Details
Nothing to say, yet
Nothing to say, yet
During World War II, the narrator's family, who were Jewish, lived in Bratislava, Slovakia. They were forced to move to the old town, a ghetto for the poor, and lived on the fourth floor of a building. The narrator and her sister communicated using sign language, as they were both deaf. The Nazis took away the jewelry and silver belongings of Jewish families, and the narrator's father was ordered to melt the stolen silver and make religious objects for the churches. The family later moved to Borno, a nearby town, to avoid the risk of the narrator being taken away to a school and never returning. El ruido de las botas René, en 1943, os soldados alemanes hacÃan riolos entre os judÃos que vivÃan en MÃtidad, Ratiflado, e los enviaban aos campos de exterminio, onde se asesinaban. Era un grupo de entre 8 e 12 soldados que iban de casa en casa gritando «Preparados para marcharos, tenéis unha hora». De recuerdo, el ruido de las botas era nas calles agotinadas. Mis padres, mi hermana pequena y yo vivÃamos en un cuarto piso. El ruido de las botas corrÃa y avisaba a mi familia. Luego nos dirigÃamos a toda prisa a una habitación que estaba al fondo del piso y nos escondÃamos allÃ. Cuando los soldados nos llevaban a la puerta no contestábamos. Nos quedábamos lo más quietos que podÃamos. Yo tenÃa 10 años por entonces y mi hermana 8. La responsabilidad de avisar a todo el mundo cuando venÃan los soldados recaÃa en mà porque mis padres y mi hermana eran sordos. Yo era los oÃdos de mi familia. Estrellas escondidas. Esta. Me llamó Eta Mayes. Era la hermana pequeña de René. Nacà dos años después que ella, en 1935. Mi pequeña yo era la única niña sorda de nuestra ciudad. En nuestra familia habÃa varias generaciones de personas sordas como yo y eso incluÃa a nuestra madre, Enrita y a nuestro padre, Julio. Nos comunicábamos utilizando lengua de signos. René. Nos criamos en Bratislava, la capital de lo que entonces se llamaba Chivaslovaquia. Muchos años después de la Segunda Guerra Mundial Chivaslovaquia se dividió en dos estados independientes. La República Checa y Eslovaquia. Por entonces, Bratislava era una ciudad de 120.000 habitantes. 15.000 de ellos judÃos. En 1939, cuando los nazis ocuparon nuestra ciudad, buena parte de nuestro paÃs pasó a llamarse República Eslovaca. Pero quedó bajo el control de Alemania. HabÃa muchos alemanes étnicos que vivÃan en Bratislava y sus alrededores. Los judÃos que vivÃan en los barrios más elegantes de Bratislava recibieron la orden de abandonar sus hogares y trasladarse a lo que se conocÃa como casco antiguo, que era un gueto para los pobres. Allà nos fuimos a vivir mi familia y yo, a un piso en la cuarta planta de un viejo edificio de ladrillo. Cuando hacÃa buen tiempo, mi hermana y yo cultivábamos guisantes envolviéndolos en bolas húmedas de algodón. PonÃamos las bolsas en las becas lenas de tierra, las dejábamos en la fecha de la ventana. Luego nos pasábamos semanas observando los carcillos que brotaban de los guisantes y se enroscaban en la barandilla de hierro de la ventana. Desde allÃ, por la noche, también veÃamos a nuestro padre cuando volvÃa del trabajo. Como los nazis habÃan prohibido a los niños judÃos ir al colegio, empecé mi educación formal después de la guerra, cuando ya tenÃa casi doce años. La única materia en la que no tuve que ponerme al dÃa fue la lectura, porque mi padre me habÃa enseñado a leer cuando tenÃa cinco años. Recuerdo lo contenta que me puse cuando mis padres me regalaron varios libros en mi quinto cumpleaños. Aquel año mi madre se encontró muchas veces conmigo porque nunca contestaba cuando me llamaba. Siempre tenÃa la nariz metida en algún libro. Tercero. Nuestros padres eran inteligentes, pero al ser sordos no habÃan ido a ningún colegio clásico. Los dos habÃan estudiado en un colegio para sordos de Viena. Después de graduarse, mi padre se convirtió en maestro joyero y mi madre empezó a trabajar como modista. René. Después de que los nazis ocuparan Ratislao, en 1939 empezaban a entrar con regularidad las clases de los judÃos y los obligaban a entregar todas las joyas y objetos de plata que tenÃan. Como mi padre era un experto en joyerÃa, la empresa eslovaca para la que trabajaba le ordenó que fundiera la plata robada y fabricada con ella calices y crucifijos para las iglesias de la ciudad. Recuerdo lo triste que volvÃa a casa con los diseños para fabricar esos objetos. Eta. Al principio, mis padres querÃan que yo también estudiara en un colegio para sordos como ellos. Pero cuando los nazis tomaron la ciudad, a mis padres les daba miedo que un dÃa me fueran al colegio y no volviera nunca. Asà que nos mudamos a Borno, que estaba a unos 20 kilómetros al oeste de Ratislao. Aquà habÃa una numerosa comunidad judÃa y durante un tiempo nos sentimos cómodos.