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Ah, esto, te lo traje para vos. Me dije, ¿qué le pudo llevar a este muchacho Luciano con todo el dinero que tiene? ¿Qué le falta? ¿Qué no tiene? Y te traje pensamientos. ¿Te gustan? Hermosas, sí, muy lindas. Bien el café de acá, ¿no? Es que el café de Buenos Aires es único. ¿Es bueno? No, único. Te lo sirven hirviendo con la taza a tope y te corrode como ácido sulfúrico. Yo lo llamo café Torvo. Claro. Bueno, Manuel, mira, yo quería hablar con vos porque estoy con una situación un poco incómoda. Como te dije la última vez que hablamos, vos sabés que mi abuelo te apreciaba mucho. No, no. No, yo también, sí, yo también. Todos en la editorial te respetan muchísimo. Lo que pasa es que yo no dejo de estar al frente de un negocio, ¿no? Un negocio. Sí, la edición, la distribución y la venta de libros es un negocio, Manuel. No todo se puede hacer por amor al arte. Lo sospechaba, ¿sabés? Bueno, yo lo que quiero saber, Manuel, es si vos tenés registro de que tenés un contrato con nosotros y que ya cobraste dos anticipos y que nosotros no leímos ni media página en casi tres años. Soy perfectamente consciente de mis limitaciones. No, pero qué limitaciones, por favor. Mira, lo que dijiste recién del café, esa crítica, ahí ya tenés por lo menos para un capítulo. Cualquier cosa que salga de tu cabeza va a servir. Hay que sentarse a escribir, nada más.