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In the 1960s, psychologist Stanley Milgram conducted an experiment to explore obedience to authority. Participants were instructed to administer electric shocks to a learner who answered questions incorrectly. Despite the learner's pleas and the potential for harm, most participants continued to administer shocks when ordered to do so. This raised questions about the power of authority and the limits of individual morality. The experiment revealed two theories: conformity, where individuals transfer decision-making responsibility to the group, and objectification, where individuals see themselves as instruments of another's desires. The study challenges us to question our own obedience to authority and the importance of acting in accordance with our own ethical principles. En un mundo donde la obediencia ciega puede llevarnos a lugares oscuros, el experimento de Milgram se alza como un enigma inquietante. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar para obedecer a la autoridad? Las sombras de la ética se mezclan con la luz de la moralidad mientras exploramos los límites de nuestra humanidad. ¿Qué nos impulsa a seguir órdenes que contradicen nuestro propio juicio? En este video contaremos cómo a través de este experimento, el dolor y la obediencia se entrelazan de manera misteriosa. Preparate para cuestionar tus convicciones y descubrir los secretos que yacen detrás del poder de la autoridad. En los enigmáticos años de 1960, en un laboratorio de la prestigiosa Universidad de Yale, en los Estados Unidos, empezó un drama psicológico que desafió las percepciones sobre la moralidad y la ética humana. En este escenario, con sus paredes blancas impolutas, no solo alberga instrumentos científicos de alta gama, sino también las intrigas de un experimento destinado a explorar los rincones más oscuros de la psiquis humana, el experimento de Milgram. El propósito de este intrigante estudio trascendía mucho más allá del mero ámbito académico. Se plantaba como un intento audaz de desentrañar los misterios de la obediencia a la autoridad, un fenómeno que había dejado cicatrices indelebles en la historia reciente. El holocausto había terminado, pero la humanidad rápidamente enfrentaba un nuevo reto, la amenaza constante de la Guerra Fría, por lo que el joven psicólogo, Stanley Milgram, se embarcó en la tarea de explorar los abismos de la psiquis humana y los límites de nuestra moralidad. En un intento por comprender los motivos que llevan a las personas a seguir órdenes que contradicen con sus propios principios morales. En el corazón del experimento se plantaba un dilema diabólico que desafiaba las convenciones éticas y morales de la sociedad. Dos participantes, uno designado como maestro y el otro como aprendiz, ingresaban a las frías habitaciones de los laboratorios. Quienes hacían el papel de maestros eran personas voluntarias que se presentaron en un lugar a través de un anuncio donde se prometía dinero a cambio de realizar ciertas tareas. Sin embargo, lo que estas personas desconocían era que el aprendiz era en realidad un cómplice del experimentador, un actor contratado para dar realismo a la escena. La tarea del maestro era, aparentemente simple, pero profundamente perturbadora. Consistía en administrar descargas eléctricas al aprendiz cada vez que éste respondiera incorrectamente a una pregunta, aumentando gradualmente la intensidad con cada error. Pero esto no era lo peor. Ambos estaban separados por un vidrio de cristal. El aprendiz se sentaba en una especie de silla eléctrica y se le ataba para impedir que pudiera quitarse los electrodos de su cuerpo. Y así, el experimento comenzó dando una descarga por fallo en la respuesta de 15 voltios. Pero el aparato podía llegar hasta los 450 voltios con 30 niveles de descarga. Y el volímetro también se indicaba que a partir de 270 voltios había riesgo de muerte para el aprendiz. ¿Pero por qué se llevó a cabo este experimento? La respuesta a esta pregunta está ligada a las motivaciones y cuestiones éticas que desafiaban las percepciones convencionales. Y había un nombre que era crucial en todo esto, Adolf Eichmann, un alemán que era de los altos mandos del régimen nazi y que cometió atrocidades fuera de serie. Eichmann fue juzgado y sentenciado a muerte en Jerusalén por crímenes contra la humanidad y durante el juicio, su alegato nadie lo vio venir. Eichmann argumentó en su defensa que solo cumplía órdenes de sus mandatarios, pero que nunca estuvo de acuerdo con lo que hacía. Por supuesto, nada de eso fue suficiente y Eichmann fue sentenciado, pero lo que no sabía era la duda que había sembrado en Milgram. ¿Qué pasa si esto era verdad? Y si los seres humanos fuéramos incapaces de rechazar órdenes de la autoridad, aun cuando éstas estuvieran en contra de nuestros principios, Milgram se propuso desvelar qué impulsaba a las personas a seguir órdenes que violaban su propia moral. ¿Era la obediencia de la autoridad una fuerza irresistible? ¿O había espacio para la resistencia y la autonomía individual en la toma de decisiones éticas? Los resultados del experimento dejaron al mundo boquiabierto y plantearon más interrogantes que respuestas. Y es que, a pesar de los gritos angustiados del supuesto aprendiz, la mayoría de los participantes continuaron administrando las descargas eléctricas cuando se les ordenaba hacerlo, incluso cuando el dolor y el sufrimiento resonaban en las paredes del laboratorio y cuando el propio aparato de descarga indicaba en cierto punto que era letal. Se dice que había un porcentaje de voluntarios que querían dejar el experimento, ante lo que la autoridad les indicaba que continuaran y la obediencia a la autoridad prevalecía sobre la conciencia individual, y un 65% de los participantes llegaron hasta el máximo voltaje. Las sombras de la ética y la moralidad se desvanecían sobre el experimento, dejando a los investigadores y al público en general sumidos en una profunda reflexión sobre la naturaleza humana. Milgram se preguntó las razones de este comportamiento, ya que ninguno de los participantes se negó a administrar las descargas eléctricas, aunque sí hubo alguno que tuvo que recibir atención psicológica por la empatía que le suponía el sufrimiento del aprendiz. De este experimento surgieron dos teorías fundamentales. Primero está la teoría del conformismo, por la que el sujeto no tiene habilidad o el conocimiento para tomar decisiones, especialmente en situaciones de crisis, por lo que transfiere la responsabilidad de tomar decisiones al grupo y su jerarquía. Y una segunda, que es la teoría de la cosificación, donde se explica que, en ciencia, la persona que obedece se mira a sí misma como un instrumento que realiza los deseos de otra persona, por lo que no se considera responsable de sus actos. ¿Cuál de estas crees tú que sea la correcta? Hay que acotar que los recursos de la época, desde la simple disposición de un laboratorio académico hasta las limitaciones tecnológicas, ciertamente influyeron en la ejecución del experimento. Sin embargo, fueron las complejidades de la propia mente humana y los dilemas éticos universales lo que verdaderamente dio forma al impacto y la relevancia del estudio. Pero esto no termina aquí. A medida que nos adentramos en los laboratorios de la obediencia, nos enfrentamos a una pregunta aún más inquietante y esencial. ¿Somos realmente libres para elegir o estamos atrapados en las cadenas invisibles de la autoridad y el conformismo social? Esta gran pregunta, envuelta en un manto de misterio, desafía todos los fundamentos mismos de nuestra existencia y se convierte en un reto para cada individuo mientras explora los rincones más oscuros de su propia conciencia. En la última instancia, el experimento de Milgram trasciende las páginas de la historia de la psicología para convertirse en un espejo en el que todos nos vemos reflejados. Nos obliga a confrontar nuestras propias sombras y a luchar por la luz de la autonomía moral en un mundo donde la obediencia ciega a menudo se celebra como una gran virtud. Pero este estudio nos recuerda que la verdadera virtud reside en la capacidad de cuestionar, resistir y actuar en concordancia con nuestros propios principios éticos, incluso cuando enfrentamos las presiones de la autoridad y el conformismo social. Antes de terminar, tienes que saber que este estudio no terminó aquí y tuvo, años después, una segunda parte mucho más sombría, pero ese es tema para otro video. Así que dale un buen like si quieres que traigamos esa segunda parte. ¿Qué piensas sobre este experimento? ¿Crees que serías capaz de rechazar las órdenes de la autoridad si estas van en contra de tus principios? Dejalo en los comentarios. Si te ha gustado este video, dale like y compártelo con tus amigos. Y no te olvides de suscribirte al canal y activar la campanita de notificaciones para no perderte de nada. Gracias por haberme acompañado. Hasta la próxima.