante continuaremos. Hasta pronto.