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The speaker begins by discussing their personal blindness, mentioning that they can still perceive some colors, particularly yellow. They talk about their fondness for the color yellow and how it has always been loyal to them. The speaker then dispels the misconception that blind people see a world of darkness, explaining that black and red are actually colors they miss seeing. They describe the challenges of living in an undefined world of colors and express hope to one day regain the ability to see red. The speaker reminisces about their childhood visits to the library and their appointment as director of the National Library. They reflect on the irony of being surrounded by books they cannot read and wrote a poem about this contradiction. They mention that another blind person, Grusak, was also a director of the library, and later discover that there was a third blind director named José Mármol. The speaker acknowledges Mármol's contribution to literature and expresses gratitude for Señoras, señores, en el decurso de mis muchas, de mis demasiadas conferencias, he observado que se prefiere lo personal a lo general, lo concreto al abstracto. Por consiguiente, voy a empezar refiriéndome a mi modesta ceguera personal. Modesta en primer término porque es ceguera total de un ojo, ceguera parcial del otro. Todavía puedo descifrar algunos colores, todavía puedo descifrar el verde, puedo descifrar el azul. Y sobre todo hay un color que no me ha sido nunca infiel, que me ha sido siempre leal, que me ha acompañado siempre, y es el color amarillo. Recuerdo que de chico, si mi hermana está aquí lo recordará también, yo me demoraba ante una de las jaulas del jardín zoológico en Palermo, y era precisamente la jaula del tigre y del leopardo. Yo recuerdo que yo me demoraba ante el oro y el negro del tigre hasta el atardecer, y aún ahora el amarillo sigue acompañándome. He escrito un poema titulado El oro de los tigres, en que hablo de esa amistad del amarillo conmigo, como siempre el amarillo estuvo conmigo. Y ya que estoy hablando de colores, quiero empezar recordando un hecho que suele ignorarse y que no sé si es de aplicación general, y es este. La gente se imagina al ciego encerrado en un mundo negro, y hay un verso de Shakespeare que justifica esta opinión. Shakespeare dice, Looking on darkness which the blind do see, mirando la oscuridad que ven los ciegos. Y si entendemos negrura por oscuridad, el verso de Shakespeare es falso. Precisamente uno de los colores que los ciegos, o en todo caso este ciego extraña, es el color negro, el color negro y el color rojo. Los rojos y el anuar son los colores que nos faltan. Y para mí, que tenía la costumbre de dormir en plena oscuridad, me molestó durante mucho tiempo tenerte a dormir en ese mundo de neblina, de neblina verdosa o azulada y vagamente luminosa, que es el mundo del ciego. Yo hubiera querido reclinarme en la oscuridad, apoyarme en la oscuridad. Y el rojo también, que se supone que es el color más vivo, ha desaparecido para mí. Lo veo como un vago, como un vago este marrón. De modo que el mundo del ciego no es la noche que la gente supone. En todo caso, estoy hablando en mi nombre, en nombre de mi padre, de mi abuela, que murieron ciegos, ciegos y sonrientes y valerosos. Y yo espero morir así también, pero no sé. Se heredan muchas cosas, la ceguera, por ejemplo, pero no se hereda el valor. Y yo sé que fueron más valientes que yo. Pues bien, el ciego vive en un mundo bastante incómodo, en un mundo indefinido, del cual emerge algún color. Para mí todavía el amarillo, todavía el azul, salvo que el azul puede ser verde, todavía el verde, salvo que el verde puede ser azul. Y el blanco ha desaparecido o se confunde con el gris. En cuanto al rojo, ha desaparecido del todo. Pero espero alguna vez, estoy siguiendo un tratamiento, espero alguna vez mejorar y poder ver el rojo, ese gran color, ese color que resplandece en la poesía también, que tiene tan lindos nombres en muchos idiomas. Pensemos en scharlach en alemán, scarlet en inglés, escarlata en español, escarlate en francés. Son palabras que parecen dignas de ese gran color, el rojo. En cambio, amarillo, no es una linda palabra en español, pero tenemos yorn, que tiene el mismo origen, tenemos hielo en inglés, que se parece tanto, amarillo, creo que en español antiguo era amariendo, y otros. En fin, yo vivo en ese mundo de colores y quiero contar ante todo, he hablado de mi modesta ceguera personal. Y es modesta, en primer término, porque no es esa ceguera perfecta en que piensa la gente, y en segundo término, porque se trata de mí, y mi caso no es especialmente dramático. Es dramático el caso de aquellos que pierden bruscamente la vista, entonces se trata de una fulminación, de un eclipse, pero en el caso mío, ese lento crepúsculo que empezó, esa lenta pérdida de la vista, que empezó cuando yo empecé a ver, y que ha durado hasta ahora, es decir, que se ha extendido desde 1899 hasta 1977, y no hubo un momento, un momento dramático, fue un lento crepúsculo, salvo que ese crepúsculo ha durado más de... de este medio siglo. Fue un lento crepúsculo, como digo, pero para los propósitos de esta conferencia, tengo que buscar un momento patético, un momento, y fue el momento en el cual yo comprendí que ya había cesado mi vista, mi vista de lector y de escritor, que me veía apartado de los libros y apartado del hábito de la escritura, que eso no estaba vedado. Y podemos fijar entonces una fecha. ¿Por qué no fijar la fecha tan digna de recordación de 1955? Y no me refiero ahora a las épicas lluvias de septiembre, me refiero a una circunstancia personal mía. He recibido en mi vida muchos inmerecidos honores, pero hay uno que me ha alegrado más que ninguno, como ha observado Ballesteros Acevedo, y fue el honor de que me nombrara director de la Biblioteca Nacional, y esto se hizo por razones menos literarias que políticas, lo hizo el gobierno de la Revolución Libertadora. Pues bien, yo me vi nombrado director de la biblioteca y volví a aquella casa, aquella casa del barrio de Montserrat, en el barrio sur, de la cual tenía tantos recuerdos. Pero yo jamás había soñado en la posibilidad de ser director de la biblioteca, yo tenía recuerdos de otro orden. Yo iba con mi padre de noche, mi padre que era profesor de psicología, pedía algún libro de Bergson o de William James, que eran sus autores preferidos, o de Gustav Spiller, y yo, demasiado tímido para pedir un libro, yo buscaba algún volumen de la enciclopedia británica o de las enciclopedias alemanas de Brockhaus o de Mayer, el Conversations Lexicon, creo que se llama en alemán, buscaba un volumen al azar, lo sacaba de los aniqueles laterales y lo leía. Y recuerdo una noche en que me vi muy recompensado, porque leí tres artículos sobre Dryden, sobre los druidas y sobre los rusos, un regalo de la letra DR, y otras noches fui menos afortunado. Y yo sabía además que en esa casa estaba Roussac, ya tendremos muchas ocasiones de hablar de Roussac, yo hubiera podido conocerlo personalmente, pero yo era entonces, yo ya era entonces, puedo decirlo, muy tímido, casi tan tímido como ahora, salvo que entonces yo creía que la timidez era muy importante, y ahora sé que la timidez es uno de los males que uno tiene que tratar de sobrellevar, y que realmente ser muy tímido no es importante, como tantas otras cosas en la vida a las cuales uno les otorga una importancia exagerada. Pues bien, yo iba con mi padre, la íbamos allí, y luego recibí el nombramiento de director de la biblioteca, esto tiene que haber ocurrido a fines de 1900, este 55, y entonces ocurrió el primero de los hechos extraños que voy a referir hoy, o de hechos que creo extraños. Me hice cargo de la dirección, pregunté el número de volúmenes, me dijeron que era un millón, averigué que fue que eran 900.000, pero en fin, 900.000 es una suma suficientemente basta, quizá 900.000 parezca más que un millón, 900.000, en cambio un millón se agota, está enseguida. Y entonces fui comprendiendo la extraña ironía de los hechos, yo siempre me había imaginado el paraíso bajo la especie de una biblioteca, otras personas piensan en un jardín, otras personas pueden pensar en un palacio, yo siempre me había imaginado mi paraíso, mi paraíso personal como una biblioteca, y ahí estaba yo, y era de algún modo el centro de 900.000 libros en tantos idiomas. Y al mismo tiempo, comprendí que podía apenas desinflar las carátulas y los lomos de los libros. Y entonces escribí aquel poema titulado Poema de los Dones, que empieza así, nadie rebaje, alágrimo, reproche esta declaración de la maestría de Dios que con magnífica ironía me dio a la vez los libros y la noche, esos dos dones que se contradicen, los muchos libros y al mismo tiempo la noche, la incapacidad de verlos. Y escribí un poema, un poema del cual yo imaginé autora Grusak, porque Grusak fue también director de la biblioteca y fue también ciego, como yo, salvo que Grusak fue más valiente, Grusak no escribió ningún poema. Pero yo pensé que sin duda había instantes en que nuestras vidas coincidían, ya que los dos estábamos ciegos, los dos queríamos a los libros, él había honrado la literatura con libros muy superiores a los míos, pero en fin, los dos éramos hombres de letras y recorríamos esa biblioteca de libros vedados, casi podríamos decir, para nuestros ojos oscuros, de libros en blanco, de libros sin letras. Y entonces escribí un poema sobre esa ironía de Dios que nos había dado a los dos los libros y la sombra y al final me pregunté ¿cuál de los dos escribe este poema? De un solo don y de una sola sombra. Pues bien, yo pensé este poema lo escribió Grusak también, salvo que no ha sido más valiente que yo y no lo he escrito. Pero cuando yo escribí ese poema yo ignoraba una circunstancia, una circunstancia que es importante también. Yo ignoraba que hubo otro director de la biblioteca, José Mármol, que también fue ciego. Es decir, aquí ya tenemos el número tres que de algún modo parece cerrar las cosas, ya que dos es una mera coincidencia, pero tres ya es una confirmación, una confirmación de orden ternario, una confirmación de algún modo divina. Pues bien, Grusak y pues bien, Mármol fue director de la biblioteca cuando esta estaba situada no en la calle México sino en la calle Venezuela, en la calle Venezuela, que a la vuelta. Y él también murió ciego. Ahora es costumbre hablar mal de Mármol o no hablar de él, lo cual es otro modo de hablar mal también. Pero debemos recordar que cuando pronunciamos la frase «El tiempo de rosas» no pensamos en el admirable libro de Ramos Mejía «Rosas y su tiempo». Pensamos en «El tiempo de rosas» que describe esa admirablemente chismosa novela «Amalia» de José Mármol. Y creo que haber legado la imagen de una época a un país no es una escasa gloria. Ojalá yo pudiera contar con una gloria parecida. La verdad es que siempre cuando decimos «El tiempo de rosas» estamos pensando en los mazorqueros de Mármol, estamos pensando en las tertulias en este Palermo de Rosas, estamos pensando en las conversaciones, por ejemplo, de uno de los ministros de Rosas y de Soler, estamos recordando todo aquello. Pues bien, aquí tenemos tres personas que recibieron ese destino. Además, me alegraba también por qué no mencionarlo ahora ya que es un tema al que me es grato recurrir, me emocionaba el hecho de que la biblioteca estuviera en el barrio de Montserrat, en el sur, ya que para todos los porteños el sur es de algún modo el centro secreto de Buenos Aires. No el otro centro un poco ostentoso que mostramos a los turistas, en aquel tiempo no existía esa publicidad que se llamaba el barrio de San Telmo. El sur vendría a ser el centro secreto y modesto de Buenos Aires. Si yo pienso en Buenos Aires, pienso en el Buenos Aires que conocí cuando era chico, el Buenos Aires de casas bajas, el Buenos Aires de patios, de saguanes, de aljibes con una tortuga, de ventanas de reja, de casas bajas, y ese Buenos Aires que antes era todo Buenos Aires, ahora solo se conserva en el barrio sur. De modo que yo sentí que de algún modo volvía al barrio de mis mayores, volvía al sur. Y cuando comprobé que ahí estaban los libros y yo tenía que preguntar a mis amigos el nombre de ellos, yo recordé una frase de Steiner, del teósofo alemán, Rudolf Steiner, en su libro sobre Antroposofía, que fue el nombre que le dio a la teosofía, dijo que cuando algo concluye debemos pensar que algo empieza. El consejo es saludable, pero es de difícil ejecución, ya que sabemos lo que perdemos, pero no sabemos lo que vamos a ganar después. Tenemos una imagen muy precisa, una imagen a veces desgarrada de lo que hemos perdido, pero no sabemos que puede suceder a esa primera imagen. Entonces yo tomé una decisión, yo dije, ya que he perdido el mundo de las apariencias, ya que he perdido el querido mundo de las apariencias, debo crear otra cosa. Yo tengo que crear lo que sucede al mundo visible, que, de hecho, he perdido. Entonces recordé unos libros que estaban en casa. Yo era profesor de literatura inglesa en la Facultad de Filosofía y Letras de nuestra universidad, pero, ¿qué podía hacer yo para enseñar esa casi infinita literatura, esa literatura que, sin duda, excede el término de la vida de un hombro de las generaciones? ¿Qué podía hacer yo en cuatro meses argentinos de aniversarios y de huelgas para enseñar literatura inglesa? Hice lo que pude para enseñar el amor de la literatura inglesa y me abstuvo en lo posible de fechas y de nombres. Y vinieron a verme unas alumnas que habían dado examen y que habían pasado. Todas las alumnas pasaban conmigo. Yo siempre he tratado de no aplazar a nadie. En diez años ya pasaba tres alumnos que insistieron en ser aplazados. Pero, y yo les dije que deberían que deberían honrarlos con una comida, deberían celebrar eso con una comida. Porque ser aplazado por mí era mucho más meritorio que ser aprobado por otros profesores. Pues bien, vinieron esas niñas, habían pasado, tenían nueve o diez. Yo les dije, tengo una extraña idea. Ahora que ustedes han pasado, ahora que yo he cumplido con mi deber de profesor, ¿no sería interesante si iniciáramos el estudio de un idioma y de una literatura que apenas conocemos? ¿Y cuál es ese idioma y esa literatura? me preguntaron. Bueno, naturalmente el idioma inglés y la literatura inglesa, les dije. Vamos a empezar a estudiarlos ahora, ahora que estamos libres de esa trivialidad de los exámenes. Bueno, vamos a empezar por los orígenes. Y yo recordé que en casa había dos libros. Dos libros que pude recuperar porque los había puesto en el estante más alto pensando que no iba a precisarlos nunca. Y esos dos libros que eran el Reader, el libro de lectura de Switch, y la crónica anglosejona, y los dos tenían glosario. Nos reunimos una mañana en la Biblioteca Nacional. Yo pensé, bueno, he perdido el mundo visible y ahora voy a recuperar otro mundo. Voy a recuperar el mundo de mis lejanos mayores, aquellas tribus, aquellos hombres que atravesaron a remo los tempestuosos mares del norte que desde Dinamarca, desde Alemania, desde los Países Bajos, conquistaron Inglaterra, que se llama Inglaterra por ellos, ya que Inglaland, tierra de los anglos. Antes se llamaba tierra de los britanos, que eran celtas. Vamos a buscar esos libros. Yo busqué esos libros, recuerdo que era un sábado por la mañana, recuerdo exactamente, nos reunimos en el escritorio, en el despacho de de Brussac, y empezamos a leer. Hubo una circunstancia que nos alegró y nos mortificó un poco, pero al mismo tiempo nos llenaba de cierta vanidad. El hecho de que los sajones, como los escandinavos, usaban dos letras rúnicas para significar los dos sonidos de la TH, el de FIN, digamos, y el de B. Y eso daba un aspecto misterioso a la página. Yo no podía ver esas letras, pero hice como si las dibujaran muy grandes en un pizarrón, y ahora tengo una imagen suficientemente exacta o inexacta de lo que son las dos letras rúnicas del anglo-sajón y del islandés. Empezamos a leer, leíamos palabra por palabra. ¿Qué otro modo de leer? Nos encontramos con un idioma que nos pareció del todo distinto al inglés, más parecido al alemán. Y ocurrió lo que siempre ocurre cuando se estudia un idioma nuevo, y es que cada una de las palabras resalta, es como si estuvieran grabadas, es como si fueran talismanes. Por eso los versos en el idioma extranjero tienen un prestigio que no tienen el idioma propio, porque se oye y porque se ve cada una de las palabras. Uno piensa en la belleza o en la fuerza o simplemente en lo extraño de las palabras. Qué raro, por ejemplo, que el sol no se llame sol, sino sunne, que la tierra se llame eorfe. Todo eso es raro, y todo eso se agradece. Y tuvimos muy buena suerte esa mañana, porque encontramos una frase, y esa frase fue aquella en que sentimos todos el amor del anglosajón. Algo así como aquella frase de la matière de Bretaña, volvemos a Bretaña, en que Francisco y Paola reconocen que están enamorados. Y aquel punto fue la frase que quiero recordar ahora. Julio, el César, fue de los romanos el primero que buscó Inglaterra. Y aquello de encontrarnos con los romanos, encontrar todo eso en un texto del norte, nos halagó. Y aquello de Julio, el César, por Julio, el César, también. Recuerden ustedes que no sabíamos nada del idioma, que lo leíamos con lupa, que cada palabra era como una suerte de talismán que recordábamos. Y luego encontramos dos palabras. Con esas dos palabras ya estuvimos como ebrios. ¿No es verdad que yo era viejo, ellos eran jóvenes? Parece que son épocas aptas para el embriaguez. Y yo pensaba, además, estoy volviendo al idioma que hablaron mis mayores hace... Sí, hace cincuenta generaciones. Estoy volviendo ese idioma, estoy recuperándolo. No es la primera vez que lo uso. Cuando yo tenía otros nombres, yo, hablé de ese idioma, encontramos dos palabras que también nos enamoraron. Y esas dos palabras fueron el nombre de Londres, Lundenburg, Londresburgo, y el nombre de Roma, que nos emocionó aún más, por pensar en esa alta luz de Roma que había caído sobre esas islas boreales, perdidas. Y ese era el nombre de Roma, la Romaburg, la Romaburgo. Roma. Y creo que salimos a la calle, repitiendo, gritando en voz alta, Lundenburg, Romaburg, pero posiblemente eso sea un recuerdo falso. Otras personas me dicen que no iniciamos el estudio en la biblioteca, sino en el Instituto de Literatura Inglesa de la calle Reconquista, pero no importa. La verdad es que solemos olvidar las fechas, las circunstancias de las fechas, pero no lo importante de los hechos. Yo sigo sosteniendo lo que ocurrió en la calle México. Y así empezó el estudio del panglosajón, al cual fui llevado por la ceguera. Y ahora tengo la memoria llena de versos elegiacos y épicos panglosajones. Puedo repetir dos, inevitablemente voy a repetir dos. Y ustedes verán que nada importa que hayan sido redactados hace mucho tiempo. Uno es de principios del siglo VIII o de fines del siglo VII, y dice, «On flote ze aft, feo río Wittrand», viajar lejos sobre el poder del océano. Y el otro es, «Af de him poies is des orgen longas». Tuvo como compañeros el pesar y el anhelo. Y esos dos admirables versos románticos nos prueban que las escuelas literarias, romanticismo, clasicismo, barroquismo, lo que fuera, son meras invenciones de los historiadores de literatura que no sienten la poesía. La poesía es la misma, es eterna. Aquellos versos son hermosos ahora, como fueron hermosos cuando los dijo un poeta desconocido en Nortumbria hace, bueno, más de diez siglos. Eso no importa. El hecho es que yo había logrado lo que quería. Es decir, yo había reemplazado el mundo visible por algo distinto, por un mundo auditivo. Lo había reemplazado por ese mundo del idioma anglosajón. Y después del anglosajón pasé, como siempre se pasa, a ese otro mundo más rico y posterior, desde luego, al mundo de la literatura escandinava. Pasé a las hadas y a las sedas. Y tengo también algunas palabras que no tengo por qué recordar ahora. Pero, en fin, lo importante del hecho es que la ceguera no fue para mí una desesperación. No podía ser una desesperación, ya que mi pérdida de la vista había sido, como he dicho, un lento crepúsculo. Sino fue el principio de algo nuevo. Y luego escribí un libro, Literaturas Germánicas Medievales. Escribí muchos poemas basados en esos temas. Y, sobre todo, gocé de esas dos literaturas. Y tengo en mi preparación un libro sobre literatura escandinava. Es decir, no me dejé acobardar por la ceguera. Además, mi editor me dio una excelente noticia. Dijo que si yo le entregaba treinta poemas por año, él podía publicar un libro. Ahora bien, treinta poemas significan una suficiente disciplina. Sobre todo cuando uno tiene que dictar los versos. Cuando uno no puede escribirlos. Pero, al mismo tiempo, una suficiente libertad. Ya que es imposible que en un año no se le ocurra, no consiga uno treinta ocasiones de poesía. Y desde entonces he seguido publicando libros. Es decir, que la ceguera no ha sido para mí una desdicha total. Y yo creo que la ceguera no debe verse, con patetismo, que la ceguera debe verse, y esto lo repetiré al final de esta conferencia, como un modo de vida. Es uno de los estilos de vida de los hombres. Es como no serlo, digamos. Es un modo de vivir, y debe aceptarse así, y tiene también sus ventajas. Y yo le debo a la sombra, le debo esos dones. Le debo el anglosajón, le debo mi escaso conocimiento del islandés, le debo el goce de tantas líneas, de tantos versos, y de haber escrito tantos poemas. Y de haber escrito un libro también, titulado, con cierta falsedad, con cierta jactancia, Elogio de la Sombra, en el cual yo elogio mi ceguera, porque comprendo que no ha sido del todo un mal. Y ahora he hablado de mí, y querría hablar de otros casos mucho más ilustres. Vamos a empezar por ese muy evidente en el cual están pensando ustedes, por ese muy evidente ejemplo de la amistad, de la poesía y de la ceguera. Vamos a empezar por quien ha sido considerado el más alto de los poetas, Homero. Hay otro poeta griego, cuya obra se ha perdido, pero lo sabemos también, lo sabemos principalmente por una referencia de Milton, otro ilustre ciego. Sabemos que fue ciego Tamiris, que fue vencido en un sertano por las musas, que rompieron su lira y le... y le quitaron la vista. Muy bien, vamos a empezar por el caso de Homero. Y hay una hipótesis muy curiosa, una hipótesis que no creo que sea históricamente cierta, pero que es intelectualmente agradable, de Oscar Wilde. Oscar, generalmente los escritores tratan de que lo que dicen parezca profundo, pero Wilde era lo contrario. Wilde no era lo profundo que trataba de parecer frívolo. Wilde deslizaba entre sus bromas las cosas más profundas. Creo que no hay un escritor que haya pensado y que haya sentido tanto como Wilde. Y Homero Wilde quería que lo imagináramos como un conversador, quería que pensáramos en él como se piensa en champagne, o que pensáramos en él como pensaba Platón de la poesía, esa cosa liviana, alada y sagrada. Pues bien, esa cosa liviana, alada y sagrada que fue Oscar Wilde, dijo que la antigüedad había representado a Homero como un poeta ciego, pero que al hacerlo lo había hecho deliberadamente. Desde luego no sabemos si Homero existió. El hecho de que siete ciudades se disputaran su nombre basta para hacernos dudar de su historicidad. Pero vamos a suponer que no hubo un Homero. Vamos a suponer que hubo muchos griegos que ocultamos, que cobijamos bajo el nombre de Homero. Sin embargo, queda este hecho. Todas las tradiciones están unánimes en mostrarnos a Homero ciego. Sin embargo, la poesía de Homero es visual. Es muchas veces espléndidamente visual. ¿Cómo lo fue? En menor grado, desde luego, la poesía de Wilde. Yo creo que Wilde se dio cuenta de que su poesía era demasiado visual y le quiso curarse de ese defecto. Le quiso hacer poesía que fuera también auditiva, que fuera musical, digamos con la poesía de Swimmer, o la poesía de Tennyson, o la poesía de Verlaine, a quienes él quería y admiraba tanto. Entonces Wilde dijo, los griegos han dicho que Homero era ciego para significar que la poesía no tiene que ser visual. La poesía tiene que ser, ante todo, auditiva. Y aquí, de él, de la musica Wampum Shows de Verlaine, aquí el simbolismo contemporáneo. Es decir, podemos pensar que Homero no existió, pero que a los griegos les gustaba imaginarlo ciego para insistir en el hecho de que la poesía es, ante todo, música, que la poesía es, ante todo, la lira, y que lo visual puede existir o puede no existir en un poeta. Yo sé de grandes poetas visuales y sé de grandes poetas que no son visuales. Poetas intelectuales, mentales, no hay por qué mencionar nombres. Y aquí podemos dejar Homero, podemos pasar al otro ejemplo evidente, que sería el ejemplo de Milton. Ahora es sabido que la ceguera de Milton fue voluntaria. Milton era secretario latino de Cromwell, es decir, venía a ser algo así como suministro de relaciones exteriores. En aquel tiempo, el latín era el idioma universal. Se ha perdido, ahora el uso del latín se ha perdido, es una lástima, fue reemplazado por el francés, el francés está perdiéndose también. Yo quiero deplorar este hecho, los dos hechos. Quiero deplorar que se haya perdido el latín y que esté perdiéndose el francés. Será que no importa que la gente estudie inglés ahora, pero yo, que quiero tanto Inglaterra, que me siento de algún modo inglés sin dejar de sentirme argentino, creo que hay una diferencia, y la diferencia es esta, que quienes estudian inglés ahora no lo hacen en función de Shakespeare o de Eliot o de Kipling, no, lo hacen por razones comerciales. En cambio el francés estudiaba por el amor de la cultura francesa, es decir, que el estudio del francés no se hacía para hacer negocios en Francia, no, el estudio del francés se hacía para acercarse a la gran tradición literaria francesa, y es una lástima que se haya perdido eso. Pues bien, volvamos ahora a Milton. Milton sabía desde el principio que iba a ser un gran poeta. Esto le ocurrió a otros poetas. Por ejemplo, Coleridge y de Quince, antes de haber escrito una línea, sabían que su destino sería literario. Y yo también, si es que puedo mencionarme, siempre he sentido que mi destino era ante todo un destino literario, es decir, que me sucederían muchas cosas, muchas cosas malas, algunas cosas buenas, pero yo siempre sabía que todo eso, a la larga, se convertiría en palabras. Yo trataría de transmutar todo en palabras, sobre todo las cosas malas, ya que la felicidad no necesita ser transmutada, la felicidad es su propio fin. Pues bien, Milton, a los 25 años, según él dice, es decir, en el mezzo del camino de la suavita, se encontró ciego, ya que había gastado la vista, escribiendo folletos defendiendo la ejecución del rey por el parlamento. Un hecho que tiene que haber sido tan escandaloso para el siglo XVII como la revolución rusa para nosotros o la ejecución de Luis XVI. Un parlamento que juzga a un rey que lo declara un traidor y que lo ejecuta por el hacha. Y luego Milton defendiendo esa ejecución, Milton siendo requisida, como Johnson diría. Entonces Milton pierde la vista. Él dice que él había perdido voluntariamente, defendiendo la libertad. Habla de esa noble tarea, y no se queja de estar ciego. Piensa que él ha sacrificado su vista voluntariamente. Pero él recuerda entonces aquel primer deseo suyo de ser un poeta. Aquí llegamos al extraño. Se ha descubierto en la Universidad de Cambridge, se ha descubierto un manuscrito en el cual hay muchos temas que Milton se hubiera propuesto cuando era joven para la ejecución de un gran poema. Milton quería dejar algo que las generaciones venideras no dejaran fácilmente morir. Yo quiero legar algo, dice, a las generaciones venideras que no dejen fácilmente morir. Y ya había anotado muchos temas. Y entre esos temas, que son unos diez o quince, hay uno que él escribió sin saber que lo hacía de modo profético. Ese tema era Sansón. Y él no sabía, cuando él escribió eso, que su destino sería de algún modo Sansón, y que Sansón llegó al modo que profetiza Cristo en el Antiguo Testamento, como decía él, con más precisión aún. Entonces, Milton, una vez que se supo ciego, emprendió una obra histórica, dos obras históricas, una historia de Moscovia, que quedó inconclusa, una historia de Inglaterra, que también quedó inconclusa, y luego el largo poema El Paraíso Perdido. Él buscó un tema que pudiera interesar a todos los hombres, y no solamente a los ingleses. Ese tema era Adán, Adán, y es nuestro padre común. Pero luego, una vez concluido ese poema, y él lo hizo ciego, él lo hacía de esta manera. Él pasaba la buena parte de su tiempo solo, y componía versos, y su memoria se había acrecentado. Él podía tener cuarenta o cincuenta endecasílabos, endecasílabos blancos, en la memoria. Y luego dictaba después a quienes iban a visitarlo. Y así compuso el poema. Luego, él pensó, él encontró también en sus notas, o recordó el tema de Sansón, y pensó en el destino de Sansón, tan parecido al suyo. Porque ya, Cromwell había muerto, hubiese dado la restauración, Milton fue perseguido y hubiera sido condenado a muerte por haber justificado la ejecución del rey. Pero Carlos II, hijo de Carlos I, el ejecutado, cuando le trajeron la lista de los condenados a muerte, tomó la pluma y dijo, no sin nobleza, dijo, hay algo en mi mano derecha que se niega a firmar una sentencia de muerte. Y Milton fue salvado, y otros muchos con él. Entonces Milton ejerció el Sansón agonistes. Quiso hacer una tragedia griega, la acción ocurre en un día, en este último día de Sansón. Y luego, Milton pensó en el parecido, entre los dos destinos, ya que él, como Sansón, había sido el hombre fuerte, finalmente vencido, estaba ciego. Entonces escribió aquel verso, sin ojos, y luego en Gaza, en la ciudad de los filisteos, es decir, entre la gente de la exploración, sus enemigos, y luego a Tremil, en la Noria, y entre esclavos, entre quienes iban entregados a este rey, otra vez. Escribió así aquellos versos que siempre suelen puntuarse mal, ya que suelen puntuarse, y así lo puntúa Huxley, Realmente tendría que ser Ciego, en Gaza, Gaza de los filisteos, su enemigo. Ciego, en Gaza, en la Noria, entre esclavos. Entonces es como si las fetichas fueran acumulándose sobre Sansón. Y luego Milton tiene otros versos, tiene un soneto, en el cual él habla de su ceguera, y hay una línea que se ve que está escrita por un ciego, cuando tiene que describir el mundo, dice En this dark world and wide, en este mundo, en este ancho, no, en este mundo oscuro y ancho, en este oscuro y ancho mundo, que es precisamente el mundo de los ciegos, cuando están solos, porque caminan, con las manos extendidas, buscando apoyo. Es decir, aquí tenemos un ejemplo, mucho más importante que el mío, de un hombre que se sobrepone a la ceguera, y que ejecuta su obra, el paraíso perdido, el paraíso recuperado, el Sansón agoniste, los mejores sonetos que escribió, parte de la historia de Inglaterra, desde la invasión, desde los orígenes, hasta la conquista normanda, todo esto lo ejecuta siendo ciego, y tiene que dictarlo, agente casual. Es decir, aquí tenemos otro hombre que se sobrepone a su desdicha. Aquí podríamos mencionar de paso un escritor francés, del todo olvidado ahora, historiador de los buques de Borgoña, que se hizo, según él mismo dijo, amigo de la oscuridad, llegó a hacerse amigo de la oscuridad, aclimatarse en ella, y podemos pensar en Prescott, también, que escribió la historia de la conquista del Perú, de la conquista de México, la historia de Fernando, Isabel, todo eso siendo ciego, o casi ciego. Pero nos acercamos a dos ejemplos que están más cerca de nosotros. Uno de ellos, ya lo he mencionado, es el ejemplo de Groussac. Groussac ha sido olvidado con injusticia. La gente lo ve ahora como un francés intruso en este país. Se dice que su obra histórica es una obra que ha caducado, que ahora se dispone de mejor documentación, pero se olvida que Groussac, como todo escritor, escribió dos obras. Una el tema que se propuso y otra la manera en que lo ejecutó. Así tenemos en Groussac una doble obra. La obra histórica y crítica que sabemos y además el hecho de que estaba renovando la prosa española. Alfonso Reyes, quizá el mejor prosista de lengua española en cualquier época, Alfonso Reyes me dijo Groussac me ha enseñado cómo debe escribirse el español. Pues bien, Groussac también se sobrepuso a la ceguera y escribió aquellas páginas que son quizá las mejores páginas en prosa que se hayan escrito en este país. Groussac ahora está olvidado. Yo hubiera podido conocerlo, lo sabía que era un hombre de trato áspero, sabía que había tratado mal a casi todas las personas de mi familia que no se había tenido ocasión de hablar y yo no me animé a conocerlo. Pero luego, de algún modo, yo estuve en mi despacho junto a la pieza en que murió Groussac en la calle México y yo heredé ese destino de lector de biblioteca y de ciego y ahora me plaza recordar a Groussac pero podemos recordar otro ejemplo, un ejemplo mucho más famoso que el de Groussac es el ejemplo de James Joyce y en James Joyce tenemos también una obra, doble. Tenemos esas dos bastas y ¿por qué no decirlo? Ilegibles novelas Herulices del Fine Gansuec pero esa es la mitad de su obra. La otra mitad de su obra que quizá la más rescatable como se dice ahora o la rescatable como se dice ahora es el hecho de que él tomó el casi infinito idioma inglés ese idioma que estadísticamente supera a todos los demás y que además ofrece tantas posibilidades para el escritor sobre todo de verbos muy concretos y eso no fue bastante para él y Joyce recordó que era irlandés que Dublin había sido fundada por los vikings daneses, estudió noruego le escribió una carta en noruego a Ibsen y luego estudió griego, latín supo de algún modo todos los idiomas y escribió en un idioma inventado por él un idioma el cual es difícilmente convencible pero que se distingue por una música extraña Joyce trajo una música nueva al idioma inglés y Joyce dijo valerosamente inmendazmente de todas las cosas que me han sucedido creo que la menos importante es el haberme quedado ciego y ha dejado esa vasta obra el Fine Gansuec y Rulises y todo eso ejecutado en la sombra todo eso puliendo las frases en su memoria dejando a veces una sola frase un solo día y luego escribiéndola y luego corrigiéndola y todo eso en medio de la ceguera es decir, ya tenemos creo bastantes ejemplos algunos tan ilustres que me da vergüenza haber hablado de mi caso personal salvo por el hecho de que la gente siempre espera confidencia y yo no tengo por qué negarlo de las mías aunque desde luego parece absurdo y ahora volvamos a la ceguera he dicho que la ceguera es un modo de vida un modo de vida que no es totalmente malo totalmente maligno totalmente perverso recordemos aquellos versos del mayor poeta español Efraín Luis de León vivir quiero conmigo gozar quiero del bien que debo al cielo a sola sin testigo libre de amor, de celo de odio, de esperanza de recelo pues bien para mí vivir sin odio es fácil ya que yo nunca he sentido odio pero vivir sin amor creo que es imposible felizmente imposible para cada uno de nosotros pero sin embargo al principio vivir quiero conmigo gozar quiero del bien que debo al cielo y si aceptamos que en en el bien del cielo puede estar la sombra entonces quien vive mas consigo mismo quien puede explorarse mas quien puede conocerse mas a si mismo según la sentencia socrática quien puede conocerse mas que un ciego un ciego es una persona mirada con simpatía por todos porque forzosamente tiene que pasar horas de soledad y para un escritor esto no es malo el escritor vive la tarea de ser poeta no es una tarea que se cumple por un determinado horario nadie es poeta digamos de 8 a 12 y de 12 a 6 quien es poeta es poeta continuamente se ve asaltado por la poesía continuamente de igual modo que un pintor supongo yo siente que las formas que los colores están asediándolo el músico siente que el extraño mundo de los sonidos el mundo mas extraño del arte está buscándolo siempre que hay melodías y porque no discordias también que lo buscan por fin para esa tarea para la tarea del arte la ceguera no es del todo una desdicha puede ser un instrumento desde luego creo que un escritor otro hombre todo lo que le ocurre es un instrumento todas las cosas le han sido dadas para un fin y esto tiene que ser mas fuerte en el caso de un artista todo lo que le pasa incluso las humillaciones los horchornos, las desventuras todo eso le ha sido dado como arcilla, como material para su arte todo tiene que aprovechar todo eso por eso yo hablé en un poema del antiguo alimento de los héroes la humillación la desdicha, la discordia todo eso nos ha sido dado para que lo transmutemos para que hagamos de las miserables circunstancias de nuestra vida cosas eternas que quieren ser eternas es decir, el ciego debería pensar que su desdicha no es una desdicha total sobre todo si el ciego tiene una vocación artística entonces de algún modo ya está salvado la ceguera es un don también yo he hablado de los dones que me dio la ceguera me dio el anglosajón me dio parcialmente el escandinavo me dio el conocimiento de una literatura medieval que yo habría ignorado me dio también el haber escrito muchos libros buenos o malos pero que justificaron el momento en que se escribieron es decir que debemos encarar la ceguera con valentía además el ciego se siente rodeado por el cariño de todos la gente siente buena voluntad por un ciego y ahora querría concluir con un verso con un verso de Quete mi alemán es deficiente pero creo poder recuperar sin demasiados errores estas líneas que dicen alles nage verde fern todo lo cercano se aleja y Quete lo escribió refiriéndose al crepúsculo de la tarde todo lo cercano se aleja es verdad al atardecer las cosas más cercanas de nosotros ya se alejan de nuestros ojos así como el mundo visible se ha alejado de mis ojos quizá definitivamente no sé pero también alles nage verde fern puede referirse no solo al crepúsculo de la tarde sino que puede referirse también a la vida todas las cosas van dejándonos en la suprema soledad salvo que la suprema soledad es la muerte y también todo lo cercano se aleja se refiere a ese lento proceso de la ceguera del cual he querido hablarles hoy y he querido mostrar que no es una total desdicha sino que debe ser una ocasión para que el hombre se muestre fuerte que debe ser un instrumento más entre los muchos tan extraños que la providencia pone en nuestras manos ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias!