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La Fonte Radio is a program that offers spiritual and life advice. They discuss topics such as meditation, prayer, and spiritual formation. The host, Héctor Jesucristo, introduces the show and welcomes listeners to their preferred station, La Fonte Radio. They remind listeners of their website and social media pages. The main topic of today's program is the Political Conception of Pope Francis, specifically focusing on Saint Thomas More. They provide a brief overview of More's life and his involvement in politics. The host emphasizes the importance of having leaders who prioritize the well-being of the people over their own interests. They also mention the current pandemic and its impact on government actions. The program will continue with a speech by Pope Francis on the importance of politics for Catholics and all those who work for the true good of the community. They conclude by highlighting the importance of understanding the lives of great political figures and saints who were in La Fonte Radio, demanando espiritualidad y vida, un espacio que ofrece buenas noticias para el hombre de hoy, donde encontrarás meditación de la Palabra de Dios, oración, formación humana y espiritual, reflexiones que te acompañarán en el camino de la vida. Hola, soy Héctor Jesucristo, alabado sea Jesucristo. Aquí Ana Paula Torres, de 8 años, y su abuelo José, que los saludan y desean que disfruten este programa que hemos hecho con mucho cariño. Buenos días o buenas tardes, querida amiga, querido amigo, que nos escuchas cada semana. Bienvenido una vez más a esta transmisión de tu estación preferida, La Fonte Radio, estación formada por la Orden de los Carmelitas Descalzos en México, para ti. Transmitimos desde el templo de Nuestra Señora de Fátima y del Carmen, en la bella y colonial ciudad de Durango. Te recordamos que puedes escucharnos en lafonterradio.com.mx y www.radios.wd.com, usando el espacio de búsqueda. Saludos a todos los radioescuchas de este y de otros programas, cuyo horario semanal encontrarán en Facebook, La Fonte Radio. ¿Dónde está tu hermano? Este es el nombre de nuestro programa, pero el tema de hoy es la Concepción Política del Papa Francisco. Este tema nos dará para dos programas y este será el primero. Iniciaremos con una breve narración de la vida del recientemente proclamado patrono de los políticos y de los gobernantes. Se trata de santo Tomás Moro. Posteriormente le haremos un breve discurso del Papa en el que habla de la excelencia y la importancia de hacer política por parte de los católicos, cristianos y todo hombre de buena voluntad dispuesto a trabajar por el verdadero bien de la comunidad, olvidándose del suyo propio. Por último, antes de iniciar, solo quisiera hacer una breve reflexión sobre la importancia de gobernantes que solo busquen el bien del pueblo, no de palabra sino de obra. La actual pandemia ha hecho ver las enormes carencias y deficiencias que han causado miles de muertes por el virus mismo, pero también por la falta de un gobierno dispuesto a salvar vidas antes de ver por sus propios intereses políticos y económicos. Sin buenos gobiernos, los pueblos no pueden progresar. En esta interesantísima Semblanza del Santo, 1478-1535, descubriremos entre otras cosas la importancia que tuvo para él la vida contemplativa, ya que vivió durante cuatro años en la Cartuja de Londres, que entonces era un centro de espiritualidad de primer nivel en Inglaterra. Con esto podríamos además encontrar la conexión con nuestros santos frailes y religiosas carmelitas dedicados a la contemplación. Similarmente, pero con orden temporal diverso, el rey Carlos V de España, 1520-1558, al terminar su reinado y abdicar, se retiró hasta su muerte al monasterio de Yuste. Son similitudes contemplativas de ambos gobernantes. Nuestro involucramiento con la política debe ser de todos los católicos y debe nacer desde el conocimiento, aunque sea somero, de las vidas de los grandes personajes y santos que se involucraron. A continuación, el discurso de proclamación del Santo Padre. Santo Tomás Moro, proclamado por el Papa, patrono de los políticos y de los gobernantes. Nació en Londres el 7 de febrero de 1478 en el seno de una respetable familia. Murió decapitado en la misma ciudad el 6 de julio de 1535. Su muerte ocurrió poco después de que el rey VIII mandara destelpar, cortar la cabeza de varios monjes y luego exhibirlas en postres en una plaza de Londres, monjes de la misma cartuja de Londres en la que viviera durante cuatro años el mismo Tomás Moro antes de casarse. Tomás estudió leyes en Oxford y en Londres y se interesó por amplios sectores de la cultura, de la teología y de la literatura clásica. Fue un buen conocedor del latín y del griego. Fue amigo de protagonistas de la cultura renacentista, tales como Erasmo de Rotterdam, quien escribió en casa de Moro su famoso Elogio de la Locura y quien definió a su amigo con la famosa expresión Omnium Orarum Ominem. Está considerado uno de los fundadores de la ciencia jurídica de la Commonwealth inglesa. En 1505 se casó con Juana Colts, de la cual tuvo tres hijas y un hijo. Todos recibieron la misma educación. Esto fue algo revolucionario para las costumbres de la época. Tras la muerte de Juana, su esposa, en 1511 se casó en segundas nupcias con Alicia Middletown, viuda con una hija. Fue miembro del Parlamento a los 27 años y a los 41 comenzó a trabajar al servicio directo del rey, Enrique VIII, alcanzando un enorme prestigio en Inglaterra y en toda Europa. Es también célebre por su labor intelectual, cuyo fruto más conocido es su obra Utopía, libro que antes en México se obligaba a leer a todos los preparatorianos. Tomás Moro se convirtió en un abogado de fama. Enrique VIII lo nombró también representante de la corona en la capital, abriéndole así una brillante carrera en la administración política. En 1523 llegó a ser presidente de la Cámara de los Comunes. En 1529, en un momento de crisis política y económica del país, el rey le nombró canciller del reino. Fue el primer laico en ocupar este cargo. El 16 de mayo de 1532 presentó su dimisión, pues no quiso dar su apoyo al proyecto de Enrique VIII, que quería asumir el control sobre la Iglesia en Inglaterra. Se retiró de la vida pública aceptando sufrir con su familia la pobreza y el abandono de muchos falsos amigos. Negaba la competencia del Parlamento para declarar que Enrique VIII era el jefe de la Iglesia de Inglaterra o que su matrimonio con Catalina de Aragón era inválido. Pero no tenía inconveniente en admitir que el Parlamento podía reconocer como heredero de la corona al hijo de Ana Bolena. Aparte de no hacer el juramento, no dijo nada en contra del rey y disimuló honradamente su pensamiento porque quería salvar su vida. Dos años después, el rey, al constatar su gran firmeza para rechazar componendas contra su propia conciencia, lo hizo encarcelar en la Torre de Londres. Durante sus quince meses de prisión, fue sometido a diversas formas de presión psicológica, pero no se dejó vencer ni rechazó prestar el juramento que se le pedía, porque ello hubiera supuesto la aceptación de una situación política y eclesiástica que preparaba el terreno al despotismo. Durante su prisión, escribió su libro inconcluso sobre la Pasión de Cristo. Al final del proceso, cuando ya estaba dictada la sentencia, pronunció una célebre apología de las propias convicciones sobre la indisolubilidad del matrimonio al respecto del patrimonio jurídico inspirado en los valores cristianos y la libertad de la Iglesia en el Estado. Él vivió su intensa vida pública con sencilla humildad, caracterizada por el célebre buen humor incluso ante la muerte. Llegando al patíbulo, dijo al verdugo «Ayúdeme a subir las escaleras, que de bajarlas ya me encargo yo». También lo admiran los anglicanos. La figura de Moro lo representa en la actualidad un punto de conflicto con la Iglesia anglicana, una Iglesia nacional que tiene su origen precisamente en el desgarrón provocado por Enrique VIII y que costó la vida al santo. En 1980 la Iglesia anglicana introdujo a Moro en su calendario litúrgico con el título de Mártir. Lo que los anglicanos contemplan es el martirio de Moro en defensa de la libertad religiosa. En 1850 fue reestablecida la jerarquía católica en Inglaterra y fue posible iniciar las causas de canonización de numerosos mártires. Sir Tomás Moro junto con otros 53 mártires, entre ellos el obispo Juan Fischer, fue beatificado por el papa León XIII en 1886. Junto con el mismo obispo fue canonizado por Pío XI en 1935 con ocasión del cuarto centenario de su martirio. El 31 de octubre del año 2000 el papa Juan Pablo II lo proclamó patrono de los gobernantes y de los políticos. El rey de Inglaterra Enrique VIII estaba dispuesto a lograr la anulidad de su matrimonio con Catalina de Aragón por todos los medios. El capricho que lo impulsaba a la separación no debía ser tan sencillo pues abandonada Catalina se casó con Ana Bolena, más tarde ajusticiada, luego con Juana Seymour, a continuación con Ana de Cleves, después con Catalina Howard, también ajusticiada y finalmente Catalina Parr, que le sobrevivió. El parlamento pronto se convirtió en dócil instrumento del rey para doblegar al clero ya que el mismo rey había nombrado a la mayoría de los obispos ingleses y reforzar así el despótico poder de la monarquía para lograr así el matrimonio con Ana Bolena. El clero fue forzado a presentar un acta de sumisión por la que se doblegaba incondicionalmente en el rey la potestad legislativa en materias eclesiásticas. Moro, al no poder impedir estas medidas, presentó su dimisión como canciller. Esto le suponía verse privado de su principal medio de subsistencia. El 11 de julio de 1533 el papa Clemente VII declaró inválido el matrimonio de Enrique VIII con Ana Bolena y en 1534 la validez del matrimonio con Catalina de Aragón. Entonces el parlamento aprobó el acta de sucesión que daba poderes al rey para exigir a todos sus súbditos que observasen todo lo que se contenía en ella. Cuando le fue exigido el juramento a Tomás Moro, se mostró dispuesto a jurar todo lo que se refería a los derechos de sucesión, pero se negó a jurar lo que fuera contra la autoridad del papa. Como el mejor abogado de Inglaterra de su tiempo, Tomás Moro hizo todo lo políticamente posible para no ser mártir, pero su suerte estaba echada. Cuatro días resistiendo las amenazas, quince meses encarcelado en la torre de Londres preparándose para el martirio. El primero de julio de 1535 fue juzgado bajo una nueva acta del parlamento acusándolo de traidor y pocos días después fue ajusticiado. Todos, los anglicanos y los católicos han visto en él, en primer lugar, no sólo un santo sino un héroe de la conciencia y un mártir de la fe. Los hombres políticos, cualquiera que sea su creencia o increencia, lo han considerado como uno de los más grandes representantes de las tradiciones jurídicas de las que Inglaterra está con todo derecho orgullosa. Cita, no es fácil, se ha escrito recientemente sobre Moro, hacer el elogio de la conciencia y testimoniar su valor supremo porque exige cuidados constantes de formación, de maduración, para que el hombre descubra la presencia de una ley que no se ha dado a sí mismo y a la que debe obedecer. Cita de Gaudium et spes, número 16. Cuando se leen las cartas conmovedoras escritas en prisión por Tomás Moro, comprendemos mejor hasta qué punto la obligación de conciencia que ha puesto frente a todas las autoridades preestablecidas, energía de su santidad. Al descubrirlo e imitarlo, cada uno de nosotros se sentirá más hombre por ser más llamado a la santidad, más libre por estar más desprendido de todo, más alegre por ser más amoroso hacia todos. Varios centenares de jefes de Estado, jefes de gobierno y ministros de numerosos países se dirigieron al Santo Padre, estamos hablando de San Juan Pablo II, seguros de actuar por el bien de la sociedad futura y confiando en que la súplica encontraría benévola acogida, pidiendo que Sir Tomás Moro, santo y mártir, fiel servidor del Rey, pero sobre todo de Dios, fuera proclamado patrono de los hombres de gobierno. Aunque el elenco de signatarios no se ha divulgado, se sabe que junto a tres presidentes italianos, Cosiga, Scalfaro y Leone, y otros políticos como Andreotti, figuran jefes y exjefes del Estado de países como Chile, Colombia o la Confederación Helvética, el primer ministro de Portugal, el príncipe Rainiero y Alberto de Mónaco, el exprimer ministro italiano D'Alema, etc. El parlamento polaco es el que aporta un mayor número de firmantes. La idea, según explicó uno de sus inspiradores, el expresidente de la República Italiana, Francesco Cosiga, surgió en 1985 por parte de un grupo de políticos y estudiosos reunidos en el ámbito de la Asociación Internacional de Amigos de Tomás Moro. De aquellos primeros momentos, el expresidente italiano, recordando el apoyo que recibió del entonces prelado del Opus Dei, don señor Álvaro del Portillo, un aliento que mantuvo también su sucesor, dijo, para ambos, la figura de Tomás Moro refleja de modo nítido el ideal del laico cristiano propuesto por el fundador Escribá de Balaguer. La mentalidad laical de Moro fue subrayada por varios de los participantes en la presentación de la proclamación que tuvo lugar en el Vaticano. El propio Cosiga puso de relieve que Tomás Moro fue laico de vocación, no como fruto de la no vocación religiosa, sino como elección. Se recordó al autor de la extraordinaria utopía como alguien que cultivaba las artes y sabía ser sacrificado, hombre inmerso en los asuntos públicos, pero padre atento de sus cuatro hijos y parroquiano de misa diaria. Asumió el doble papel de Marta y de María. Entre las razones que presentaron el santo padre para declarar al santo como patrono, figuraba el hecho de que santo Tomás Moro, fiel hasta las últimas consecuencias a sus deberes civiles, se expuso a riesgos extremos por servir a su propio país. Consiguió ser un perfecto servidor del Estado, porque luchó por ser un perfecto cristiano. Da pues al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. Cita de Mateo 22, versículo 21. Santo Tomás Moro, indicaron los líderes del gobierno en su petitorio, comprendió que estas palabras de Cristo, que por una parte afirman la relativa autonomía de lo temporal en relación con lo espiritual, por la otra, en cuanto pronunciadas por Dios mismo, obligan a la conciencia del cristiano a proyectar sobre la esfera civil los valores del Evangelio, rechazando todo compromiso y llegando, si es preciso, hasta el heroísmo del martirio, de un martirio que él personalmente afrontó con profunda humildad. Asimismo, los gobernantes resaltaron que en santo Tomás Moro no hubo señal alguna de esa fractura entre fe y cultura, entre principios y vida cotidiana, que el Concilio Vaticano II lamenta como uno de los más graves errores de nuestra época. Expusieron al Santo Padre que, la figura del mártir santo Tomás Moro, suscita desde hace siglos la sincera veneración del pueblo cristiano. Además, el mundo de la cultura, el de la política, se profundizan en los múltiples aspectos de su vida y de su obra, con estudios cada vez más prolijos y con un interés creciente tanto en el ámbito de los saberes teóricos como en el de los prácticos. La biografía especializada aumenta constantemente y presenta características muy significativas. En primer lugar, une autores de diferentes iglesias y comunidades cristianas. Santo Tomás Moro figura en el calendario litúrgico de la Iglesia Anglicana de Inglaterra como mártir y así como de variadas confesiones religiosas. Y no faltan entre ellos los agnósticos, dato que testimonia un interés verdadero universal. Además, el estudio de esta biografía se desprende una admiración que, más allá de la contribución de Santo Tomás Moro en los distintos sectores en que actuó como humanista, como apologeta, como juez y legislador, como diplomático o como estadista, se concentra en su figura humana. Si la santidad es siempre de por sí, plenitud también de lo humano, en el caso de Santo Tomás Moro este hecho es especialmente tangible. Santo Tomás Moro, escribieron, aparece como el modelo ejemplar de esta unidad de vida, en la que su santidad ha cifrado la expresión específica de la santidad para los laicos. La unidad de vida de los fieles laicos tiene una gran importancia. Ellos en efecto deben santificarse en la vida profesional y social ordinaria. Por tanto, para que puedan responder a su vocación, los fieles laicos deben considerar las actitudes de la vida cotidiana como ocasión de unión con Dios y de cumplimiento de su voluntad, así como también de servicio a los demás hombres. Cita de la exhortación apostólica Cristi Fidelis Laici número 17 En Santo Tomás Moro no hubo señal alguna de esa fractura entre fe y cultura, entre principios y vida cotidiana, que el Concilio Vaticano II lamenta como uno de los más graves errores de nuestra época. Constitución Pastoral Gaudium et spes número 43 La actividad humanística señalaron en la que cultivó desde el inglés hasta el latín y el griego, así como desde la filosofía, sobre todo política, hasta la teología, unió el estudio y la piedad, la cultura y la ascética, la sed de verdad y la búsqueda de la virtud, a través de una lucha interior dura pero alegre. Como abogado y juez encaminó la interpretación y la formulación de las leyes. Es justamente considerado uno de los fundadores de la ciencia de la comunidad inglesa, a la tutela de una verdadera justicia social y a la construcción de la paz entre los individuos y las naciones. Más preocupado por eliminar la violencia en sus causas que por reprimirla, no separó la promoción apasionada pero prudente del bien común, de la práctica constante de la caridad. Sus conciudadanos en efecto lo denominaron patrono de los pobres. La dedicación benévola e incondicionada a la justicia en el respeto a la libertad y de la persona humana fue el norte de su conducta como magistrado. Sirviendo a cada hombre, Santo Tomás Moro era consciente de servir a su rey, es decir al Estado, pero quería sobre todo servir a Dios. Esta atención hacia Dios permeaba toda su conducta, su familia a la que se afanó por procurar una instrucción de elevado nivel moral fue llamada por sus contemporáneos Academia Cristiana. En su faceta de hombre público demostró ser enemigo absoluto de los favoritismos y de los privilegios del poder. Profesó un ejemplar desprendimiento de los honores y los cargos, y a la vez vivió con sencillez y humildad su condición de altísimo servidor del rey. Fiel hasta sus últimas consecuencias a sus deberes civiles, se expuso a riesgos extremos por servir a su propio país. Consiguió ser un perfecto servidor del Estado porque luchó por ser un perfecto cristiano. Su martirio dentro de los límites de la prudencia con que debe ser examinada la historia imperfecta de los hombres es la prueba suprema de esta unidad de valores fruto del ácido abúsqueda de la verdad y de una no menos tenaz lucha interior que santo Tomás Moro supo condicionar toda su existencia. Su extraordinario buen humor, su perenne serenidad, la atenta consideración de las posturas contrarias a la suya, el sincero perdón de quienes lo condenaban, muestran cómo su coherencia se compaginaba con un profundo respeto de la libertad de los demás. Precisamente, la actualidad de esta convergencia de responsabilidad y política y coherencia moral, de esta armonía entre lo sobrenatural y lo humano, de esta unidad de vidas sin recibos, ha movido a numerosas personalidades públicas de varios países del mundo a expresar su adición al Comité para la Proclamación de Sir Thomas More Santo y Mártir como patrono de los gobernantes. Entre los firmantes de la presente instancia hay católicos y no católicos. Son hombres de Estado que ejercen su actividad en circunstancias políticas y culturales muy heterogéneas, pero que comparten una misma sensibilidad ante el ejemplo moreano, un ejemplo fecundo que, por encima del mero arte de gobernar, comprende las virtudes indispensables del buen gobierno. La política nunca fue para él una profesión interesada, sino un servicio con frecuencia arduo para el que se había preparado concienzudamente, no sólo con el estudio de la historia, las leyes y la cultura de su propio país, sino sobre todo por medio de un paciente examen de la naturaleza humana, con su grandeza y sus debilidades, y de las condiciones siempre perfectibles de la vida social. En la política encontró su cauce un asiduo esfuerzo personal de comprensión. Gracias a ese esfuerzo pudo mostrar la justa jerarquía de fines que, en virtud del primado de la verdad sobre el poder y del bien sobre la utilidad, todo gobierno debe perseguir. Orientó siempre su actuación en la perspectiva de los fines últimos, esos fines que ningún cambio histórico podrá nunca anular. Ahí reside la fuerza que lo sostuvo cuando hubo de afirmar el martirio. Fue un mártir de la libertad en el sentido más moderno del término, porque se opuso a la pretensión del poder de dominar sobre las conciencias. Tentación perene trágicamente atestiguada por la historia del siglo XX de sistemas políticos que no reconocen nada por encima de ellos. Fiel a las instituciones de su pueblo, la iglesia anglicana Libera Sith rezaba la Magna Carta. Y atento a las lecciones de la historia que le mostraban que el primado de Pedro constituye una garantía de libertad para las iglesias particulares. Santo Tomás Moro dio la vida por defender una iglesia libre del dominio del Estado. A la vez estaba defendiendo también la libertad y el primado de la conciencia del ciudadano frente al poder civil. Fue mártir de la libertad porque fue mártir de la primacía de la conciencia. Una primacía que, sólidamente enraizada en la búsqueda de la verdad, nos hace plenamente responsables de nuestras decisiones. Y por tanto, libres de todo vínculo que no sea el propio del ser creado, esto es el vínculo que nos urna a Dios. Su santidad nos ha recordado que la conciencia moral rectamente entendida es testimonio de Dios mismo, cuya voz y cuyo juicio penetran en la intimidad del hombre hasta las raíces de su alma. Cita de la encífrica Peritatis Splendor, número 58. Nos parece que esta es la lección fundamental de Santo Tomás Moro a los hombres de gobierno. La lección de la vida del éxito y el consenso fáciles cuando ponen en entredicho la fidelidad a los principios irrenunciables de los que dependen la dignidad del hombre y la justicia del orden civil. Y nos parece una lección altamente inspiradora para todos los que, en el umbral del nuevo milenio, se sienten llamados a conjurar las insidias disimuladas pero recurrentes de las nuevas tiranías. El Santo Padre en carta apostólica, en forma de moto propio, lo proclamó el día 31 de octubre del año 2000 como patrono de los gobernantes y de los políticos. A continuación algunos párrafos de la misma. De la vida y del martirio de Santo Tomás Moro brota un mensaje que, a través de los siglos, habla a los hombres de todos los tiempos de la inalienable dignidad de la conciencia, la cual, como recuerda el Concilio Vaticano II, es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella. Cita de Gaudium et spes, número 16. Cuando el hombre y la mujer escuchan la llamada de la verdad, entonces la conciencia orienta con seguridad sus actos hacia el bien, precisamente por el testimonio ofrecido hasta el derramamiento de su sangre, de la primacía de la verdad sobre el poder, Santo Tomás Moro es venerado como ejemplo imperecedero de coherencia moral. Y también fuera de la iglesia, especialmente entre los que están llamados a dirigir los destinos de los pueblos, su figura es reconocida como fuente de inspiración para una política que tenga como fin supremo el servicio de la persona humana. Durante el proceso al que fue sometido, pronunció una apasionada apología de las propias convicciones sobre la indisolubilidad del matrimonio, el respeto al patrimonio jurídico inspirado en los valores cristianos y la libertad de la iglesia ante el Estado. Son muchas las razones a favor de la proclamación del Santo Tomás Moro como patrono de gobernantes y políticos. Entre éstas, la necesidad que siente el mundo político y administrativo de modelos creíbles que muestren el camino de la verdad en un momento histórico en el que se multiplican arduos desafíos y graves responsabilidades. En efecto, fenómenos económicos muy innovadores están hoy modificando las estructuras sociales. Por otra parte, las conquistas científicas en el sector de las biotecnologías agudizan la exigencia de defender la vida humana en todas sus expresiones. Mientras las promesas de una nueva sociedad, propuestas con buenos resultados a una opinión pública desorientada, exigen con urgencia opciones políticas claras en favor de la familia, de los jóvenes, de los ancianos y de los marginados. En este contexto, es útil volver al ejemplo del Santo Tomás Moro, que se distinguió por constante fidelidad a las autoridades y a las instituciones legítimas, precisamente porque en las mismas quería servir, no al poder, sino al supremo ideal de la justicia. Su vida nos enseña que el gobierno es, antes que nada, ejercicio de virtudes. Convencido de este riguroso imperativo moral, el estadista inglés puso su actividad pública al servicio de la persona, especialmente si era débil o pobre. Gestionó las controversias sociales con exquisito sentido de equidad. Soteló la familia y la defendió con gran empeño. Promovió la educación integral de la juventud, el profundo desprendimiento de honores y riquezas, la humildad serena y jovial, el equilibrado conocimiento de la naturaleza humana y de la vanidad del éxito, así como la seguridad de juicio basada en la fe. Le dieron aquella confiada fortaleza interior que lo sostuvo en las adversidades y frente a la muerte. Su santidad, que brilló en el martirio, se forjó a través de toda una vida entera de trabajo y de entrega a Dios y al prójimo. Y fue precisamente en la defensa de los derechos de la conciencia donde el ejemplo de Tomás Moro brilló con intensa luz. Se puede decir que él vivió de modo singular el valor de una conciencia moral que es testimonio de Dios mismo, cuya voz y cuyo juicio penetran la intimidad del hombre hasta las raíces de su alma. Encíclica Veritate Splendor nº 58 Aunque por lo que se refiere a su acción contra los herejes, sufrió los límites de la cultura de su tiempo. El Concilio Vaticano II en la Constitución Gaudium Expes señala cómo en el mundo contemporáneo está creciendo la conciencia de la excelsa dignidad que corresponde a la persona humana ya que está por encima de todas las cosas y sus derechos y deberes son universales e inviolables. Número 26 de la Constitución La historia de santo Tomás Moro ilustra con claridad una verdad fundamental de la ética política. En efecto, la defensa de la libertad de la Iglesia frente a indebidas injusticias del Estado es, al mismo tiempo, defensa en nombre de la primacía de la conciencia de la libertad de la persona frente al poder político. En esto reside el principio fundamental de todo orden civil de acuerdo con la naturaleza del hombre. Confío, por tanto, que la elevación de la eximia figura de santo Tomás Moro como patrono de los gobernantes y de los políticos ayude al bien de la sociedad. Esta es, además, una iniciativa en plena sintonía con el espíritu del gran jubileo que nos introduce en el tercer milenio cristiano. A continuación, un mensaje del Papa en el que nos hace ver la enorme importancia de que los católicos se involucren en la política para beneficio de los demás y no de ellos mismos y de sus familias. Mensaje del Papa La Buena Política está al servicio de la paz. Este mensaje es del Papa Francisco. La política, si se lleva a cabo en el respeto fundamental de la vida, la libertad y la dignidad de las personas, puede convertirse verdaderamente en una forma eminente de la caridad. Lo escribe el Santo Padre en su mensaje para la 52ª Jornada Mundial de la Paz, que se celebrará el 1 de enero pasado, escrito por María Fernanda Bernasconi, Ciudad del Vaticano. Paz a esta casa. Con las palabras que Jesús sugirió que usáramos sus discípulos en misión, comienza el mensaje del Santo Padre para esta 52ª Jornada Mundial de la Paz, que se celebrará el próximo 1 de enero y que ha sido firmado en la Ciudad del Vaticano el pasado 8 de diciembre. Para la paz, escribe el Pontífice, está en el centro de la misión de los discípulos de Cristo. Y este ofrecimiento está dirigido a todos los hombres y mujeres que esperan la paz en medio de las tragedias y la violencia de la historia humana. Francisco explica que la casa mencionada por Jesús es cada familia, cada comunidad, cada país y cada continente, con sus características propias y con su historia. De modo que se puede decir que esta casa es sobre todo cada persona, sin distinción ni discriminación. Naturalmente, también es nuestra casa común, el planeta en el que Dios nos ha colocado para vivir, y al que estamos llamados a cuidar con interés. El desafío de una buena política. El Papa Bergoglio escribe que la paz es como la esperanza de la que habla el poeta Charles Péry. Es como una flor frágil que trata de florecer entre las piedras de la violencia. Sí, porque como escribe, sabemos bien que la búsqueda de poder, a cualquier precio, lleva al abuso y a la injusticia. De ahí que la política sea un vehículo fundamental para edificar la ciudadanía y la actividad del hombre. Si bien cuando quienes, los que se dedican a ella, no la viven como un servicio a la comunidad humana, puede convertirse en un instrumento de opresión, marginación e incluso de destrucción. Asimismo recuerda que el Papa San Pablo VI subrayaba, cita, tomar en serio la política en sus diversos niveles, local, regional, nacional y mundial, es afirmar el deber de cada persona, de toda persona, de conocer cuál es el sentido, el contenido y el valor de la opción que se le presenta, y según la cual se busca realizar colectivamente el bien de la ciudad, de la nación, de la humanidad. En cuanto a la función y a la responsabilidad política, el pontífice recuerda que constituye un desafío permanente para todos los que reciben el mandato de servir a su país, de proteger a cuantos viven en él y de trabajar a fin de crear las condiciones para un futuro digno y justo. De manera que, si la política se ejerce con el respeto fundamental de la vida, la libertad y la dignidad de las personas puede convertirse verdaderamente en una forma eminente de la caridad, caridad y virtudes para una política al servicio de la paz. Francisco recuerda además las palabras del Papa Benedicto XVI, cuando afirmó que todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la polis, a lo que añadía que el compromiso por el bien común, cuando está inspirado por la caridad, tiene una valencia superior al compromiso meramente secular y político, y que la acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esta ciudad de Dios universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana. Se trata de un programa con el que pueden estar de acuerdo todos los políticos, de cualquier procedencia cultural o religiosa, que deseen trabajar juntos por el bien de la familia humana, practicando aquellas virtudes humanas que son la base de una buena acción política, la justicia, la equidad, el respeto mutuo, la sinceridad, la honestidad, la fidelidad. Además, el Santo Padre recuerda las bienaventuranzas del político, propuestas por el cardenal vietnamita François Javier Nguyen Van Suan, fallecido en el año 2002, quien fue un testigo fiel del Evangelio. Bienaventurado el político que tiene una alta consideración y una profunda conciencia de su papel. Bienaventurado el político cuya persona refleja credibilidad. Bienaventurado el político que trabaja por el bien común y no por su propio interés. Bienaventurado el político que permanece fielmente coherente. Bienaventurado el político que realiza la unidad. Bienaventurado el político que está comprometido en llevar a cabo un cambio radical. Bienaventurado el político que sabe escuchar. Bienaventurado el político que no tiene miedo. LOS VICIOS DE LA POLÍTICA El Papa Bergoglio afirma afronta a sí mismo los vicios que tampoco faltan en el ámbito político y que se deben tanto a la ineptitud personal como a distorsiones en el ambiente y en las instituciones. Por eso afirma que estos vicios que socavan el ideal de una democracia auténtica son la vergüenza de la vida pública y ponen en peligro la paz social, la corrupción, en sus múltiples formas de apropiación indebida de bienes públicos o de aprovechamiento de las personas, la negación del derecho, el incumplimiento de las normas comunitarias, el enriquecimiento ilegal, la justificación del poder mediante la fuerza o con el pretexto arbitrario de la razón de Estado, la tendencia a perpetuarse en el poder, la xenofobia y el racismo, el rechazo al cuidado de la tierra, la explotación ilimitada de los recursos naturales por un beneficio inmediato, el desprecio de los que se han visto obligados a ir al exilio. La buena política promueve la participación de los jóvenes. El pontífice destaca que cuando el ejercicio del poder político apunta únicamente a proteger los intereses de ciertos individuos privilegiados, el futuro está en peligro y los jóvenes pueden sentirse tentados por la desconfianza, porque se ven condenados a quedar al margen de la sociedad sin la posibilidad de participar en un proyecto para el futuro. Mientras cuando la política se traduce concretamente en un estímulo de los jóvenes talentos y de las vocaciones que quieren realizarse, la paz se propaga en las conciencias y sobre los rostros. Además de que, como escribe, la política favorece la paz si se realiza por lo tanto reconociendo los carismas y las capacidades de cada persona. No a la guerra ni a la estrategia del miedo. Tras un siglo del fin de la Primera Guerra Mundial y con el recuento de los jóvenes caídos durante aquellos combates y las poblaciones civiles devastadas, el Santo Padre afirma que conocemos mejor que nunca la terrible enseñanza de las guerras fratricidas, de modo que la paz jamás puede reducirse al simple equilibrio de la fuerza y el miedo. Y también porque mantener al otro bajo amenaza significa reducirlo al estado de objeto y negarle la dignidad. La paz se basa en el respeto de cada persona. Esta es la razón, añade Francisco, por la que reafirmamos que el incremento de la intimidación, así como la proliferación incontrolada de las armas, son contrarios a la moral y a la búsqueda de una verdadera concordia. Por eso no dudan afirmar que no son aceptables los discursos políticos que tienden a culpabilizar a los migrantes de todos los males y a privar a los pobres de la esperanza. El pensamiento del potífice también se dirige a los niños que viven en las zonas de conflicto y a todos los que se esfuerzan para que sus vidas y sus derechos sean protegidos. Por eso recuerda que en nuestro mundo uno de cada seis niños sufre a causa de la violencia de la guerra y de sus consecuencias, e incluso es reclutado para convertirse en soldado o rehén de grupos armados. Y que el testimonio de cuantos se comprometen en la defensa de la dignidad y el respeto de los niños sea sumamente precioso para el futuro de nuestra humanidad. Un gran proyecto de paz. El obispo de Roma recuerda que en estos días celebramos los 70 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que fue adoptada después del Segundo Conflicto Mundial. Por eso trae a memoria una observación del Papa San Juan XXIII, cita cuando en un hombre surge la conciencia de los propios derechos, es necesario que aflore también la de las propias obligaciones. De forma que aquel que posee determinados derechos tiene a sí mismo como expresión de su dignidad la obligación de exigirlos, mientras los demás tienen el deber de reconocerlos y respetarlos. Hasta aquí la cita. La paz, escribe el Santo Padre, sigue la cita, es fruto de un gran proyecto político que se funda en la responsabilidad recíproca y la interdependencia de los seres humanos, pero es también un desafío que exige ser acogido día tras día. La paz es una conversión del corazón y del alma. Es fácil reconocer tres dimensiones inseparables de esta paz interior y comunitaria. La paz con nosotros mismos, rechazando la intransigencia, la ira, la impaciencia, y como aconsejaba San Francisco de Sales, teniendo un poco de dulzura consigo mismo para ofrecer un poco de dulzura con los demás. La paz con el otro, el familiar, el amigo, el extranjero, el pobre, el que sufre, atreviéndose al encuentro y escuchando el mensaje que lleva consigo. La paz con la creación, redescubriendo la grandeza del don de Dios y la parte de responsabilidad que corresponde a cada uno de nosotros. Que corresponde a cada uno de nosotros como habitantes del mundo, ciudadanos y artífices del futuro. La política de la paz puede recurrir al espíritu del Magnificat. Sí, porque María, Madre de Cristo Salvador y Reina de la Paz, afirma Francisco, canta en nombre de todos los hombres. Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, acordándose de la misericordia como lo había prometido a nuestros padres en favor de Abraham y de su descendencia por siempre. La paz con la creación Tarde o temprano nos tocará a todos vivir la experiencia de estar enfermos de poca o mucha gravedad. A lo largo de los años he tenido la posibilidad de visitar a muchos enfermos en su cama de hospital. Recuerdo una visita especial a un hospital para Navidad. Iba de habitación en habitación y me ofrecía para hacerles compañía, para orar un rato o simplemente cantarles alguna canción. La mayoría me acogía con cariño. Pero otros enfermos me insultaban y me cerraban la puerta en las narices. Esto me impactó muchísimo. Además me tocó presenciar como una señora tiraba la comida a las enfermeras en la cara y ni siquiera los familiares podían contener su ira. La enfermedad es una experiencia humana de finitud y limitación, donde podemos palpar la fragilidad de la vida en general y la fragilidad y finitud de nuestra propia condición humana. Esto, lamentablemente a algunas personas les despierta mucha frustración, mucha rabia e incluso ira. Son los típicos enfermos malhumorados, rabiosos e incluso se vuelven desagradecidos con los que los cuidan día y noche. A Jesús le tocó vivir esto cuando sanó a los diez leprosos. Solo uno volvió a darle las gracias y se transformó en una persona agradecida. El resto seguramente quedaron sanos físicamente, pero por dentro todavía seguían enojados, rabiosos y con el corazón sin gratitud. Recuerdo a una amiga religiosa que le habían detectado un cáncer y esto la tumbó en una profunda desolación. No podía salir de su habitación ni para las oraciones comunitarias. La tristeza y la depresión se habían apoderado de ella. La enfermedad es también una experiencia humana de pérdida, donde experimentamos que vamos perdiendo capacidades, oportunidades y que la vida parece seguir adelante sin nosotros. Todos estos sentimientos son normales, pero si nos quedamos allí podemos transformarnos en unos enfermos deprimidos, tristes, rabiosos, malhumorados, que siguen pegados en lo que no pueden hacer en vez de poner su atención en lo que todavía sí pueden aprovechar. Como dice San Pablo en la segunda carta a los Corintios, capítulo 4, 16. Esta es la razón por la que nunca nos desanimamos. Aunque nuestro cuerpo mortal se va desmoronando, nuestro ser interior va recibiendo día tras día nueva vida. María era una joven estudiante de medicina y le detectaron una enfermedad terrible. Lo único que sabía decirme es, me lo merezco, esto ha sido por mi impudencia, no he sabido cuidarme lo suficiente, es mi responsabilidad. Muchas personas reaccionan a la enfermedad echándose la culpa, o echándole la culpa a otros. Y si bien siempre nuestras decisiones tienen algo que ver, nunca son la causa última del porqué de la enfermedad que nos toca vivir. En el Evangelio de San Juan, capítulo 9, le preguntaron a Jesús, Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres para que naciese ciego? Y el Señor respondió, ni éste pecó, ni sus padres, sino que las obras de Dios se manifestarán en él. La enfermedad sigue siendo un misterio dramático de la condición humana, pero culpabilizar no es la actitud de Dios, ni debe ser la nuestra. La enfermedad puede ser una gran oportunidad para encontrar creativismo, para encontrar a Dios, para encontrar la vida. Decide vivirla así, como una oportunidad para que las obras de Dios se manifiesten en ti. Casi siempre en los conciertos, charlas o retiros que dirijo, los enfermos se sientan en la primera fila. En uno de esos conciertos vino a verme un muchacho joven, con cáncer en estado terminal. Ya le habían quitado una pierna, y no tenía sentido seguir mutilándolo, porque ya había hecho metástasis. A mitad del concierto vi que se retiró. Cuando pregunté qué había sucedido, uno de sus familiares me dijo que los dolores eran tan insoportables que José había tenido que marcharse a su casa pronto. Entonces sentí un impulso en mi corazón, y les pedí que me dejaran ir a verle. Su esposa era una mujer joven, no llevaban ni 10 años casados, y tenían dos niños. Cuando llegué a su casa, José alzó la voz y me invitó a entrar en su habitación. Allí, entre lágrimas, me dijo, Hermana, me estoy muriendo, pero lo único que le pido a Dios es que me quite el miedo. No quiero vivir la enfermedad con miedo, ni quiero vivir mi muerte con miedo. Estuve escuchando sus miedos y terrores por largo rato. Luego nos pusimos a orar, juntos, con esta intención, y el Señor, con la fuerza de Su Espíritu Santo, actuó en su corazón y le quitó todo miedo. Sus familiares me dieron testimonio de cómo había vivido un año más, lleno de paz, serenidad, y que había afrontado su Pascua en total confianza en el Señor. José aprovechó la enfermedad como la última y definitiva oportunidad para abrazar totalmente la confianza en Dios y vencer el miedo. En mis viajes, recibo numerosas invitaciones de enfermos para que les vaya a visitar. Pero en una oportunidad, el lugar del evento estaba literalmente al lado de la casa de una chica joven desahuciada. Cuando llegué a su casa, me recibió con una amplia sonrisa. Su mirada y su rostro irradiaban tanta paz, tanta dulzura y grandísima confianza en Dios. Me contó con mucha paz cómo su marido la había abandonado cuando ella estaba en pleno periodo de quimioterapias y con tres niños pequeños. Pero en sus ojos no había ni un asomo de ira, tristeza o angustia mientras me compartía todas estas cosas. En la cabecera de su cama estaba escrito en grande la oración Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias. Es la oración del Padre Charles de Foucault. Por su tono de voz y el semblante de su mirada, me di cuenta que estaba frente a una persona totalmente adulta en la fe. Totalmente madura en la fe. Totalmente preparada por dentro por el Espíritu Santo. Podía ver a Dios en ella. Entonces le pregunté, ¿estás preparada para irte? Ella me dijo, sí hermana, cuando el Señor quiera venir a buscarme. Luego le pregunté, ¿te preocupa algo el futuro de tus hijos, tu marido? Entonces me miró con gran profundidad y me dijo, todo está en las manos del Señor y en sus manos yo también encomiendo mi espíritu. No hay nada de qué preocuparse. He conocido muchas personas en mi vida, pero les aseguro que nunca había visto en alguien tanta, tanta fe. Esta joven mamá había vivido toda su enfermedad y las consecuencias que le trajo la misma en absoluto abandono en las manos de Dios. Ella había elegido vivir su enfermedad como una oportunidad para entregarse por completo en las manos de Dios. Y lo había conseguido. Tendremos que vivir muchas experiencias de pequeñas o grandes enfermedades, pero si las vivimos con Jesús y desde Jesús, todo será distinto. Con Jesús la enfermedad se transformará en una bendición, en una gran oportunidad para encontrar más vida, más fe, más esperanza, más amor. Por eso el Señor continuamente nos está diciendo en el Evangelio de San Mateo, capítulo 11, versículo 28, Vengan a mí los que están cansados. Vengan a mí los que están agobiados, los que están enfermos.