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Listen to ger1 by Gerard Mallofre Tort MP3 song. ger1 song from Gerard Mallofre Tort is available on Audio.com. The duration of song is 05:14. This high-quality MP3 track has 636.649 kbps bitrate and was uploaded on 10 Sep 2025. Stream and download ger1 by Gerard Mallofre Tort for free on Audio.com – your ultimate destination for MP3 music.
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A man embarks on a journey without a clear destination, guided by each step towards the unknown. He encounters a quiet village, where he shares a moment with an elderly woman. Continuing through a dense forest, he meets a wise child teaching about persistence. As he travels, he reflects on the challenges of beginnings. The man reaches a bustling town full of life, prompting questions about his quest. The journey delves into deeper emotions, leading him to seek meaning in connections with others. Había una vez un hombre que decidió emprender un viaje sin rumbo fijo. No llevaba mapa, ni brújula, ni siquiera un destino claro. Caminaba con la certeza de que cada paso lo conduciría hacia algo nuevo, hacia algo que aún no conocía, pero que lo estaba esperando. Era temprano. El cielo estaba cubierto de nubes grises que dejaban filtrar rayos de luz dorada. El aire olía a hierba mojada y a tierra fresca. El hombre respiró profundamente y pensó, quizás la vida empiece de verdad cuando uno se atreve a caminar sin garantías. La primera aldea que encontró parecía dormida. Las ventanas estaban cerradas y sólo se oía el crujido de las ramas al moverse con el viento. Tocó la puerta de una casa y una voz anciana respondió desde dentro, «¿Quién llama tan temprano?» «Soy un viajero que busca conversación y un poco de agua», dijo él. La puerta se abrió lentamente. Una mujer de cabellos blancos lo observó con desconfianza. «Aquí casi nunca pasan forasteros», murmuró. «Entonces hoy es un día especial», contestó él con una sonrisa. La mujer lo invitó a entrar y le ofreció un vaso de agua. Mientras bebía, el hombre observó un cuadro colgado en la pared. Era una pintura de un pájaro azul sobre un árbol en flor. «Es hermoso, hijo. ¿Lo pintó usted?» «Sí», respondió la mujer. «Es un recuerdo de mi juventud. Ese pájaro me acompañaba siempre que me sentía sola». El hombre se quedó en silencio un instante y luego preguntó, «¿Y si ese pájaro aún lo está esperando ahí fuera?» Ella lo miró con sorpresa y dejó escapar una sonrisa suave, como si hubiera olvidado cómo sonaba su propia alegría. El viajero salió de la aldea y continuó su camino. El sendero lo llevó hacia un bosque denso. Los árboles eran altos, las ramas se entrelazaban. Apenas dejaban pasar la luz. Cada paso resonaba con un crujido de hojas secas. A lo lejos escuchó un murmullo. El agua siguió el sonido y llegó hasta un arroyo. El agua corría clara y fría en la orilla. Vio a un niño sentado, lanzando piedras pequeñas al agua. «¿Hola?» dijo el viajero. El niño levantó la vista y preguntó, «¿A dónde vas?» «No lo sé», contestó el hombre. «Camino donde me llevan los pasos». «Entonces, no te pierdas nunca», dijo el niño, y arrojó otra piedra que rebotó tres veces sobre la superficie. El viajero se rió y le preguntó, «¿Cómo haces para que salten tantas veces?» «Es cuestión de práctica y elegir la piedra adecuada», explicó el niño, mostrándole una alisa plana. «Mira, intenta tú». El hombre lanzó la piedra, pero ésta se hundió inmediatamente. «No es tan fácil como parece», admitió. «Nada lo es al principio», respondió. «Pero, si insistes, lo lograrás», dijo el niño. El viajero continuó andando, repitiendo en su mente aquellas palabras. «Nada lo es al principio». A medida que avanzaba, el bosque comenzó a abrirse, y pronto llegó a una parpadeante amplia esplanada. El viento agitaba la hierba, y un grupo de mariposas revolteaba en círculos. Sueños. En sueños escuchó voces y susurraban preguntas. «¿Qué buscas?» «¿Qué dejas atrás?» «¿Qué esperas encontrar?» El hombre no supo responder. Despertó con el corazón acelerado y la sensación de las emociones en que el viaje era más profundo de lo que había imaginado. El sol ya comenzaba a ponerse y a salir, cuando llegó en un pueblo más grande. Allí las calles estaban llenas de gente, vendedores, que ofrecían fruta, y niños corrían, los herreros golpeaban el metal, y el viajero se mezcló entre ellos. Un anciano y un abuelo relataban historias de batallas pasadas. «El pasado, pasado es», decían, y un músico afinaba su guitarra en una esquina. La vida vibraba, y se acercó a una taberna. Estaba iluminada. Iluminados estamos todos de lámparas, de risas. Se sentó en una mesa y pidió algo de comer. Le preguntó el mesero. En ese momento, una joven que estaba en la mesa contigo lo miró. «¿Qué buscas?» respondió el viajero. El hombre no contestó. Durmió esa noche bajo un árbol de las afueras del pueblo, y los grillos cantaban, y la brisa le tocaba el aire, y en la playa tocaban las olas. Los días pasaron, y una tarde, mientras descansaba en la orilla, escuchó una risa. «¿Por qué estás solo?» respondió. «Porque estoy buscando», preguntaba.
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